No es que las revoluciones hayan muerto. Se trata de la resurrección de la violencia epistémica. Mientras John Kerry advierte sobre «la necesidad de abatir a los movimientos salafistas que han proliferado en Marruecos, Túnez, Somalia y Libia», Al Assad y su familia dicen que «tendrán mano dura contra los radicales en su país». Paris […]
No es que las revoluciones hayan muerto. Se trata de la resurrección de la violencia epistémica. Mientras John Kerry advierte sobre «la necesidad de abatir a los movimientos salafistas que han proliferado en Marruecos, Túnez, Somalia y Libia», Al Assad y su familia dicen que «tendrán mano dura contra los radicales en su país». Paris dice que «está francamente preocupada por el destino de los terroristas que expulsó de Mali», a la par que la élite británica sugiere «la alerta máxima ante los ataques terroristas en Kenia y Tanzania». Y aunque todos alertan a todos del mismo peligro, lo más preocupante no son sus palabras sino las acciones que le acompañan. Son justamente las prácticas discursivas del radicalismo islámico las que tratan de restablecer lo que las revoluciones árabes habían enterrado en la plaza Tahrir hace solo algunos meses, es decir, la sombra del terrorismo y el miedo que encarnaba la figura de Osama Bin Laden y el denominado «terrorismo islámico».
Es como sacar a Bin Laden de la tumba, o mejor ficho, del mar. Así como se presume que su cuerpo se sumergió como una roca llena de culpas y pecados, ahora su sombra flota en la arena de la contra revolución impregnándole su olor a muerte que es igual o más dañino para los que mantienen viva la lucha. Citando los eslóganes de muchos jóvenes iraquíes en sus levantamientos desde 2003: «el radicalismo es muerte y la revolución es vida»; aunque para las redes de poder y sus centros esta sentencia sea totalmente al contrario pues para ellos la radicalización y la división de la sociedad es la única garantía de sobrevivencia.
Y es que ciertamente las prensas internacionales, como es costumbre, nublan el panorama con noticias que dispersan este olor a muerte que para otros es una forma de vida. Nadie habla de la llegada de una nueva generación de partidos demo-islamistas alejados tanto de la visión conservadora del Islam al estilo jomeinista como del nacionalismo al estilo nasserista, y que enteramente están dispuestos a entrar en el juego democrático y sustituir regímenes autoritarios tratando de modelar el estado del que ya estaban hartos desde hace décadas. Nadie habla de las zonas de contacto entre los jóvenes revolucionarios del 25 de enero y los dirigentes de las fábricas textiles, entre los grupos feministas y los blogueros anti guerra, y mucho menos de la nueva generación que la revolución egipcia creó de los hermanos musulmanes que, lejos de ser parte de enfrentamientos con los militares en las calles del Cairo que se libran justo ahora, se planta junto a los socialistas en las asambleas para decir que Islam y la democracia si son compatibles, esto si se toma una perspectiva más amplia y diversa de ambos conceptos como formas de vida, de diálogo y de traducción cultural. Esto por supuesto que ya no se hace en la plaza Tahrir sino en las casas de valientes hombres y mujeres que no se dan por vencidos y siguen sus debates en diversos foros locales y regionales, esto porque los líderes que pretenden gobernar Egipto, al también tomar partido por la peste del radicalismo, han ocupado Tahrir como si se tratara de una zona de guerra conquistada tras las revueltas al poner barricadas y cercas en las calles que dan acceso a ella militarizando el espacio público que conduce a, que contrariedad, la enigmática plaza de la liberación.
Ahora, ante la confusión que asesinatos, golpes militares, intervenciones extranjeras y pactos de desarme químico han traído a la opinión pública, el determinismo radical del islamismo intenta explicar dicho panorama de la región mediante la persuasión al ciudadano egipcio, tunecino, libio, yemení, etc, de que, si bien su revolución ha terminado con los regímenes anteriores, aunque autoritarios, también se ha terminado con los regímenes «garantes de la estabilidad y la seguridad de las personas contra los radicales», esos mismos radicales que ahora vuelven y resucitan impregnados de olor a muerte, por lo que una oleada de inseguridad, barbarie y terrorismo estará por venir a no ser que la sociedad decida volver al «verdadero Islam», aquel que promueven los propios salafistas muchos de ellos cómplices de esta confusión, o, por otra parte, a menos que la sociedad cambie su indignación por su resignación y se conforme con la supuesta seguridad que los regímenes extra territoriales le ofrecen para combatir a los radicales. Esto dará pie a las políticas que estamos presenciando ya en las elites de gobiernos occidentales, esto es, una nueva política de supuesta defensa de la paz y la seguridad humanas mediante técnicas y métodos bélicos, de intervención, de ayuda humanitaria, e incluso, de diplomacia tal como ocurre en el caso sirio, en el caso afgano, en el caso iraní, cuyos arreglos políticos han sido más causa de la disuasión y los nudos geopolíticos que de la buena voluntad de sus regímenes.
Estamos, a mi juicio, ante el regreso de la vieja violencia epistémica como antídoto a las refrescantes alianzas de una sociedad pluridiversa que, aún sin los recursos que tienen los poderosos, ha logrado grandes hazañas como paralizar por momentos a las redes de poder y a algunos de sus representantes poscoloniales. Sin embargo, esos resultados del diálogo, de la creatividad y del activismo colectivo sin líderes que se habían hecho en los espacios públicos, tienen que seguir creciendo en medio de la peste del radicalismo, el olor a muerte y las mentiras de los medios desde espacios cada vez más cerrados y vulnerables, hablando no solo de Internet y los teléfonos, sino de la misma casa, el mercado y la fábrica donde se encontraron las primeras zonas de contacto que inundaron el midan en su momento y que ahora se ven frente a frente con la pólvora del radicalismo, una pólvora que es traída no más del lejano Oriente sino del supuesto defensor de la paz en el mundo.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.