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Análisis de los resultados de las elecciones israelis

La señorita Tántalos

Fuentes: Rebelión

Traducido por Carlos Sanchis y revisado por Caty R.

Tántalos recibió el castigo de los dioses por razones que no están completamente claras. Tiene hambre y sed, pero el agua siempre retrocede cuando se inclina para beber y la fruta que cuelga sobre su cabeza siempre escapa de su mano.

Tzipi Livni sufre en la actualidad una tortura similar. Tras conseguir una importante victoria personal en los escrutinios, la fruta política sigue escapándose de ella cuando extiende la mano.

¿Por qué ha merecido esto? ¿Qué ha hecho, después de todo? ¿No ha apoyado la guerra, no ha llamado a un boicot contra Hamás, no ha jugado a dar vueltas alrededor de unas negociaciones vacías con la Autoridad Palestina? Si, ciertamente, lo ha hecho… Pero, ¿un castigo tan terrible?

Sin embargo, los resultados de las elecciones no están tan claros como podría parecer. La victoria de la derecha no es tan inequívoca.

El centro de la campaña electoral fue la competición personal entre los dos contendientes para el cargo de Primer Ministro: Livni y Netanyahu (o como se llaman ellos, como si todavía estuvieran en la guardería, Tzipi y Bibi).

Contra todas las expectativas y todas las encuestas, Livni venció a Netanyahu. Intervinieron varios factores. Entre otros: las masas de la izquierda estaban aterrorizadas por la posibilidad de que Netanyahu ganara y se unieron al campo de Livni para «¡Parar a Bibi!». Además Livni -que nunca se identificó con el feminismo- se acordó de las mujeres de Israel en el último momento para congregarlas bajo su estandarte y ellas escucharon su llamada.

Pero es imposible ignorar el principal significado de esta opción: Netanyahu simboliza la oposición total a la paz, la oposición a devolver los territorios ocupados, a congelar los asentamientos y a la creación de un Estado palestino. Livni, por otra parte, ha declarado más de una vez su apoyo total a la solución de los dos Estados. Sus votantes optaron por la línea más moderada.

Realmente, el gran ganador de las elecciones fue Avigdor Liberman. Pero su triunfo está lejos del fatal avance que todos preveíamos. No ganó los 20 escaños que había prometido. Su ascenso de 11 a 15 escaños no es tan dramático. Su partido ocupa ahora el tercer lugar en la Knesset, pero eso se debe menos a su propio ascenso que al derrumbamiento del Partido Laborista, que cayó de 19 a 13. A propósito, ninguno de los partidos obtuvo ni siquiera el 25% de los votos. Ahora, la democracia israelí es realmente muy frágil.

El fenómeno Liberman es inquietante, pero no (¿todavía?) desastroso. Sin embargo, no se puede negar el mensaje más significativo de estas elecciones: el público israelí se ha desplazado a la derecha. Del Likud a la derecha ahora hay 65 escaños; del Kadima a la izquierda sólo 55. No se puede discutir con los números.

¿Qué ha causado este cambio?

Hay varias explicaciones, todas ellas válidas.

Se puede considerar como una etapa de transición después de la guerra. Una guerra despierta emociones fuertes -intoxicación nacionalista, odio al enemigo, miedo a los otros, anhelo de unidad y de venganza- Todas ellas sirven, naturalmente, a la derecha; una lección a veces olvidada por la izquierda cuando empieza una guerra.

Otros ven en ella una continuación de un proceso histórico: el enfrentamiento palestino-sionista cada vez es más amplio y más complejo, y semejante situación alimenta a la derecha.

Y luego está, por supuesto, el factor demográfico. El bloque derechista atrae los votos de tres sectores: los judíos orientales (la mayoría de los cuales votó al Likud), el religioso (que principalmente votó por los fundamentalistas) y los rusos (la mayoría de los cuales votaron por Liberman). Éste es un voto de grupo, casi automático.

Hay dos sectores en Israel que tienen una tasa de natalidad especialmente alta: los judíos religiosos y los árabes. El voto religioso es casi unánime para la derecha. Realmente, los ortodoxos y los partidos nacional-religiosos no han aumentado su fuerza en las elecciones, probablemente porque muchos de sus votantes naturales eligieron al Likud, a Liberman o a la todavía más extremista Unión Nacional. Los ciudadanos árabes se abstuvieron casi completamente de votar por los partidos judíos, como muchos de ellos acostumbraban a hacer en el pasado, y los tres partidos árabes en conjunto ganaron un escaño más.

La evolución demográfica es ominosa. Kadima, Laboristas y Meretz se identifican con el establecido y viejo sector ashkenazí, cuya fuerza demográfica está en constante declive. Así, muchos jóvenes ashkenazíes dieron sus votos -al menos por valor de cuatro escaños- a Liberman, que predica el fascismo laico. Odian a los árabes, pero también odian a los judíos religiosos.

La conclusión es obvia: si el «centro-izquierda» no consigue salir de su gueto elitista y arraigar en los sectores orientales y rusos, su declive continuará de elección en elección.

Ahora la señorita Tántalos debe escoger entre dos opciones amargas: retirarse al desierto, donde no hay agua ni fruta, o servir como una hoja de parra a una coalición irritante.

Opción número 1: Rechazar unirse a la coalición de Netanyahu y pasar a la oposición. Eso no es tan simple. El partido Kadima se creó cuando Ariel Sharon prometió a sus miembros -asilados de la derecha y la izquierda- el poder. Será muy duro para Livni aguantarlos a todos juntos en la oposición, lejos de la sede del poder, lejos de las elegantes oficinas de los ministros y de los lujosos vehículos oficiales.

Eso nos daría un gobierno derechista que incluye fascistas manifiestos, alumnos de Meir Kahane (cuyo partido se prohibió debido a sus doctrinas racistas), defensores de la limpieza étnica, de la expulsión de los ciudadanos árabes de Israel y la eliminación de cualquier oportunidad para la paz. Semejante gobierno se encontraría inevitablemente en confrontación con Estados Unidos y en un aislamiento mundial.

Algunas personas dicen: eso es bueno. Semejante gobierno necesariamente caerá pronto y se romperá. Así el público se convencerá de que no hay ninguna opción derechista viable. Kadima, Laboristas y Meretz se cocerán en la oposición y tal vez surja una auténtica alternativa de centro-izquierda.

Otros dicen: demasiado arriesgado. No hay límite a los desastres que un gobierno de Netanyahu-Liberman-Kahanistas puede traerle al Estado, desde la ampliación de los asentamientos, que torpedearía cualquier paz futura, a la guerra total. No podemos arriesgarlo todo a una carta cuando la apuesta es el Estado de Israel.

La opción de Livni número 2: Tragarse la píldora amarga, rendirse y unirse al gobierno de Netanyahu como segunda, tercera o cuarta rueda. En ese caso, ella debe decidir enseguida, antes de que Netanyahu establezca un compromiso de hecho con una coalición de extrema-derecha a la que después invitaría a Livni a unirse como un socio menor.

No me sorprendería que el presidente Simón Peres tomase la iniciativa y promoviese de forma extraoficial esta opción antes de que empiece, dentro de una semana, el proceso oficial de consultas con las facciones de la Knesset, y confiase a uno de los candidatos la tarea de formar el gobierno.

¿Un gobierno de ese tipo podría avanzar hacia la paz? ¿Llevar a cabo auténticas negociaciones? ¿Consentir el desmantelamiento de los asentamientos? ¿Aceptar un Estado palestino? ¿Reconocer a un gobierno de unidad palestina que incluya a Hamás?

Es difícil de imaginar. En el mejor de los casos, seguirá con la farsa de negociaciones sin sentido, ampliará los asentamientos a la chita callando, guiará a Barack Obama por la nariz y movilizará al lobby pro israelí para obstruir cualquier movimiento estadounidense auténtico hacia paz. Lo que fue será.

¿Israel puede cambiar el rumbo? ¿Puede surgir una auténtica alternativa orientada hacia la paz?

Los dos partidos de «izquierda sionista» han resultado totalmente derrotados. Tanto el Partido Laborista como Meretz se han derrumbado. Sus dos líderes, que exigieron y apoyaron la Guerra de Gaza -Ehud Barak de los laboristas y Haim Oron de Meretz- han recibido el castigo que se han ganado ampliamente. En una democracia normal, los dos habrían dimitido al día siguiente de las elecciones. Pero nuestra democracia no es normal y ambos líderes insisten en quedarse y conducir a sus partidos al próximo desastre.

El Partido Laborista es un cadáver ambulante, el único partido «socialdemócrata» del mundo cuyo único objetivo de su líder es mantenerse como ministro de guerra. Cuando Barak difundió el mantra de «no hay nadie con quien hablar», pasó por alto la conclusión lógica «por consiguiente, no necesitamos a nadie para que hable con ellos».

El Partido Laborista no tiene partido, ni miembros, ni programa político, ni liderazgo alternativo. Fracasará en la oposición como fracasó en el gobierno. Salvo que ocurra un milagro, terminará en la chatarrería de la historia.

Meretz ya está allí. Un partido socialista que perdió su camino hace mucho tiempo: un partido sin ningún arraigo en las clases bajas de la escala socioeconómica, un partido que ha apoyado todas nuestras guerras.

Algunos creen en soluciones fáciles: una unión de laboristas y Meretz, por ejemplo. Ésa es una unión de cojos y ciegos. No hay ninguna razón para esperar que ganen la carrera.

La auténtica tarea es mucho más difícil. Hay que erigir un edificio completamente nuevo en el lugar del que se ha derrumbado.

Es necesaria una nueva izquierda que incluya a los nuevos líderes de los sectores que se han discriminado: orientales, rusos y árabes. Una nueva izquierda que exprese los ideales de una nueva generación, gente de paz, defensores del cambio social, feministas y verdes, que todos entendamos que no se puede realizar un ideal sin contar con todos ellos. No puede haber justicia social en un estado militar, nadie se preocupa por el medio ambiente mientras rugen los cañones, el feminismo es incompatible con una sociedad de machos que conducen tanques, no puede haber respeto para los judíos orientales en una sociedad que desprecia la cultura de Oriente.

Los ciudadanos árabes tendrán que salir del gueto en el que están confinados y empezar a hablar con el público judío, y el público judío debe hablar con los árabes en igualdad de condiciones. Al eslogan de Liberman: «No hay ciudadanía sin lealtad» hay que darle la vuelta: «No hay lealtad sin una auténtica ciudadanía».

Como ha hecho Obama en EEUU, hay que crear un nuevo idioma, un nuevo léxico para sustituir las frases viejas y agotadas.

Hay mucho que cambiar si queremos salvar el Estado.

En cuanto a la señorita Tántalos, puede contribuir a ese proceso de cambio o su tortura continuará.

Parafraseando a Pirro, rey de Epiro y Macedonia, podemos decir: Una victoria más y nos desharemos.

Original en inglés:

http://zope.gush-shalom.org/home/en/channels/avnery/1234645625/