Traducido del inglés para Rebelión por J. M.
¿Tienen alguna sensación de vergüenza? ¡Cuánta insensibilidad! ¡Qué desgracia! Qué indignante que nuestras lágrimas de compasión deban aguardar hasta el momento en que nos demos cuenta de que esta última matanza de inocentes no fue tan terrible y no merece la misma cantidad de lágrimas y furia que produjo la matanza anterior. De hecho no era digna de una sola lágrima. Por los 126 sirios -casi todos civiles- que acaban de ser asesinados fuera de Alepo, mientras los musulmanes chiíes estaban siendo evacuados de dos aldeas controladas por el Gobierno (es decir bajo Bashar) en el norte de Siria. Y sus asesinos eran obviamente de al-Nusra (Al Qaeda) o uno de los grupos suníes «rebeldes» que ha armado Occidente -o muy posiblemente del propio Dáesh- y por lo tanto no califica para nuestro dolor.
La ONU golpeó fuertemente el tablero como una puesta más en escena, como de costumbre, palabras sin resultados. El último ataque fue «un nuevo horror». Y el papa Francisco lo llamó «innoble» y oró por «Siria amada y mártir». Y habiendo sido criado por un padre bastante anticatólico, dije lo que suelo decir cuando pienso que el pontífice ha hecho bien, especialmente Francisco: ¡El bueno del Papa! ¿Por qué incluso el virtual e inexistente «Ejército Sirio Libre» anti-Assad condenó el ataque como «terrorista»?
Pero eso fue todo. Y recordé todas esas historias sensibleras de que Ivanka Trump, como una madre, estuvo especialmente conmovida por la cinta de video de Khan Shaykoun, el sitio del ataque químico del 4 de abril, e instó a su padre a hacer algo al respecto. Y entonces fue Federica Mogherini, «Alta Representante de la UE» para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, quien describió el ataque como «horrible» e insistió en que hablaba «en primer lugar como una madre». Todo bien también. ¿Pero qué ocurrió con todos sus sentimientos maternales -y los de Ivanka- cuando llegaron desde el norte de Siria este fin de semana las imágenes de cuerpos volados en mil pedazos de bebés y niños envasados en bolsas de plástico negro? Silencio.
No hay duda del vil, flagrante, deliberado y cruel ataque del sábado. El atacante suicida se acercó a los autobuses de refugiados con una carga de galletas y papas fritas para los niños. Por cierto, se acercó a una población de civiles chiíes huyendo muertos de hambre bajo el asedio de los rebeldes anti-Assad (algunos de los cuales, por supuesto, fueron armados por nosotros). Sin embargo ellos no contaban. Sus «hermosos bebés» -cito a Trump sobre las víctimas del gas anteriores- no nos estimularon para que nos dominase la rabia. ¿Debido a que eran chiíes? ¿Debido a que los culpables podrían haber estado demasiado estrechamente asociados con nosotros en Occidente? ¿O porque -y aquí está el punto- eran las víctimas de la clase equivocada de asesinos?
Para eso, lo que queremos en este momento es que el culpable del «mal», el «animal», el «brutal», etc., sea Bashar al-Assad, que fue el primer «sospechoso» de haber llevado a cabo el ataque del 4 de abril con gas (cito al The Wall Street Journal, nada menos) y luego acusado por todo Occidente de la responsabilidad total y deliberada matanza con gas. Nadie debe cuestionar la brutalidad del régimen. Ni su tortura. Tampoco su historia de opresión masiva. Sin embargo hay, de hecho, algunas serias dudas acerca de la responsabilidad de Bashar sobre los ataques del 4 de abril -que predeciblemente ha negado- incluso entre los árabes que resisten a su régimen baasista y todo lo que representa.
Incluso el escritor israelí de izquierdas pero difícilmente pro-sirio Uri Avneri -brevemente, en su vida, detective- ha preguntado por qué Assad cometería tal delito cuando su ejército y sus aliados estaban ganando la guerra en Siria, cuando un ataque tan grave haría avergonzar al gobierno ruso y a los militares y cuando iba a cambiar la actitud occidental hacia él con el regreso del soporte abiertamente moderado para el cambio de régimen.
Y la afirmación del régimen de que un ataque aéreo sirio produjo explosiones en un almacén de armas de al-Nusra en Khan Shaykoun (una idea que los rusos también adoptaron) sería más fácil de desechar si los estadounidenses no hubieran utilizado precisamente la misma excusa para el asesinato de más de cien civiles iraquíes en Mosul en marzo. Sugirieron que un ataque aéreo estadounidense a un camión del Dáesh cargado de armas podría haber matado a los civiles.
Pero esto no tiene nada que ver con el asalto mucho más sangriento del fin de semana a los convoyes de refugiados que se dirigían al oeste de Alepo. Eran parte de un patrón ya familiar de los intercambios masivos de rehenes entre el Gobierno sirio y sus oponentes en el que los oponentes del régimen suní de los pueblos rodeados por el ejército sirio o sus aliados han sido transportados a Idlib y otras áreas bajo los «rebeldes» hacia puntos seguros a cambio de la libertad de aldeanos chiíes rodeados por al-Nusra, Dáesh y «nuestros» rebeldes a quienes se les ha permitido dejar sus pueblos por la seguridad de las ciudades controladas por el Gobierno. Ellos fueron las víctimas del atentado suicida del sábado. Eran aldeanos chiíes de al-Foua y Kfraya, junto con varios combatientes del Gobierno, de camino a lo que sería -para ellos- la seguridad de Alepo.
Sea o no, esto constituye una forma de limpieza étnica -otro de los pecados de Bashar, de acuerdo con sus enemigos- y es un punto discutible. Al-Nusra no instó exactamente a los habitantes de al-Foua y Kfraya a quedarse en casa porque querían a algunos de sus propios combatientes suníes de vuelta de sus propios enclaves cercados. El mes pasado el gobernador de Homs rogó a los suníes a punto de abandonar la ciudad en convoyes «rebeldes» hacia Idlib que se quedasen en sus casas y permanecieran en la ciudad. Pero esta es una guerra civil y estos terribles conflictos dividen las ciudades y pueblos durante generaciones. Basta con mirar a Líbano 27 años después de que su guerra civil haya terminado.
Pero lo que en última instancia demuestra nuestra propia participación en esta guerra civil, inmoral, injusta y terrible es nuestra reacción a esas dos matanzas de inocentes. Lloramos y nos lamentamos por ella e incluso fuimos a la guerra por esos «hermosos bebés» que creíamos que eran víctimas del Gobierno suní de Assad. Pero a Trump no le importó cuando los bebés chiíes de igual humanidad volaron en pedazos este fin de semana. Y el espíritu maternal de Ivanka y Federica simplemente se secó.
Y decimos que la violencia de Oriente Medio no tiene nada que ver con nosotros.
Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y Rebelión como fuente de la traducción.