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Una muestra más de la fidelidad de policías y jueces a la legalidad de Franco

La plaza es mía

Fuentes: Nabarralde

De nuevo las calles vascas se convierten en campo de batalla. Por esta vez, sólo de modo simbólico. Fue Fraga quien acuñó la frase prepotente de «la calle es mía». Y está visto que no hemos salido de aquella disputa. Por detrás vienen sus herederos e insisten en reclamar la propiedad que, a juzgar por […]

De nuevo las calles vascas se convierten en campo de batalla. Por esta vez, sólo de modo simbólico. Fue Fraga quien acuñó la frase prepotente de «la calle es mía». Y está visto que no hemos salido de aquella disputa. Por detrás vienen sus herederos e insisten en reclamar la propiedad que, a juzgar por el revuelo representa mucho interés en juego.

Según vemos, la ideología, el imaginario, a falta de otros soportes, se discute en las placas que ponen nombre, y reconocimiento y significado conmemorativo, al callejero que pone orden y recorrido a nuestros pasos.

Un juzgado español, por más que se titule de Bilbao, ha sentenciado que se retiren los nombres de Txiki y Otaegi de la plaza de Etxebarri. La juez argumenta en su condena que Txiki y Otaegi, fusilados por la dictadura franquista, eran «dos terroristas culpables de su pertenencia a banda terrorista» (sic; la redundancia es recurso de sentencia, de autoridad moral, diríamos, de contundencia). Según esto, el homenaje que les otorga esa plaza atenta contra el «derecho fundamental recogido en la Constitución, como es el del honor y dignidad de las víctimas». Como decía Walter Benjamín, «ni siquiera los muertos estarán a salvo del enemigo si éste vence. Y no ha dejado de vencer nunca».

El nombre de la plaza en litigio fue recurrido por la Delegación del Gobierno ante los tribunales. Una muestra más de la fidelidad de policías y jueces a la legalidad de Franco, y la defensa de aquellos crímenes, más allá del paso de los años, y de los regímenes, y de los cambios (si los ha habido). Que dos personas fusiladas por un Estado de terror, sin la menor defensa jurídica, sin garantías ni derechos, no sean consideradas víctimas por una juez, o por la Constitución que invoca, dice mucho de la catadura moral de este sistema judicial a que nos han condenado.

Tiene bemoles que se nos hable de víctimas y verdugos a cuenta de un episodio siniestro donde los haya, la consumación de unos asesinatos ante un paredón de fusilamiento, al alba, miles de buitres callados van extendiendo sus alas, maldito baile de muertos, toda Europa un clamor contra España y hasta el Vaticano retiró su apoyo incondicional a Franco, a manos de una pandilla de sicarios que nunca ha pagado por sus delitos, que los jueces jamás han procesado, ni investigado, como jamás revisaron los expedientes de desaparecidos y ajusticiados en las cunetas, o los Tribunales de Orden Público…

Otro dato inquietante de estas pendencias judiciales es comprobar cómo se construye sociedad -e imaginario colectivo- sobre soportes policiales: es el caso de los nombres de nuestras calles; pero también se ilegalizan partidos a partir de informes de la policía y la guardia civil (confesión de la fiscalía mayor del reino); se cierran periódicos (recordemos Egunkaria) sobre la resaca del comisario de turno; nuestra prensa, medios de comunicación y políticos de todo rumbo fundan sus declaraciones en filtraciones e información de rango policial, sin la menor cautela ni distancia ante las versiones de una policía que muestra estos instintos.

En fin, hablemos en plata, en cristiano. Sin zarandajas ni repollos jurídicos. Cuando la juez de marras habla de dignidad y reconocimiento, de derechos fundamentales, de víctimas y verdugos, tan sólo está adornando y justificando lo que de hecho es su oficio: el dictar quién es culpable y quién inocente. A quién condeno y a quién absuelvo. Y lo que dice esa sentencia es que Txiki y Otaegi eran culpables, y quienes los fusilaron, inocentes. Que el tribunal les condenó, y punto. Y les mató porque así eran los tiempos, y no vamos a entrar en ello. En resumen, que están bien muertos.

Decía Bertold Brecht que, al final, ni nombres ni ruido, «de esas calles quedará lo que pasó a su través: el viento». Es posible. Para entonces estaremos todos muertos. Entretanto, viendo estas infamias, nos queda el escalofrío.