Traducido por Gorka Larrabeiti y Alma Allende
En plena noche, desde la terraza de un antiguo hotel en El Cairo, sube el humo del narguilé de manzana. Los vasos están llenos de cerveza. Alrededor de las mesas, un grupo de opositores sirios trata de olvidar las penas del exilio. Jalaf es poeta; Wassim, diseñador web; Rita, formadora; Maan, director de cine; Fadi, comerciante; Farzand, médico, y Khater, músico. Tenía que haber estado también Louise, actriz, pero no pudo venir porque ese mismo día inició una huelga de hambre en la plaza Tahrir con otras tres chicas: la poetisa Tibi y las activistas Rola y Salma.
Hace dieciocho meses estaban en Homs, Alepo y Damasco entre los primeros organizadores del movimiento no violento y laico más duradero, creativo y organizado de las primaveras árabes . Sí, laico, porque Jater y Jalaf son suníes, Rita, y Louise alauíes, Maan druso, Fadi, cristiano, y Farzand kurdo. También porque Wassim, que es ateo, entró por primera vez en una mezquita durante la revolución, al ser las mezquitas los únicos lugares donde se podía la gente reunir masivamente, el viernes durante la oración, evitando a las fuerzas de seguridad, para luego salir de manifestación.
La loca represión del régimen cambió su destino. Muchos de los compañeros de esas primeras manifestaciones fueron asesinados, murieron en la cárcel o en bombardeos. Los demás huyeron para salvar la vida. Y desde el exilio tratan de apoyar la revolución, al menos desde la red. Jater compone canciones de resistencia, JuanZero dibuja caricaturas de Bashar, y todos los demás pasan sus días en la red difundiendo noticias e ideas. Ideas sí, las mismas que han alimentado durante un año la revolución siria y ahora están en peligro de morir junto con los miles de víctimas de una guerra que, de acuerdo con los activistas del movimiento pacifista- está arrastrando al país a un callejón sin salida de muerte y destrucción.
Hace dieciocho meses, ninguno de ellos hubiera imaginado jamás que la revolución pasaría a ser armada. Wassim al principio estaba convencido de que el régimen caería en pocas semanas, como había sucedido en Túnez y Egipto. Su única preocupación, al ser detenido en abril de 2011, era que no iba a vivir ese momento histórico con sus compañeros. A posteriori admite que pecó de optimismo.
Antes de la revolución Wassim había montado una empresa de informática. Desde que huyó, se ha ido gastando los ahorros que tenía para apoyar al movimiento no-violento entre Beirut y Estambul. Ya casi pelado de dinero, se detuvo en El Cairo. Vive en un apartamento modesto en Saad Zaghloul, junto con un estudiante de los movimientos universitarios de Alepo que también está en el exilio. Me sirve un vaso de raki. Mezclado con agua y unos cubitos de hielo. De su cabeza penden cuatro órdenes de detención. Volver a Damasco es imposible.
Pero no quiere hablar de ir a combatir con el ejército libre. Wassim está convencido de que la guerra fue una decisión equivocada. Dictada por los países del Golfo y los estadounidenses para reemplazar a Bashar con un gobierno amigo islamista y así debilitar a Hezbollah e Irán. Al principio pensó en ir a documentar las masacres del régimen y hacer una película sobre el papel de la minoría alauí en la revolución, pero cambió de opinión después de la muerte en un bombardeo de dos directores amigos suyos: Basel y Tamer.
Gracias a chicos como ellos se sabe lo que está sucediendo en Siria. Los periodistas internacionales, de hecho, solamente cubren la ciudad de Alepo. Aventurarse en el resto del país es demasiado peligroso. Sin embargo, todos los días se difunden en la red miles de vídeos de cada ciudad siria y de cada barrio de Damasco y Alepo. Los graban jóvenes reporteros sirios voluntarios que se pasan días en el frente arriesgando la vida. Luego cargan todo en Facebook en páginas compartidas por miles de sirios. Gente corriente que a su vez rebota los contenidos en la red. No creo que haya habido en la historia otro ejemplo igual de cobertura informativa tan capilar y participativa.
También Wassim trabajó durante algunos meses en el frente informativo. Estaba en Estambul entonces y era responsable de la formación periodística de los activistas sirios, y del contrabando a Sira de cámaras, ordenadores, software y módem vía satélite. Pero hace ya tanto de aquello…
«Hoy el movimiento civil ya no tiene posibilidad de trabajar. Si en una ciudad hay un ajército no se puede hacer nada. Cuando se dispara, el ruido de las explosiones te tapa la voz. Sólo nos queda facebook. Tenemos artistas, músicos, poetas, dibujantes. Lo primero para nosotros es el arte. Queremos demostrar en el extranjero que la revolución siria no sólo es guerra. Que hay un pensamiento, que hay sueños».
Desgraciadamente, sin embargo, esta voz no está llegando fuera de las fronteras. Se habla de Siria solamente como del teatro de una guerra civil.
«Algunos egipcios me preguntan qué hay que hacer para ir a Siria a hacer la yihad y defender a los sunnitas. Piensan que la guerra es entre chiitas y sunnitas, no han entendido que se trata de una revolución. Y todo esto a causa de las noticias difundidas de manera fraudulenta por Al-Yazira y Al-Arabiya, cuyos editores, Arabia Saudí y Qatar, tienen una clara agenda política».
Una agenda que espanta a Wassim y a los otros activistas del movimiento civil. Después de todo, los únicos que están financiando al Ejército Libre son los gobiernos islámistas. Arabia Saudí, Qatar, Turquía. Además están los Estados Unidos que apoyan a los Hermanos Musulmanes, como han hecho en Egipto. El Ejército Libre Sirio no tiene una agenda islamista, pero tienen la maldita necesidad de armas y dinero.
«Tengo un amigo, un ex-general que ha desertado; hablé el otro día con él por skype después de haberlo visto en Al-Yazira con la barba larga cuando yo sé que es un gran bebedor de raki. Dice que en la guerra si no tienes armas mueres y que con la barba larga le pagan mejor. Para él todo es una farsa, pero luego las milicias de muyahidin existen de verdad. Han traído a Siria combatientes libios, chechenos. Sus ideas radicales nos dan miedo. No queremos un Estado islámico. Todavía son sólo una minoría, pero son un peligro. Incluso la prensa internacional sólo habla de ellos y así se desacredita la revolución».
Lo mismo está haciendo la propaganda del régimen, que ya sólo se mantiene en pie gracias a una astuta construcción del terror.
«Cuando salió el vídeo de algunos combatientes del Ejército Libre de Feriana degollando a algunos alawuitas sospechosos de pertenecer a los shabiha, el régimen mostró las imágenes en televisión diciendo: he aquí los terroristas que degollarán a todos los alawitas y cristianos si ganan la guerra.
Gracias al miedo, según Wassim, un 25% del pueblo apoya aún al régimen. Y otro 50% -la mayoría- no toma posición. Odian al régimen, pero tienen miedo de expresarlo. O tienen miedo de la deriva que está tomando la revolución desde que se ha iniciado la guerra.
El doctor farzand es uno de ellos. Es un médico kurdo de Alepo en torno a los cuarenta años, padre de dos niños. Hace un año se manifestaba en la calle contra el régimen. Hoy ha dejado Siria para poner a salvo a su familia. Habla con lágrimas en los ojos, sopesando cada palabra, como si admitiese por primera vez la derrota.
«Hace un años teníamos un sueño. Y no era el fin del régimen. Nuestro sueño era la construcción de la Siria del futuro. Tras 40 años de dictadura y de terror, el pueblo sirio había vencido el miedo, había reencontrado la dignidad y recomenzado a soñar. El fin del régimen era un paso necesario, pero no era nuestro objetivo. Era el primer paso de un largo camino que debía llevarnos a un futuro de libertad, derecho y justicia. La guerra ha matado todo esto. No quiero que caiga el régimen si luego llega otro régimen. No quiero que caiga el régimen si para ello hay que verter la sangre de decenas de miles de inocentes. La guerra es una locura, para matar a un hombre hay que estar enfermo. Tengo miedo de lo que está sucediendo en mi país».
El no a la guerra del pacifistas sirios no es un acto de acusación contra el Ejército Libre, sino más bien la amarga conciencia de hasta qué punto la inaudita violencia del régimen ha arrastrado a este país a una espiral de violencia que nadie sabe dónde acabará. Ya sólo hablan las armas y los hombres de religión. Contra los que Maan, otro activista exiliado en El Cairo, se desahoga:
«El Corán está lleno de páginas que son un himno a la vida. Está escrito que quien mata a otro hombre es como si matase a toda la humanidad. Pero los hombres de religión en Siria sólo ven los versículos de la yihad . Y los jóvenes del medio rural creen de verdad en sus palabras. Creo que si mueren mártires en la guerra irán directamente al paraíso y estarán allí rodeados de vírgenes maravillosas. Y acaban por preferir la muerte a una vida miserable bajo las bombas. No se dan cuenta de que es un suicidio colectivo, están mandando a la muerte a nuestros mejores jóvenes».
Por lo demás, no se podía esperar otra cosa. Abandonados por la comunidad internacional y sometidos cada día a torturas y masacres, difícilmente los sirios habrían podido reaccionar de otra manera. La sangre llama a la sangre. Es la ley más antigua del mundo. Al pueblo sirio no le ha quedado más remedio que hacerse un hueco entre las armas y la religión. Ya no para hacer la religión sino simplemente para salvar la vida.
5/5. FIN.
Otras crónicas desde Siria:
1/5: La guerra de Alepo.
2/5: ¿Internacionalistas o terroristas?
Fuente: http://fortresseurope.blogspot.it/2012/10/speciale-siria-la-rivoluzione-in-esilio.html#more