La reciente decisión de los dirigentes sauditas de renunciar al puesto de miembro no permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (NU) ha sorprendido a muchos observadores, al tiempo que para otros es un claro síntoma del peligroso juego que desde hace años viene desarrollando la monarquía del Golfo tanto en materia internacional como […]
La reciente decisión de los dirigentes sauditas de renunciar al puesto de miembro no permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas (NU) ha sorprendido a muchos observadores, al tiempo que para otros es un claro síntoma del peligroso juego que desde hace años viene desarrollando la monarquía del Golfo tanto en materia internacional como en su política doméstica.
La renuncia oficial se ha querido maquillar en torno a unos argumentos que suenan a excusas, la supuesta defensa de la causa palestina y el doble rasero en torno al uso del derecho a veto de algunos países en el citado Consejo. Resulta irónico que los dirigentes sauditas demanden la reforma de UN, alegando que es un producto fruto de la II Guerra Mundial, mientras se olvidan que el reino saudí es el resultado de una alianza tribal y religiosa, que data del siglo XVII, y que necesitaría reformas estructurales de calado para alcanzar un mínimo label democrático.
Tal vez las declaraciones del príncipe Turki Al-Faisal Al-Saud, antiguo director de la inteligencia del reino saudí, en una reciente entrevista permitan entrever las verdaderas razones de esta nueva maniobra saudí. Turki señalaba dejaba entrever su enfado con la política exterior de EEUU en los últimos meses, y lanzaba una frase que algunas pueden interpretar como un serio aviso: «Hemos sido pacientes durante mucho tiempo, pero cuando hay que tomar medidas, lo hacemos rápidamente».
El enojo de la diplomacia saudí con EEUU se ha acentuado en los últimos meses. El apoyo inicial de Washington al gobierno de los Hermanos Musulmanes en Egipto y la posterior reducción de ayuda militar y financiera a los militares golpistas egipcios; la respuesta de EEUU al ataque de armas químicas en Siria y el posterior acuerdo con Rusia; los recientes contactos con Irán y la llamada de Obama al presidente iraní, son algunas muestras que en Riad se perciben como un desplazamiento, y por ello intentan mostrar músculo.
Desde distintos medios de comunicación y sectores del reino se han sucedido las presiones para «actuar de manera unilateral, llegado el caso, e incluso como si Washington no existiese». Es decir, «debemos poner en marcha un enfoque unilateral para proteger nuestros propios intereses, y debemos cultivar nuevos patrones de seguridad para compensar la actitud norteamericana».
Por un lado, se están produciendo nuevos contactos con actores internacionales como China, India, Rusia y algunos gobiernos europeos. Y por otro lado se está buscando reforzar el Consejo de Seguridad del Golfo (CSG) y nuevas alianzas con otros países musulmanes. Si el primer movimiento está en fase de inicio, y obedece a un intento de poner nervioso a EEUU más que un giro radical de la política exterior saudí, en el segundo movimiento los obstáculos son evidentes.
Las diferencias de intereses y estrategias entre los estados del Golfo son importantes, y esa competencia impide una postura unitaria firme. La rivalidad de Qatar y Emiratos en la crisis libia; o entre Qatar y Arabia Saudí en Siria; la abstención de Kuwait para mandar tropas a Bahrein; e incluso Omán, «la excepción de la región», que mantiene buenas relaciones con Irán, son algunos ejemplos.
Además, desde otros países musulmanes se «agradece» la ayuda militar y económica de Riad, pero son conscientes que las poblaciones de esos estados no desean un modelo social y político como el saudí. Así, Marruecos no hace ascos a a las citadas ayudas, pero prefiere mirar a Europa de cara a futuros movimientos; Jordania colabora en ambos ámbitos con los países del CSG, pero Kuwait vetaría cualquier acceso; por su parte, Egipto bastante tiene con resolver su delicada situación interna.
Arabia Saudita sigue presentando muchas incógnitas y dudas. En los últimos meses, y al hilo de la llamada primavera árabe se están produciendo importantes movimientos de protesta, de momento sobre todo en las redes sociales, entre los jóvenes del país. Una juventud con importantes estudios asiste impotente a un auge del desempleo y de la represión contra la disidencia.
Frente a cualquier protesta, la respuesta del régimen saudí se basa en mayor represión y mano dura a la disidencia, el uso de la carta sectaria para dividir (todos son agentes de Irán) y la censura.
Las movilizaciones en la región pillaron por sorpresa a los dirigentes saudíes, y pronto reaccionaron en una doble vertiente: defensa de la estabilidad, para ello sofocar las protestas (Bahrein y la provincia Oriental de mayoría chií son buenos ejemplos) y conservar el status quo actual (de ahí su temor a que la ideología de los Hermanos Musulmanes acabe calando en las comunidades sunitas).
Los dirigentes saudíes intentan contener cualquier cambio en la región, y la rivalidad con Irán les lleva en ocasiones a buscar aliados cuando menos muy peligrosos. La financiación, el apoyo religioso o el suministro de armas a los grupos jihadistas es un arma de doble filo que ya lo sufrió en sus propias carnes con el atentado de 2003 en Riad. Si bien la reacción del régimen contra esos grupos hizo decrecer el peligro interno, todavía son muchas las dudas de esos lazos.
Amnistía Internacional (AI) acaba de publicar un informe en el que denuncia que Arabia Saudí no ha cumplido ninguna de las promesas para respetar los derechos humanos. En el documento, titulado «Promesas incumplidas» señala que bajo la apariencia de medidas de seguridad o antiterroristas, la tortura es un uso generalizado e impune, y que además las confesiones obtenidas bajo tortura tienen gran peso en los procesos judiciales.
Para AI en la monarquía del Golfo se producen todo un abanico de violaciones sistemáticas de los derechos humanos: discriminaciones contra la mujer en la ley y la práctica; abuso de trabajadores migrantes; discriminación de las minorías; ejecuciones en juicios sumarios y confesiones obtenidas bajo torturas y otros malos tratos.
Toda una serie de factores planean sobre ese escenario y en las próximas semanas otros movimientos pueden unirse a ellos.
Los acontecimientos en los llamados tres pilares del mundo sunita (Turquía, Egipto y Arabia Saudí) tendrán consecuencias directas en la región, pero también influirán la retirada de EEUU de Afganistán, los posos de la llamada primavera árabe, la conferencia de Ginebra II sobre Siria o la complicada situación en Sudán.
A pesar de las dificultades que en estos instantes atraviesan las relaciones con EEUU, es muy pronto para anticipar un giro estratégico en el reino, y por otro lado, de momento, no parece que el propio régimen se vea en peligro de perder su «estabilidad actual». Sin embargo, esos reveses diplomáticos y la lucha por el poder en la región (sobre todo con Irán) pueden alterar la ecuación final.
Txente Rekondo.- Analista Internacional.
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