Omar Barghouti se pregunta si Donald Trump ha resucitado involuntariamente la propuesta de un solo Estado democrático en la Palestina histórica.
Durante la reciente conferencia de prensa celebrada junto con Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, Donald Trump evocó informalmente la formulación de un solo Estado como opción seria para finalizar el conflicto palestino israelí. A su invitado le costó contener el regocijo. Después de todo, dada su parcialidad confesa hacia el régimen derechista de Israel, la interpretación más razonable de su postura es que Estados Unidos aprobará explícitamente la agenda de Israel de consolidar un solo Estado y enterrar el asunto de Palestina para siempre.
Mucho antes de que Trump entrara en escena, los gobiernos de Israel han perseguido sistemáticamente lo que el editor de Haaretz, Amos Schocken, ha descrito como una «estrategia de incautación de territorios y apartheid». Esto ha creado la realidad actual por la que Israel controla todo el territorio de la Palestina histórica, a la vez que niega a la población palestina indígena la igualdad de derechos por política y por ley. Ahora, al suprimir la solución caduca de los dos Estados, la delgada y agotada máscara de la democracia se parte por la mitad.
A la vez que niega hasta los derechos teóricos del pueblo palestino y desafiando flagrantemente el derecho internacional, Israel coloniza lo que queda de las tierras que son propiedad de los palestinos. Acelera la limpieza étnica progresiva de comunidades enteras, sobre todo en Jerusalén y el desierto de an-Naqab (Néguev).
Con el tiempo esto no sólo revelará la naturaleza antipalestina del régimen israelí, que combina la ocupación, el colonialismo y el apartheid, sino que también podría provocar sin querer la madre de todas las consecuencias no buscadas. Emancipada de las ilusiones de un acuerdo de dos Estados, la mayoría de los palestinos buscará la solución más justa, ética y sostenible para Palestina, y esto sólo puede conllevar la descolonización.
La descolonización no debe entenderse como el contrario rotundo y absoluto de la colonización, lo que nos situaría en condiciones precoloniales y desharía los derechos adquiridos hasta la fecha. Debería considerarse, en cambio, como la ausencia de los aspectos del colonialismo que niegan los derechos de la población colonizada.
Moralmente coherente
Un solo Estado laico y democrático en la Palestina histórica (dentro de las fronteras del mandato británico) sigue siendo la solución más justa y moralmente coherente para este conflicto que dura ya un siglo. Ofrece la esperanza de reconciliación de lo aparentemente irreconciliable; es decir, los derechos inalienables del pueblo palestino indígena, sobre todo el de autodeterminación, y los derechos adquiridos de los antiguos colonos ‘indigenizados’ a vivir en paz y seguridad.
Inspirada en parte por la Carta de la Libertad de Sudáfrica y el Acuerdo de Viernes Santo de Belfast, la ‘Solución de un Estado’, mucho más modesta y cuyos autores son un grupo de académicos y activistas palestinos, israelíes e internacionales, propugna que ‘la tierra histórica de Palestina pertenezca a todas las personas que la habitan o fueron expulsadas o exiliadas de ella desde 1948, sin tener en cuenta su religión, etnicidad, origen nacional o estatus de ciudadanía actual’. El sistema de gobierno que defiende se basa en ‘el principio de igualdad de derechos civiles, políticos, sociales y culturales para todos los ciudadanos’.
Israel y los sionistas de todo el mundo rechazan este llamamiento de igualdad por ser una ‘amenaza existencial’, porque mina el sistema institucionalizado de racismo que privilegia a los ciudadanos judíos por ley y caracteriza el régimen israelí.
Mientras la sustitución de un sistema similar de apartheid por la democracia y derechos iguales en Sudáfrica se celebró en todo el mundo como un triunfo de la justicia, la sola sugestión de igualdad y democracia en el caso israelí se sigue rechazando porque niega el supuesto ‘derecho’ de Israel a mantener su supremacía etnoreligiosa, su ‘derecho a ser un Estado judío’.
Hay una rica diversidad de opiniones en las comunidades judías de todo el mundo sobre cómo definir a un pueblo judío. Sin embargo, queda por dirimir el asunto de si el pueblo judío tiene el derecho, a costa de la población indígena, de mantener un ‘Estado judío’ en la Palestina del mandato británico.
Joseph Levine, de la Universidad de Massachusetts, aborda este asunto delicado, argumentando que la mera idea de un Estado judío es «inherentemente antidemocrática, moralmente problemática, una violación del derecho de autodeterminación de sus ciudadanos no judíos».
Un Estado judío en Palestina, tenga la forma que tenga, es por definición excluyente. Vulneraría los derechos básicos de la población indígena y perpetuaría un sistema discriminatorio que se debería combatir categóricamente.
La ‘alianza nefasta’ de Israel con la extrema derecha de Europa, junto con el hecho de que los defensores de la supremacía blanca de Trump citan los cimientos excluyentes de Israel para defender su propia xenofobia y nacionalismo -‘una especie de sionismo blanco’- son dos fenómenos que exponen la contradicción a menudo ocultada entre sionismo y liberalismo: la realidad de que el sionismo está fundamentalmente reñido con las ideas liberales.
La búsqueda de la justicia
Éstas y otras dinámicas hacen que la búsqueda palestina de la justicia dentro de un Estado unitario -la de derechos iguales- sea más comprensible y aún más atractiva. Después de todo, la aceptación de israelíes judíos como ciudadanos y socios iguales en la construcción y desarrollo de una nueva sociedad compartida es la oferta racional más magnánima que cualquier población indígena oprimida puede presentar ante sus opresores.
Sólo si se liberan de sus privilegios coloniales, desmantelan las estructuras de opresión y aceptan la restauración de los derechos del pueblo indígena (lo que incluye el derecho de los refugiados palestinos a volver, a las reparaciones y a la igualdad absoluta de todos los palestinos) podrán los colonos tener la personalidad de indígenas y de esta manera participar en la construcción de un futuro Estado común.
Al mismo tiempo, la población indígena deberá estar preparada -una vez restaurados la justicia y los derechos- para perdonar y aceptar a los antiguos colonos como ciudadanos iguales, ni amos ni esclavos. En esa sociedad futura se deberá nutrir la singularidad cultural y las diversas identidades, y protegerlas por ley.
Durante siglos Palestina fue tierra fértil de encuentro de diversas civilizaciones y culturas, una tierra que fomentaba la comunicación, el diálogo y la aculturación. Esta herencia, casi olvidada bajo la hegemonía del gobierno colonial sionista, debe resurgir y celebrarse.
Al destacar la humanidad como su principio esencial, la visión de un Estado laico, democrático y unitario promete el fin de las injusticias fundamentales que han acosado a Palestina durante tanto tiempo e imposibilitado una coexistencia ética.
El palestino Omar Barghouti es defensor de los derechos humanos e investigador independiente. Este artículo refleja su análisis personal y no representa el punto de vista del Movimiento Boicot, Desinversiones y Sanciones.
Fuente, publicado en la edición en papel de Red Pepper, página web http://www.redpepper.org.uk/
Traducido por Christine Lewis Carroll.