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Algunos antecedentes históricos

La obstinada manía del imperialismo contra la soberanía de Cuba

Fuentes: La Guerrilla Comunicacional

  …Un día nuestros fantasmas, los fantasmas de todo el universo, no hace falta que sean camaradas, basta con ser compañeros en la muerte, van a ajustarle cuentas a la historia…»     SR. La obstinada manía del imperialismo por apoderarse de la soberanía de Cuba no se inició en enero de 1959 con el triunfo […]

  …Un día nuestros fantasmas,
los fantasmas de todo el universo,
no hace falta que sean camaradas,
basta con ser compañeros en la muerte,
van a ajustarle cuentas a la historia…»    
SR.

La obstinada manía del imperialismo por apoderarse de la soberanía de Cuba no se inició en enero de 1959 con el triunfo del Ejército Rebelde comandado por el líder histórico de la Revolución cubana, Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, tampoco con la alianza de la isla al bloque socialista del este europeo.

El Destino Manifiesto, la Doctrina Monroe, las políticas de la Fruta Madura, el Gran Garrote y del Buen Vecino, articulan algunos elementos del conjunto de fundamentos, pensamientos y doctrinas de carácter histórico sobre los que se conforma la política exterior de Estados Unidos hacia Cuba y América Latina.

La doctrina del «Destino Manifiesto», fundamentaba que los estadounidenses tenían el derecho, incluso la obligación, de expandir su dominio sobre el continente, lo que llegó a considerarse que era voluntad de Dios; «…Es nuestro destino manifiesto esparcirnos por el continente que nos deparó la Providencia para que en libertad crezcan y se multipliquen anualmente millones y millones de norteamericanos…»

«América para los (norte) americanos», proclamado por el presidente James Monroe en 1823 reflejó las ideas expansionistas que posteriormente serían denominadas como «Doctrina Monroe». Dicha doctrina expresó con claridad la intención de Estados Unidos de apropiarse de toda América, en un período en que potencias europeas sometían también parte del actual territorio norteamericano.

La «Doctrina Monroe», se convirtió en la bandera diplomática de los Estados Unidos para América; junto a la teoría del «Destino Manifiesto». Estas contribuyeron a la consolidación de la conciencia nacional y la coherencia interna de los Estados Unidos en torno a la filosofía y voluntad expansionista.

Theodore Roosevelt, neoyorquino, republicano, quien gobernó en el periodo 1901-1908, expreso, «…Hablemos suavemente, pero con un gran garrote en la mano…»; atribuyéndosele la práctica del «Gran Garrote» o «Diplomacia de la Cañonera».

Esta política de «Gran Garrote», tiránica e intervencionista, se mantuvo hasta 1934 que es reemplazada por la del «Buen Vecino» o «New Deal» (Nuevo Contrato) como respuesta a la decadencia de la «Diplomacia de las cañoneras» y a la gran crisis económica de 1929.

Desde épocas tan tempranas como 1781 comenzaron a hacerse públicas las primeras manifestaciones expansionistas de Estados Unidos, Thomas Jefferson, quien gobernó en el periodo 1801-1809, diseñó un plan para anexarse a Cuba, la Florida y México. En abril de 1823, John Quincy Adams, entonces secretario de estado, expreso «…Cuba ha venido a ser de trascendental importancia para los intereses políticos y comerciales de la Unión…».

Entre los años 1823 y 1827, los gobiernos estadounidenses de turno disponían de «agentes especiales» que se radicaron en Cuba, para obtener información de carácter estratégico que les dieran ventajas en la futura guerra ,hispano-cubana-norteamericana en función de sus intereses intervencionistas. Por este canal fueron enviadas en notas confidenciales al Departamento de Estado Informaciones relacionadas al estado de la población, los grupos políticos de la Isla, recursos naturales, capacidad de los independentistas cubanos y otras de carácter militar sobre las fuerzas españolas.

El Presidente estadounidense, demócrata, James Knox Polk (1845-1849), y su secretario de Estado James Buchanan, intentaron comprar Cuba a la Corona de España, lo cual no lograron. En ese contexto el propio Buchanan declararía «…Debemos tener a Cuba, no podemos seguir sin ella y sobre todo no debemos tolerar que sea transferida a Gran Bretaña; tenemos que obtenerla mediante un golpe de Estado, Cuba ya es nuestra…»

En 1854 ministros estadounidenses del gobierno demócrata de Franklin Pierce, hacían público el Manifiesto de Ostende, en el cual recomendaban que, en caso de que España se negara vender a Cuba «…Entonces por todas las leyes humana y divinas estaremos justificados en arrebatárselas a España…»

Los planes de asfixiar a Cuba económicamente tuvieron su engendro en los intentos de arrebatar la Isla del dominio español. Las instrucciones enviadas al jefe militar estadounidense en la Cuba de 1898, parecieran copia fiel de la estrategia imperialista llevada a cabo desde enero de 1959; «…Concentrar el bloqueo de modo que el hambre y su eterna compañera la peste, minen a la población civil y diezmen el ejército cubano, crear dificultades al gobierno independiente, prestar ayuda a la oposición…». Así rezaba la instrucción enviada al jefe militar estadounidense destacado en la Isla en 1898.

El 15 de febrero de 1898, explotó, en la bahía de la Habana, el acorazado «Maine», buque de segunda clase de la armada estadounidense de la época. Todos culparon a España y el 22 de abril partía de Cayo Hueso hacia la Habana, la flota de guerra estadounidense, siendo bloqueados los principales puertos y bahías.

Para el 1ro de octubre se tenía lugar en Paris, la primera reunión entre los representantes de España y Estados Unidos, sin que fueran convocados los patriotas cubanos, que, para esa fecha, como es conocido, ya tenían prácticamente derrotadas a las fuerzas españolas.

El 10 de diciembre quedó formalmente concluida la guerra hispano-cubano-americana, con la exclusión de Cuba del Tratado de Paz.

Los años de la neocolonia se caracterizaron por la determinante y amarga presencia estadounidense en la vida política, económica y social de Cuba.

El presidente, Franklin Delano Roosevelt (1933-1945), no solo negó el reconocimiento del gobierno de Ramón Grau San Martín convertido a la postre en el llamado «gobierno de los Cien Días,» sino que promovió acciones para derrocarlo.

Para enero de 1934, el gobierno de los Estados Unidos a través de su Embajador en la capital cubana, Jefferson Caffery apoyó a Fulgencio Batista para el derrocamiento del gobierno de Grau San Martín, imponiéndole al pueblo cubano la figura de Carlos Mendieta Montefur.

Mendieta Montefur le posibilitó a Estados Unidos mantener de manera indefinida la ocupación militar estadounidense del territorio cubano donde, aún, continúa enclavada la ilegal «Base Naval de Guantánamo».

De 1934 a 1940, el hombre de confianza del gobierno estadounidense, Fulgencio Batista Zaldívar, comandó tras bastidores hasta su llegada a la presidencia de la República en 1940. Su gobierno, según Washington, estuvo marcado por «el volumen y el tamaño de la corrupción», su alineamiento incondicional a los intereses de dominación con la política exterior estadounidense y la consolidación de la dependencia de la economía cubana a los intereses del mercado estadounidense.

Batista, en este periodo, permitió también que Washington utilizara el espacio aéreo, marítimo y terrestre, dispusiera de varias bases aéreas y navales con uso exclusivo durante la Segunda Guerra Mundial, sin reciprocidad, poniendo así la soberanía nacional a disposición de los Estados Unidos.

En la primavera de 1934, el 17 de abril, Benjamín Sumner Welles, entonces subsecretario de Estado, envió al embajador cubano una copia del Proyecto del Tratado destinado a sustituir el Tratado Permanente de 1903, como base para las conversaciones bilaterales.

El documento señalaba que el Tratado de Relaciones, concluido el 22 de mayo de 1903 dejaba de tener validez, a excepción de las cláusulas contenidas en el artículo IV, en relación con la ratificación y validación de todos los actos realizados por los Estados Unidos durante la ocupación militar.

El nuevo proyecto no implicaba cambio alguno en la obligación de la República de Cuba a venderle o arrendarle a los Estados Unidos tierras para carboneras o estaciones navales, ni se alteraban las estipulaciones en los Convenios existentes concluidos por los dos gobiernos en cumplimiento de dicha obligación, del 23 de febrero de 1903 y el complementario correspondiente a ese arrendamiento del 2 de julio de 1903.

Estados Unidos proyectó el Tratado de Relaciones de 1934 como un gran hecho propagandístico de limpieza de imagen hacia Cuba y al resto de la región.

En diciembre de 1958 ya la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) realizaba intentos para impedir el triunfo revolucionario. El ex embajador de Estados Unidos en Brasil, Willian Pawley, con el apoyo del Jefe de la estación CIA en la Habana, le propuso al dictador cubano, Fulgencio Batista, la creación de una junta de gobierno a la que este le entregaría el poder, inescrupulosa maniobra frustrada por la oportuna visión del joven Comandante Fidel y el rotundo apoyo que el pueblo cubano ofreció a su digna conducta.

En fecha tan temprana como marzo de 1959, los hacedores de la política exterior estadounidense ya habían decidido que «…no sería posible lograr sus objetivos con Castro en el poder…». En los meses de julio y agosto del propio año se inicia la elaboración de un programa para «sustituir al líder cubano».

La escalada política, militar y de subversión fue en incremento, contraria a propósitos y principios del derecho internacional, violando convenciones, voluntades y obligaciones establecidas en la Carta de la Naciones Unidas y las convenciones sobre las relaciones diplomáticas y consulares, entre otras, todo lo cual impactó negativamente el sistema de relaciones interamericanas e internacionales.

El 6 de Julio de 1960 el Presidente David D. Eisenhower anunció que Estados Unidos no compraría más azúcar a Cuba. Dos meses más tarde fueron prohibidas las exportaciones a la Isla. El 4 de marzo de 1960, a la usanza del «Maine», los servicios secretos estadounidense, hicieron explotar, en el puerto de la Habana, el carguero francés «La Coubre», portador de armas provenientes de Bélgica. El siniestro provocó muerte y duelo al pueblo cubano.

En relación a este hecho, el entonces Primer Ministro, Fidel Castro expresó; «…Tenemos derecho a pensar que los que por vía diplomática intentaron que no adquiriésemos esos equipos, bien pudieran haberlo intentado también por otros procedimientos…». El jefe de la revolución alertó, además, que en esta ocasión a diferencia del «Maine», esta generación no se dejaría arrebatar la independencia.

Días después del sepelio de las víctimas de este acto de terrorismo de Estado, los diplomáticos estadounidenses radicados en la Habana, informaban a Washington «…No hay esperanza de que los E.U. puedan establecer jamás una relación satisfactoria con el gobierno cubano mientras estuviera dominado por Fidel, Raúl, el Che y demás compañeros de ideas afines…»

En marzo de 1960 se aprueba la Operación Pluto, proyecto de la CIA en función de reclutar un ejército de exiliados cubanos y entrenarlos en territorio de Guatemala donde existía una base militar estadounidense, con la perspectiva de intervenir militarmente en la isla.

La Operación Pluto se convierte, en el mes de noviembre del propio año, en la Operación Trinidad, al incrementarse el entrenamiento de guerrilla, preparando tropas de asalto anfibias y aerotransportadas. Ambas operaciones constituyen el preludio de la futura invasión a Playa Girón (Bahía de Cochinos), finalmente materializada en abril de 1961.

El 3 de enero de 1961 el presidente Eisenhower rompe relaciones diplomáticas con Cuba y para el día 4 del propio mes el personal diplomático estadounidense abandonaba el país. Dos días antes, el líder de la revolución cubana, Fidel Castro Ruz, había calificado de «nido de espías», a la embajada estadounidense en la Habana.

En noviembre de 1961, el gobierno estadounidense aprueba oficialmente la Operación «Mangosta», el plan más costoso y tenebroso, a la vez, que haya ejecutado una administración estadounidense contra la Revolución cubana.

El plan de acción de esta Operación, incluía atentados al Comandante en jefe, acciones terroristas y guerra psicológica. Constituyó, además de un gran fracaso de la política exterior estadounidense, un capitulo nefasto para las relaciones internacionales, instituciones, organizaciones regionales, con su máxima expresión en la OEA, así como para la organización de las Naciones Unidas en cuyo escenario la Revolución cubana se erigió como voz de la dignidad, soberanía y la independencia.

A partir de agosto de 1962 comenzaron a circular rumores sobre la instalación en Cuba de misiles de alcance medio. En octubre del propio año, un reconocimiento aéreo estadounidense lo confirmó, por lo que el 22 del propio mes el Presidente estadounidense anunció su intención de aplicar el bloqueo naval a Cuba, exigiendo que la entonces Unión Soviética desmantelara todas las instalaciones descubiertas.

Estos hechos tienen como antecedente que ante las crecientes amenazas de intervención militar directa de los E.U. Cuba recibiría el apoyo militar de la entonces Unión Soviética.

Los contactos entre estadounidenses y soviéticos, así como su posterior acuerdo, se efectuaron a espaldas de la dirección cubana. El 28 de octubre de 1962, los dirigentes soviéticos accedieron a las demandas de Kennedy. Solo una solicitud imperialista no fue cumplida; Cuba no permitió la inspección del suelo patrio por los estadounidenses por considerarlo lesivo a la dignidad y soberanía nacional.

La dirección de la Revolución dejó clara y públicamente expresa su absoluta inconformidad por la realización de las conversaciones a espalda de la nación y ello ocasionó tensiones en la joven Revolución y la dirección soviética, lo que más tarde fue motivo de atención entre ambos gobiernos.

Durante el conflicto histórico entre Estados Unidos y la Revolución cubana, el tema migratorio ha sido una de las armas más usada en la estrategia de subversión contra la Isla, desde la protección dada por el gobierno yanqui a los asesinos que sostenían el régimen de la dictadura del general golpista, Fulgencio Batista, que como prófugos de la justicia revolucionaria eran acogidos por el gobierno norteamericano desde el mismo 1ro de enero de 1959 y su séquito de vándalos y asesinos.

En 1966, en detrimento de los principios que rigen el derecho internacional, la administración estadounidense promulga la Ley de Ajuste Cubano, concediendo residencia legal y posibilidades de empleo a los ciudadanos cubanos que hayan llegado ilegalmente a territorio estadounidense, convirtiéndose en una de las operaciones de mayor envergadura con fines desestabilizadores y de impacto mediático que les permitía justificar la sostenida beligerancia imperialista contra la Isla. Como de costumbre en la política exterior de doble rasero, Estados Unidos se convertía en una país con «dos leyes migratorias».

La estimulación a la emigración, desde el mismo triunfo de la Revolución cubana, de profesionales, que generó la perdida de alrededor de tres mil médicos y la planificación, financiamiento y ejecución de la Operación Peter Pan, fueron evidencias de hasta dónde estaban dispuestos a llegar los políticos norteamericanos, en función de hacer fracasar a la Revolución cubana.

Al estilo de Joseph Goebbels, la propaganda imperialista, generada en los laboratorios de la Agencia Central de Inteligencia, puso a rodar la «noticia» de que el Gobierno revolucionario les quitaría los hijos a sus padres, privándoles de la patria potestad; convirtiéndose la «Operación Peter Pan». De esta manera más de 15 mil niños fueron separados de su familia, en uno de los capítulos más mezquinos en la historia de las cruzadas de calumnias, mentiras y fechorías de todo tipo contra Cuba, aplicadas por los gobiernos de turno de la Casa Blanca.

La vinculación y anuencia de la jerarquía católica cubana de la época, en relación a la «Operación Peter Pan», el apoyo de la institución religiosa a las acciones estadounidense que dieron al traste con la expulsión de Cuba de la OEA, con la pastoral, «Circular Colectiva del Episcopado Cubano», en franca alianza a los elementos expuestos por el gobierno norteamericano en la llamada «Declaración de San José»2, así como la participación de sacerdotes y laicos en acciones subversivas y su membresía en organizaciones contrarrevolucionarias, incluso como agentes CIA, caracterizaron el escenario de las relaciones Iglesia – Revolución en los primeros años que sucedieron a la victoria del ejército rebelde encabezado por el Comandante Fidel Castro.

Fueron permanentes y sistemáticos los intentos de desprestigiar a la Revolución cubana desde los Organismos Internacionales comprometidos con la estrategia imperialista. Se estimuló desde los laboratorios de la subversión la creación, financiamiento y preparación de articuladores internos a quienes «bautizaron» como «disidentes»; a estas campañas se incorporaron los aliados europeos ex socialistas.

Los sectores académicos, intelectuales y artísticos literarios no escaparon al impacto e influencia de la estrategia enemiga; temas como el racismo, la libertad de expresión y creación, reflejada en la plástica, literatura, el cine y las artes escénicas mostraban lecturas desde la crítica más nociva.

La década de los noventa fue escenario idóneo para que el entramado subversivo impactara en la sociedad cubana, en general; la crisis económica generada por el recrudecimiento del bloqueo económico estadounidense y el quebranto total de los principales socios comerciales del extinto campo socialista europeo, también tuvieron su expresión en la pérdida de valores éticos, morales y la desconfianza en el futuro de la Revolución.

La permanente intromisión en los asuntos internos de Cuba, el intento de socavar la representación cubana ante la comunidad internacional, la introducción del tratamiento a los Derechos Humanos y otros pretextos irracionales fueron puesto en práctica sin el menor escrúpulo, a la vez que ejecutan y financian de manera encubierta operaciones de subversión para generar confusión y rechazo de la comunidad internacional sobre el Estado cubano constituye una franca violación e irrespeto a la Carta de las Naciones Unidas y su artículo 2, que establece la igualdad soberana, cumplir las obligaciones contraídas según la Carta y arreglar las controversias internacionales por medios pacíficos y no poner en peligro la paz.

Sistemáticos planes de subversión, guerra económica, ideológica y agresiones directas se ejecutan contra Cuba, acciones armadas contra los intereses cubanos por parte de los grupos contrarrevolucionarios radicados en Estados Unidos, episodios de terrorismo utilizando mercenarios reclutados en países hermanos, el hostigamiento constante sobre la Isla, vuelos provocadores sobre territorio legal cubano y maniobras militares provocadoras e intimidatorias.

La imposición de leyes extraterritoriales, inclusión en listas «negras» y la creación de una oposición artificial han tenido el mismo fin, desde la intervención yanqui en la guerra hispano-cubana, hasta la historia más reciente, «hacer sufrir» al pueblo cubano para empujarlo a deshacerse de su gobierno y soberanía.

La extraordinaria página de servicios a la humanidad prestada por el pueblo cubano y su Revolución, el protagonismo alcanzado por la pequeña Isla en la geopolítica internacional en defensa de los pobres de la tierra, así como su desarrollo cultural, científico y humano, continuaran erigiéndose en fortaleza contra la sempiterna y obstinada manía del imperialismo estadounidense de arrebatar la soberanía y dignidad del noble pueblo cubano.