Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.
Después de ocho años de movilización popular y activismo contra el régimen sirio, este ha logrado preservar un sistema político altamente exclusivo que no tolera forma de disidencia alguna, y parece sentirse ya seguro en el poder al no contar con un desafío interno real a su gobierno. Sin embargo, durante los últimos meses, el régimen ha empezado a preocuparse por el ambiente crítico ante su incapacidad para proporcionar bienes y servicios adecuados, así como por los intentos de las fuerzas leales de expandir los límites de participación social y política permisible.
Los continuos aumentos en los precios de los bienes y servicios básicos, la grave escasez de electricidad y combustible y las tasas extremadamente altas de pobreza y desempleo han hecho que se esté criticando todo en las zonas bajo control del régimen. Esta crítica suele tener lugar en las redes sociales. No solo los sirios comunes, sino también las celebridades, los artistas y los periodistas lealistas se han sumado a las críticas, censurando al gobierno, exigiendo la intervención de Bashar al-Asad y cuestionando la narrativa oficial de la «victoria».
El régimen parece estar cada vez más ansioso ante estas críticas crecientes y, por ello, ha lanzado un contraataque para desacreditarlas. El portavoz del Parlamento sirio, Hamuda Sabagh, acusó a los detractores de estar dirigidos por potencias extranjeras en una campaña para provocar conflictos civiles y divisiones. Sin embargo, las palabras de Sabagh encontraron a su vez un amplio reproche en las redes sociales. Un desafío perturbador tal requería la intervención personal de Asad.
Por ello, en su discurso más reciente, el mes pasado, durante una reunión con los jefes de los consejos locales de Siria, Asad comentó las duras críticas a su gobierno en las redes sociales, sin dejar lugar a dudas de que no iban a tolerarse. Distinguió entre los críticos bien intencionados que sentían «emociones sinceras» y otros provocadores con «emociones falsas», solo para concluir que ambos conducen en última instancia al mismo resultado: «divisiones sociales en un momento en el que más que nunca necesitamos unidad de opinión y enfoque respecto a todas las cuestiones importantes».
En realidad, la verdadera preocupación del régimen no son las acusaciones al gobierno per se. La rama ejecutiva siempre ha sido un chivo expiatorio en el intento de desinflar el descontento popular y exhibir ocasionales espectáculos anticorrupción. La verdadera preocupación es la atmósfera crítica que ha ido creciendo en el país y sus consecuencias. Aunque esta forma de «disidencia» es apolítica y espontánea, es mucho más generalizada y sostenida que cualquier otra cosa que el régimen haya presenciado entre sus leales durante el levantamiento o antes del mismo. Además, esta forma de disidencia no tiene coste para los disidentes y puede evadir eficazmente los controles estatales, lo que deja al régimen, no acostumbrado a las críticas incontroladas, muy ansioso y temeroso de la posibilidad de una acción sobre el terreno fuera de las redes sociales. Eso fue precisamente lo que sucedió cuatro días después del discurso de Asad, el 21 de febrero, en Suwayda, en el sur de Siria, donde se organizó una sentada frente a la sucursal local del Partido Baaz para protestar por la escasez de gas y electricidad. Esta fue una de las razones para el anuncio del 9 de marzo de nuevas medidas estrictas por parte del Fiscal General Adjunto de Delitos de Información y Comunicación, a fin de detener la propagación de «noticias falsas y exageradas que socavan el prestigio del Estado», amenazando a los infractores con entre seis meses y tres años de cárcel, además de multas monetarias.
Consecuencias no deseadas
Tal desafío, recientemente expresado, ha estallado no solo a causa del deterioro de las condiciones económicas, sino también a los ocho años de movilización controlada por el régimen. El régimen, abrumado por el creciente desafío popular a su gobierno en 2011, respondió no solo con una represión directa sino también con una contramovilización. Trató de movilizar eficazmente a cierto segmento de la población, explotando y ampliando los temores preexistentes de cambio político en una región volátil y en una sociedad dividida. El régimen movilizó a jóvenes que le eran leales para liderar y participar en manifestaciones y actividades prorégimen y organizó también comités populares en vecindarios leales desde los primeros momentos del levantamiento.
Además de movilizar directamente a segmentos de su base, el régimen permitió también una mayor participación e inclusión de ciertos grupos y élites que habían estado fuera de su círculo tradicional de patrocinio, para que ayudaran a superar la erosión de la legitimidad y la presencia y el desempeño de un Estado cada vez más débil. Las organizaciones no gubernamentales formadas por el gobierno y los nuevos partidos políticos, permitidos por primera vez en julio de 2011 tras el levantamiento, han contribuido al nuevo ambiente de movilización controlada. Esto preparó el escenario para que nuevas caras de leales ingresaran en el Parlamento sirio y se incorporaran al sistema altamente exclusivo del país.
Esta movilización de la base popular del régimen durante la guerra ha fomentado un sentimiento de capacidad de actuar entre sus leales y alentó a ampliar los límites del compromiso social y político en relación con el régimen. Esto quedó claro en octubre con la controversia generalizada y la oposición a un proyecto de decreto presidencial que regula las funciones del Ministerio de Dotaciones Religiosas (Awqaf), que los leales consideraron que otorgaba más poderes al Ministerio. Las campañas en las redes sociales lograron forzar ciertas enmiendas al decreto, satisfaciendo y empoderando a quienes se oponían.
En otras palabras, se ha inculcado, entre los círculos de leales, la sensación de tener ciertos derechos y algunos afirman que no volverán a la situación anterior a 2011, cuando sus voces eran irrelevantes. Nabil Saleh, un parlamentario sirio que entró por primera vez en el Parlamento en 2016, lanzó una campaña en las redes sociales titulada «Alianza de Personas Honestas» para desafiar los intentos de controlar las voces de la «oposición patriótica», de la que se considera miembro. El desafiante parlementario sostuvo que «la guerra ha puesto fin a la tutela existente sobre nosotros», atribuyendo legitimidad a «las personas que envían a sus hijos a los frentes de batalla» y atacando al Frente Nacional Progresista, una alianza política prorégimen de varios partidos políticos, incluido el Partido Baaz gobernante.
El objetivo principal de Saleh parece ser preservar el derecho de una «oposición leal» a criticar y participar políticamente, afirmando que «no permitir voces de oposición fue una de las principales causas de la guerra». Sin embargo, su visión de la «oposición» es evidentemente una visión muy descafeinada, como cuando acusó a los manifestantes pacíficos de ser «terroristas» y de traición a la oposición siria. Así pues, esta tendencia de la posguerra se esfuerza por ser escuchada e incluida dentro de un sistema político fundamentalmente excluyente, en el que «el pueblo» solo se compone de lealistas. Busca su inclusión en un proceso paralelo de exclusión, y la participación de la mayoría del pueblo sirio en esa exclusión y supresión.
No obstante, el régimen de Asad sigue sin estar dispuesto a tolerar siquiera esta forma de inclusión altamente diluida. Esto no debería suponer sorpresa alguna. Asad ha optado siempre por ejercer su poder sin ninguna restricción, ya sea en forma de instituciones, ideología o presión social. En su discurso de febrero, Asad dejó claro que todas las formas de activismo y crítica relacionadas con temas públicos no tienen espacio en su reemergente Estado, aunque provengan de leales acérrimos. Está decidido a recuperar no solo «cada centímetro de Siria», como expresó en su discurso, sino también la totalidad del Estado de preguerra de total obediencia y control absoluto.
Salam Alsaadi es un periodista palestino-sirio, investigador y colaborador en varias publicaciones en árabe e inglés. Cursa actualmente un doctorado en Ciencias Políticas en la Universidad de Toronto. Tuitter: @AlsaadiSalam.
Esta traducción puede reproducirse libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la traductora y a Rebelión.org como fuente de la misma.