Mientras la atención mediática occidental sigue centrada en los acontecimientos de Libia, olvidando u ocultando intencionadamente lo que ocurre en Túnez o Egipto, pasando por alto las protestas de Marruecos o Argelia, otra sucesión de protestas está comenzando a sacudir los cimientos de las hasta ahora «intocables» monarquías del Golfo Pérsico. Las «ganas» que muchas […]
Mientras la atención mediática occidental sigue centrada en los acontecimientos de Libia, olvidando u ocultando intencionadamente lo que ocurre en Túnez o Egipto, pasando por alto las protestas de Marruecos o Argelia, otra sucesión de protestas está comenzando a sacudir los cimientos de las hasta ahora «intocables» monarquías del Golfo Pérsico. Las «ganas» que muchas cancillerías occidentales le tienen desde hace tiempo al dirigente libio Muamar al-Gadafi, con el que al mismo tiempo mantienen importantes acuerdos de gran importancia estratégica (petróleo e inmigración, por ejemplo) y el temor a que la ola de cambio que demanda la calle árabe acabe con los aliados locales que tienen esos actores occidentales en toda la región, son algunos de los argumentos que «justifican» ese silencio informativo sobre lo que está teniendo lugar en algunos de los estados del Golfo.
El nerviosismo parece haberse apoderado de los «cleptócratas reales» de esa región, y buena prueba de ello es la reunión que estos días ha celebrado el llamado Consejo de Cooperación del Golfo en Manama, la capital de Bahrein. En la misma se ha podido entrever nuevamente la animadversión que las monarquías locales tienen a todo cambio democrático, y el terror que les produce cualquier conato de protesta popular en esa dirección. El peso que en este tipo de reuniones tienen los dirigentes sauditas se ve acrecentado por el interés manifiesto de los mismos por evitar cualquier repetición de lo que está ocurriendo en otros estados árabes, y con el pulso que de fondo parecen mantener desde hace tiempo con Irán por hacerse con la privilegiada posición de influencia en la zona.
Como bien señalaba recientemente un reputado analista, la hasta ahora supuesta y aparente estabilidad de las monarquías del Golfo se debía en cierta medida a una interrelación de factores. Así, «un grupo dirigente y cohesionado, que logra unir sus intereses con los de otros grupos poderosos de la sociedad (empresarios, terratenientes, clérigos, militares…) y la plasmación de esta alianza en una idea política que dota a los gobernantes con una cierta legitimidad ante los ojos de la sociedad local. A todo ello habría que sumar además, el soporte que a este tipo de regímenes les concede el estamento militar y sobre todo, el apoyo incondicional de Estados Unidos y sus aliados occidentales.
La represión planificada de toda manifestación opositora, el uso de métodos que claramente vulneran los derechos humanos más elementales, la ausencia de vías para que la población pueda expresarse democráticamente, el control más absoluto de los medios de comunicación, la alianza con diferentes manifestaciones religiosas (según los estados), el enriquecimiento ostentoso de unas pequeñas élites políticas y con fuertes lazos familiares, una corrupción endémica, son algunas de las características que se repiten en la mayor parte de esos estados-monarquías, y que hasta la fecha no han supuesto ningún contratiempo para la mayor parte de la clase dirigente (política y económica) de Occidente.
Al contrario, son frecuentes las alabanzas hacia ese tipo de autócratas y déspotas que se enriquecen a costa de sus propias poblaciones, al tiempo que son recibidos con los brazos abiertos por parte de los dirigentes occidentales, esos mismos gobernantes que cierran a cal y canto sus fronteras a la ciudadanía de esos monarcas cuando intentan llegar a Europa.
Ante la velocidad que están sucediéndose los acontecimientos, tal vez sea el momento de dirigir una detenida mirada hacia la compleja realidad de algunos de los estados del Golfo Pérsico.
Bahrein, el pequeño estado que se encuentra entre los dos gigantes de la región (Irán y Arabia Saudita) ha vivido estas semanas las protestas de buen aparte de su población, que ha tenido que sufrir la brutal represión del régimen de la familia al-Khalifa, cuyos miembros ostentan, entre otros, los cargos de rey (Hamad ibn Isa Al Kalifa) y de Primer Ministro (su tío Kalifa bin Salman Al Kalifa).
Probablemente las actuales manifestaciones de la población hayan pillado desprevenidos a la mayor parte de medios y cancillerías occidentales, pero para cualquier conocedor de la situación local, que ocurriera era cuestión de tiempo, sobre todo si miramos un poco hacia la historia reciente del pequeño archipiélago. Las tensiones de los últimos meses son el fruto de varios años del mandato de la casa real de al-Khalifa.
Los continuos intentos para lograr un vuelco demográfico, nacionalizando a emigrantes sunitas para contrarrestar a la mayoría de la población chiíta local; el rechazo sistemático a tomar en consideración cualquier demanda de reformas por parte de la oposición, el incumplimiento de las promesas de hace unos años, cuando en el año 2000 y 2001 se prometieron algunos movimientos liberalizadores en materia política.
Como en otros lugares, los partidarios del régimen utilizan una mezcla de sectarismo (anteponiendo el supuesto enfrentamiento entre chiítas y sunitas) y de perjuicio de clase (desdeñando a todos los que se han quedado fuera del reparto del poder). Por ello, en torno a la familia real, podemos encontrar a la burocracia estatal (beneficiaria de los contratos con empresas extranjeras), los empresarios locales y sobre todo el ejército (que está compuesto en su mayor parte por soldados paquistaníes de procedencia baluche o punjabí, y a quienes curiosamente, ningún estado occidental define como «mercenarios»).
Y frente a las fuerzas de palacio, hasta hace unos años se encontraban dos movimientos opositores importantes, al Wifaq (un grupo chiíta) y Wa´ad (laico y no sectario), pero la decisión de ambos de participar en las elecciones del 2006, ha supuesto una brecha importante que se ha materializado con la formación de un nuevo movimiento opositor, Haqq, un «Movimiento por la Libertad y la Democracia», que cuenta con figuras políticas de peso (Hasan Mushayma, Isa al-Jawdar o Abd al-Jalil Singace) que han rechazado participar en las elecciones y que han apostado por organizar las bases sociales atrayendo a seguidores de las comunidades chiítas y sunitas, así como a antiguos militantes de los otros grupos opositores.
Junto a esta formación opositora, se han estructurado otros grupos de activistas jóvenes que han apostado por la defensa de los derechos humanos de la población, y que han sido víctimas de la brutalidad de la monarquía local. Los eslóganes de los manifestantes señalan en cierta medida la superación del sectarismo que en ocasiones se quiere presentar, así como la necesidad de ir más allá de un mero cambio facial del régimen. Pancartas con lemas como «No al diálogo con los que nos matan en un baño de sangre» o «estamos aquí hasta la caída del régimen» se han podido ver estos días en las calles de la capital de Bahrein.
La importancia de este estado-archipiélago va más allá del hipotético pulso que mantienen Irán y Arabia Saudí por convertirse en el estado referencial de la región. Es evidente que los acontecimientos en Iraq, o el peso de las minorías chiítas en los otros estados del Golfo tendrán su peso a la hora de evaluar el destino de lo que pueda acontecer en Bahrein, pero es que si además, en este estado tiene lugar una importante transformación política y social, las consecuencias tendrán también su repercusión en los países vecinos, donde la población puede seguir el mismo camino que han iniciado en Bahrein.
Y todo ello sin olvidar la importancia geoestratégica de este estado, que a día de hoy alberga a la quinta flota de EEUU y que sirve como base permanente para las tropas del Washington en una región muy «complicada» desde el punto de vista de la geopolítica.
Yemen parece de momento el gran «damnificado» mediáticamente hablando. Las protestas de las emanas pasadas en Yemen, con enfrentamientos entre partidarios y detractores del gobierno han añadido una nueva ficha al ya de por sí complejo y complicado escenario yemení. Los llamamientos a un «dialogo nacional» por parte del presidente Saleh pueden haber llegado demasiado tarde para los intereses de este preciado aliado de EEUU en la región.
Durante muchos años Saleh se ha apoyado en las tribus del norte de Yemen, sobre todo en las siete más importantes, pero algunos acontecimientos han venido a resquebrajar este pilar básico en su poder. La muerte de dos importantes líderes tribales en los pasados meses, que han abierto pugnas por el poder y una nueva relación con Saná, puede trastocar el hasta ahora impermeable poder tribal y poner en entredicho el sistema de «favores» que el presidente ha ido forjando para asegurarse el apoyo de las citadas tribus.
El vacío de poder, la corrupción y la ausencia de transformaciones democráticas han sido la tónica de Yemen en los últimos tiempos, algo que tampoco parecía preocupar a Washington, donde parece que se conformaban con el supuesto apoyo del gobierno yemení a la campaña «contra el terror» desplegada por la anterior administración norteamericana y que Obama sigue cumpliendo también.
La guerra abierta que mantiene el régimen de Saleh contra la minoría chiíta del norte del país, las divisiones entre el norte y el sur que se han materializado en importantes movimientos que vuelven a reivindicar la separación de Yemen, y la presencia de importantes elementos de las redes del movimiento jihadista transnacional, contribuyen aún más a deteriorar la situación y a colocar el futuro inmediato, o a medio plazo, de Yemen al borde de un peligroso precipicio.
Muchos analistas coinciden al señalar que un deterioro importante de la situación podía enmarcar la realidad yemení en ese escenario cercano al caos que tanto desean algunos actores (similar al que se ha vivido en Iraq, Afganistán o Somalia), y que cualquier desestabilización tendría también sus consecuencias directas en la vecina Arabia Saudita o en otros estados del Golfo.
Omán, parecía hasta ahora una especie de oasis en la región. Sin embargo las cosas también están cambiando en el último sultanato de Arabia. Las recientes protestas y la represión del régimen han traído a este estado a las cabeceras informativas de algunos medios.
El hecho de que la corriente islámica predominante del país sea el Ibadhismo, ha alejado del mismo las tensiones e influencias de las ramas más radicalizadas del sunismo o del chiísmo, al tiempo que se ha buscado una cierta adaptación de la misma al siglo XXI, evitando en buena medida las prácticas más reaccionarias de sus vecinos saudís. La importancia tribal, no hay que olvidar que el actual sultán Cabos se apoya en los gobernadores locales (walis), siempre ha clave en este país. Las diferencias entre los habitantes de la capital, Muscat, más abiertos que aquellos que proceden del interior y guardan unas costumbres más rígidas, siempre han estado presentes en Omán.
La situación económica, tras el boom del pasado, ha dado lugar a importantes carencias para la población local, que si bien no se ocupa de las labores más duras (las brigadas de trabajadores extranjeros con sus buzos azules se pueden ver en todo el país), está viendo cómo otros extranjeros están desempeñando los empleos ligados a la hostelería o el mundo de las finanzas e incluso son la mano de obra que adquieren las empresas extranjeras. Todo ello unido a unos salarios muy bajos con los que no pueden hacer frente al alto incremento de la inflación, y alas demandas ligadas cada vez más a una transformación social y política.
Las diferencias de Omán con sus vecinos del Golfo son evidentes, pero al mismo tiempo tienen lugar una serie de condicionantes que pueden acrecentar las preocupaciones en los despachos de la Casa Blanca y el los palacios de algunas petro-monarquías locales. Por un lado está la importante posición estratégica: puerta de control del estrecho de Ormuz, y con fronteras con los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudita y Yemen. Y de todos es sabido que el paso del petróleo por esa zona es una de las principales preocupaciones de Occidente, temeroso que cualquier cambio pueda poner en entredicho el tránsito del crudo, vital para las economías de buena parte del mundo.
Pero otro factor de preocupación lo encontramos en el pasado de Omán, donde la resistencia a la ocupación extranjera junto a las alianzas que en el pasado se forjaron entre fuerzas progresistas, nacionalistas árabes y algunas tribus del sur, podrían dotar de una nueva perspectiva a las protestas locales, y al mismo tiempo servir de modelo para otras realidades de la zona.
Arabia Saudita o las grietas en la casa de los al Saud. Nadie duda tampoco del peso que a día de hoy adquiere este gigante árabe, tanto en clave regional como más allá del Golfo. Este aliado estratégico de Occidente es el estado más poblado de la región, y sin duda alguna uno de los más ricos. Su régimen dictatorial y absolutista no recibe presión alguna desde las cancillerías de EEUU o la Unión Europea, al contrario, su casa real es constantemente agasajada por donde pasa, a pesar de los importantes déficits que en materia de derechos humanos, libertades o sociales presenta.
La hasta ahora intocable monarquía de la familia al Saud debe hacer frente a toda una serie de realidades que puede llevar al estado saudí a una importante crisis con consecuencias impredecibles. La transformación de la realidad social se hace cada vez más evidente, y si en el pasado el boom del petróleo contentaba a la población, en los últimos tiempos son cada vez más los sectores locales que ven cómo la riqueza sigue llenando los bolsillos de la casa real y la pobreza comienza a ampliarse entre los sauditas de a pie y el paro amenaza cada día a más familias.
Los lazos comerciales y políticos con Washington siguen favoreciendo, de momento, a los al Saud. A día de hoy, los acuerdos en torno al petróleo o a la venta de armas (el país es uno de los que más gasta per cápita en armamento militar del mundo) son básicos para entender la supuesta estabilidad. Sin embargo, en el seno de Arabia Saudita encontramos también un importante sector de las tendencias más reaccionarias del islamismo actual, cuyos clérigos representan la voz de posturas cercanas al llamado jihadismo transnacional, todo ello junto a la presencia de células amadas de esa tendencia que ya en el pasado han llevado a cabo ataques contra intereses extranjeros en el país.
Y otro frente que preocupa en RIAD, es el de la minoría chiíta del este del país, que habita en la región de al-Hasa y es donde se encuentran los principales yacimientos de petróleo. Desde hace tiempo la población local denuncia que es excluida de las riquezas que se extraen en sus tierras, lo que unido a la brutal represión que se somete a los chiítas en el país, hace que germine continuamente el rechazo a la monarquía de al-Saud, mientras que los monarcas sauditas prefieren ver «la mano extranjera» (en clara referencia a Irán).
Y es que ese es otro de los ejes claves para entender el posicionamiento de los actores en torno a la región, y los apoyos que unos u otros puedan recibir. Sobre toda la zona planea esa pugna entre Teherán y Riad, y cualquier alteración de la actual situación puede inclinar la balanza hacia uno u otro lado, con las consecuencias que ello traería.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
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