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La tenacidad del militarismo en EEUU

Fuentes: La Estrella Digital

Una encuesta realizada en EEUU a mediados del pasado mes de febrero (por PollingReport.com, del grupo TIME) tenía por objeto evaluar la confianza del pueblo estadounidense en sus instituciones. A la cabeza de la clasificación quedó la institución militar, en la que el 51% de los encuestados mostró «gran confianza», seguida a corta distancia por […]

Una encuesta realizada en EEUU a mediados del pasado mes de febrero (por PollingReport.com, del grupo TIME) tenía por objeto evaluar la confianza del pueblo estadounidense en sus instituciones. A la cabeza de la clasificación quedó la institución militar, en la que el 51% de los encuestados mostró «gran confianza», seguida a corta distancia por la pequeña empresa (47%), los centros de enseñanza (32%) y la Sanidad (28%). Los telediarios (en un país que tanto venera la televisión), la Casa Blanca y las grandes empresas apenas suscitaban la confianza de un 15% de los encuestados. El menor índice (10% o menos) correspondió a la Prensa, la Abogacía y el Congreso.

Merece la pena reflexionar sobre esa primacía de los ejércitos en el favor popular, posición que, aun mostrando un muy paulatino descenso, se ha mantenido en todas las encuestas realizadas por la misma agencia desde principios de este siglo.

Tal admiración por lo militar en EEUU sorprende a muchos observadores de la realidad, y más cuando los medios de comunicación se vienen haciendo eco de los problemas que aquejan a los ejércitos. El prestigio militar de EEUU ha sufrido rudamente en los últimos tiempos: el escándalo de Abu Ghraib; los asesinatos de civiles en Haditha; los problemas para reclutar nuevos soldados, que obligan a rebajar los niveles mínimos; la inestable situación militar en Afganistán e Iraq; las graves secuelas -físicas y psíquicas- que afectan a muchos soldados licenciados; el aumento del índice de suicidios en las fuerzas armadas, etc., son asuntos que ocupan espacio en los medios de comunicación y parecerían contradecir los resultados de la encuesta.

Un teniente coronel, William J. Astore, que sirvió en la Fuerza Aérea de EEUU, donde ejerció la enseñanza, ahora retirado y profesor del Pennsylvania College of Technology, autor de varios libros sobre Historia Militar -de quien tomo prestado el título de este comentario-, analiza las posibles causas de esa aparente contradicción, que califica como «la tenacidad del militarismo en EEUU». Merece la pena comentar sus opiniones.

«Cocinero antes que fraile», Astore, desde su actual posición en el mundo universitario, donde predominan las ideas progresistas y antimilitaristas y se vota predominantemente al Partido Demócrata, insiste en que es preciso conocer las razones de esa admiración por lo militar, incluso cuando se desea frenar lo que él llama «nuestra creciente propensión al militarismo». Según él, habría que dejar de lado el mito de los beneficios de las grandes corporaciones o el del poder imperial, para buscar motivos más cercanos.

Para Astore, los ejércitos son «una de de nuestras instituciones menos elitista y más heterogénea», donde desde cualquier origen social o racial puede ascenderse en la escala de mando, lo que recuerda el ideal napoleónico de que «cada soldado lleva en su mochila el bastón de mariscal». Para las clases más desposeídas del país, es más fácil enrolarse en los ejércitos y prosperar en ellos que entrar en una universidad de elite, en una firma prestigiosa de abogados, en los principales medios de comunicación o en otras instituciones de poder y prestigio. Dicho de otro modo: los que componen hoy los ejércitos de EEUU reflejan mejor que estas instituciones la estructura social y étnica de las pequeñas ciudades antiguas y de los nuevos centros urbanos.

Es también común, señala Astore, ignorar el permanente atractivo que el servicio militar tiene para muchos jóvenes que están construyendo su propia identidad. En una sociedad muy protegida y carente de riesgos, subsiste en cierta juventud un ansia romántica que idealiza el rigor, incluso la brutalidad, sublimada en el servicio militar y la guerra. Y completada con el hecho de vivir en un espíritu de compañerismo y de estima ante los demás.

Aquí es donde el análisis de Astore riza el rizo de la originalidad: despreciar esas ansias, tachándolas de rudas y primitivas -como se hace a menudo desde la izquierda progresista-, crea en muchos jóvenes el deseo de contravenir lo que se ve como una prohibición más. «Para el mundo académico y de progreso, la guerra es hoy lo que el sexo fue para la sociedad victoriana, pues lleva consigo emociones que no puede sentir la gente ‘bien’ y acciones que éstos no pueden nunca realizar». ¿Cabría imaginar alternativas viables a lo militar, donde sin necesidad de matar se satisficieran esas ansias, aparentemente inevitables? se pregunta el autor.

No basta, concluye Astore, con oponerse al militarismo, por muy inteligente que esto parezca. Hay razones que hacen que los ciudadanos confíen en los ejércitos y se alisten en ellos, razones que es necesario analizar a fondo si se desea que EEUU no siga reforzando sus evidentes tendencias militaristas.

Las circunstancias propias de EEUU hacen que este análisis no sea extensible a España ni a otros países europeos. Y que, en contra de la opinión de Astore, no haya que descartar del todo la advertencia de Eisenhower sobre el peligro que representa el «complejo militar-industrial» en la política de un país nacido y crecido entre unas guerras internas de exterminio y otras externas de expansión imperialista. Porque esa «tenacidad del militarismo» en EEUU sigue siendo la causa básica de muchas de las catástrofes que se abaten sobre la humanidad.


* General de Artillería en la Reserva