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La construcción de nuevos campos pone en riesgo la soberanía alimentaria

La meteórica carrera del lobby del golf: del boom urbanístico al interés general

Fuentes: Diagonal

La autora explica los impactos sobre el territorio y la productividad de una actividad terciaria como el golf

El golf es un deporte y por tanto un campo de golf no es ni más ni menos que una instalación deportiva. El problema estriba en que las instalaciones para la práctica de este deporte son las que más terreno y agua utilizan. Esto significa que la construcción de campos de golf está fuertemente vinculada a las motivaciones especulativas de cualquier proceso urbanístico. Por tanto, para que las actuaciones urbanísticas en las que se ve implicada la construcción de un campo de golf permitan racionalizar adecuadamente los usos del suelo y de los demás recursos naturales utilizados en dichas instalaciones; es necesario que estén integradas en un plan de ordenación territorial, ya que el pretendido interés social está siendo utilizado en la actualidad por las diferentes administraciones públicas para implantar numerosos campos de golf en todo el territorio nacional, sin tener un plan estratégico previo. No se debe olvidar que el cambio de uso del suelo es lo que realmente importa a la hora de evaluar los impactos de esta actividad sobre el medioambiente.

Para considerar la dimensión medioambiental de la construcción de un campo de golf hay que tener en cuenta que el recurso natural más preciado que se otorga a un campo de golf es el suelo. Debido al proceso urbanizador al que se somete el suelo, con los movimientos de tierra y destrucción total del perfil del mismo, es incorrecto afirmar que la existencia de un campo de golf tiene un efecto beneficioso, sobre el medioambiente. Tanto es así, que podemos afirmar que el mayor impacto que ejerce un campo de golf sobre el medioambiente es su propia existencia.

En cuanto a la dimensión productiva de esta actividad es inadecuado decir que un campo de golf genera más riqueza que la agricultura. La actividad agrícola no es una actividad que pueda compararse con la actividad terciaria. La actividad agrícola sustenta la base de la soberanía alimentaria de un país y está proyectada a conseguir la máxima fertilidad de los suelos donde se implanta con una visión a largo plazo. Esto ocurre en aquellos lugares en los que se opta por una agricultura ecológica o de bajo impacto ambiental. Por el contrario, la construcción de un campo de golf no deja de ser una mera transformación urbanística del entorno donde se ubica. Es necesario cumplir unos requisitos mínimos en cuanto a la topografía del terreno, hecho que lleva implícito un gran movimiento de tierras como la construcción de cualquier infraestructura (una carretera, un canal, una vía de tren). Esto significa la pérdida irreversible de la fertilidad del suelo. Desde este punto de vista, es obvio que la construcción de un campo de golf no afronta el desarrollo económico desde parámetros de preservación ambiental, equidad social, calidad de vida y respeto a la identidad cultural. Así, la cuestión es ¿hasta qué punto la construcción de campos de golf pone en peligro la subsistencia de otras actividades imprescindibles para mantener la soberanía alimentaria de un territorio?

La etapa en la que ahora estamos es el resultado de la construcción desmedida de campos de golf cuyo fin último no era la práctica deportiva. Así, se puede hablar de campos de primera generación, que son aquellos que David Blanquer en su libro El golf: mitos y razones sobre el uso de los recursos naturales define como destinados «a la promoción privada de urbanizaciones residenciales». Campos en los que la instalación deportiva era un reclamo para la comercialización y venta de las parcelas o las viviendas destinadas al ocio y al tiempo vacacional. El impacto territorial de este tipo de operaciones se observa en zonas como la malagueña Costa del Sol. Actualmente, está más que demostrado que esta fórmula de financiación de los campos de golf es un fracaso.

Dudoso interés general

La segunda generación de campos de golf, según Blanquer, está marcada por un enfoque turístico de la actividad. El impacto territorial es menor, pues el resultado edificatorio ya no es una extensa urbanización sino unos pocos hoteles en los que se concentra el alojamiento de los deportistas. Pero esta fórmula tampoco se ha demostrado rentable. Y desde el sector el presidente de Aymerich Golf dice que la solución pasa por generar demanda entre la población.

Por estos motivos el proceso ha sido crear los campos de tercera generación, impulsados por las Administraciones Públicas basándose en un infundado interés público. De esta forma están apareciendo numerosos proyectos de campos de golf en suelos públicos con la finalidad de satisfacer la demanda del lobby del golf. Así, sólo puede aceptarse que el desarrollo de estos nuevos campos de golf se incluya en los Planes de Ordenación Territorial y que se desarrollen Planes Directores de Instalaciones Deportivas en los que se incluyan dichas instalaciones de forma ordenada y acorde a la capacidad de carga de los ecosistemas donde se pretenden construir. Sólo de esta forma se podrá demostrar el verdadero interés público como concepto jurídico. La consideración de la dimensión territorial y medioambiental es un hecho determinante, tanto para la configuración de los espacios para uso recreativo como para garantizar su competitividad.

Mª Ángeles Nieto es miembro de Ecologistas en Acción

Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/La-meteorica-carrera-del-lobby-del.html