Los recientes enfrentamientos armados que han sacudido las calles de Beirut, Trípoli u otras zonas libanesas han vuelto a traer a primera línea informativa la compleja realidad del Líbano y el difícil equilibrio que se mantiene en aquél estado. Desde el principio de esta «penúltima crisis», desde el mismo país nos indicaban que la situación […]
Los recientes enfrentamientos armados que han sacudido las calles de Beirut, Trípoli u otras zonas libanesas han vuelto a traer a primera línea informativa la compleja realidad del Líbano y el difícil equilibrio que se mantiene en aquél estado.
Desde el principio de esta «penúltima crisis», desde el mismo país nos indicaban que la situación era grave, pero que nada hacía presagiar una vuelta a la guerra civil del pasado, la coyuntura y el contexto actual distaban mucho de aquella otra realidad. Frente a los estereotipos que abundaban en la prensa occidental, los conocedores de aquella situación no se equivocaban.
En esta ocasión el desencadenante de la crisis se ha debido a un error de cálculo del gobierno pro-occidental libanés, que dejándose engatusar por las recomendaciones y consejos de Estados Unidos y de Arabia Saudita ha subestimado la capacidad de reacción de Hezbollah.
La tormenta política que planeaba sobre el escenario libanés amenazaba con descargar en cualquier momento. Las protestas de los últimos meses contra el gobierno del que es figura muy importante Hariri se incrementaron hace unos días con la convocatoria de huelga por parte de algunos sindicatos, en protesta por el aumento de los precios. A reglón seguido, y tal vez a raíz de los enfrentamientos entre manifestantes y el ejército libanés, Hariri y sus aliados esperaban que éste acabara con su posición neutral y se decidiera a respaldar las políticas del gobierno contra Hezbollah.
Las decisiones gubernamentales, de cerrar la red de comunicaciones de la resistencia libanesa, clave en la derrota israelí de hace unos meses, y sobre todo, la decisión de destituir al responsable de seguridad del aeropuerto internacional, suponían «cruzar la línea roja». El líder chiíta, Hasan Nasrallah, denunció esa maniobra como una «declaración de guerra». Era un intento de debilitar la capacidad militar y política de Hezbollah, al tiempo que se dejaba vía libre para que en el aeropuerto internacional de Beirut desembarcasen agentes de los servicios secretos norteamericanos e israelíes, y acabaran convirtiendo el propio aeropuerto «en una base de la CIA, del FBI o del Mossad». No en vano, desde hace algún tiempo, las fuentes chiítas señalaban los intentos de infiltrar esos agentes en Líbano a través del aeropuerto.
No han tardado mucho los dirigentes del gobierno y sus aliados en darse cuenta de su error, por eso el propio Hariri ha intentado dar marcha atrás señalando «que todo se ha debido a una mala interpretación de sus actos». También es interesante el papel que está jugando en esta crisis de un camaleón político como el líder druso, Salid Jumblatt, que ha pasado de ser un aliado de Hezbollah y Siria, a convertirse en un duro crítico de ambos y un fiel apoyo de la política de EEUU. Su tono amenazador ha cambiado en poco tiempo, sobre todo a raíz de que las fuerzas de Hezbollah y sus aliados rodeasen su residencia en Beirut y comenzasen a extender los combates a las zonas drusas.
En el escenario libanés no podemos olvidar los intereses que tienen los diferentes actores extranjeros y que condicionan en buena medida el desarrollo de los acontecimientos. Así, Israel, EEUU y Arabia Saudita buscan acabar con la alternativa de Hezbolah, mientras que Irán y Siria mueven sus fichas en base a sus propios cálculos.
En esa red de movimientos e intereses puede hacer presencia un nuevo actor, que en el pasado ya ha dado tímidas muestras de aprovecharse de la coyuntura. Se trata de organizaciones de la órbita ideológica de al Qaeda, siempre dispuestas a aprovecharse de cualquier situación de enfrentamiento para sacar sus propios réditos.
En este sentido conviene alertar de los intentos de Arabia Saudita, con el apoyo estadounidense, para crear milicias sunitas contrarias a Hezbollah, algunas de las cuales han debido recibir entrenamiento en la vecina Jordania. De momento esos intentos por articular una alternativa armada al movimiento chiíta han fracasado, pero de esos errores se pueden aprovechar otro tipo de organizaciones que tras recibir apoyo logístico y económico, ha desarrollado su propia agenda. Diversos ejemplos podemos encontrar en un pasado reciente en otros lugares, y algunos atentados en Líbano en los últimos meses podían llevar la marca de esos grupos.
Algunos analistas y políticos han querido presentar el desenlace de esta crisis como un «golpe de Hizbullah», cuando como bien ha señalado el dirigente de esa organización, Nasrallah, «si hubiésemos pretendido dar un golpe de estado, esos dirigentes del gobierno estarían ahora en prisión o hubieran sido arrojados al mar».
De lo que nadie duda es que todo ello ha supuesto una victoria política y militar de Hezbollah, e incluso hay quien señala que se ha dado al mismo tiempo un triunfo moral, «al evitar una guerra civil». En ese sentido ha sido clave la actitud de la milicia chiíta de traspasar el control de las zonas que habían controlado al ejército libanés, evitando ahondar más en los enfrentamientos esporádicos que podían reproducirse.
El movimiento de Hezbollah debe interpretarse como un gesto con una doble lectura. Por un lado de cara a la propia población libanesa, a la que vuelve a mostrar su capacidad y su decisión para defender el país, y por otro lado supone una señal, o un aviso, para esas fuerzas locales y extranjeras que quieren derrotar al partido chiíta y pasar a controlar el Líbano, condicionándolo en función de sus propios intereses.
En este complejo puzzle libanés son muchas las fuerzas y los intereses que se nos presentan, y a todos los mencionados hasta ahora cabría añadir al propio ejército libanés, que si hasta la fecha ha sabido mantener una estricta neutralidad, cualquier intento por hacerlo partícipe de ese pulso por el poder podría acabar llevándole a los difíciles momentos del pasado, cuando sufrió una fractura sectaria de la que le ha costado reponerse.
El pulso entre Teherán y Riad, las amenazas israelíes, las maniobras de Washington, los movimientos de Damasco y la lucha entre el actual gobierno e Hizbullah y sus aliados son factores a tener en cuenta a la hora de afrontar el futuro libanés.
En esta penúltima crisis el claro vencedor, una vez más, ha sido Hezbollah, ya que ha sido capaz de evitar que los esfuerzos para debilitar su capacidad política y militar, e incluso su liderazgo, y sobre todo de minar su credibilidad ante buena parte del pueblo libanés tuvieran éxito. Cada vez son más en Líbano los que ven al movimiento chiíta como la única alternativa para estructurar un país independiente y soberano, ajeno alas maniobras de actores extranjeros y de sus apoyos locales.
El carpetazo a esta crisis se puede producir en poco tiempo, las informaciones que apuntan la marcha atrás del gobierno con sus medidas anunciadas hace unos días, y el inicio de negociaciones así parecen sugerirlo. Sin embargo no es descabellado afirmar que la próxima crisis libanesa ya está anunciada aunque todavía no se haya materializado, y a pesar de que la penúltima esté a punto de cerrarse.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)