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Tras el último atentado de ETA

La Peineta

Fuentes: Apuntes del Natural

No tengo el menor interés en que los Juegos Olímpicos de 2012 se celebren en Madrid. Dicen que es esa posibilidad la que ha decidido a las autoridades a hacer un importante esfuerzo para mejorar las infraestructuras de la capital del Estado, lo que va a beneficiar a la población. Digo yo que, de no […]

No tengo el menor interés en que los Juegos Olímpicos de 2012 se celebren en Madrid.

Dicen que es esa posibilidad la que ha decidido a las autoridades a hacer un importante esfuerzo para mejorar las infraestructuras de la capital del Estado, lo que va a beneficiar a la población. Digo yo que, de no plantearse la perspectiva olímpica, algo habrían hecho de todos modos para que Madrid resulte menos imposible. Pero, sea como sea, el caso es que esas obras ya están en marcha y se concluirán, con JJOO o sin ellos.

Aún menos convincentes me parecen los otros beneficios de interés colectivo que se pretende que acarrearía el acontecimiento. Es obvio que acoger, alimentar y divertir a muchísimas más personas de las que habitualmente visitan Madrid obligaría a crear un montón de servicios que generarían empleo y darían dinero. Pero, una vez terminada la cita deportiva, ¿cuántos de esos servicios no se convertirían en inútiles? Conviene no perder de vista la experiencia de la Expo de Sevilla.

A cambio, de lo que no me cabe la menor duda es de que, si se celebraran los Juegos Olímpicos del 2012 en Madrid, asistiríamos -o asistirían, los que siguieran vivos entonces- a un inacabable e insufrible festival de patriotería. De esa patriotería que de modo tan castizo sintetizan las pegatas que lucen algunos coches capitalinos: «Español, un orgullo; madrileño, un título». La simple perspectiva me horroriza.

Imagino que con lo antedicho quedará claro que, lo que es a mí, el proyecto del Madrid olímpico me conmueve más bien poco, por lo menos a favor. Pero tanto da eso para que me parezca menos detestable el intento de ETA de boicotear a bombazo limpio y por su cuenta el acontecimiento.

Si me apuntara a los tópicos al uso, afirmaría que las bombas de ETA no pintan nada en ningún lado. Ni en el debate sobre los Juegos Olímpicos madrileños, en el supuesto de que lo hubiera, ni en el debate sobre el futuro de Euskadi, que sí lo hay.

Pero cometería un error. Porque las bombas de ETA sí pintan. Para mal.

En el caso de Madrid, porque van a acentuar los sentimientos anti-vascos en general y, más en concreto, la hostilidad de la opinión pública española hacia cualquier política que busque una salida negociada al llamado «conflicto vasco». En el entramado de la política vasca, porque van a zancadillear los esfuerzos hechos, de un lado y de otro, para lograr que la izquierda abertzale tenga el peso que le corresponde en la acción política.

¿Cómo explicar acciones como ésta del estadio de la Peineta? Cuando reflexiono sobre ello, me asaltan dos tentaciones. La primera es pensar que sus autores se están equivocando de táctica. La segunda, concluir que no, que lo que quieren es suscitar las reacciones que de hecho provocan.