El debate se ha desatado, atacar o no atacar es parte del dilema. A ello se le añade otro, la posible duración de la nueva agresión si finalmente se lleva adelante, y todo ello aderezado con multitud de palabras y comentarios, donde la ironía, la tragedia, las especulaciones y las incertidumbres y peligros parecen querer […]
El debate se ha desatado, atacar o no atacar es parte del dilema. A ello se le añade otro, la posible duración de la nueva agresión si finalmente se lleva adelante, y todo ello aderezado con multitud de palabras y comentarios, donde la ironía, la tragedia, las especulaciones y las incertidumbres y peligros parecen querer ir también de la mano.
Los defensores de esta agresión manejan diferentes teorías, argumentos y comparaciones históricas para avalar sus propuestas belicistas. Y a pesar de que las lecturas se alejan interesadamente de los resultados finales de esas aventuras bélicas, ellos siguen pregonando las virtualidades de sus teorías.
Algunos han definido las justificaciones intervencionistas como el resultado de la mentalidad «Perry-Holbrooke».William Perry (secretario de Defensa de Clinton) y Richard Holbrooke (negociador en Dayton) fueron las cabezas más visibles de lo que se llamó la suma de «la diplomacia coercitiva» y los «bombardeos precisos en un breve espacio de tiempo». Con esa técnica se buscaba debilitar al oponente y obligarle a aceptar finalmente unas condiciones negociadoras netamente desfavorables para sus intereses.
La materialización de esa teoría ha tenido diferentes experiencias en el pasado: Sudán, Afganistán, Iraq en los noventa, los actuales ataques con aviones-drones, y ya hemos visto el resultado de todas ellas.
A ello además se une a un argumentarlo desarrollado durante las últimas décadas, donde el doble rasero y la falsa dicotomía entre el bien y el mal son las bases del discurso occidental. Los argumentos que desde las cancillerías occidentales se lanzan estos días rayan el cinismo. Las declaraciones de importantes figuras políticas en EEUU o en la Unión Europea señalando como «crímenes contra la humanidad» los ataques con armas químicas son un aclaro ejemplo de ese doble rasero interesado al que nos tienen acostumbrados.
Que EEUU, que lanzó las bombas nucleares contra la población civil de Hiroshima y Nagasaki, o que bombardeó con napalm durante meses a la población de Vietnam, hable en esos términos suena a broma de muy mal gusto. O que en sus críticas le acompañen países europeos que abastecieron a Iraq de armas químicas y le instaron a su uso contra la población iraní (con más de 100.000 muertos) durante la guerra entre ambos países, e incluso Naciones Unidas que no hizo tampoco nada.
Como señala un profesor universitario, «la aplicación selectiva (el doble rasero) de las convenciones internacionales tiene un precio. Las debilita y también lo hace con las leyes internacionales que las apoyan, dando argumentos además a los transgresores de las mismas, y convirtiéndolas en algo esencialmente ineficaz».
Justo a esa utilización, Occidente lleva tiempo remarcando la capacidad de llevar a cabo las llamadas «guerras limpias» (como si alguna guerra lo fuera), al tiempo que se oculta tras ese discurso la estrecha colaboración entre militares, industria, determinados medios de comunicación y redes de entretenimiento, que muestran una escenificación y glorificación de la idea de ese tipo de guerras en la conciencia de la opinión pública de sus países.
Para ello no duda en la utilización y manipulación del lenguaje, en el uso de una dicotomía entre el bien y el mal, lo moral e inmoral. Este discurso cínico lleva repitiéndose durante varios años. Así, Occidente «se opone al «eje del mal» y está preocupado por liberar al mundo del terror, y para ello pone en marcha las guerras limpias contra los enemigos de la libertad y la democracia».
Tras las intervenciones en Iraq, Afganistán o Libia se puede observar que la citada dicotomía es absolutamente falsa, oportunista e ineficaz.
Sobre el escenario sirio pretenden ahora repetir la historia. La utilización de las armas químicas es la excusa perfecta para poner en marcha la nueva intervención militar. A pesar de que todavía hay muchas incógnitas sobre quién ha podido hacer uso de las mismas (como ya pasó en Iraq y las inexistentes armas de destrucción masiva), lo que importa es justificar el plan bélico.
Resulta extraño que sea en este momento cuando salta la noticia, pero era la coyuntura propicia para escenificar una operación premeditada con un evidente objetivo político. Cuando en Egipto se produce una masacre contra civiles (con un número de muertos superior a las supuestas muertes por armas químicas), cuando el gobierno sirio está logrando importantes victorias militares sobre los rebeldes, cuando la desunión y los enfrentamiento en las filas opositoras aumentan cada día, cuando un grupo de enviados espaciales de Naciones Unidas están esos días en Damasco…a ¿quién interesa el uso de armas químicas contra la población civil?
El fin último de la intervención si acaba produciéndose es el cambio de régimen. No obstante aquí también surgen diferentes hipótesis. Para unos, esta agresión sería una especie de «operación simbólica» (cruel y cínica definición para un ataque militar programado), que buscaría un debilitamiento del gobierno sirio pero sin buscar su derrocamiento inmediato (vuelve la filosofía «Perry-Holbrooke» a estar sobre la mesa de Washington). En la Casa Blanca son conscientes que de producirse un cambio de régimen ahora mismo, los grandes vencedores podrían ser los movimientos jihadistas e islamistas más radicalizados (curiosos compañeros de aventura de EEUU), lo que preocupa y mucho a importantes aliados locales de EEUU como Jordania o Israel.
Por ello, otros analistas apuntan al desarrollo de un guión a medio o largo plazo, donde los intereses norteamericanos y de sus aliados se vayan reforzando con el tiempo y finalmente puedan buscar una salida negociada para provocar el cambio de régimen, bien porque los intereses de los actores ahora enfrentados converjan, bien porque la apuesta opositora logre afianzar un liderazgo conforme a los designios de Washington.
Los peligros y las incertidumbres acompañarán cualquier iniciativa bélica de ese calibre. La inseguridad del escenario venidero de producirse este nuevo ataque es más que evidente, con todo un abanico de posibles escenarios, cada cual más pesimista.
Por un lado, algunos apuntan a que el conflicto acabe superando las fronteras sirias, si es que no lo ha hecho ya. Así, desde Bagdad hasta Beirut, pasando por Jordania, el Golfo Pérsico o Israel podremos encontrar en el futuro alguna «consecuencia quirúrgica» de la agresión sobre Siria.
Y por otro lado, otras fuentes apuntan a que puede significar el fin de «Ginebra II», ya que las posturas del gobierno sirio ante un nuevo ataque pueden radicalizarse, mientras que los opositores pueden creer que están a las puertas de una victoria militar, y entonces… ¿para qué negociar?
La violencia sectaria y el auge del jihadismo en toda la región son factores que podrían protagonizar también el futuro escenario de la zona, y evidentemente las consecuencias de todo ello son difíciles de predecir todavía. Si finalmente EEUU y sus aliados deciden llevar adelante este nuevo ataque contra Siria la fotografía final puede ser más peligrosa que lo que hemos conocido hasta ahora tras las «aventuras militares» en Iraq, Afganistán o Libia.
Y evidentemente las repercusiones de esta nueva guerra de Obama también serán más difíciles de exponer.
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