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Sobre Izquierda Unida y Cándido y Morala

La miseria en la ventana

Fuentes: www.javierortiz.net

Decía Groucho Marx que, cuando la pobreza entra por la puerta, el amor huye por la ventana. Groucho, a diferencia del otro Marx, era muy gracioso, pero también muy pesetero. A mí me consta -lo sé porque lo he visto- que la pobreza y el amor pueden coexistir bajo el mismo techo. Todo depende de […]

Decía Groucho Marx que, cuando la pobreza entra por la puerta, el amor huye por la ventana. Groucho, a diferencia del otro Marx, era muy gracioso, pero también muy pesetero. A mí me consta -lo sé porque lo he visto- que la pobreza y el amor pueden coexistir bajo el mismo techo. Todo depende de lo que esperen de la vida quienes se quieren y no tienen ni un ochavo. Si alientan proyectos a los que asignan más valor que a la holgura económica, pueden sentirse aceptablemente a gusto luchando por ellos mano a mano.
Pasa lo mismo con los partidos políticos. Para quienes conciben su actividad como un modo de acceder a determinadas cotas del poder político realmente existente -aunque no lo reconozcan, incluso aunque no se lo reconozcan ni siquiera a sí mismos-, los reveses electorales se van convirtiendo con el paso del tiempo en un carga insostenible. A veces lo son en seguida. Otras, así que los dirigentes del partido en cuestión asumen que su falta de éxito electoral no es resultado de una simple coyuntura desfavorable, sino un rasgo del sino que amenaza con perseguirles con muy desagradable saña. Recordarán quienes tengan edad para ello con qué velocidad huyeron de la UCD de Suárez los que se sentían llamados a metas más elevadas (aunque las metas últimas las tuvieran, claro está, por debajo de tierra, como demostró rápidamente Francisco Fernández Ordóñez). Tampoco fueron tontería las angustias de Alianza Popular, ahora PP, que durante años se creyó condenada a vivir de por vida en la oposición (y tal vez en ella se habría quedado, de no acudir en su ayuda la prepotencia insufrible de Felipe González). El PSOE post-1996 también las pasó canutas, probando líderes, a ver si alguno les funcionaba de una pajolera vez y les volvía a franquear la puerta del palacio de la Moncloa.
El caso de Izquierda Unida es parcialmente distinto. O sea, parcialmente igual. Hay en su seno gente a la que la ambición posibilista se le ve a 400 kilómetros (pongo a modo de ejemplo la distancia que media entre mi domicilio madrileño y la alcaldía de Córdoba, pero me valdrían latitudes aún más distantes, sin duda). Y hay también gente que uno ve impulsada por resortes de otro tipo. Gente que alienta «la España de la rabia y de la idea», según la felicísima expresión de Antonio Machado (*).
Los veo juntos y me dan miedo.
Acabo de recibir desde Asturias un par de kilos de documentos que se supone que deberían servirme para mi ilustración, para que no vuelva a referirme sin total conocimiento de causa a asuntos asturianos, como el de Cándido y Morala, que están en la cárcel para cumplir la condena que les han impuesto por haber destrozado una videocámara de vigilancia adscrita a las pertenencias del Ayuntamiento de Gijón, que gobiernan mancomunadamente el PSOE e IU. En los documentos que me remiten, gentes de IU de banderías evidentísimamente diferentes se ponen de vuelta y media entre sí, se llaman de todo y dejan clarísimo que se odian a muerte.
Me habría gustado toparme con una polémica de las de viejo estilo. De aquellas en las que me eduqué en mis años mozos, cuando leía la Crítica del Programa de Gotha, el Anti-Duhring y cosas de ese estilo. Hablo de esas polémicas más o menos rigurosas -el Anti-Duhring no era muy allá desde el punto de vista científico, ya lo sé- en las que se discute dejando constancia literal y entrecomillada de lo que dice el oponente y respondiendo a sus posiciones de manera argumentada, evitando escrupulosamente los insultos y los procesos de intención, sujetándose a razones y a nada más que a razones.

Si hay una lucha entre dos líneas de principios, o entre una línea de principios y otra sin principios, o lo que sea, reclamo que se expresen en el plano teórico. Si no, los que vivimos la gresca desde fuera y no tenemos ni arte ni parte en ella lo único que podemos hacer es deprimirnos, sin sacar ni una sola lección ni nada en claro.

Parecen -digo que parecen, no que sean- los integrantes de una pareja en cuya casa la miseria no parara de entrar a todas horas por la ventana, sin salir nunca.
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(*) Permitidme recordar el magnífico manifiesto-poema de Antonio Machado Ruiz titulado El mañana efímero, que no sólo conserva hoy su vigencia ensoñadora, sino que se hace éticamente más imprescindible que nunca. Escribió así don Antonio, un grande pensador entre los más grandes y un revolucionario más revolucionario que casi todos los revolucionarios que le precedieron y le postcedimos:
La España de charanga y pandereta,
cerrado y sacristía,
devota de Frascuelo y de María,
de espíritu burlón y de alma quieta,
ha de tener su mármol y su día,
su infalible mañana y su poeta.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero.
Será un joven lechuzo y tarambana,
un sayón con hechuras de bolero;
a la moda de Francia realista,
un poco al uso de París pagano,
y al estilo de España especialista
en el vicio al alcance de la mano.
Esa España inferior que ora y bosteza,
vieja y tahúr, zaragatera y triste;
esa España inferior que ora y embiste
cuando se digna usar de la cabeza,
aún tendrá luengo parto de varones
amantes de sagradas tradiciones
y de sagradas formas y maneras;
florecerán las barbas apostólicas
y otras calvas en otras calaveras
brillarán, venerables y católicas.
El vano ayer engendrará un mañana
vacío y ¡por ventura! pasajero,
la sombra de un lechuzo tarambana,
de un sayón con hechuras de bolero,
el vacuo ayer dará un mañana huero.
Como la náusea de un borracho ahíto
de vino malo, un rojo sol corona
de heces turbias las cumbres de granito;
hay un mañana estomagante escrito
en la tarde pragmática y dulzona.
Mas otra España nace,
la España del cincel y de la maza,
con esa eterna juventud que se hace
del pasado macizo de la raza.
Una España implacable y redentora,
España que alborea
con un hacha en la mano vengadora:
España de la rabia y de la idea.
Se han citado muchas veces algunos versos de este poema. Permitidme que llame la atención sobre dos versos en los que no suele repararse y que son, creo yo, de los más lúcidos del poema: «Hay un mañana estomagante escrito / en la tarde pragmática y dulzona.»