Traducido para Rebelión por Caty R.
La incapacidad del presidente Barack Obama para frenar la colonización en Cisjordania y Jerusalén pone de manifiesto la parcialidad de Washington. Confirma la ausencia de una determinación firme de Estados Unidos para imponer la paz en el frente israelí-palestino. Existe un gran riesgo de que esta «ausencia de paz» se transforme en un conflicto abierto, la única incertidumbre es dónde tendrá lugar la próxima guerra: ¿en Gaza, Líbano o Irán?
El uno de marzo de 1973 el presidente de Estados Unidos Richard Nixon recibió en Washington a la primera ministra israelí Golda Meir y le informó de que el presidente egipcio Anuar el Sadat estaba listo para negociar un acuerdo global. Dando a entender que su país quería la paz, Meir respondió que prefería un acuerdo provisional, que no podía fiarse de las maniobras de El Cairo porque lo que pretendía éste, en primer lugar, era la retirada israelí de las líneas del 4 de junio de 1967, seguida de un retorno al Plan de Partición aprobado por las Naciones Unidas en 1947 y una solución del problema palestino que tendría que negociar con Yasser Arafat y «los terroristas».
Aludiendo a esta conversación, a partir de las grabaciones ya publicadas, el periodista israelí Aluf Benn («Netanyahu is telling Obama wat Golda told Nixon» Haaretz , 15 de diciembre de 2010) establece un paralelismo entre la situación de aquella época, cuando el rechazo israelí desembocaría en la guerra de octubre de 1973 y el cruce del canal de Suez por las tropas egipcias, y las respuestas dilatorias de Benjamín Netanyahu al presidente Barack Obama. Recuerda que el actual primer ministro, que regresó precipitadamente de Boston para montar el frente en octubre de 1973, debería «refrescar su memoria escuchando las grabaciones de las conversaciones entre Meir y Nixon y preguntarse qué puede hacer para no repetir los mismos errores y empujar ciegamente a su país a un segundo desastre de Yom Kipur», una guerra que costó 2.600 soldados al ejército israelí.
El rechazo de Tel Aviv a la propuesta del presidente Barack Obama de congelar durante tres meses la colonización en Cisjordania (pero no en Jerusalén Oriental) a cambio de promesas sin precedentes que el comentarista Thomas Friedman («Reality Check«, New York Times, 11 de diciembre de 2010), poco sospechoso de simpatizar con los árabes, compara con un intento de corrupción pura y simple, confirmó no solamente la incapacidad del presidente Obama de ejercer una presión seria sobre Israel, sino también el rechazo de Netanyahu al más mínimo compromiso. Por supuesto, como sus predecesores, Netanyahu pretende querer la paz, pero la paz humillante impuesta por los vencedores, una paz basada en la negación de los derechos básicos de los palestinos.
Durante las negociaciones secretas con los palestinos en el año que termina, Netanyahu ha repetido que cualquier acuerdo requiere la aceptación por los palestinos del «concepto de seguridad» israelí, lo que significa, entre otras cosas, la aceptación de la presencia de tropas israelíes en el Jordán y a lo largo del «muro del apartheid» (en el lado palestino, naturalmente) y la continuación de la ocupación de una parte no negociable de Cisjordania (San Ephron, «16 hours in September, Newsweek, 11 de diciembre de 2010). Netanyahu no ha fijado ningún plazo de término de dicha presencia israelí que, por supuesto, deberá durar hasta que los palestinos se vuelvan «civilizados»…
Este bloqueo en el frente palestino empuja al ejército israelí a trazar los planes de sus nuevas guerras, basadas en el citado «concepto de seguridad» que pretende que todos aquéllos que rechazan el dominio de Tel Aviv sobre la región son «terroristas» a quienes hay que eliminar. Ningún otro país, ni siquiera Estados Unidos, tiene una concepción tan extensiva de la seguridad, una concepción que convierte a Israel en un fabricante de guerras perpetuas. ¿A quién fulminará el ejército israelí? ¿Contra quién lanzará sus próximos ataques?
¿Contra Gaza? Hace dos años los tanques y la aviación israelí redujeron a cenizas cientos de edificios y mataron a cientos de civiles, perpetrando lo que el Informe Goldstone calificó de «crímenes de guerra y probablemente «crímenes contra la humanidad«. Sin embargo Hamás continúa sólidamente instalado en el poder. ¿Cuánto tiempo puede resignarse Tel Aviv a esta situación?
¿Contra Líbano? En julio y agosto de 2006 el ejército israelí fracasó en su intento de someter a Hizbulá, pero consiguió destruir el país, con total desprecio por el derecho internacional; tres años y medio después Hizbulá es más poderosa que nunca y el Estado Mayor israelí no descarta una importante operación que amenaza con llevar a la ocupación de una parte de Líbano (Véase Anshel Pfeffer, «Is the IDF prepping for a third war with Lebanon«, Haaretz, 19 de diciembre de 2010).
¿Contra Irán? ¿Arriesgándose a provocar un conflicto enorme que se extendería de Iraq a Líbano, de Palestina a Afganistán?
Nadie puede decirlo, pero en Oriente Próximo la ausencia de paz desemboca forzosamente en la guerra… Al contrario que en 1973 es Israel quien tomará la iniciativa directa del conflicto, salvo que choque no sólo con enemigos más eficaces sino, como señala el militante pacifista israelí Uri Avnery («Israel navega rumbo al desastre«, Gush Shalom, 18 de diciembre de 2010), con una gran hostilidad de la opinión mundial, hostilidad creciente como demuestra el reconocimiento del Estado palestino en las fronteras de 1967 por parte de Brasil, Bolivia y Argentina, o la carta de 26 ex dirigentes europeos (Chris Patten, Giuliano Amato, Felipe González, Lionel Jospin, Hubert Védrine, Raomano Prodi, Javier Solana, etc.) -todos, excepto los extremistas- reclamando a la Unión Europea que imponga sanciones si de aquí a la primavera el gobierno israelí no cambia de política.
La Organización de los Derechos Humanos publicó el 19 de diciembre un informe («Israel/West Banck: Separate and Unequal«) que señala que los palestinos son víctimas de discriminaciones sistemáticas y llama al gobierno de Estados Unidos a reducir en más de mil millones de dólares su ayuda anual a Israel (es decir, el equivalente a las inversiones israelíes en beneficio de las colonias).
En conclusión, Avnery señala que el apoyo estadounidense a Israel revela la asistencia al suicidio: «En Israel, ayudar a cometer suicidio es un delito. El suicidio en sí, sin embargo, está permitido por nuestras leyes. Aquéllos a quienes los dioses quieren destruir, primero los enloquecen. Ojalá recuperemos nuestros sentidos antes de que sea demasiado tarde».
Fuente: http://blog.mondediplo.net/2010-12-22-La-prochaine-guerre