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Yemen

La traición del cartógrafo egipcio

Fuentes: Rebelión

En el artículo de enero del 2014 «Abdul Fattah al-Sisi, el cartógrafo egipcio», nos esperanzábamos con la aparición del actual presidente egipcio, por representar una voz con reminiscencias nasseristas en el complejo entramado de la realidad de su país. Al-Sisi, parecía poner fin a la ya larguísima traición de la política egipcia al pueblo árabe […]

En el artículo de enero del 2014 «Abdul Fattah al-Sisi, el cartógrafo egipcio», nos esperanzábamos con la aparición del actual presidente egipcio, por representar una voz con reminiscencias nasseristas en el complejo entramado de la realidad de su país.

Al-Sisi, parecía poner fin a la ya larguísima traición de la política egipcia al pueblo árabe y parecía dispuesto a trazar con mano de esmerado cartógrafo el nuevo mapa de la realidad no solo de Egipto, sino también de la región.

El general surgió como parte del reclamo de millones y millones de egipcios que hartados de las sangrientas y corruptas dictaduras de Anuar as-Sādāt (1970-1981) y de Hosni Mubarak (1981-2011) que no solamente traicionaron los principios nacionalista del Coronel Gamal Abdel Nasser, si no que en su alianza con los Estados Unidos, aniquilaron la posibilidad de un Estado Palestino y la unidad árabe que podría haber servido para evitar el crecimiento desbordado de Israel.

Las consecuencias de tal traición hoy están a la vista y no hay más que repasar los sucesivos ataques de Tel-Aviv contra Palestina y Líbano, en la que se han asesinado a mansalva a miles y miles de ciudadanos árabes, en una abierta guerra que su principal fin es la limpieza ética, para que Israel pueda establecer sus tristes celebres «colonias». Sin el beneplácito de Sadat y Mubarak, este actual estado de situación hubiera sido imposible. 

En 2011, con la aparición de la Primavera Árabe, el pueblo egipcio vio la oportunidad de sacudirse la monolítica dictadura de Mubarak y encontrar otras vías de representación, tras meses de resistencia en la calle y miles de muertos se logró la caída del régimen y después de un breve periodo de gobierno de una junta militar, se llegó a la posibilidad de que por primera vez en su larguísima historia el pueblo egipcio, con una salida democrática a la «occidental», eligiera un presidente.

Con gran decepción los egipcios no tardaron en descubrir que el hombre elegido, Mohamed Morsi, encarnaba lo peor de la cultura occidental: el neoliberalismo y lo peor del Islam, el wahabismo. En lo económico Egipto se dirigía a una política todavía, si fuera posible, más entreguista que las operadas por Sadat y Mubarak y en lo social, se comenzaba a avizorar que la sociedad iba a ser encorsetada en la absurdas y atrabiliarias prácticas con que se ahogan a pueblos como el saudita o los de los Emiratos Arabes, teniendo la sharia, como código de comportamiento.

Nuevamente los egipcios salieron a la calle para detener la entrega del país y el sojuzgamiento de sus pocos derechos y allí emergió entonces la figura del General al-Sisi, que parecía encanar lo mejor del espíritu de Nasser.

Rápidamente la figura de al- Sisi se popularizó, al punto de verse casi obligado a renunciar a su carrera militar y saltar a la política. Todas las calles del Cairo, todas las calles de Egipto se tapizaron con su imagen, hasta las panaderías exhibían tortas y dulce con la figura del nuevo líder que llegaba a poner fin a tanto años de decadencia.

Nadie, ni los analistas internacionales, ni el Departamento de Estado, ni las cancillerías del mundo, parecieron poder trazar cual sería el derrotero del nuevo raïs, tras su apabullante triunfo electoral, consiguió el 96, 6% de los votos en mayo de 2014.

Para quienes creyeron en que al-Sisi representaría un cambio varias las luces de alarma se encendieron a la hora de entender cuál iba a ser su política en la región, está demás decir que Egipto, es clave en el armado de la política de Estados Unidos en Medio Oriente, y ello lo demuestras la cifra exorbitantes de créditos y facilidades que Washington presta a la hora de armarse a su ejército. El mundo democrático esperaba anhelante la voz de al-Sisi a la hora de condenar los aberrantes ataques de Israel a Gaza en julio y agosto del año pasado que provocaron más de dos mil muertos, cerca de ochocientos cincuenta de ellos, menores de trece años.

Al-Sisi no solo que continuó con su síndrome de esfinge, sino que ordenó el cierre del paso de Rafah, al sur de Gaza, el único pasó a territorio «amigo» que cuentan los palestinos.

Como expresión de su política exterior durante los meses siguientes al-Sisi, hizo algunas visitas de Estado, incluyendo a Rusia y poco más. En lo que se refiere, a la política interior se encargó de que continuaran los juicios y fusilamientos contra miembros de la siempre oscura organización de los Hermanos Musulmanes, estructura madre del Aymán al-Zawahiri, el actual jefe de al-Qaeda global. Los Hermanos Musulmanes habían sido el sostén político del gobierno de Morsi.

Pero el general Abdul Fattah al-Sisi, acaba de confirmar que ya no hay que esperar nada de él y que solo viene a continuar las políticas anti árabes que ejercieron tanto Sadat como Mubarak.

Operación Paradoja.

La cuestión interna de Yemen no se circunscribe a un enfrentamiento entre sunnitas y chiíes, sin duda tiene un contenido mucho más político que religioso. No son pocos los sectores sunitas que acompañan y apoyan la lucha de los Houthis, patronímico por su líder Abul Malik Badreddin al-Houthi, un sheik chiita de la vertiente zaidí que a la cabeza de sus Ansar Allah (Partidarios de Dios) han conseguido arrinconar al gobierno del ex Abed Rabbo Mansour Hadi.

Hadi había renunciado en febrero, pero fue obligado por Arabia Saudita a retomar el cargo, hace algunas semanas, lo que profundizó todavía más la crisis yemení, que además cuenta en su territorio con la presencia de al-Qaeda para la Península Arábiga (AQPA) y Estado Islámico, que han protagonizado innumerable cantidad de atentados, los más recientes, el 20 de marzo, cuándo hombres bombas de Estado islámico se detonaron en las mezquitas chiíes de Badr y al-Hashush en el barrio de al-Yarraf, en el norte de Saná, donde murieron ciento sesenta personas y trescientos cincuenta resultaron heridos.

El ex presidente Mansour Hadi, antes de huir de la ciudad de Adén, su último refugio en el país, reclamó la ayuda del Consejo de Cooperación del Golfo (CCG, Arabia Saudí, Kuwait, Bahréin, Emiratos Árabes Unidos, Omán y Qatar), que no tardaron en conformar una fuerza militar a la que hay que sumarle otros países musulmanes como Marruecos, Sudán, Jordania, Pakistán y Egipto, los que rápidamente han lanzado la operación «Tormenta de la Firmeza» comenzado a bombardear posiciones Houtíes, produciendo la destrucción de algunas baterías antiaéreas y hasta ahora se han reconocido una treintena de muertos. Sería inconcebible pensar que semejante operación se realice sin la anuencia de Washington y el aliento de Tel-Aviv. Estados Unidos reconoció que es quien provee información satelital a la hora de los bombardeos.

Lo llamativo de la situación es la velocidad con que se ha conformado esta alianza, a la hora de combatir una fuerza que revindica su derecho a la autogestión en su país contraponiéndose a un gobierno corrupto, recordemos que Mansour Hadi, no solo ha sido el último presidente, sino también que fue vicepresidente del dictador Ali Abdullah Saleh, que gobernó el país durante casi treinta años.

Reinstalar en el gobierno a Mansour Hadi, es prioritario para las monarquitas del Golfo Pérsico, y fundamentalmente para Arabia Saudita que cuenta con mil quinientos kilómetros de frontera y que justamente las provincias de origen del movimiento Houthi, Sada, Al Jawf y Hajja, son fronterizas con el reino de los Saud. Un Yemen democrático, con influencia chií y apoyo de Irán, podría convertirse en el «peor» ejemplo para la mayoría de estos pueblos, por esto no es casual que la alianza anti Yemen esté compuesta absolutamente por monarquías absolutistas, o gobiernos carentes de cualquier condición democrática.

Hay que atender que además de limitar con Arabia Saudita, Yemen tiene una frontera de casi trecientos kilómetros con Omán, su permeabilidad convierte al pequeño sultanato en un lugar crítico a la hora de extenderse la revolución Houthi, a pesar de que tantos sunitas como chiitas son minorías ya que en Omán la mayoría religiosa es la de los Ibadíes (Los Salientes), la primera división del Islam que representan el 75% población omaní.

Por lo que resulta tan llamativa la presencia de Egipto en esta alianza, además de disponer de cuatro naves de guerra que se emplazarán frente a las costas yemeníes. Alienta la incursión terrestre de tropas de la alianza a territorio yemení. Se supo en el Cairo que el plan de invasión ya está en marcha. Otra de las contradicciones de al-Sisi es que el gobierno de Sudán, hoy un aliado a Egipto, está controlado por sectores disidente de los Hermanos Musulmanes, a quienes el país egipcio no se cansa de ejecutar.

Las paradojas de al-Sisi, no se terminan allí, tampoco fue tan rotundo a la hora de castigar a Estado Islámico cuando decapitó cerca de una veintena de trabajadores egipcios en Libia el mes pasado, el Presidente se conformó con una sola operación punitiva, un bombardeo, casi de fórmula, a las posiciones del Califa Ibrahim sin extender más el castigo hasta hoy.

Sin duda no solo esta liga de países musulmanes, Estados Unidos e Israel son los interesado por evitar que los Houtíes se hagan cargo del poder en Yemen, también la Unión Europea, recordemos que quien controle Yemen controla el estratégico del estrecho de Bab-el-Mandab, (La Puerta de las Lamentaciones) entre el océano Índico y el mar Rojo, que conectan vía Canal de Suez a Asia y el Golfo Pérsico con Europa.

Algunos observadores entienden que una posible guerra en Yemen no sería una guerra entre Irán y Arabia Saudita, sino entre Teherán y Washington, terminando esto las incipientes relaciones que el presidente norteamericano había comenzado a establecer con los Ayatolas, los que llevaría mucha tranquilidad tanto a Tel-Aviv como a Riad.

Yemen es el país con mayor número de armas por habitante de la región, y con una larga tradición guerrera, lo que puede significar una prolongada guerra que como siempre no ganará nadie. Mientras tanto el espejismo al-Sisi se diluye para mal de los pueblos árabes.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.