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Limosnas, puntos de control y testaferros

La solución de dos Estados al estilo israelí

Fuentes: Global Research

Traducido del inglés para Rebelión

Benjamin Netanyahu, primer ministro de Israel, ha sido muy criticado en su país, así como en el extranjero, por no haber presentado su propia iniciativa diplomática para el proceso de paz israelí-palestino para anticiparse a la intervención de EE.UU.

El señor Netanyahu podrá haber jadeado y resoplado antes de expresar la frase «dos Estados para dos pueblos» en la reunión de gabinete del domingo, pero contornos de precisamente un tal Estado – o Estados -palestino han estado emergiendo sin cambios desde hace un cierto tiempo.

En los hechos, el señor Netanyahu parece tan comprometido como sus predecesores con la creación de los hechos en el terreno para una solución de dos Estados impuesta por Israel, la que él y otros en la dirigencia de Israel esperan sea finalmente adoptada por la Casa Blanca como la opción «pragmática» – aunque lejos de ser ideal.

Mientras Israel ha estado ganando más tiempo en Washington con sus dimes y diretes respecto a una mezquina congelación de los asentamientos, ha seguido adelante en el proceso de crear dos territorios palestinos, la Franja de Gaza y Cisjordania que, a pesar de que supuestamente emerjan de la ocupación, se hunden en realidad cada vez más profundo en una dependencia crónica de la buena voluntad israelí.

Esto está creando una cultura de control absoluto israelí y de dependencia absoluta palestina, impuesta por gobernantes palestinos por encargo que actúan como mini-dictaduras.

Para cada vez más palestinos, las condiciones de la simple subsistencia o incluso supervivencia son obsequios israelíes que pocos pueden desdeñar mediante actividad política, para no hablar de desobediencia civil o de resistencia armada. La voluntad palestina de organizarse y resistir mientras su tierra es arrebatada para construir asentamientos está siendo inexorablemente debilitada.

Se habla poco de ello, pero Israel prácticamente abandonó hace un cierto tiempo la terminación de su masivo muro de separación en Cisjordania. Hay importantes brechas que no han sido cerradas, pero, como la situación se ha calmado tanto y el coste de cada kilómetro de muro es tan elevado, el sentido de la urgencia política y militar se ha evaporado.

Atacantes suicidas, si tuvieran la determinación necesaria, todavía podrían introducirse en Israel. Pero cada vez más palestinos consideran que tales ataques son fútiles, si no contraproducentes: Israel sólo logra más simpatía internacional y tiene el pretexto para apretar aún más las clavijas a la vida palestina.

Nada de esto ha pasado desapercibido a los dirigentes israelíes, sea de la así llamada izquierda o de la derecha.

En lugar de ser una aberración en respuesta a ataques con cohetes, el bloqueo de Gaza se ha convertido en el modelo de Israel para la condición de un Estado palestino. Cisjordania pasa rápidamente por su propia versión de una retirada de tropas y sitio, con resultados similarmente predecibles.

El bloqueo de Gaza – y el salvaje ataque que sufrió en diciembre y enero – ha sugerido incluso al señor

Netanyahu que la versión israelí de la política de la zanahoria y el garrote funciona.

El garrote – una Gaza devastada incapaz de levantarse de los escombros porque la ayuda y los bienes básicos son excluidos – ha transformado a la mayoría de la población en una nación dependiente de dádivas, que pide prestado donde sea posible para comprar productos esenciales contrabandeados por los túneles, y concentrada en el arte solitario de la supervivencia.

Como informó el mes pasado el normalmente moderado Comité Internacional de la Cruz Roja: «La mayoría de los muy pobres han agotado sus mecanismos para hacer frente a la situación. A muchos no les quedan ahorros. Han vendido sus pertenencias privadas como ser joyería y muebles y han comenzado a vender recursos productivos como ser animales de granja, tierras, botes de pesca o coches utilizados como taxis.»

La zanahoria – si podemos llamarla así – se dirige a los dirigentes de Gaza, Hamas, más que a sus habitantes comunes. El mensaje es simple: controlad el fuego de cohetes y no os volveremos a atacar. Permitiremos que gobernéis los restos de Gaza.

En Cisjordania, la zanahoria para los dirigentes es aún más tentadoramente visible. La Autoridad Palestina bajo Mahmud Abbas se colude en la creación de una serie de mini-feudos basados en las principales ciudades.

Entrenadas por los militares de EE.UU., las fuerzas palestinas de seguridad con armas ligeras están recuperando el control de Jenín, Nablus, Jericó, Qalqilya, Ramala, etc., mientras se alienta a la AP para que refuerce su legitimidad a través de promesas de limosnas económicas.

El dirigente de una organización no gubernamental palestina en Ramala dijo en confianza durante el fin de semana que lo que se está creando son «Ligas de Ciudades» – una referencia burlona a las milicias regionales palestinas conocidas como Ligas de Aldeas, armadas por Israel a principios de los años ochenta para aplastar el nacionalismo palestino mediante amenazas y ataques contra activistas políticos locales. Fueron un fracaso atroz; esta vez los palestinos están menos seguros de que Israel no tenga éxito.

Las prisiones palestinos comienzan a llenarse no sólo con los sospechosos de pertenecer a Hamas sino con disidentes del régimen de Fatah. Israel prepara cuidadosamente el terreno para crear un brutal Estado cliente.

El garrote, como en Gaza, se dirige a la población común. Los titulares en las noticias hablan del aligeramiento de las restricciones de movimiento en los puntos de control. Podrá ser verdad en algunos sitios en lo profundo de Cisjordania. Pero en los grandes puntos de control que separan a Israel de lo que queda de Cisjordania, como el de Qalandiya entre Ramala y Jerusalén, el control del movimiento palestino se convierte en algo espantosamente sofisticado.

Esos puntos de control se parecen ahora más a pequeños terminales de aeropuerto, con cantidades limitadas de palestinos «de confianza» con derecho a pasar. Para escapar cada día a la pobreza de Cisjordania y llegar a un trabajo manual dentro de Israel, tienen que tener una tarjeta de identidad magnética que incorpora datos biométricos y un permiso especial. Las tarjetas son negadas por Israel no sólo a los que tienen antecedentes de actividad política, sino a los que tienen parientes lejanos considerados como políticamente activos.

El mismo dirigente de ONG concluyó, de nuevo con amarga ironía: «Nuestros dirigentes declaran victoria: la victoria de la derrota.»

Si el señor Abbas y sus funcionarios de la AP apoyan la visión israelí de la calidad del Estado, la derrota para los palestinos será aún mayor.

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Jonathan Cook es escritor y periodista. Vive en Nazaret, Israel. Los últimos libros que ha publicado son: «Israel and the Clash of Civilizations: Iraq, Iran and the Plan to Remake the Middle East» (Pluto Press) y «Disappearing Palestine: Israel’ Experiments in Human Dispair» (Zed Books). Su página web es: www.jkcook.net

Este artículo fue publicado por primera vez en The Nacional (www.thenational.ae).

http://www.globalresearch.ca/index.php?context=va&aid=14286