Los días posteriores a las elecciones en Israel han dado paso a todo un abanico de interpretaciones y de proyecciones futuristas. Es conveniente separar las posibles lecturas de carácter interno y las que conllevan una carga más objetiva sobre lo que representan estas elecciones en el contexto israelí y del conjunto de la región. Bastante […]
Los días posteriores a las elecciones en Israel han dado paso a todo un abanico de interpretaciones y de proyecciones futuristas. Es conveniente separar las posibles lecturas de carácter interno y las que conllevan una carga más objetiva sobre lo que representan estas elecciones en el contexto israelí y del conjunto de la región.
Bastante gráficas resultan las expresiones publicadas en un medio israelita nada más conocerse lo resultados. Este periódico presentaba una serie de protagonistas y junto a ellos un calificativo, «Sharon (en coma), Peres (marginal), Netanyahu (derrotado), Arafat (muerto), Shinui (colapso), Fatah (derrotado), Likud (quinto)». Con ello querían demostrar que los elefantes del pasado, tras las elecciones, debían dar paso a nuevas personalidades y a nuevos partidos políticos, presentando el acontecimiento electoral como un importante cambio en la escena regional.
Sin embargo, aún siendo cierto lo mencionado, se oculta otra realidad, que las elecciones del estado de Israel siempre han dado un parlamento fragmentado y dividido, que ha obligado a líderes y organizaciones a hacer malabarismos para poder conformar gobiernos en coalición. Por ello, en esta ocasión no se ha hecho sino repetir la historia, aunque con ciertos matices de cambio.
Las lecturas coyunturales en torno a elecciones y otros acontecimientos en Israel normalmente tienden a ocultar una realidad muy distinta a la que nos hacen percibir. La sociedad israelí está fuertemente dividida y presentan importantes problemas de integración incluso entre las comunidades de judíos inmigrantes. Así, a la división dentro de los judíos (entre sefardíes y ashkenezim, con partidos políticos concretos), se le unen las divisiones entre las tendencias religiosas y laicas, las rivalidades entre las diferentes comunidades de inmigrantes, las diferencias culturales y étnicas, y todo ello por no hablar del sistema de apartheid y colonialismo que se somete a la población árabe.
Lo anterior refuerza la imagen de fragmentación política, ya que cada grupo o corriente suele organizarse en torno a partidos minoritarios y homogéneos, al margen de las fuerzas políticas mayoritarias. Además, Israel es hoy en día una sociedad desigual y altamente militarizada. Mientras que algunos la definen como «la única democracia» de la región, algunos intelectuales judíos ponen en entredicho esa afirmación, y sostienen que en realidad lejos de ser una democracia es un estado racista que promueve e institucionaliza el apartheid para una buena parte de las personas que viven dentro de sus fronteras.
La fotografía
El vencedor de las elecciones ha sido el partido creado por Sharon, Kadima (Adelante), pero no ha logrado todos los escaños que deseaba. De hecho, el plan trazado por Sharon antes de entrar en como, y que quiere seguirlo a rajatabla Olmert, se asentaba en dos líneas. Por un lado pretende fijar las fronteras del estado de Israel, algo que a la vista de los resultados puede conseguir, y por otra parte el halcón judío pretendía crear una fuerza política fuerte y con amplia representación que pusiera fin a la inestabilidad que marcan las colaciones gubernamentales del pasado. En este asunto Kadima ha fracasado.
La sorpresa para muchos es el resultado del Gil (Edad), conocido como el partido de los pensionistas, que además de aglutinar el voto de la tercera edad ha obtenido apoyos entre los jóvenes y mayores opuestos a las políticas de los grandes. Y la sorpresa también se puede calificar como de relativa, pues no podemos olvidar que en las elecciones municipales del 2003, este partido obtuvo la mayoría en el ayuntamiento de Tel Aviv.
Los laboristas han aguantado el tirón del nuevo partido y a pesar de no lograr sus expectativas están satisfechos. El discurso supuestamente izquierdista del nuevo dirigente, Peretz, con orígenes sindicalistas y en movimientos de los derechos humanos, giró a la derecha en cuanto se pasó a la política. Hoy en día puede ser la figura clave del nuevo gobierno, pero aún es pronto para anticipar su recorrido en la escena política del país.
El gran derrotado ha sido el derechista Likud (Unificación) que lejos de hacer honor a su nombre se presenta dividido y fragmentado. La radicalización de su discurso electoral, se le llamaba «el partido del No», no le ha servido, y su líder, Netanyahu deberá soportar las maniobras internas para acabar con su carrera.
Los tres partidos árabes han logrado nueve escaños, repartidos entre las tres formaciones (izquierda, laicos e islamistas), aunque su futuro, como el del conjunto de árabes en Israel no se presenta nada optimista.
Otra formación que despunta es el israel Beytenu (Israel, Nuestra Casa), que dirige Avigdor Liberman. Este se ha hecho famoso por sus discursos incendiarios contra la población árabe, apostando por su deportación («No creo en la coexistencia. Podemos ser vecinos pero no coexistir»). Ha sabido recoger el voto de la inmigración rusa, que había perdido sus dos referentes, Sharon por su «firmeza» y el partido Shinui, por su laicismo, y ve en Liberman una alternativa para frenar su marginación. También se ha hecho con votos de la derecha y de otras formaciones.
Los partidos ortodoxos, Shas (sefradí) y Yahadut Hatora (Judaísmo de la Torá, ashkenezim) pretenderán mantener su influencia en aspectos religiosos y de carácter económico en el primero de los casos.
El partido religioso-nacionalista, Unidad nacional-Partido Religioso Nacional, basado fundamentalmente en la fuerza de los colonos, ha obtenido un número de escaños que le permitirá maniobrar para intentar oponerse a los planes de desmantelamiento unilateral que Olmert ha anunciado.
Pesimismo
El horizonte que se avecina no puede dejar mucho lugar para el optimismo. Temas como el de los refugiados, Jerusalén, el estado palestino entre otros no van a encontrar vías de solución al hilo de las declaraciones de los nuevos dirigentes sionistas. La población árabe ve con temor que su futuro se vuelve algo más negro cada día.
Algunas lecturas, pecando de optimismo o de partidismo, pretenden presentar una nueva coyuntura donde el estado de Israel «renuncia» al Gran Israel, al tiempo que impulsa un estado sólo para judíos con unas fronteras marcadas arbitrariamente por ellos, ajeno a la realidad y demanda de la población local y de las leyes internacionales. Lo cierto es que el sionismo, como apuntan algunos intelectuales judíos, «busca convertir toda Palestina en una tierra para los judíos».
El sionismo racista y excluyente sigue asentando sus raíces en suelo palestino, el discurso político en Israel gira con absoluta normalidad en torno a términos como «separación, transferir…» Las posturas intransigentes, las condiciones inasumibles para los representantes palestinos y algunos discursos planean sobre la región, alimentando e pesimismo para cualquiera que apueste por una solución negociada.
La guinda puede venir en poco tiempo, de hecho, se ha comenzado a desarrollar un nuevo discurso sionista que promueve «olvidarse de soluciones políticas, buscando soluciones humanitarias individuales», y sobre todo remarcando la necesidad de «sacar de la agenda internacional el derecho del pueblo palestino para autodeterminarse y convertirse en un estado de pleno derecho».
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)