«Una vez más, recordémoslo: el poder todavía está en manos de la Junta militar», Hossam El-Hamalawy, activista egipcio. «Así que Shafiq quedó segundo y Morsi quedó el ‘menos’ segundo», Tarek Amr, bloguero egipcio. Lo que ha ocurrido en esta última semana en Egipto es digno de análisis. Los Hermanos Musulmanes reaccionaron al golpe de Estado […]
«Una vez más, recordémoslo: el poder todavía está en manos de la Junta militar», Hossam El-Hamalawy, activista egipcio.
«Así que Shafiq quedó segundo y Morsi quedó el ‘menos’ segundo», Tarek Amr, bloguero egipcio.
Lo que ha ocurrido en esta última semana en Egipto es digno de análisis. Los Hermanos Musulmanes reaccionaron al golpe de Estado encubierto dado por la Junta militar, echaron un pulso a la cúpula castrense, consiguieron apoyos de fuerzas laicas vinculadas a la revolución, y evidentemente jugaron sus cartas en una negociación con el Ejército que duró desde el cierre de los colegios electorales -domingo 17 de junio- hasta el anuncio oficial del triunfo del candidato de la Hermandad, Mohamed Morsi (domingo 24 de junio).
Durante esa larga y angustiosa semana la Hermandad convocó manifestaciones, logró llenar la plaza Tahrir durante varios días consecutivos y sus líderes aparecieron rodeados de activistas de la revolución -integrantes de fuerzas progresistas como el Movimiento 6 de abril o el activista Wael Ghonim, entre otros- que apostaron por representar un frente común contra la demostración de fuerza de la Junta militar.
El mensaje quedó claro: Si el mubarakista Ahmed Shafiq -candidato de la Junta militar- era proclamado vencedor, las calles de Egipto estallarían de nuevo.
Las estructuras del régimen cedieron y la comisión electoral terminó proclamando vencedor y futuro presidente a Mohamed Morsi.
Mientras en algunos medios de comunicación occidentales se ha comenzado a agitar el fantasma del islamismo -con titulares referidos al carácter islamista de Morsi-, en Egipto buena parte de las organizaciones que participaron en la revolución respiraron aliviadas al saber que será un civil y no un militar quien ocupe la presidencia del país.
Esto no significa que apoyen a los Hermanos Musulmanes o que vean en ellos la organización dispuesta a satisfacer las demandas de las revueltas. Pero al menos por unos días la Hermandad ha sido símbolo de cambio frente al secuestro del poder por parte de la Junta militar, que se reserva para sí el poder legislativo y el presupuestario, y que sin duda intentará influir en la redacción de la futura Constitución.
De momento Morsi es en realidad eso, poco más que un símbolo. Si no quiere conformarse con un reparto en el que los militares se lleven la mejor parte, si quiere tener poder real, tendrá que conquistarlo. Y para ello va a necesitar el apoyo de las fuerzas de la revolución, a las que durante este último año la Hermandad musulmana dio la espalda una y otra vez, criticando que secundaran huelgas y protestas.
La Hermandad musulmana es una organización islámica moderada, conservadora en el plano político, neoliberal en lo económico. A pesar de que sus bases incluyen a trabajadores y personas de procedencia humilde, sus líderes son gente acomodada, empresarios, hombres de negocios partidarios de fomentar la inversión extranjera y las privatizaciones, una posición que no verían mal los organismos financieros internacionales que tantos hilos manejan.
De hecho, el Fondo Monetario Internacional se ha declarado ya «listo para apoyar a Egipto» bajo su nuevo líder: «La elección de un nuevo presidente es un avance importante en la transición egipcia», ha indicado un portavoz del FMI.
También Barack Obama ha tendido la mano a Morsi, le ha felicitado y ha dicho que está preparado para «trabajar con él y el resto de las fuerzas políticas». Incluso Israel, a través de un comunicado de la propia oficina del primer ministro, Benjamin Netanyahu, ha dicho que respeta «el proceso democrático en Egipto y su resultado». Es llamativa la ausencia de referencias a la acumulación de poder de la cúpula militar.
Es lógico pensar que a lo largo de la pasada semana, mientras los resultados electorales permanecían secuestrados, Estados Unidos supervisaba las negociaciones y los pulsos mantenidos entre el Ejército y los Hermanos Musulmanes.
De hecho el jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas estadounidenses habló en dos ocasiones con su homólogo egipcio, y el secretario de Defensa estadounidense contactó con el líder de la Junta militar, el mariscal Tantaui.
En su primer discurso, Mohamed Morsi ha afirmado que respetará los acuerdos internacionales, en clara referencia al acuerdo de paz de Camp David firmado entre El Cairo e Israel en 1978. Durante tres décadas Egipto ha actuado como aliado de Tel Aviv, algo que indigna y frustra a importantes sectores de la población egipcia. A cambio el Ejército egipcio, garante de ese acuerdo, ha recibido 1.300 millones de dólares de Washington año tras año. Dicha ayuda fue renovada el pasado mes de marzo.
La cúpula militar que intenta secuestrar la transición mantiene buena parte de su poder y privilegios. Si Obama quisiera posicionarse en el lado correcto de la Historia, debería dar la espalda a ese Ejército egipcio que acapara poder y que ha amparado la represión.
Pero cuesta creer que la Administración estadounidense vaya a romper su histórica alianza con las Fuerzas Armadas egipcias. Mientras los acuerdos de Camp David se mantengan, mientras el canal de Suez egipcio siga estando al alcance de Washington y sus aliados, mientras los intereses de Occidente permanezcan a salvo en la región, es altamente probable que la llamada realpolitik siga respaldando a Egipto.
Y ahí es donde entrará de nuevo en escena la capacidad de reacción de la ciudadanía egipcia para evitar el secuestro de las demandas de la revolución.
Fuente original: http://www.eldiario.es/zonacritica/2012/06/28/la-transicion-secuestrada/
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