Cuando la tormenta Byron irrumpió por primera vez en los mapas meteorológicos, los israelíes se vieron abrumados por instrucciones de seguridad: asegurar las ventanas, aparcar los coches lejos de los árboles, tener a mano los números de emergencia.
Durante más de una semana, la principal preocupación de los medios de comunicación israelíes fue pronosticar cuánta lluvia podría caer en Tel Aviv y si la infraestructura del país podría soportarla.
Los municipios enviaron mensajes de texto privados aconsejando a los residentes cómo mantenerse a salvo. Los negocios cerraron. La gente corrió a los supermercados.
Así es como una sociedad que funciona se prepara para el mal tiempo.
La tormenta fue un reto, pero es algo manejable para quienes tienen hogares, sistemas de drenaje y servicios estatales que funcionan. Pero bajo el mismo cielo, en la asediada Franja de Gaza, el pronóstico era una sentencia de muerte.
La tormenta Byron comenzó a azotar Gaza el miércoles con lluvias torrenciales e inundaciones que continuaron hasta el jueves, y se espera que dure toda la semana.
Cientos de miles de personas desplazadas por la guerra genocida que libra Israel se apiñan en campamentos de tiendas de campaña que no ofrecen protección alguna contra los elementos, muchos de ellos ya inundados debido al bombardeo masivo de los sistemas de alcantarillado y drenaje.
Dos meses después del supuesto “alto el fuego”, esta población vulnerable se enfrenta a lo peor del invierno y a la rápida propagación de enfermedades, sin prácticamente ningún lugar seco donde refugiarse.
Además, Israel sigue bloqueando la ayuda. Más de 6.500 camiones esperan en los cruces fronterizos para entrar en Gaza con suministros esenciales para el invierno, como tiendas de campaña, mantas, ropa de abrigo y artículos de higiene. Mientras esperan, los niños van descalzos y con ropa de verano bajo el frío gélido.
En total, casi dos millones de palestinos se refugian en frágiles tiendas de campaña o estructuras improvisadas que pueden derrumbarse bajo un aguacero, tras años de bombardeos y la destrucción casi total de viviendas, sistemas de saneamiento y drenaje.
Casi inmediatamente después del inicio de las lluvias, aparecieron imágenes de tiendas de campaña inundadas, lonas rasgadas y familias abriéndose paso entre el agua que les llegaba hasta las rodillas, intentando salvar lo poco que les quedaba.
Decenas de miles de palestinos desplazados, ya despojados de sus hogares por la guerra y el bloqueo, se encontraron sumergidos bajo la tormenta.
Las llamadas a los equipos de defensa civil llegaban desde toda la Franja mientras las tiendas de campaña se llenaban de agua, dejando a la gente con una opción desesperada: huir a un terreno ligeramente más seco, si es que podían encontrar alguno.
Olvidados por el mundo
La tormenta no se preocupó por los ceses del fuego, las negociaciones ni las promesas humanitarias. Y reveló la grotesca desigualdad entre quién recibe protección y quién ha sido abandonado.
Los líderes mundiales y la comunidad internacional siguen mirando hacia otro lado y desentendiéndose de la población de Gaza.
Para palestinos como Amro Akram, de 19 años, la tormenta no fue simplemente una adversidad más; fue un recordatorio de que el mundo los había olvidado.
Desplazados de su hogar en Juza’a, en Jan Yunis, a principios de este año, su familia ya había sufrido destrucción, desplazamiento y hambre.
Cuando huyeron tras el bombardeo de su casa, no trajeron ropa de invierno, me contó. Sin un refugio adecuado, su frágil tienda de campaña se derrumbó cuando la tormenta Byron impactó sobre la zona.
“Nuestra tienda se hundió y el viento la destrozó”, dijo con voz temblorosa. “Estamos rezando para que deje de llover”.
Compartir una manta entre hermanos, sin sillas, sin colchones ni abrigo, no es supervivencia, es abandono. En toda Gaza, cientos de miles de personas padecen condiciones similares o incluso peores.
Sin alcantarillado ni tuberías de drenaje funcionales, las inundaciones arrastran excrementos humanos a los mismos espacios que la gente se ve obligada a considerar su hogar.
Los responsables de la ayuda humanitaria advierten de que esto conlleva el riesgo de brotes de enfermedades y podría provocar la muerte por hipotermia y dolencias transmitidas por el agua.
Hace unos días, un muchacho llamado Moain Hamo falleció tras caerse mientras intentaba sellar sus ventanas rotas con plástico y nailon para proteger del frío a su familia. Su nombre nunca apareció en las noticias, nadie lo mencionó.
Los israelíes se burlan del sufrimiento en Gaza
En medio de esta devastación, muchos comentaristas de los medios israelíes han celebrado abiertamente el impacto de la tormenta en Gaza.
Un panelista del Channel 14 dijo que le importaba un comino que se destruyeran las tiendas de campaña en Gaza o que los palestinos tuvieran que desplazarse de nuevo. Se refirió a la tormenta como una “limpieza” en lugar de una catástrofe humanitaria.
“No creo que quede ni una sola tienda de campaña en su lugar el viernes por la mañana”, manifestó, antes de añadir: “Y tampoco me va a preocupar que no quede gente”.
“Lo que está sucediendo ahora mismo es una limpieza”. Dios los ha castigado y ahora está limpiando la Franja con un poco de agua.
Estas opiniones no se dan en el vacío. Reflejan un colapso moral más amplio en la forma en que se percibe, tolera y trivializa el sufrimiento de los civiles palestinos.
Mientras la lluvia continúa, las consecuencias son ahora visibles: refugios inundados, comida y posesiones arruinadas, mientras la desesperación se extiende entre familias cuyos recursos ya se agotaron en la mera supervivencia.
Las implicaciones para la salud se desarrollarán durante semanas y meses. Los niños, ya debilitados por la desnutrición y las enfermedades, corren un riesgo aún mayor.
La tormenta está azotando Gaza, pero el colapso de la protección humanitaria se ha venido gestando durante años. Es la culminación de una guerra prolongada, un asedio aplastante y respuestas internacionales fallidas.
Ahora sufren simplemente por ser humanos en un lugar marcado como “desechable” por las políticas y la indiferencia de los Estados poderosos.
Para el mundo exterior, las tormentas van y vienen. La infraestructura, en su mayoría, suele mantenerse. Las vidas pueden verse perturbadas, pero rara vez se destruyen. Sin embargo, para Gaza, Byron se ha convertido en un capítulo catastrófico en una larga historia de aislamiento impuesto.
La tormenta Byron ha expuesto la bancarrota moral de un mundo que permite que un pueblo se ahogue bajo la misma tormenta para la que otros se preparan con facilidad.
Lubna Masarwa es periodista y directora de la oficina de Middle East Eye en Palestina e Israel, con sede en Jerusalén.
Texto en inglés: Middle East Eye, traducido por Sinfo Fernández.


