La renovación de los cargos en el gobierno cubano, la carta de Fidel Castro calificando los motivos de esos cambios y la publicación de las cartas de autoinculpación de dos destacados miembros de la dirección política del país, han desatado en la solidaridad con Cuba un tiroteo ciego que es necesario analizar para evitar lo […]
La renovación de los cargos en el gobierno cubano, la carta de Fidel Castro calificando los motivos de esos cambios y la publicación de las cartas de autoinculpación de dos destacados miembros de la dirección política del país, han desatado en la solidaridad con Cuba un tiroteo ciego que es necesario analizar para evitar lo que viene siendo una práctica habitual en las izquierdas europeas: su constante atomización sobre cuestiones de superficie y la renuncia a la reflexión y el debate.
De los múltiples artículos publicados y de las opiniones recogidas en distintos ámbitos resumimos las expresiones más generalizadas: ¿Qué ha pasado? ¿Qué hay detrás de estos cambios? ¿Por qué no se ha informado? Estas preguntas no han sido exclusivas de los sectores próximos a la revolución sino también de aquellos manifiestamente contrarios. Sorprendentemente, la confusión nos ha colocado a todos en un mismo espacio: el vacío, -que como todos sabemos tiende inexorablemente a ser llenado con juicios de valor-. Y ahí nos hemos enfrascado, unos con mejor y otros con peor voluntad.
Las instituciones cubanas no han salido al paso del desconcierto, no se han ocupado de llenar ese vacío; ¿tendrían que haberlo hecho? Lo único cierto es que los hechos consumados han sido la única explicación disponible, lo que ha dado lugar a la proliferación de hipótesis que han tomado las direcciones más sorprendentes y contradictorias; y que han dado como resultado una nueva fragmentación de la solidaridad.
Sin interpretaciones por parte de la dirección cubana (ni dentro ni fuera) se han aventurado todo tipo de hipótesis: las que han destacado el hecho generacional (cambios que supuestamente acabarían con pluralidad que añadía el «valor juventud») También se ha lanzado la hipótesis de que las decisiones tomadas suponen una vía de dirección económica del país (vía pro-china para unos, para otros vía vietnamita, apertura liberal en sentido de búsqueda de eficacia económica en otros), también ha habido quienes planteaban que se respondía a una opción de coyuntura frente a EEUU
Con este texto no pretendemos tipificar ni sancionar las múltiples posiciones tomadas, por el contrario, creemos que habría que recomponer las conexiones que nos coloquen en un nuevo campo de juego, más serio, más consistente, menos folletinesco, así como dilucidar si, en esta situación concreta, se ha producido un cambio cualitativo en las expectativas de Cuba hacia la solidaridad, o de la solidaridad hacia Cuba -renunciando a un tipo de solidaridad más exigente y menos personalista-.
Lo común a todas las manifestaciones publicadas ha sido que se trataba de meras opiniones. No podía ser de otra forma, dado que no ha existido información oficial sobre la que apoyarse. También reflejaban el desconcierto de los amigos cubanos que no contaban con otros datos añadidos y que no podían corresponder a los requerimientos de mayor información, ya que ésta tampoco ha circulado por la isla.
Así las cosas, era casi natural que las destituciones y los comunicados posteriores dieran lugar a una decantación de la solidaridad en torno a un «problema de superficie» que ha desviado la atención respecto de los cambios estructurales que se pueden estar produciendo en Cuba.
Unos han optado por manifestar su adhesión a la dirección del país, sin cuestionar ni el fondo ni la forma, confiando en que haya habido razones de peso que expliquen y justifiquen las medidas tomadas. La crítica a cualquier aspecto formal o de fondo,- han considerado-, contribuiría a desestabilizar la revolución y favorecería a sus enemigos. Como en tantas otras ocasiones se ha antepuesto el criterio de que la mejor forma de defender a Cuba de la guerra permanente en la que está inmersa es el alineamiento incondicional con los datos oficiales, dado que la isla -es una realidad histórica incuestionable- ha sido el buque insignia defensor del socialismo frente al capitalismo. Algunos amigos cubanos también han optado por esta posición pero por otras razones más pragmáticas: otorgar la confianza a la dirección bajo el supuesto de que nadie mejor que ella sabe cómo abordar los problemas económicos y de supervivencia cotidiana -como muestra la pervivencia de la isla como país socialista- . Otros, han hecho explícitas sus críticas -situación que rara vez se había dado en estos sectores que, hasta ahora, no habían sentido la necesidad de hacerlas públicas-. Estas críticas se han orientado fundamentalmente a los aspectos «formales» o de «procedimiento»(falta de participación, ausencia de institucionalidad…) Incluso se han «pedido explicaciones», dejando traslucir la necesidad de cierto reconocimiento por la dura tarea de defender la revolución cubana en un contexto hostil y -a veces-, con un alto coste político, social y profesional.
Ha habido una tercera posición menos evidente, la de aquellos que han optado por no pronunciarse, y consecuentemente, hacer un repliegue discreto -lo que tradicionalmente conocemos en nuestro país como «irse a casa»-. Para éstos, no dañar a la revolución cubana, nace de la consciencia de que es lo que tenemos -con sus contradicciones-, el único proyecto socialista que pervive, y esta convicción pesa más que las presiones que reciben para pronunciarse.
Adoptando un distanciamiento sociológico, este cuadro es el resultado de una izquierda ideológicamente heterogénea, organizativamente atomizada, dispersa y sin conexión, que ha actuado de la forma que viene siendo habitual: individualmente, siguiendo su propia intuición; sin posibilidad de contrastar las informaciones ni de reflexionar colectivamente. Una izquierda que abandonó el arma de la crítica, la reflexión colectiva, y optó por la opinión frente a la razón. Ante cualquier realidad que demanda un juicio político la salida no suele ser la búsqueda del consenso sino el posicionamiento individual.
En esta lógica de contexto, lo más probable era lo que ha sucedido: se desencadena el fuego en el campo amigo; solo que esta vez, agravado por el transcurso del tiempo sin que aparezcan nuevos datos que permitieran explicar, con el apoyo cubano, la posición adoptada. Por otro lado, hace años que muchos intelectuales y militantes solidarios con el proyecto socialista cubano han dejado de hacerse preguntas sobre la compleja realidad cubana y se han conformado, demasiado a menudo, con las respuestas estándar. No siempre fue así, ni por parte del movimiento de solidaridad ni por parte de las instituciones cubanas que durante los peores años del bloqueo siempre trataron de buscar un apoyo basado en la razón y el conocimiento de lo que pasaba en Cuba.
Durante años y concretamente a partir de mediados de los ochenta, cuando se percibieron los primeros síntomas de pérdida del apoyo soviético, Cuba trató de no quedar aislada – formaba parte de su estrategia de ruptura del bloqueo-. Hasta el 95 se optó por alimentar una solidaridad fuerte, basada en el conocimiento de los problemas que enfrentaba la isla, se apostaba por una solidaridad política y para ello era fundamental el conocimiento de los problemas económicos, las características del poder político y las implicaciones sociales de las medidas que se adoptaban. De la misma forma que resistir la crisis económica iba a suponer medidas poco ortodoxas y se necesitaba el consenso, la discusión, la reflexión y el análisis de los cubanos, también se trasladaba esta misma necesidad de consenso a la solidaridad y el apoyo externo. En el caso de España, a principios de los, 90 figuras destacadas de la política cubana, sociólogos, juristas, miembros de las juventudes… emprendieron una campaña por todo el territorio arropados por la solidaridad, para hablar del sistema electoral cubano, del sistema de salud, de las políticas de juventud, del bloqueo. Por parte de los grupos que hacían solidaridad hacia Cuba iniciaron campañas de «turismo solidario», se apoyaron publicaciones donde se debatía sobre los agropónicos, la descentralización, las cooperativas básicas de producción, etc. No se esperaba a ser informados sobre lo que pasaba en la isla sino que informarse formaba parte de la práctica solidaria.
De modo que en los acontecimientos de estos días -la reacción de la izquierda ante los cambios de gobierno y la reacción de los cubanos ante el desconcierto- podemos constatar dos cuestiones de fondo: un universo de la solidaridad terriblemente frágil y disperso; y una política cubana hacia la solidaridad basada en la incondicionalidad.
Quizá pueda sonar algo pretencioso -a aquellos que piensan que de Cuba sólo pueden hablar los cubanos-, pero el momento histórico en el que emerge esta polémica «aparentemente superficial» sobre los cambios en el gobierno cubano, es el contexto de crisis del capitalismo -sistémica o cíclica-, lo que plantea una urgencia insoslayable: emprender o retomar, la batalla intelectual por el socialismo.
Reconstruir, o construir en el caso de que nunca haya existido, una cultura del debate sobre el socialismo tiene que ser una prioridad. Se ha perdido mucho tiempo en reivindicar la paternidad del verdadero socialismo y en posicionarse respecto de las decisiones de los otros; y no se ha dedicado nada, o casi nada, ni de tiempo ni de cerebro, a analizar qué es un proyecto socialista -allí en donde pensemos que esa opción está en juego-.
Como señala un sociólogo cubano, el pensamiento, para ser crítico ha de ser un pensamiento en la frontera, en el borde, entre lo constituido y lo constituyente, un pensamiento que se desarrolla en el margen (no marginal), pero que tiene un horizonte, una brújula que señala siempre hacia un norte: el proyecto socialista.
Estos días hemos sido impelidos hacia un terreno de juego equivocado: opinar y juzgar sobre las decisiones del presidente cubano y de su líder histórico Fidel Castro. De esta discusión no puede salir gran cosa, apenas un ejercicio autocomplaciente de intelectuales que juegan a ver quién tiene razón.
Desde nuestro punto de vista, el borde en el que tendríamos que habernos situado, el campo de juego, es aquel en el que pudiéramos analizar, junto con los cubanos, y desde la contextualización histórica del proceso, el carácter de las medidas y/o cambios emprendidos por la isla en su transición socialista.
Desde la retirada de Fidel como presidente de la república socialista de Cuba, el ejercicio del poder, por un lado, se ha desdibujado, por otro, ha perdido unidad el proyecto político -y esta puede ser una línea de abordaje-. Ambos -proyecto y poder-, habían permanecido unidos en la gran figura del líder histórico que concentraba autoridad y plena legitimidad apenas desgastada con el paso de los años. Pero esta unidad del socialismo cubano, también fue resultado de la compleja construcción del consenso que siempre acompañó la práctica del gobierno y que ha supuesto la inmensa acumulación de poder revolucionario que ha tenido la isla -un consenso que se construía desde las instituciones pero también desde las organizaciones de masas, desde el partido, desde los centros de trabajo-. La crisis económica de los 90 dio lugar a medidas que se salían de la lógica socialista de igualdad y equidad y que, como se comprobaría más tarde, crearían importantes desequilibrios sociales, – la doble moneda, el turismo, empresas mixtas…-; eran medidas «guerrilleras» para enfrentar la batalla de la economía y que permitirían una acumulación necesaria para sostener el proyecto de justicia social socialista. Para ponerlas en marcha se necesitó el consenso de todo el país. Recordemos que el punto de partida del consenso siempre está en el disenso (aquello en lo que no se está de acuerdo porque no todos estarán igualmente afectados por las decisiones, no todos tendrán las mismas respuestas…) Los mimbres del consenso son la discusión, el debate y el tiempo necesario para poner a todos de acuerdo. Sólo la unidad que resulta de la construcción del consenso puede calificarse como tal -su opuesto es la unanimidad-. La política cubana de los 90 requirió, aun planteándose con carácter coyuntural, de la aceptación de la mayoría de los cubanos.
En los últimos años, ni la economía, ni las condiciones sociales, ni el proyecto político, ni el ejercicio del poder, han permanecido congelados. Todo lo contrario. La retirada de Fidel Castro de la escena política ha hecho emerger la complejidad y las contradicciones de un proyecto que, como dice la canción «lo hacen mujeres y hombres». El análisis de estos cambios, el diagnóstico de sus efectos, sus aportaciones o detracciones al socialismo tendrían que ser el pan de cada día en la lucha por el socialismo, dentro y fuera de la isla.
Entramos aquí en la segunda derivada del consenso: ¿en torno a qué hay que buscar el consenso? ¿sobre qué proyecto se busca la unidad o se demanda solidaridad?
Algunos de los cambios que tuvieron lugar durante la crisis de los 90 -a la que se conoce como periodo especial-, puede que hayan dado lugar a transformaciones de carácter estructural a pesar de su planteamiento meramente circunstancial. Algunas son evidentes como los cambios en los valores y expectativas de las generaciones más jóvenes, menos condicionadas por la historia revolucionaria del país que -quizá por la influencia del turismo, la sobreprotección de los padres, la búsqueda de identidad propia…- comenzaron a sustituir el «ser» por el «tener». El propio presidente, Fidel Castro, percibió el calado de este giro ideológico al poner en marcha la «batalla de ideas» y poner en manos de los jóvenes recursos con los que intervenir en las políticas del país. Otros cambios se constatan en la estructura socioeconómica de esos años como el aumento de la pobreza que deja de ser una condición igualitaria de la crisis y adquiere rasgos de desigualdad social -la doble moneda, el acceso diferenciado a las divisas a través del turismo o las remesas, las salidas al exterior de los profesionales…-. La doble economía abre camino a la informalidad, un mercado paralelo que es subsidiario o parasitario de los recursos estatales pero que, en las condiciones de crisis se hace inevitable.
Los años 90 fueron un laboratorio. Años en los que se testó la fortaleza del proyecto revolucionario cubano, años en los que se inventaron nuevas formas de relación con la naturaleza, con las instituciones, con el trabajo. Tiempos de escasez pero también de posibilidades. Los grandes logros materiales y culturales, de la revolución se pusieron a prueba. La salud, la educación y la cultura dieron muestras de estar a la altura de lo que se exigía, a pesar de las disfunciones que creaban las medidas de «supervivencia» resistieron la embestida sin apenas recursos -mostrando que la disponibilidad de recursos materiales en la solución de problemas tiene un carácter secundario respecto a la organización, el diseño y la estrategia-. Sin embargo, la alimentación, la vivienda, el salario… ámbitos en los que la revolución no había sido capaz de responder satisfactoriamente, ni siquiera en los tiempos de bonanza, han sido fuertemente dañados, afectando a su vez a las instituciones comprometidas en estas áreas.
En los últimos años, tras la retirada del presidente cubano, se plantea de nuevo el agotamiento del «modelo dual» que caracterizó el periodo de crisis. Las distorsiones creadas por la «informalidad» que amenaza ser ya hegemónica, se suman a la ausencia de transformaciones en la estructura económica según parámetros socialistas; y si revisamos las propuestas que se difunden desde los discursos oficiales1 las metas sobre las que planean las medidas puestas en marcha tienen un carácter marcadamente economicista (aumentar la eficacia productiva, incentivar la productividad, reforma de la seguridad social, prolongación de la edad de jubilación, aligerar el exceso de prohibiciones …) y pueden ser interpretadas en una lógica política que desiste de resolver los problemas (vivienda, poder adquisitivo de los salarios, productividad de las tierras etc.) por la vía del socialismo y opta por la economía, o más concretamente, por el dinero, para abordar las soluciones.
En este contexto es en el que planteamos el desdibujamiento del proyecto cubano y dificultad para la construcción del consenso respecto de la «transición socialista de Cuba». Los años 90 y los primeros del nuevo siglo, contaron con un gran consenso. La imagen que mejor pudiera ilustrar esta etapa es la de un velero que para llegar a su destino tiene que aprovechar la fuerza del viento en contra. Sin más recurso que sus velas, los marineros y la habilidad del capitán, se navega en «bordadas»: las velas aprovechan la fuerza del viento que entra de costado, se traza el rumbo que aparentemente nos aleja pero nos permite avanzar, se vuelve a girar las velas para rectificar el rumbo y seguir avanzando, siempre sin perder de vista el sitio hacia el que nos dirigimos. En estos momentos es difícil divisar el punto de llegada. Si el proyecto socialista pierde sus bordes pues se difuminan en la toma de decisiones que dejan de ser coyunturales, el consenso no encuentra horizonte posible.
Sin dudas todos coinciden en la necesidad de cambios estructurales. Pero esta necesidad de transformación puede abrir el debate sobre el carácter socialista de estos cambios o puede dar por supuesto (por la vía de los hechos consumados) que la solución a las necesidades básicas (materiales) no se puede resolver desde el socialismo.
En estos momentos, la pregunta relevante es si se está en vías de construcción del consenso o por el contrario se busca la unanimidad; tanto de los cubanos como de aquellos que defendemos el socialismo cubano. Pensamos que posible, necesario, reconducir esta situación de desconcierto, tanto dentro como fuera, abriendo los debates sobre los problemas que se enfrentan y cómo se abordan. En el interior de Cuba hay mecanismos más que suficientes para profundizar en la revolución, ya que hay un marco de debate y análisis, de construcción de consenso que es el debate previo al congreso del partido, lo más amplio, lo más profundo y lo más claro posible.
Fuera de Cuba, nuestra posibilidad y nuestra responsabilidad es dejar de disparar al aire -con la banal esperanza de dar en algún blanco-, y fomentar el análisis y la discusión, dedicarse a organizar la reflexión más que a dar opiniones. Lo que pasa ahora en Cuba es el resultado de una historia a contra corriente en la que Cuba ha sido la albacea de los principios revolucionarios; si durante años, nos hemos apoyado en Cuba, ha llegado el momento de hacer algún aporte. Nuestra responsabilidad no es juzgar a la revolución cubana, sino trabajar en defensa de la revolución socialista -allí donde pensemos que está en juego-, y sólo se puede hacer desde el poder que genera la unidad y la crítica.
1, Discurso pronunciado por Raúl Castro en las conclusiones de la sesión constitutiva de la VII Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular, febrero de 2008; Intervención en el VI Pleno del Comité Central del PCC. La Habana, el 28 de abril de 2008; Discurso pronunciado por el Presidente de la República de Cuba en la Asamblea del Poder Popular. 27-12-2008