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Sentado a lo oscuro

La mentalidad de víctima

Fuentes:

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Conferencia en la Sociedad Palestina SOAS, 23 de marzo de 2005

Estoy de seguro que algunos de ustedes conocen el antiguo chiste judío: ¿Qué hace falta para que una madre judía cambie una bombilla? Entonces, caracterizando a una madre judía ya mayor, aplicas un acento europeo oriental con un tono agudo y lanzas: «¡no te preocupes querido, me siento a lo oscuro!». Parece ser que la madre judía encarna la esencia de la existencia judía moderna. Ser judío es sentarse a lo oscuro, ser judío es ser víctima y gozar de los síntomas. Si analizamos esta extraña tendencia a la luz del principio del placer de Freud, podríamos deducir – y nos equivocaríamos – que la madre judía encuentra placer al infligirse dolor a sí misma. Algunos podrían llegar a diagnosticar que la madre judía es un mítico personaje masoquista. La madre judía no encuentra gozo alguno en su propio sufrimiento. Se supone que el Chiste nos cuenta un mensaje muy diferente. En lugar de mejorar su condición general, leyendo la «Tribuna Judía» con luz, la madre judía ofrece, por su propia voluntad, que se sentará a lo oscuro; obtiene satisfacción iniciando algún sentimiento de remordimiento en el Otro, sea quien sea el Otro. Por lo general, es su propia gente (hijo) pero también puede ser su pareja, su vecino, el trabajador social, el banquero suizo o incluso Naciones Unidas. La madre judía se sentará a lo oscuro mientras haya alguien que guste de sentirse culpable porque lo hace.

Ser una madre judía como se debe significa explotar a diario todo el vocabulario de la víctima. Pero no es realmente la mentalidad de víctima de la madre judía, parece, lo que ocupa el núcleo duro de la identidad judía moderna. Como todos lo sabemos, muchos de los que se llaman judíos están lejos de ser religiosos. Algunos incluso son ateos. Muchos de nuestros amigos judíos están lejos de ser sionistas (por lo menos es lo que dicen), algunos son incluso antisionistas, pero sucede que cuando un judío abandona su estatus de víctima se convierte en un aburrido ser ordinario. Ser judío es creer en el holocausto, ser judío es creer en una narrativa histórica construida alrededor de interminables sagas inmisericordes de persecución y acoso. Ser judío es creer que todo ese sufrimiento está lejos de haber pasado, en realidad puede volver a lanzarse un nuevo holocausto mañana por la mañana, ¿por qué mañana?, hoy, ahora mismo. Ser judío es hundirse en un estado de paranoia auto-impuesta. Por lo tanto, ser judío es creer en ‘nosotros y ellos’ en lugar de simplemente en ‘ser como los demás’. Ser judío es creer que el antisemitismo es una tendencia irracional intrínsicamente sintomática de la existencia gentil. ¿Pero quienes son los gentiles? Señoras y señores, los gentiles son la familia humana, por lo tanto yo deduciría que ser judío es creer que la familia humana se comporta irracionalmente, por lo menos cuando se trata de judíos.

Pero luego, ¿que atrae tanto en la condición de ‘víctima’?; supongo que la mayor parte de la gente se sentiría embarazada si es acusada de sentirse víctima o incluso si se la sospecha de ser paranoica. De alguna manera, no sería el caso con la mayoría de los judíos. Un judío se ofendería si se sugiriera que se siente como víctima. Además, percibiría una acusación semejante como un claro ataque antisemita, por no decir una forma de «negación del holocausto». Cuando se trata de la auto-percepción judía común, si se habla de víctima no se habla de un acto, sino de una condición. Dentro de la visión contemporánea judía del mundo, los judíos son los únicos sufrientes auténticos en última instancia. Si esto no basta, el que son «los genuinamente reales y los únicos auténticos sufrientes», es ahora una imposición legal. Si se sospecha de este hecho en sí, puede llegar a un proceso. Por ejemplo, si ocurre que eres un nuevo historiador y llegas a dudar de algunos hechos que tengan que ver con el último judeicidio nazi, probablemente te verás tras las barras o simplemente perderás tu puesto académico.

Cuando se trata del caso singular de la familia judía, las estrategias de la madre judía resultan ser muy efectivas. Sentarse a lo oscuro ‘da resultados’. La madre judía mantiene su hegemonía absoluta dentro de la célula familiar. Consecuentemente, el niño judío, cargado de culpa (sin duda la verdadera víctima), asistirá a la escuela de medicina o de derecho sólo para satisfacer a su madre. Llegará a casa con las mejores notas sólo para hacerle más pasable su sitio a lo oscuro. Cuando termina por comprender que él mismo fue la verdadera víctima, está listo para ingresar al negocio del padre y, en todo caso, ya está demasiado viejo para rebelarse. Ya se ha convertido en víctima y el resto del mundo debería sentirse culpable por su padecer. Pero entonces, está lejos de sentirse feliz, más bien en lugar de estar por ahí entre los demás ahora se le empuja de vuelta al gueto, atado por el resto de su vida con el nudo del clan. Casualmente, esto basta para convertirlo en un carácter neurótico así como en un contable o en un psicoanalista sorprendentemente buenos.

Estudiando la célula familiar judía vemos una exitosa máquina de operación, los padres dispuestos a aceptar algún sufrimiento insignificante, a cambio de que la joven generación cargada de culpas vuelva a casa con excelentes resultados académicos. Pero ese mismo mecanismo va más allá de la célula familiar judía o incluso de la comunidad judía segregada. En realidad, los asuntos occidentales judíos posteriores a la Segunda Guerra Mundial se basan en la misma filosofía. Puede ser que sea la capa oculta detrás de la actual presentación contemporánea engañosa del vínculo complementario judeo-cristiano: el sujeto judío insiste en ser la máxima víctima y el mundo cristiano endosa con entusiasmo la oportunidad de celebrar su culpa. Por extraño que suene, en 1948, mientras los israelíes realizaban la limpieza étnica de la población palestina, Occidente, ‘culpable’, se quedó sentado elogiando ‘el heroísmo judío’. Lo mismo ocurrió después de la milagrosa victoria israelí en 1967. Durante muchos años, la ‘culpa’ se convirtió en el núcleo del apoyo ciego a Israel de la izquierda parlamentaria europea. Por mal que suene, la identidad judía moderna copia el papel de la madre judía entrada en años y la izquierda parlamentaria europea adopta el rol del pequeño judío cargado de culpa. Basta con mirar la política británica contemporánea: al extremo derecho tenemos al primer ministro cristiano, Mr. Tony Blair, el gentil culpable, líder de lo que fue un instituto socialista, que ahora apoya en público a un estado burgués racista, nacionalista, colonialista. Michael Howard, en el mismo extremo, judío laico, no se molesta por compartir con nosotros algunas profundas perspectivas espirituales judías; en lugar de hacerlo, nos habla de su abuela judía, víctima del Holocausto.

Hoy hablo de la identidad judía. En la práctica, hablo de identificación judía, dejo afuera al judaísmo, o toda referencia al patrimonio cultural judío. Ni siquiera hablo del pueblo judío. En lugar de hacerlo, pregunto qué significa ser judío laico. Trato de descubrir con qué se identifica los judíos laicos cuando se llaman a sí mismos judíos. Argumentaría que en lo que respecta a la identidad judía contemporánea, hay dos escuelas ideológicas importantes que ofrecen una respuesta nítida. Una es el sionismo y la otra es el izquierdismo judío.

Comencemos con la escuela sionista.

Después del despertar nacional europeo del Siglo XIX, algunos judíos decidieron que la judaicidad es en realidad una manifestación de aspiración nacionalista. Aunque el nacionalismo europeo asociaba intrínsicamente el tema patriótico con el suelo que habitaba, el nacionalismo judío se basó en una simple fantasía. Asociaba al judío con el suelo que supuestamente debía habitar. La temprana consigna popular de los sionistas fue: ‘tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra’. Aunque numerosos historiadores ridiculizan con razón esa declaración, y demuestran más allá de toda duda que la tierra de Palestina estaba en realidad ocupada en forma abrumadora por palestinos autóctonos, el problema principal al que se refiere la consigna tiene que ver con el hecho de que un pueblo sin tierra no puede establecer jamás un genuino movimiento nacionalista. El sionismo tuvo, y sigue teniendo, tan poco fundamento como, digamos, si un italiano pretendiera la propiedad del suelo de Inglaterra sólo porque Inglaterra formó alguna vez parte del imperio romano. El nacionalismo judío siempre tuvo una creencia utópica sin fundamento ideológico. Es un movimiento nacionalista sin validez simplemente porque los judíos no constituyen una nación. Además, incluso en su presunta ‘patria’, están a punto de convertirse en una minoría. Y, a pesar de todo, el sionismo fue una señal de cambio, los judíos decidieron voluntariosamente el cambio de su aciago destino; convertirse en gente ‘normal’, gente que ama a su país, gente que se dedica a la naturaleza y vive en la naturaleza. El judío sionista deseaba redimirse de la condición de víctima. El judío sionista quería tomar su propio destino en sus manos. Esta percepción reformada duró hasta 1967, cuando el judío sionista se consideró como un orgulloso colonialista autosuficiente. Hasta 1967 el Holocausto tuvo sólo un papel decisivo, algo de lo que se sacaba partido o en lugar de un importante acontecimiento trágico. En todo caso, para la generación de mis padres, el holocausto fue motivo de vergüenza. La imagen del ‘ganado llevado al matadero’ los llenaba de desprecio e incluso a mi propia generación, hacia todo lo que oliera a Diáspora. Tom Segev se expresó muy bien cuando transmitió la historia del desdén de los israelíes hacia el ‘Séptimo Millón’ (aquellos que lograron sobrevivir la guerra). Sobra decir que el actual Estado de Israel revela claramente cuán poco éxito ha tenido el sionismo. La transformación del pueblo judío en una sociedad civilizada moderna occidental fracasó por completo. Los israelíes están lejos de sentirse vinculados al país que evidentemente han desgarrado con muros de apartheid. Los israelíes no sólo no lograron edificar una sociedad civilizada; es difícil pensar en algún Estado moderno actual que sea moralmente tan corrupto y racialmente motivado como el Estado judío. Y a pesar de ello, el sionismo fue un intento de transformar al judío en un ser digno. Un individuo fuerte, rubio, atlético, productivo, en lugar de alguien que prefiere sentarse a lo oscuro.

La respuesta ideológica judía alternativa al sionismo es suministrada por los pensadores judíos de izquierda. En la superficie suena poética y pacífica, pero en la práctica es por lo menos tan devastadora como el sionismo. El judío de izquierda pone los ojos en blanco y señala mostrando una derrota total que «fue Hitler, más que Moisés el que lo convirtió en judío». Básicamente, es el Otro, el gentil, el que convierte a un judío en judío. Por extraño que suene, la mayoría de esos virtuosos judíos argumentarían a renglón seguido que los palestinos debieran tener derecho a la autodeterminación. Me pregunto cómo ocurre que cuando se trata de ellos mismos, esos judíos de izquierda están tan lejos de ser generosos. De alguna manera, parece, el judío de izquierda es renuente a autodeterminarse. Aparentemente, para el judío de izquierda, la Segunda Guerra Mundial nunca terminó; día tras día, son todos derrotados por Hitler o, hablando de un modo más general, por el mundo gentil. ¿Pero no es una proposición absurda? En realidad, no existe un mundo gentil. El mundo gentil es en sí una invención judía. La gente gentil no se identifica a sí misma como «no judía»; tienen predicados muchísimo más interesantes que abrazar. Por lo tanto, podemos ver claramente que el izquierdismo judío es en sí una manera de ‘sentarse a lo oscuro’, es un ejercicio práctico sobre cómo ser víctima. En breve, como la madre judía, se sientan a lo oscuro (probablemente no demasiado lejos de sus madres). Son víctimas por su propia decisión. Por lo tanto, tenemos que admitir que no es Hitler el que los convirtió en judíos. Son judíos porque endosan con entusiasmo la identidad judía. Prefieren ser víctimas. No cambian la bombilla porque así lo quieren.

¿Pero por qué, entonces, es necesario? Con seguridad el izquierdista judío sabe que en nuestros días puede expresar su vocación sin presentar ningún indicio étnico; se supone que vivamos en una sociedad multicultural. Se supone que se escuche tu voz no importa cuál sea tu origen étnico, tus antecedentes religiosos, tus preferencias sexuales o cualquier otra agrupación social. Argumentaría que la tendencia voluntaria de sentarse a lo oscuro es la nueva religión judía. Es un mecanismo ideológico sofisticado que hace que el Otro, el gentil occidental, se sienta mal o inferior en cualquier discurso político que tenga que ver con Palestina. En la práctica ubica a los judíos humanistas en el centro de los asuntos palestinos. Pero entonces, en la práctica, sirve a Israel con una armadura ideológica y moral. En cuanto esos judíos humanistas son reconocidos como una voz genuina por Palestina, los escuchamos decir que la solución de un Estado es terriblemente poco práctica. De alguna manera, para ellos, la causa judía es algo más importante que la palestina. A fin de cuentas, los judíos sufrieron de verdad.

La estrategia de la víctima es la forma más reciente y más sofisticada de la segregación supremacista judía. No sólo me rodeo de muros, incluso hago que los demás se sientan culpables porque yo los construyo a mi alrededor (a propósito, no sé si el lector conoce el hecho extraño de que dentro del discurso israelí, se culpa a palestinos porque los judíos construyen el muro del apartheid). Al judío se le puede quitar su religión, su sopa de pollo o incluso se le pueden poner «mariscos» en su plato, pero una vez que se le quita la tendencia de la víctima, el judío ya no es judío. Una vez que se elimina la colosal amenaza de Hitler, el judío se convierte en un ser ordinario más. Pero les digo una cosa, eso no va a ocurrir.

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