Ya a finales del siglo XVIII se acuñó el término «cuarto poder» para definir a la prensa escrita, único medio de comunicación en aquella época. El desarrollo tecnológico ha dado lugar a la proliferación de tantos, tan diversos y tan potentes formatos para la difusión de la información. Medios que se han convertido en una […]
Ya a finales del siglo XVIII se acuñó el término «cuarto poder» para definir a la prensa escrita, único medio de comunicación en aquella época. El desarrollo tecnológico ha dado lugar a la proliferación de tantos, tan diversos y tan potentes formatos para la difusión de la información. Medios que se han convertido en una eficaz herramienta del actual sistema económico y social. Afortunadamente, la abundancia de medios da lugar a que algunos no caigan en las garras del poder real, permitiendo la expresión crítica y plural de quienes discrepan de la información «oficial», de la manipulación y de la intoxicación.
En estos momentos vivimos la exaltación de los medios de masa: de las cadenas de radio y TV públicas o privadas y de los diarios escritos de grandes compañías. Además de los programas basura, la situación política general, la situación catalana y los procesos relacionados con los abundantes casos de corrupción, ocasiona la multiplicación de informativos y de pseudodebates, hasta la saturación, hasta el cansancio, en algunos casos, hasta la repugnancia.
Primer escenario político
Otra de las herramientas del sistema es la actividad política al uso, ahora tan efervescente. Asistimos a la fiesta política a través de los medios que nos tienen distraídos y entretenidos. Ahora parece que no existen los problemas que de verdad afectan a los ciudadanos.
Nos presentan el espectáculo, el desfile de los diputados y diputadas electos. Las votaciones, sus vestimentas. Un joven diputado con rastas se ha convertido en vedette. Las y los más recalcitrantes se escandalizan y vomitan todas las tonterías que su escaso cerebelo les permite. Menos corbatas, más gente corriente. Todo esto trasmitido en directo, por si fuera poco nos lo repiten en todos los informativos, en todas las tertulias, o lo que sean.
Están hechos un verdadero lío, esto es un embrollo. El Rey confundido. Claro, el deficiente texto de la Constitución del 78 contaba con la alternancia bipartidista como única forma de gobierno. Ahora son cuatro grupos con una representación amplia más una serie de partidos o agrupaciones minoritarias que también tienen algo que decir. Los propios partidos no saben qué hacer. Se están enredando, no hay práctica de pactos, algunos están ahí de nuevas. Como la dinámica habitual en las relaciones partidistas es el ataque y la descalificación de los ajenos, parece imposible llegar a un acuerdo. Están cayendo en contradicciones. El actual Presidente en funciones tan pronto dice una cosa como la contraria. Claro, tampoco le podemos pedir demasiado: una persona intelectualmente limitado, sin suficiente capacidad negociadora. Le oigo en esas repetitivas intervenciones televisivas que está dispuesto a revisar las leyes represivas y antipopulares que han promulgado en la anterior legislatura. Lo dice cuando mendiga la abstención del PSOE, única propuesta, pero otras veces le sale la vena reaccionaria y dice lo que de verdad piensa: estas leyes que los demás cuestionan son insuperables. El PSOE dice por activa y por pasiva, cada vez que se le pregunta, que votará en contra de Rajoy o contra cualquiera del PP. Los de Ciudadanos tienen un papel irrelevante tanto si se abstienen como si votan en contra de una opción de izquierdas, por eso buscan protagonismo llamando la atención, promocionándose como los únicos negociadores, pero ante tal barullo cambian su posición cuando les conviene. En realidad, ese falso «buenismo» del que hacen gala no fructifica. La incertidumbre se ha hecho dueña de un Congreso variopinto, contagiándolo a la sociedad en su conjunto. Podemos resiste y plantea sus reivindicaciones: legítimas. Pide varios grupos en el parlamento por aquello de las Mareas y las Plataformas que les han acompañado, pero los demás se niegan. Así que los acuerdos con el PSOE se resisten. Finalmente se quedarán con un solo grupo por culpa de los socialistas. La cosa se complica.
Si el PSOE se mantiene en sus trece y no se abstiene en la votación a Rajoy, o de su sustituto, si Podemos mantiene la decisión de llevar a cabo una consulta en Cataluña, a la que se niegan los socialistas, la formación del ejecutivo resulta imposible. La posición de Ciudadanos, como decimos, es irrelevante. En tales circunstancias, ¿habrá que ir a una nueva convocatoria? ¿Pero qué pasaría si los resultados son semejantes a los del 20D?
La incertidumbre es la única característica que marca este momento. Por eso puede ocurrir cualquier cosa, aunque, a última hora, parece que el PP se rinde y comienza a recoger sus bártulos.
Segundo escenario político
Una parte significativa de la ciudadanía catalana reivindica, como ya lo hiciera en otras ocasiones, la independencia, y anuncia la proclamación de un nuevo Estado en régimen de República. La actual situación política en Cataluña coincide con esa peculiar situación global tras las elecciones del 20 de diciembre. A mi modo de ver, la reivindicación tiene un carácter más emocional que económico y social. La clase política ha sido capaz de encandilar a un elevado número de personas que no ven mucho más allá de ese deseo de emancipación sin pararse a pensar en el modelo político que les esperaría, si esto llegara al fin deseado. El bloque independentista mayoritario representa al sector neoliberal más radical, que va más allá, incluso, de la oligárquica y tradicional burguesía catalana de finales del siglo XIX y comienzos del XX. El paro, la precariedad, los recortes en los servicios sociales y la explotación laboral no serán eliminados con ese soñado deseo independentista.
La medida planteada no deja de tener una evidente carga de egoísmo e insolidaridad con otros pueblos del Estado menos afortunados por su situación económica, su desarrollo y, por qué no decirlo, su discriminación respecto a los catalanes. La reivindicación, en contra de lo que ellos pudieran pensar, puede ser tildada de provincianismo y contrario al principio progresista de internacionalismo. Lo deseable, desde la óptica de la clase trabajadora, es la creación de amplios espacios del planeta donde sea posible la lucha unificada por la emancipación de la clase, y no la del «terruño».
No sabemos lo que este proceso puede dar de sí, ni cómo acabará, aunque no es difícil deducir que no se producirá la, tan deseada por algunos, independencia, aunque bien es cierto que el enredo se alargará, distrayendo a la ciudadanía de asuntos más relevantes. Los medios están ahí para seguir intoxicando.
En el plano judicial
La corrupción y otras lacras añadidas se convierten también en espectáculo. Cada día aparece un nuevo caso, pero no hay problema: ya nos hemos acostumbrado. Ya nadie se escandaliza. Ahora se entremezclan esas nuevas apariciones, punta del iceberg, con los primeros juicios a corruptos (¿presuntos?). Más carnaza para el pueblo. Los medios a tope. Después de seis años se inicia el juicio del caso Noos. Sientan en el «banquillo» a la hermana del Rey. Ni más, ni menos. Parece que el principal objetivo de unos y otros es excluir a la Infanta del caso. El fiscal sigue en sus trece, continuando con ese papel que le han encomendado desde arriba. Se le ve demasiado el plumero. ¡Qué vergüenza!
Otros casos de corrupción aparecerán en escena este año. Es de suponer que los casos Gülter, Bárcenas, Rato y otros tantos sean juzgados pronto. Muchas esperanzas de la ciudadanía que pide justicia, pero esas expectativas se verán truncadas, porque, no olvidemos, que las leyes están hechas, precisamente, para amparar a los que más tienen.
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