Traducido de árabe para Rebelión por Ciro Gonasti
El primer ministro israelí, Ehud Olnert, se ha deshecho en alabanzas al presidente egipcio Hosni Mubarak tras los intensos esfuerzos que éste ha desplegado a favor de la liberación del soldado israelí prisionero de la resistencia palestina en Gaza. No cabe duda de que al presidente Mubarak le emocionarán estos elogios del amigo Olmert y quizás tratará de rentabilizarlos o traducirlos en una mejor relación con Washington a fin de obtener luz verde para reprimir más a la oposición de su país, impedir el proceso de reformas políticas y acelerar la sucesión de su hijo Jamal para la presidencia de la república.
Al presidente Mubarak no le importa, ni para bien ni para mal, la situación de los árabes, y menos aún la de los egipcios, pues precisamente se nombra a sí mismo mediador de los intereses israelíes frente a los palestinos en el mismo momento en que los egipcios le exigen la retirada de su embajador y, más aún, la ruptura completa de relaciones con el estado hebreo en protesta por las matanzas casi cotidianas realizadas contra los palestinos; y, no conforme con esto, somete a los propios palestinos a intensas presiones y les atribuye la responsabilidad del asedio por hambre y los constantes bombardeos de que son víctimas.
Los periódicos israelíes hablaban ayer de la mediación oficial egipcia y alababan al presidente Mubarak, asegurando que éste había amenazado con imponer a los palestinos toda una serie de sanciones en caso de que se negaran a liberar sin condiciones al soldado israelí prisionero antes de 48 horas.
No sorprende esta advertencia en labios del presidente egipcio, pues ya lanzó una similar al difunto presidente Yaser Arafat, al que pidió que renunciara al poder y traspasara todas sus competencias en materia de seguridad al entonces primer ministro Mahmud Abbas, concediéndole para ello un plazo de tres semanas y retirándole la protección egipcia. Menos de dos meses después de esta amenaza, el presidente Arafat murió envenenado.
El presidente Mubarak negará su responsabilidad, se lavará las manos de todo reproche y repetirá sus famosas palabras: «se lo advertí pero no quisieron escucharme». Esta misma expresión se la dirigió al presidente iraquí Sadam Hussein durante la guerra de 1991 y también durante la última guerra; y es la prueba de que fue él mismo el que facilitó a la administración estadounidense las informaciones relativas a la posesión de armas de destrucción masiva y las fotografías del laboratorio móvil que sirvieron de pretexto para desencadenar la guerra contra Iraq, tal y como revela el libro «Plan de ataque» del periodista Bob Woodward.
La cuestión de la puesta en libertad del prisionero israelí no depende de la voluntad de los políticos palestinos, ni en Gaza ni en Damasco, pues se ha convertido ya en una causa nacional defendida sin excepción por todo el pueblo palestino. Ha despertado las esperanzas de 10.000 prisioneros palestinos en una pronta liberación. Y en estas condiciones, cualquiera que pida la libertad sin condiciones del prisionero israelí sólo puede ser considerado un traidor.
Las fuerzas israelíes vacilan en invadir el sector de Gaza no por respeto o sensibilidad hacia los habitantes a los que están asediando y a los que aterrorizan con sus aviones y sus bombas, sino por la percepción de que el resultado puede ser quizás exactamente el contrario del deseado. Los habitantes de Gaza están preparados para defender su tierra tanto como se lo permitan sus fuerzas y el soldado israelí puede morir con la entrada del primer tanque junto a algunos otros soldados invasores. Hamas volvería a las operaciones suicidas con fuerza, legitimidad y apoyo popular.
El gobierno israelí apuesta por las presiones egipcias oficiales sobre los dirigentes de la resistencia para ahorrarse así los costes de la invasión, con la esperanza de que sus agentes consigan información en torno a la localización del prisionero y puedan utilizar el factor sorpresa para liberarlo.
El destinatario mismo de las presiones egipcias destinadas a liberar al prisionero no está muy claro, pues las facciones responsables del soldado secuestrado no dependen de ninguna institución política definida y sus hombres no aspiran a la fama o a un nombramiento ministerial sino al martirio. De hecho, estos hombres se han rebelado contra todos los poderes e instituciones. El brazo militar del movimiento Hamas se ha vuelto independiente de su dirección política, pues considera que ésta se ha equivocado al prolongar la tregua y al aceptar cargos públicos y los privilegios mundanos correspondientes.
Los Comités Populares de Resistencia (responsables de la captura) nacieron del vientre del extremismo y la humillación y alimentaron el frente del rechazo en la nueva configuración. Capturaron al soldado israelí a sabiendas de los jugueteos egipcios y de las intenciones israelíes y rechazan el principio de liberar al soldado en primer lugar y dejar luego la cuestión de los prisioneros palestinos a la generosidad israelí, pues esta generosidad se reveló completamente inconsistente tras la cumbre de Sharm-e-Sheij y otras cumbres anteriores. Ellos quieren sentar el precedente del intercambio como único procedimiento de liberación de sus prisioneros en las cárceles de la ocupación y saldrán vencedores en todos los casos, tanto si intercambian al prisionero como si el enfrentamiento acaba con su ejecución, o si alcanzan el martirio al que aspiran. El perdedor será Olmert, el cual no posee, al contrario que Sharon, ese capital que podría permitirle enjugar la cólera de la opinión pública en caso de que fracase la operación de invasión anunciada y la liberación del soldado prisionero, que puede morir en un acto de venganza; como no posee tampoco una mayoría suficiente en la Knest que proteja su gobierno del derrumbe.
Los palestinos se han acostumbrado a la solidaridad o, más bien, se han hecho adictos a ella, y la cuestión del bloqueo financiero ha dado resultados contrarios a los esperados. El asunto de los salarios se ha hecho menos acuciante y las distintas facciones se han unido al amparo de la resistencia en un cierre de filas sin precedentes. La carga israelí aumenta su peso día a día sobre los hombros de occidente, y concretamente de EEUU. ¿Y cómo este occidente democrático y civilizado puede defender la muerte por hambre, el bloqueo y el terror al que están sometidos un millón y medio de palestinos aislados y la destrucción de las centrales hidráulicas y eléctricas construidas con dinero de los impuestos estadounidenses y europeos en favor de la liberación de un solo soldado capturado en una operación militar técnicamente impecable y moral y jurídicamente legítima? Las acusaciones a Siria y la atribución a su gobierno de la responsabilidad del secuestro es una señal de impotencia y de falta de imaginación y suena deshonrosa. Y en cuanto a los mediadores árabes que acuden en rebaño a la capital siria, tienen que saber que los tiempos en los que las decisiones de la resistencia palestina se tomaban en una o en otra capital árabe se han ido para no volver.
Los que han capturado al prisionero israelí son los hijos de los campamentos de la desesperación, los que no abandonaron Gaza, y no saben hacer otra cosa que resistir; el martirio es la cima de sus ambiciones y no abrigan demasiado respeto por casi ninguno de esos gobiernos árabes que se debilitan aún más con su mediación.