He visitado Jerusalén en dos ocasiones, la última en el año 2000, fui detenido por un retén de militares israelíes, que nos hicieron bajar del auto para identificarnos y someternos a rigurosa revisión mientras nos encañonaban con sus fusiles de asalto. El chofer había cometido el error de tomar una calle equivocada. Esto ilustra la […]
He visitado Jerusalén en dos ocasiones, la última en el año 2000, fui detenido por un retén de militares israelíes, que nos hicieron bajar del auto para identificarnos y someternos a rigurosa revisión mientras nos encañonaban con sus fusiles de asalto. El chofer había cometido el error de tomar una calle equivocada. Esto ilustra la situación no sólo de esa ciudad santa, sino de todo el territorio ocupado, que en buena medida está controlado por cientos de puestos militares, y surcado de carreteras exclusivas para judíos, que comunican los ilegales asentamientos allí establecidos. No han sido pocos los palestinos que han perdido la vida por tomar la calle equivocada en su propia tierra.
En estos días, las noticias nos llaman la atención sobre la compleja situación en la ciudad que reúne sitios sagrados de las tres grandes religiones monoteístas. Israel, quien la proclama su «eterna capital, única e indivisible», anunció la construcción de 1600 viviendas en Ramat Shlomo y la inauguración de una sinagoga, ambas en la zona árabe, donde vienen tratando de desplazar a la población autóctona, no solo musulmana sino también cristiana. Ello ha provocado la justa reacción de los palestinos que se han lanzado a la calle y amenazan con una nueva Intifada.
Los judíos consideran que fue allí donde el patriarca Jacob tuvo la visión de los ángeles ascendiendo y descendiendo del cielo. En ese sitio se construyó por Salomón el primer templo para guardar el Arca con los 10 Mandamientos. Las ruinas de su segunda reconstrucción las identifican hoy como el Muro de las Lamentaciones.
Los cristianos la valoran por ser el escenario de los últimos días de Jesucristo, donde permanecen importantes lugares de peregrinación: la Vía Dolorosa y la Iglesia del Santo Sepulcro entre ellos.
Para los musulmanes, es el lugar más importante después de la Meca. Allí tienen la Plaza de las Mezquitas, de donde partió el Arcángel Gabriel y Muhammad hacia el cielo. Durante los primeros tiempos del islamismo, la ciudad era «la Qibla», dirección hacia donde miran los fieles para hacer sus rezos.
Esta complejidad religiosa fue tomada en cuenta cuando en 1947, la ONU aprobó la Resolución 181, que dividía Palestina, pero establecía para Jerusalén una condición especial con un Consejo de Administración Fiduciaria que debía conducir, al cabo de 10 años, un plebiscito para determinar el status final de la urbe. Pero Israel, después de las guerras de 1948 y 1967, ocupó la ciudad y mucho más, y aunque existen resoluciones del Consejo de Seguridad que demandan su retirada de estos territorios, nunca las ha obedecido, valiéndose para ello del respaldo incondicional que el gobierno estadounidense y sus aliados europeos le ofrecen. Ello permite que el estado judío, único en el mundo creado gracias a una resolución de la ONU, sea el mayor incumplidor de sus acuerdos y practique una política genocida contra el pueblo palestino.
En estos días, presenciamos el show mediático que nos habla de crisis en las relaciones entre EEUU e Israel, de fuertes discrepancias entre Obama y Natanyahu por la expansión de los asentamientos en los territorios ocupados. La Clinton pone cara seria y su enviado para el Medio Oriente, George Mitchel amenaza con suspender sus «gestiones mediadoras».
Puro teatro e hipocresía. Si EEUU y sus aliados de la Unión Europea dejaran de practicar su doble moral, retiraran su apoyo a Israel y le exigieran -como hacen a otros que no son sus aliados-, el cumplimiento de la legalidad internacional, el conflicto en Palestina y posiblemente en el Medio Oriente concluiría su larga y sangrienta historia.