Arabia Saudita está al borde del abismo, y como consecuencia de ello Oriente Próximo está al borde de la guerra. Nos estamos quedando en los pequeños detalles, como la impuesta (por Arabia Saudita) renuncia del primer ministro libanés o la detención de ciertos príncipes y burócratas sauditas, pero todo lo que está sucediendo no es […]
Arabia Saudita está al borde del abismo, y como consecuencia de ello Oriente Próximo está al borde de la guerra. Nos estamos quedando en los pequeños detalles, como la impuesta (por Arabia Saudita) renuncia del primer ministro libanés o la detención de ciertos príncipes y burócratas sauditas, pero todo lo que está sucediendo no es otra cosa que el preludio de la guerra final o mejor, del intento final -puesto que todos los anteriores han fracasado estrepitosamente, desde Líbano a Yemen pasando por Irak y Siria- de «evitar» lo que los medios de propaganda occidentales (antes llamados medios de comunicación) consideran «el creciente poder de Irán».
Quienes han ido perdiendo una y otra vez no solo han sido los sauditas, sino también Israel y EEUU. Pero son los primeros, los sauditas, quienes están al borde del abismo, de la desaparición de la casa Saud. El wahabismo está dando sus últimos estertores y en ello ha tenido mucho que ver la guerra de Siria y la derrota de los yihadistas amparados por Occidente y financiados por Arabia Saudita es ya un hecho que nadie cuestiona. Esto ha provocado que la vieja Arabia Saudita se haya desmoronado como un castillo de naipes. Aunque el estado no va a desaparecer, sí está surgiendo uno nuevo y que únicamente se puede sostener a través de nuevas alianzas.
Esas alianzas son claras: Arabia Saudita, Israel y EEUU. Para que estas alianzas se solidifiquen aún más Arabia Saudita tiene que convertirse en un país «moderado» y con pocas influencias del pasado. Así hay que interpretar la purga que se ha puesto en marcha contra príncipes y ex ministros con la excusa de combatir la corrupción y que solo es una primera fase de esta estrategia de nuevas alianzas. Hay que contentar al pueblo con lo pequeño para que trague con lo gordo. Lo más significativo es que el nuevo sátrapa, Muhammad Bin Salman, ha logrado controlar lo que parecía más difícil: el Consejo Oficial de Ulemas. Es decir, controla el poder real en Arabia Saudita: el religioso.
Esta fase era la más difícil puesto que es en ella donde se asienta el poder del wahabismo. Controlada, las fatwas, los edictos religiosos pasan a estar dirigidos por el nuevo poder y también la influencia sobre el resto de musulmanes sunníes.
Pero esta fase no es más que la primera, y la más necesaria, antes de la segunda: el enfrentamiento militar a gran escala contra el único enemigo, Irán.
Arrojar el lastre de Palestina
Para que ello sea posible hay que ir arrojando lastre por el camino, y lo primero es Palestina. Es más que conocido que desde hace años Arabia Saudita está buscando la fórmula para establecer relaciones directas (ahora las tiene indirectas) con Israel. Especialmente desde que en el año 2006 Hizbulá derrotó a Israel en la guerra de 33 días que mantuvieron el verano de ese año y que generó un importantísimo apoyo popular árabe y musulmán, desde Marruecos hasta Indonesia, con la única organización que ha sido capaz de derrotar a Israel no una, sino dos veces. Eso provocó tal pánico entre los sátrapas árabes, especialmente los sauditas, empeñados en la guerra sectaria sunníes-shíies, que les obligó a desempolvar el viejo plan de paz con Israel del año 2002 y que si ya reducía sustancialmente las condiciones para esa paz -a costa de los palestinos- ahora se quedan prácticamente en nada. Arabia Saudita apuesta por establecer relaciones diplomáticas con Israel gratis, sin concesiones por parte de Tel Aviv. Así lo reconoce un documento del Ministerio de Asuntos Exteriores saudita dado a conocer el 14 de noviembre (1) en el que se expone, negro sobre blanco, lo que tiene que hacer el país para «establecer relaciones entre Arabia Saudita e Israel sobre la base de la asociación estratégica con EEUU».
El documento se recrea en los esfuerzos de EEUU para que sauditas e israelíes firmen la paz (una de las iniciativas de Trump), recoge el intercambio de visitas que se han hecho ambos y revela las concesiones que Arabia Saudita está dispuesta a hacer para «liquidar el problema palestino» (sic) y, a cambio, contar con el apoyo israelí para «contener a Irán» y, por supuesto, a Hizbulá.
El documento afirma que para que el acuerdo entre los tres países sea «eficaz y movilice a otros países árabes y musulmanes hacia una solución [en el sentido que propone] tiene que haber una solución a la cuestión palestina porque solo así se ganará legitimidad» [de dicho acuerdo].
«El acercamiento de Arabia Saudita con Israel implica un riesgo para los pueblos musulmanes porque la causa palestina representa un patrimonio espiritual, histórico y religioso. Este riesgo no será asumido a menos que la orientación de EEUU contra Irán sea sincero, puesto que Irán está desestabilizando la región a través de su patrocinio del terrorismo y las políticas de sectarismo e interferencia en los asuntos de los demás, comportamiento que el mundo musulmán ha condenado unánimemente de manera formal a través de la Conferencia de la Organización de la Conferencia Islámica celebrada en Estambul en abril de 2016», se dice textualmente.
El documento plantea que dado que Israel es el único país con armas nucleares en Oriente Próximo, «o bien se le da al Reino [Arabia Saudita] tal elemento de disuasión o se despoja de él a Israel». Eso servirá para que Arabia Saudita «aproveche sus capacidades diplomáticas y las relaciones políticas con la Autoridad Palestina y los países árabes e islámicos para facilitar la búsqueda de soluciones razonables, aceptables e innovadoras en temas polémicos en los artículos contenidos en la iniciativa de paz árabe [se refiere a la presentada en 2002 y renovada en 2006], ofreciendo soluciones creativas a los dos principales problemas: Jerusalén y los refugiados palestinos».
Jerusalén, para los sauditas, estaría sometida a una soberanía internacional según las resoluciones de la ONU de 1947, es decir, administrada por la ONU, y los refugiados se quedan en los países donde están. Es decir, se renuncia de forma expresa al derecho al retorno, también reconocido por la ONU en su resolución 194 que tiene ya la friolera de 70 años. «El Reino puede contribuir con un papel positivo en la resolución del problema de los refugiados apoyando propuestas innovadoras y audaces como cancelar la recomendación de la Liga de los Estados Árabes, en vigor desde la década de 1950, haciendo un llamamiento a la no naturalización de la nacionalidad palestina [es decir, que los palestinos que nacen en los campos de refugiados ya no lo son, serían ciudadanos del país donde nacen y no palestinos], y distribuir a los refugiados palestinos en los países árabes y darles la nacionalidad para que se establezcan en ellos». Esto requeriría «un acuerdo de asociación con el presidente Trump, seguido de una reunión de los ministros de relaciones exteriores de la región, a invitación de EEUU, para obtener la aceptación de las partes».
Se allanaría así el camino para que Arabia Saudita tuviese «un papel más efectivo para apoyar y movilizar a otros [países árabes y musulmanes] hacia una solución que logre una nueva era de paz y de prosperidad entre Israel y el mundo árabe e islámico». Todo ello aderezado con una «cooperación intensiva de inteligencia en la lucha contra el crimen organizado y el tráfico de drogas respaldado por Irán y Hizbulá».
La acusación de que Hizbulá se financia con dinero del narcotráfico no es nueva, la viene realizando EEUU desde hace mucho tiempo, pero sí es la primera vez que otros países árabes la utilizan. De hecho, en el mes de julio el Congreso y el Senado de EEUU comenzaron a discutir un proyecto de ley bajo el título «Atacar la Red Financiera de Hizbulá: opciones de política». En las discusiones se han dicho cosas tan peregrinas como que hay que aprobar nuevas sanciones contra Hizbulá sobre todo financieras (con lo que afectarán a los bancos libaneses), «para evitar que Hizbulá coloque cocaína en las calles de EEUU» (2). ¿Cabe mayor estupidez argumentativa? O mejor, ¿cabe algún argumento en la estupidez estadounidense?
El documento saudita reconoce que «al comienzo, la normalización no será aceptable para la opinión pública en el mundo árabe, pero Arabia Saudita cree que la compatibilidad de las tecnologías israelíes con las capacidades económicas de los estados del Golfo y el tamaño de sus mercados y la energía humana librarán el potencial del Medio Oriente y lograrán prosperidad, estabilidad y paz».
Sin embargo, «el conflicto israelo-palestino ha sido utilizado por los extremistas para justificar sus acciones y ha distraído a los actores regionales de centrarse en la principal amenaza para la región: Irán».
El gran objetivo…
Por lo tanto, «el acercamiento de Arabia Saudita a Israel tiene que contribuir a dar respuesta a las políticas agresivas de Irán en Medio Oriente»; debe ir acompañado de «un sincero enfoque estadounidense hacia Irán, es decir, aumentar las sanciones y reexaminar el acuerdo nuclear para garantizar la implementación de sus términos real y estrictamente, así como limitar el acceso de Irán a sus activos congelados y explotar el deterioro de la situación económica de Irán y comercializarlo para aumentar la presión sobre el régimen iraní desde adentro».
Si se tiene en cuenta que el día 3 de noviembre se filtró un cable del Ministerio de Asuntos Exteriores israelí en el que se daban instrucciones a todas las embajadas para que apoyasen la postura de Arabia Saudita con respecto a Líbano, se pone en todo su valor el citado documento saudita. El primer ministro libanés renunció un día más tarde de ese cable, el 4 de noviembre, con la acusación fundamental de que Hizbulá «controla» Líbano. Y a mediados de noviembre Arabia Saudita dijo, ni más ni menos, que Líbano le había declarado la guerra porque los huzíes de Yemen lanzaron un misil contra un aeropuerto saudita y acusó de ello a Hizbulá y al propio Irán.
Así que nada tiene de extraño que nada más ser conocido el documento relatado más arriba Israel reconociese públicamente gran parte de lo dicho en él y ofreció a sus nuevos amigos sauditas «colaboración y ayuda» en cuestiones de inteligencia contra Irán. Y para que no quedasen dudas al respecto, lo hizo en declaraciones del jefe del ejército a un medio de propaganda saudita (3).
Es la primera vez que un jefe militar israelí tiene una tribuna pública en Arabia Saudita, lo que indica cómo están las cosas. Es la confirmación de una alianza por necesidad, una muestra del pánico de ambos porque sí, el aumento del poder de Irán ha ido en paralelo al descenso del poder de Arabia Saudita e Israel. Fracaso en Irak, fracaso en Siria, fracaso en Qatar. Incluso en el Kurdistán iraquí. Y, sobre todo, fracaso en Líbano. En dos de esos escenarios, Líbano y Siria, aparece un mismo elemento: Hizbulá. Convertido ya en el mayor enemigo de ambos, es visto como la extensión territorial de Irán (con una parte de verdad y con muchas, muchas más mentiras manifiestas).
Y este pánico se expresa con toda rotundidad en el momento, y no es casual, de la derrota de la organización llamada Estado Islámico, tanto en Siria como en Irak, en gran parte debida a Hizbulá.
Aunque tanto Israel como Arabia Saudita tienen un largo historial de amenazas vacías, sobre todo el segundo, y propensión hacia la grandilocuencia el paso que han dado ahora sube un nivel y hace la amenaza de guerra más plausible.
…pasa por Líbano
Sin embargo, hay un sin embargo. Ambos se han centrado en el eslabón más débil, Líbano, y los sauditas han secuestrado -literalmente- al primer ministro libanés para provocar su dimisión y buscar la desestabilización de Líbano intentando sublevar a los sunníes. Que Hariri fue secuestrado se manifiesta en que el presidente francés – Hariri tiene también nacionalidad francesa- haya tenido que acudir a Riad a negociar con Bin Salman una salida hacia París. Y una vez logrado se ha visto un penoso periplo de Hariri por Egipto y Chipre para negociar las condiciones de su vuelta a Líbano, que no se produjo hasta el día 22 de noviembre, es decir, tres semanas después. Eso ha provocado que los sunníes libaneses hayan comenzado a vislumbrar que su principal dirigente no es otra cosa que una marioneta en manos de sauditas y franceses y que el presidente libanés. Michel Aoun, no aceptase la renuncia que finalmente se ha traducido en un sí pero no, en una renuncia a medias para contentar tanto a sauditas como a franceses.
Por lo tanto, surgen los primeros inconvenientes para los sauditas en el trabajo de desacreditar a Hizbulá, que se ha permitido el lujo incluso de defender a Hariri y ser el primero en hablar de secuestro, como se ha comprobado. De nuevo la popularidad de Hizbulá se mantiene. Habla, da la cara y actúa.
Así que mientras sauditas e israelíes esperan a que se calmen un poco las aguas entre los sunníes por el secuestro de Hariri, les toca a los segundos el reparto de papeles y su entrada en escena en el único lugar donde pueden hacerlo a las claras: Líbano.
Israel tiene unas excelentes relaciones con el sector más derechista de los cristianos maronitas libaneses, históricamente vinculados al fascismo. Es la Falange Libanesa, el Kataeb, creada en los años 30 del siglo pasado a imagen y semejanza de la Falange española. El Kataeb colaboró con los israelíes siempre: combatieron a los palestinos en 1975 y perpetraron las matanzas de palestinos en los campos de refugiados de Sabra y Chatila en 1982.
Este sector, aunque ahora está un poco de capa caída y ha tenido diferentes escisiones, aún tiene capacidad de movilización aunque en estos momentos los cristianos maronitas son mayoritariamente afines al Movimiento Patriótico Libre del actual presidente de Líbano, Michel Aoun. El MPL tiene una alianza con Hizbulá desde el año 2006 y como consecuencia más visible de ella sus militantes y simpatizantes abrieron sus casas, literalmente, para los habitantes del barrio shií del Dahiye, el feudo de Hizbulá en Beirut, cuando fue bombardeado por Israel en la guerra de 2006.
Los cristianos deben mucho a Hizbulá, y no solo en Líbano. En Siria, Hizbulá liberó la localidad de Maalula, la cuna de los cristianos asirios y donde todavía se habla el arameo, que había sido tomada por los yihadistas, que saquearon las iglesias y secuestraron curas y monjas. En Siria, las aldeas cristianas del Qalamún han recuperado su vida, sus imágenes religiosas, cuadros y objetos de las iglesias, saqueadas por los islamistas, gracias a Hizbulá.
Cuando Hizbulá logró la victoria contra Israel en el año 2000 respetó escrupulosamente a sus enemigos de entonces, vinculados al Ejército del Sur de Líbano. A ellos y a sus propiedades. Ayudó a la reconstrucción de las aldeas cristianas y algunos de ellos, como los de Marjayoun, donde se asientan las tropas españolas de la FINUL, por ejemplo, devolvieron el favor ofreciendo té y pastas a los invasores israelíes el año 2006. De nuevo victoria de Hizbulá y de nuevo el más escrupuloso respeto a los cristianos.
Israel considera que los cristianos maronitas son ahora el sector más débil de Líbano y a quienes hay que dividir. El presidente Aoun es un firme aliado de Hizbulá y partidario de que las armas de esta organización sigan donde están mientras continúe la amenaza israelí y no se devuelvan las Granjas de la Shebaa, una zona ocupada libanesa al sur del país. Pero Aoun es una persona ya mayor, tiene 84 años, por lo que su salida del poder es una cuestión de tiempo, de poco tiempo. Su mandato termina en 2021, si vive para entonces. Hay que promover, por lo tanto, a su sucesor. Y es aquí donde entra el tándem Israel-Arabia Saudita puesto que los primeros presionarán a sus tradicionales aliados falangistas y los segundos a los sunníes para que apoyen al candidato anti-Hizbulá. Porque según la Constitución libanesa, herencia del colonialismo francés, el presidente de Líbano tiene que ser un cristiano.
En la compra-venta que estamos viendo ahora de Arabia Saudita, con Irán-Hizbulá de una parte como grandes enemigos y Palestina por otra como la gran perdedora, aparece el gran perjudicado: los cristianos maronitas libaneses. De su capacidad para resistir los embates israelo-sauditas (y occidentales, pues no hay que olvidar que EEUU y la UE consideran a Hizbulá «organización terrorista») dependerá el futuro no solo de Líbano, sino de toda la región.
La presión es enorme y la Liga Árabe, que no es nada desde hace años pero sigue enredando al dar una pátina de legitimidad a la estrategia saudita, en una reunión de urgencia y extraordinaria que tuvo el 19 de noviembre echaba más leña al fuego condenando «la agresión de Irán y de Hizbulá» que «amenazan la seguridad nacional árabe».
Aunque no sea más que otra declaración más sin el menor contenido práctico, es un intento de Arabia Saudita de recomponerse ante el fracaso inicial de sacudir la estabilidad política libanesa y salvar la cara ante el segundo intento, que lo habrá a corto plazo.
Todo el mundo se está moviendo ante ello y, en este sentido, hay un movimiento que no tiene que pasar desapercibido: Siria ha dicho que «Hizbulá no estará sola en caso de ataque» contra esta organización. Eso no significa que Siria entrase directamente en el conflicto, pero sí que los miles de combatientes que hay en Siria apoyando al gobierno harían lo propio con Hizbulá.
Todo esto ocurre cuando la guerra en Siria termina con una derrota aplastante del eje EEUU-Israel-Arabia Saudita y el fracaso definitivo del «Nuevo Oriente Medio» de Bush y sus seguidores. Y cuando surge un nuevo eje, Rusia-Irán-Turquía (este último país aún no definido del todo). Arabia Saudita se está jugando todo a una sola carta y, como alguien ha dicho, «el miedo saudita [a su pérdida de poder, incluso a nivel interno puesto que el país no es más que un conglomerado de intereses personales y tribales, ahora en cuestión] puede apresurar una explosión regional».
Notas:
(1) Al Akhbar, 14 de noviembre de 2017, recogido por http://thenewkhalij.org/ar/%D8%B3%D9%8A%D8%A7%D8%B3%D8%A9/%D8%B1%D8%B3%D8%A7%D9%84%D8%A9-%D9%85%D8%B3%D8%B1%D8%A8%D8%A9-%D8%A8%D9%8A%D9%86-%C2%AB%D8%A7%D9%84%D8%AC%D8%A8%D9%8A%D8%B1%C2%BB-%D9%88%C2%AB%D8%A8%D9%86-%D8%B3%D9%84%D9%85%D8%A7%D9%86%C2%BB-%D8%AD%D9%88%D9%84-%D8%A7%D9%84%D8%AA%D8%B7%D8%A8%D9%8A%D8%B9-%D9%85%D8%B9-%D8%A5%D8%B3%D8%B1%D8%A7%D8%A6%D9%8A%D9%84
Alberto Cruz es periodista, politólogo y escritor. Su nuevo libro es «Las brujas de la noche. El 46 Regimiento «Taman» de aviadoras soviéticas en la II Guerra Mundial», editado por La Caída con la colaboración del CEPRID y que ya va por la tercera edición. Los pedidos se pueden hacer a [email protected] o bien a [email protected].
Fuente original: https://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article2309