El pasado 4 de noviembre, Israel rompio la tregua que desde junio había mantenido con Hamás en Gaza, al penetrar sus tropas en la franja y matar a 6 milicianos con el argumento de evitar el comienzo de la construcción de un presunto túnel que según él sería utilizado para secuestrar a soldados israelíes. Desde […]
El pasado 4 de noviembre, Israel rompio la tregua que desde junio había mantenido con Hamás en Gaza, al penetrar sus tropas en la franja y matar a 6 milicianos con el argumento de evitar el comienzo de la construcción de un presunto túnel que según él sería utilizado para secuestrar a soldados israelíes. Desde entonces, los ataques israelíes, respondidos por Hamás con el lanzamiento de misiles artesanales, han provocado la muerte de 10 milicianos más y varios heridos. Desde entonces también, Israel ha privado a Gaza del aprovisionamiento de alimentos y combustibles, con lo que la única planta productora de electricidad ha quedado paralizada y, según la ONU, la población de Gaza se encuentra a las puertas de una hambruna.
El hecho cierto y probado es que ha sido Israel quien ha roto la tregua, como la ha roto desde el año 2000 en todos los casos de treguas bilaterales anteriores, o ha conseguido que los palestinos las rompieran en los casos de treguas unilaterales. Pero, ¿por qué lo ha hecho en este momento? El ataque del 4 de noviembre coincidió con la elección como presidente de Estados Unidos de Obama, de quien se ha sabido en estos días que en mayo pasado envió a colaboradores suyos a Gaza para que se reunieran con representantes de Hamás. En la última semana, asimismo, el primer ministro electo palestino desposeido de sus funciones en Cisjordania, pero gobernante en Gaza, Ismail Haniyye, reiteró ante un grupo de diputados europeos la disposición de Hamás a reconocer el Estado de Israel dentro de las fronteras de 1967, y a declarar una tregua de varias decenas de años si se reconocían los derechos nacionales de los palestinos. Ante estos movimientos diplomáticos, la ministra de Exteriores y candidata a primer ministro israelí, Tzippi Livni, declaró el 14 de noviembre que no volverá a Israel «ni un solo refugiado palestino», y que el «proceso de paz» «no requiere» la intervención de Obama, ya que «la situación es de calma». Más expeditiva aun con la UE, el 13 de noviembre Israel había impedido el acceso a Gaza de una delegación diplomática europea que pretendía oficialmente verificar el desarrollo de varios proyectos de asistencia y cooperación de la UE. Así pues, parece que una vez más Israel ha provocado un aumento de la tensión -con los palestinos, con la UE, y quizás incluso con EEUU- ante la mera insinuación de que alguien pueda entrometerse en sus propios designios unilaterales para Palestina.
Hace ahora 20 años que la OLP aceptó, mediante la Declaración de Argel, el derecho de Israel a existir dentro de las fronteras de 1967, y 15 desde que Yáser Arafat inició en Oslo el llamado «proceso de paz», que avanzó a golpe de cesiones palestinas hasta el año 2000, año en que por primera vez Arafat dijo «no» (Camp David), cuando se le pidió que renunciara al derecho al retorno de los refugiados palestinos. Se cumple ahora también un año desde la Conferencia de Annápolis, que pretendió haber sentado las bases para la recuperación del diálogo entre palestinos e israelíes sobre los compromisos de no recurrir a la violencia y de detener la construcción de asentamientos en Cisjordania. Sin embargo, el 14 de noviembre el diario israelí Haaretz informaba de que en los últimos meses el ministro de Defensa israelí, Ehud Barak, ha autorizado decenas de proyectos de nuevos asentamientos, continuando la política de colonización a machamartillo que no se ha detenido ni un momento desde el inicio del llamado «proceso de paz» hasta hoy, a pesar de todos los compromisos y promesas israelíes. Tan solo en los primeros años de aquel (1993-1996), bajo el gobierno laborista de Rabín, la población judía de Cisjordania se incrementó en un 48%, y desde 1993 hasta hoy la proporción es del 70%. La ampliación de las colonias existentes y la creación de otras se ha complementado con la penetración del Muro del Appartheid en las tierras palestinas y la incesante construcción de nuevas carreteras, túneles y barreras militares, que disminuyen y fragmentan el espacio que va quedando a los palestinos, los cuales poco pueden hacer más que esperar: esperar a que Israel les deje ir al trabajo, a las escuelas o a los hospitales; esperar que Israel siga permitiendo el suministro de alimentos, de energía o de sus salarios; esperar la próxima incursión militar, el próximo bombardeo o la próxima demolición de casa u olivos… Y, si no aguantan la espera, pueden matarse o marcharse.
Hace pocos meses que se ha publicado en España La limpieza étnica de Palestina, obra en la que Ilan Pappe, profesor israelí y judio de la Universidad de Haifa, demuestra que el éxodo de los palestinos de sus casas y tierras fue un objetivo buscado por los dirigentes israelíes desde antes incluso de que se llevaran a cabo sistemáticamente las operaciones de aterrorizamiento de las poblaciones árabes, una vez generalizadas las hostilidades en 1948, y desde luego antes de que entraran en escena los ejércitos árabes, en mayo de dicho año (la propaganda oficial israelí afirma que huyeron ante el miedo a la guerra) . En Gaza, que ocupa tan sólo el 1,4% del territorio de la Palestina del Mandato Británico se encuentran hoy el 25% de los palestinos que hoy viven bajo control israelí, incluyendo entre estos al 25% que viven dentro del propio Estado de Israel, también concentrados en zonas claramente delimitadas, como ciudadanos israelíes. Si consideramos que los habitantes de Cisjordania van siendo también comprimidos en un espacio cada vez menor (aproximadamente un 10% de la Palestina del Mandato para casi un 50% de la población palestina, más de 2 millones de personas), resulta evidente que, como señala Darryl Li, el «mantra operacional» del sionismo inicial («el máximo de tierra, el mínimo de árabes») ha sido adaptado a las nuevas circunstancias: «el máximo de árabes en el mínimo de tierras». La limpieza étnica continúa.