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Respuesta a Pablo de Lora

La polémica sobre el nacionalismo y la cuestión catalana

Fuentes: Ctxt

Las polémicas intelectuales suelen tener mala prensa. Muchos consideran que se plantean como combates más o menos ritualizados en los que cada uno de los contendientes trata de demostrar que es más listo y más leído que el rival. Puesto que se trata de un choque de vanidades, poco puede sacarse de ahí. Yo no […]

Las polémicas intelectuales suelen tener mala prensa. Muchos consideran que se plantean como combates más o menos ritualizados en los que cada uno de los contendientes trata de demostrar que es más listo y más leído que el rival. Puesto que se trata de un choque de vanidades, poco puede sacarse de ahí. Yo no estoy de acuerdo con esa visión: disfruto enormemente leyendo y participando en polémicas, siempre se aprende algo nuevo. Bien planteadas, sirven para precisar la naturaleza de los desacuerdos y el alcance de los argumentos de cada uno.

La cuestión catalana se presta «generosamente» al debate. Hace poco, en las páginas de CTXT, tuve la oportunidad de intercambiar argumentos con Santos Juliá sobre si en Cataluña los independentistas habían dado un golpe de Estado o no (aquí, aquí y aquí). Quienes siguieran la polémica, sabrán que yo defendí que no era adecuado utilizar la categoría de «golpe de Estado» (o la de «pronunciamiento») para caracterizar lo sucedido en otoño de 2017; a mi juicio, se ajusta mejor a la realidad hablar de «crisis constitucional», una crisis motivada por la falta de reacción del sistema político español a las demandas procedentes de Cataluña y por la desobediencia posterior de las autoridades catalanas. Las demandas planteadas eran diversas, algunas con un amplísimo consenso social, como la celebración de una consulta o referéndum sobre el estatus político de Cataluña, otros con un apoyo importante pero minoritario, como la propia independencia de la Comunidad Autónoma.

A raíz de dicha crisis constitucional, escribí un libro, La confusión nacional. La democracia española ante la crisis catalana (Catarata, 2018), en el que analizo si nuestra democracia abordó adecuadamente lo sucedido en Cataluña. Pablo de Lora, en Revista de Libros, ha publicado una larguísima recensión crítica, titulada «Demos gracias a la ley». En la versión en PDF, salen casi quince páginas de letra prieta, con 37 notas al final del documento. Le agradezco, sin duda, el interés y el esfuerzo. No puedo agradecerle, sin embargo, el uso del sarcasmo y ese estilo sabihondo y erudito (por otro lado, tan característico de la conservadora Revista de Libros) con el que intenta hacerme quedar como un obtuso. Puesto que tengo respeto intelectual por De Lora, no voy a entrar en ese registro.

Curiosamente, a pesar de la extensión inusitadamente larga de su recensión, De Lora no resume adecuadamente cuáles son las tesis centrales que defiendo en el libro, pues dedica casi toda su atención a las cuestiones más abstractas y filosóficas, con un abundante y fatigoso despliegue de nombres y referencias académicas. Voy a organizar mi respuesta presentando de forma ordenada mis tesis, las objeciones que presenta De Lora y mi respuesta a las mismas. Creo que es la manera más clara de proceder para que el lector pueda formarse su propio juicio.

1. El libro parte de la base de que el debate público sobre nacionalismo está muy viciado en España. Ofrezco numerosos testimonios de la manera incivil en la que se habla sobre el nacionalismo, sin matices ni distinciones, mediante condena sumaria, como si todos los nacionalismos fueran iguales. Los principales intelectuales y escritores en España se permiten decir lo primero que se les ocurre sobre el tema, la mayor parte de las veces viejos tópicos que no resisten un mínimo examen. Esos tópicos han ido calando en buena parte de la sociedad, como puede verse en las reacciones intolerantes y, a mi juicio, poco compatibles con el ideal democrático, que se han producido no sólo en la opinión pública, sino también en casi todos los partidos políticos, en los grandes medios de comunicación y en la judicatura a propósito de la crisis catalana.

De Lora afirma que la selección de citas que presento constituye «una inaceptable trampa intelectual -una cierta desfachatez-» porque generalizo a partir «de los excesos de algunas columnas de opinión de Federico Jiménez Losantos, Juan Manuel de Prada, Arcadi Espada, Raúl del Pozo, Antonio Lucas o Roberto Centeno». Aquí la trampa es más bien la de quien escribe la recensión, pues De Lora se detiene en la p.38, pero en las páginas siguientes aparecen textos de Antonio Escohotado, Enrique Gimbernat, Félix de Azúa, Gabriel Tortella, Cesar Antonio Molina, Javier Cercas, Lidia Falcón, Gabriel Albiac, Ignacio Gómez de Liaño, Carmen Iglesias y Mario Vargas Llosa. No entiendo por qué razón De Lora oculta algo así al lector, dándole una impresión errada.

A continuación me acusa De Lora de «pereza y desgana intelectual» porque no he hecho el esfuerzo de batirme «con los mejores y sus mejores argumentos». No entiendo bien la crítica: este libro es un análisis político de la forma en la que la democracia española ha reaccionado a la crisis catalana. Para ello, primero constato que muchos de los principales intelectuales españoles hablan del nacionalismo en términos muy gruesos, pero a continuación dedico todo el resto del capítulo 1 a clarificar conceptos como democracia, nación y nacionalismo, y lo hago citando trabajos académicos y en un registro que nada tiene que ver con en el de la sección anterior. No siendo en cualquier caso un trabajo académico, me pareció en su momento que incluso abusaba un poco de la paciencia del lector introduciendo tanto concepto y definición en esta parte preliminar del libro.

2. Defino el nacionalismo como el principio según el cual la política debe organizarse a escala nacional, es decir, en torno a la nación. Así, la Constitución de 1978, que establece una democracia y un Estado de derecho, es fruto de un acuerdo de la nación española, como el propio preámbulo del texto constitucional establece. El principio de organización política del Estado español procede, pues, de la nación española, que es anterior a nuestra forma de gobierno. La nación tiene siempre una doble faz, una inclusiva y otra excluyente. La inclusiva refiere a los derechos y libertades que se garantizan a los miembros de la nación; la excluyente consiste en no reconocer dichos derechos y libertades a quienes no son miembros de la misma. De ahí que los Estados-nación (al menos los democráticos) sean muy generosos con sus ciudadanos (a través de políticas de protección y de redistribución) y muy poco con quienes no lo son (la ayuda al exterior suele ser una cantidad ridícula del PIB nacional).

Nacionalismos los hay de muchos tipos. Algunos son compatibles con la democracia, otros no. No hay lugar para hablar genéricamente de que todo «nacionalismo» sea perjudicial para la democracia. Es fundamental, asimismo, distinguir entre nacionalismos con Estado y sin Estado. El nacionalismo español es un nacionalismo con Estado, el nacionalismo catalán es un nacionalismo sin Estado. El primero se caracteriza por tener una concepción abierta e inclusiva de la ciudadanía, compatible con la integración europea, aunque no admite la posibilidad de que en España haya otra nación que no sea la española, ese es su punto débil. Es un nacionalismo que consiente compartir soberanía con otros pueblos europeos, pero no con los colectivos nacionales españoles minoritarios, como el vasco y el catalán. Precisamente por ello, en España no hemos logrado arbitrar procedimientos democráticos para abordar los problemas o crisis de «demos» que han surgido a lo largo de los últimos veinte años (como el plan Ibarretxe o el Procés).

No estoy muy seguro de cuáles son las objeciones de De Lora en este punto. Dice que yo soy un defensor del nacionalismo y me acusa de cometer la falacia naturalista (pasar del «ser» al «deber ser»). Frente a mi supuesto nacionalismo, que no acaba de precisar en qué consiste, trae varias citas de otro libro mío, La superioridad moral de la izquierda, suponiendo que con ello muestra una incoherencia en mis posiciones. Todo esto es muy desconcertante y está traído por los pelos. En La superioridad moral hablo sobre el ideal universalista de la izquierda, consistente en que todo ser humano, por el hecho de serlo, pueda estar libre de toda forma de opresión y explotación; asimismo, reproduzco y comento unos textos muy ingenuos del propio Marx sobre el ideal de la sociedad comunista, en la que el Estado y la economía tal como los conocemos habrán desaparecido porque todo el mundo disfrutará de la libertad, la abundancia y la auto-realización. Considerar que eso es una refutación del «nacionalismo» que al parecer defiendo en el libro resulta pueril.

En ninguno de los dos libros a los que se refiere De Lora he entrado en el asunto complejo de las relaciones entre izquierda y nacionalismo. Hay corrientes en la izquierda que ven el nacionalismo como una ideología regresiva y otras que no. Se trata de un asunto que requiere su tiempo y su espacio y que, por ello mismo, no he abordado hasta el momento. Como no tengo espacio para desarrollar este punto, déjenme decir nada más una cosa: que Cataluña se constituya en Estado propio o que siga formando parte de España es perfectamente irrelevante con respecto al ideal comunista de liberación del género humano de la explotación. Si se forma un nuevo Estado catalán, la humanidad no se habrá acercado ni se habrá alejado un milímetro con respecto al comunismo. De la misma manera, por cierto, que si España decide diluirse del todo en la Unión Europea y desaparecer como Estado soberano, tampoco avanzará ni retrocederá la causa de la izquierda.

En La confusión nacional no intento valorar el Procés de acuerdo con mis valores ideológicos. Mi propósito, como ya he dicho, es otro: determinar si la democracia española ha procesado adecuadamente las demandas soberanistas e independentistas catalanas. El nacionalismo catalán, en general, es un nacionalismo cívico y pacífico. Por eso mismo, creo que si Cataluña se transformara en un Estado propio, sería un Estado muy similar al del resto de Estados del sur de Europa, con debilidades y fortalezas muy parecidas. En la medida en que una Cataluña independiente fuera una democracia liberal con un Estado de derecho, no veo razones morales de peso para oponerse a la independencia siempre y cuando haya una mayoría clara de catalanes partidarios de esa opción. No es algo que yo quisiera, pues estoy a favor de una España unida plurinacional, pero como demócrata creo que debo respetar la voluntad mayoritaria de Cataluña. En la clasificación de teorías sobre la secesión que presenta De Lora, siempre me he situado en la democrática.

3. Pasando al asunto nuclear, el de la reacción de la democracia española, empiezo el análisis mediante un repaso de las sentencias del Tribunal Constitucional (TC) sobre la cuestión de la nación y la soberanía. Me muestro muy crítico con dichas sentencias, sobre todo con la del Estatut, y trato de reforzar mi valoración comparando la sentencia del Estatut con la sentencia del Tribunal Supremo de Canadá sobre la independencia de Quebec. Mientras que en España el asunto se resolvió mediante una lectura literalista del texto constitucional y un uso muy anticuado de la noción de soberanía, incompatible además con la cesión de soberanía que España ha hecho a favor de la UE, en Canadá el Tribunal Supremo reconoció que había un conflicto sobre la composición del demos, que la Constitución canadiense no era sólo el texto escrito, sino también los principios que inspiraban dicho texto, y que era esencial buscar una reconciliación entre el principio de legalidad o constitucional y el principio democrático. Ante este análisis mío, De Lora afirma que «frente a lo que sostiene Sánchez-Cuenca, el Tribunal Constitucional, el último actor institucional en tomar cartas en el asunto, hizo lo pudo; lo que, por otro lado, era previsible». No parece un comentario muy profundo. Añade De Lora que la sentencia del TC aceptó la mayor parte del articulado, algo que todo el mundo sabe, pero yo centro mi análisis en la parte más ideológica de la sentencia, la que aborda si se puede reconocer que Cataluña es una nación dentro de nuestro ordenamiento constitucional, que es, para mí, el asunto capital que permitiría desbloquear el enfrentamiento que se ha vivido en estos años.

4. En el libro insisto en que el Gobierno debería haber negociado con las autoridades catalanas en lugar de utilizar los cuerpos de seguridad Ministerio de Interior para llevar a cabo una guerra sucia inaceptable en un Estado de derecho (guerra sucia que De Lora califica de «presunta» a pesar de las evidencias acumuladas y de las conclusiones de las dos comisiones de investigación parlamentarias que se establecieron al efecto). Lo de la negociación y el diálogo no se lo toma muy en serio, dice que forma parte del «cóctel del agravio ‘a Cataluña’ que Sánchez-Cuenca agita con frenesí durante páginas y páginas». Aparte del tono de la frase, creo que su contenido refleja con exactitud la pobreza de nuestra práctica democrática frente a la de otras democracias de mayor calidad, en las que los conflictos se tratan de resolver mediante acuerdos, consensos amplios y reformas legales y constitucionales que sean mutuamente satisfactorios para las partes (ni más ni menos, como se hizo en España durante los años de la Transición).

Resulta llamativo que De Lora cuestione la cerrazón del Gobierno de Mariano Rajoy recordando una anécdota banal, la broma radiofónica en la que un locutor de radio llamó a Rajoy haciéndose pasar por el presidente Puigdemont y aquél le dijo que encantado en reunirse. Si esa es la idea de negociación política que tiene De Lora, es evidente que tenemos ideas muy distintas sobre cómo debe funcionar un sistema democrático.

5. En el libro argumento que, además del Gobierno, falló en su responsabilidad democrática la corona y, sobre todo, el sistema judicial. Las encarcelaciones de los líderes independentistas y las acusaciones ridículas del delito de rebelión muestran una justicia ultranacionalista que confunde la protesta y la desobediencia con el alzamiento y la violencia insurreccional. En el libro explico todo esto con cierta calma y proporciono datos de la escandalosamente baja legitimidad de la justicia en España (datos de Eurobarómetro y de la encuesta a jueces realizada por los Consejos del Poder Judicial de los países miembros de la UE): España queda en última posición entre los países de Europa occidental. De Lora apenas da importancia o credibilidad a estos datos y considera que la sentencia reciente sobre la Gürtel muestra lo contrario: «resulta obvio que el sociólogo Sánchez-Cuenca tiene que revisar su cuaderno de campo y las correlaciones que sustentan su análisis». No sé muy bien qué entiende De Lora por correlaciones (no hay ni una sola en todo el libro) pero lo que está claro es que el problema del sesgo conservador en la parte más alta del sistema (Audiencia Nacional, Tribunal Supremo y Tribunal Constitucional) no queda zanjado mencionando una sentencia condenatoria por corrupción de la Audiencia Nacional. Las cosas, como él sabe muy bien, son considerablemente más complejas y requieren un poco más de rigor argumental.

***

En fin, podría seguir añadiendo apartado tras apartado con el resto de críticas que contiene la recensión, pero por respeto al sufrido lector paro aquí. Es una pena que, a pesar de lo extensa de su recensión, De Lora haya dedicado más espacio a presumir de erudición y a intentar detectar incoherencias en los textos que he escrito que a debatir seriamente sobre si había otras formas, más respetuosas con el ideal democrático, de atender la demanda de consulta / referéndum procedente de Cataluña. Me da la impresión que De Lora va tan cargado de razón que no se toma la molestia de hacer explícitas sus ideas, contentándose con ridiculizar las ajenas. Después de leer su texto, sigo pensando que un Gobierno con convicciones democráticas más profundas que el de Mariano Rajoy habría podido evitar la radicalización del Procés y la fase última consistente en (i) desobediencia de las autoridades catalanas, (ii) represión del referéndum del 1-O, (iii) suspensión de la autonomía, (iv) acusación de rebelión y (v) encarcelamiento de líderes políticos y representantes populares. No es un resultado del que se pueda sentir mucho orgullo democrático. Debemos aspirar a tener un sistema político que resuelva de otra forma estas crisis sobre el demos y la nación, ese es el mensaje último del libro que he escrito.

Ignacio Sánchez-Cuenca es profesor de Ciencia Política en la Universidad Carlos III de Madrid. Entre sus últimos libros, La desfachatez intelectual (Catarata 2016), La impotencia democrática (Catarata, 2014) y Atado y mal atado. El suicidio institucional del franquismo y el surgimiento de la democracia (Alianza, 2014).