24 de Junio de 2012, Plaza Tahrir: partidarios de los Hermanos Musulmanes celebran la victoria de Mohamed Mursi como candidato en las elecciones presidenciales. Mismo lugar pero diferentes protagonistas que a comienzos del año anterior… ¿seguro? Lo cierto es que la imagen televisiva de la ocupación de la mítica Plaza Tahrir nunca ofreció porcentajes de […]
24 de Junio de 2012, Plaza Tahrir: partidarios de los Hermanos Musulmanes celebran la victoria de Mohamed Mursi como candidato en las elecciones presidenciales. Mismo lugar pero diferentes protagonistas que a comienzos del año anterior… ¿seguro? Lo cierto es que la imagen televisiva de la ocupación de la mítica Plaza Tahrir nunca ofreció porcentajes de participación por simpatías políticas, ni en qué medida estos o aquellos cambiaron de tendencia en los últimos meses.
Con la victoria de Mohamed Mursi en las elecciones presidenciales egipcias, se cierra el círculo de la Primavera Islamista. Aunque en puridad habría que esperar a la victoria de los islamistas sirios en la guerra civil, lo cierto es que ya con Mursi en la presidencia de Egipto y el apoyo que ha demostrado tener en las urnas y en las calles, es más que evidente quienes eran los actores sociales reales de la extinta Primavera Árabe en MENA, desde Marruecos hasta Egipto.
¿Y ahora qué? A los israelíes, la situación les llena de espanto. Desde que comenzaron las revueltas, en enero de 2011, no han dejado, ni un solo día, de mostrar una abierta desconfianza hacia la Primavera Árabe, transmutada cada vez más en hostilidad. Ahora, con la Primavera Islamista «encima», se echan las manos a la cabeza.
Como contraste, los europeos no tienen nada que decir. Callan y observan. Es cierto que la guerra de Libia descubrió luchas internas en la Unión Europa por cuotas de protagonismo militar o diplomático. Pero eso no está resultando tan evidente en Siria, y menos aún en Egipto. Por el momento, los principales protagonistas activos en la nueva Primavera Islamista parecen ser los estadounidenses.
Los americanos, sobre todo, «tienen un plan». No parece demasiado estructurado o rígido, pero algo hay. De hecho, ya hemos hablado de ello en esta misma página: hubo inducción estratégica en casi todos los escenarios de la «Primavera Árabe», provino mayormente de los Estados Unidos, y hubo continuidad entre Bush y Obama en el intento de redefinir conceptual y estratégicamente al mundo árabe. Ha sido la gran asignatura pendiente que ya empezó a atacar Bush padre con la Guerra del Golfo en 1991, y que continúa hoy con la irresoluta guerra civil siria. Pero no todo se hace a base de guerras. De hecho, la idea central de las últimas administraciones estadounidenses va por el camino de alumbrar un neoliberalismo islamista que cuenta con su modelo en el actual gobierno turco y el partido mayoritario que le da apoyo, el AKP. Reconvertir a los islamistas árabes en demócrata-islamistas, a la manera de los demócrata-cristianos europeos, esa viene a ser la idea, guardando las distancias. Y lo cierto es que, hasta ahora, los nuevos regímenes islamistas de MENA se han afanado por transmitir un mensaje de continuidad en los económico y social, comenzando con el mismo Mursi. «¿Quieres ser un buen musulmán? Monta un negocio, crea empleo y da de comer a la gente». Ese era el mensaje del célebre telepredicador egipcio Amir Jalid, pero también lo podemos leer analizado con detenimiento académico en el libro de Vali Nasr: The Rise of Islamic Capitalism (2009).
El mismo subtítulo del libro de Vali Nasr da otra clave: Why The New Muslim Middle Class Is The Key To Defeating Extremism. En efecto, la hipótesis de que la Primavera Árabe había dejado fuera de juego a Al Qaeda estaba incompleta, como se puede apreciar fácilmente hoy en día, incluso tras la muerte de Bin Laden. De hecho, no llegamos a enterarnos de cuál era la opinión del líder extremista asesinado sobre la Primavera Árabe, a pesar de que se podía leer en las notas que capturaron los americanos.
En realidad, la jugada estaba planteada a partir de la llegada al poder de regímenes islamistas moderados, encargados de desactivar a una parte de Al Qaeda, dejando a los más radicales al alcance de los misiles Hellfire de los drones americanos, como se ha estado viendo en Yemen en las pasadas semanas. Una vez más, el ejemplo estaba en Turquía: ¿prosperó allí Al Qaeda? Obviamente no, al margen de que yihadistas turcos hayan combatido en todos los teatros de operaciones de la insurgencia islamista radical.
Sin embargo, en los últimos meses, la deriva del «modelo turco» amenaza con descarrilar en el atolladero sirio. Porque la gran jugada turca radicaba en su diplomacia, en el diseño del gran teórico, su ministro de Asuntos Exteriores, Ahmet Davutoğlu, recogido en su obra: Profundidad estratégica. La guerra de Siria no estaba prevista, y para Ankara es todo un pudridero. Sobre todo, porque Turquía es miembro de la OTAN, y no tiene las manos libres en Siria. No puede hacer lo que quiera, sino lo que debe, y eso se sabe en todo el mundo árabe. Después, porque entrar en una guerra, matando a ciudadanos árabes, aunque sean de las huestes de Bashar al Assad, no da buena imagen. Turquía buscaba mostrarse como la gran hermana bondadosa, capaz de señalar a los árabes el camino a la modernidad incluso por vía islámica, agotado el modelo laico. Entrar a tiros en Siria reavivaría las viejas heridas y discusiones del periodo otomano, muy habituales en el mundo árabe en general, y en Siria en particular. Todo ello sin olvidar que hasta hace algo más de un año, Bashar al Assad era un firme aliado de Erdoğan. Y en nombre de los compromisos de esa amistad, precisamente, el primer ministro turco la lió parda tras mantener una bronca pública con Simon Peres en pleno foro de Davos, en enero de 2009. Ahí comenzaron los desencuentros con Israel, que alimentan no pocos equívocos en la guerra civil siria.
Pero, sea cual sea el final de la contienda en ese país árabe, lo cierto es que va a resultar muy interesante cotejar la evolución del Primavera Islamista árabe con el islamismo político de los países no árabes, desde Turquía a Indonesia o Malasia, pasando por Pakistán o Afganistán. Hoy en día, la modernidad del islam político está, precisamente, en estos países. Los árabes son los guardianes de la tradición, qué duda cabe; pero hasta el momento no habían logrado adaptarla a las exigencias de los nuevos tiempos. Sin embargo, la historia no espera ni vuelve sobre sus pasos. ¿Lograrán aprovechar la oportunidad que les depara la Primavera Islamista?
Fuente original: http://eurasianhub.com/2012/06/27/la-primavera-islamista-ano-cero/