A quien visita la fortaleza de San Gil y baja desde ella a la parte antigua de Trípoli se le para el corazón. Es la ciudad más bella sobre la costa levantina que se extiende desde Latakia a Gaza, la ciudad de la memoria que se mantiene desde que se expulsó a los ejércitos cruzados […]
A quien visita la fortaleza de San Gil y baja desde ella a la parte antigua de Trípoli se le para el corazón. Es la ciudad más bella sobre la costa levantina que se extiende desde Latakia a Gaza, la ciudad de la memoria que se mantiene desde que se expulsó a los ejércitos cruzados de las ciudades de la costa. Aquí resplandecen los edificios mamelucos, en construcciones que parecen collares, y también aquí nace la memoria del perfume de las naranjas que dieron a la ciudad su nombre, convirtiéndose su apodo en un segundo nombre que su gente prefiere al primero: Al-Fiha’ [1] (la explanada).
Aquí, en Al-Fiha’, pasado y presente se encuentran en perfecta armonía, y los invasores que quedan no son más que algunos vestigios, que la ciudad ha logrado convertir en parte de sí misma. Incluso entre quienes quedan de aquellos que vinieron en época medieval, que han mantenido los nombres originales de sus familias, la mayoría se han convertido al islam, y forman parte del tejido de la ciudad que se erigió alrededor de la fortaleza.
En cuanto a la Trípoli moderna, esta fue la ciudad del movimiento nacional, que rechazó Sykes-Picot con la testarudez de un lugar que se niega a abandonar su lugar, y cuando aceptó el juego libanés, metió en él su aroma nacionalista. Fue ciudad siria con el Reino de Faysal, egipcia con la República Árabe Unida, palestina con los fedayines… Además de que sus dos ciudades -Trípoli y el puerto (Al-Mina)-, fue uno de los baluartes de la izquierda libanesa. Y en la guerra civil, dio lugar a un fenómeno revolucionario distinguido, a cuyo cénit llevó Jalil Akawi[2] con su trágico asesinato a manos del aparato de seguridad sirio.
Sus barrios populares, especialmente Bab al-Tabbane, eran su ventana al levantamiento de los agricultores de Akkar a principios de los setenta, preludio de su experiencia en la resistencia palestina. Esta ciudad que sigue manteniendo su dialecto tendente a los sonidos vocálicos oclusivos al estilo de los asirios, era el lugar en que sentías tus raíces como ciudadano hundirse: no es nueva como Beirut, ni pequeña como Sidón, sino que es una ciudad enriquecida con toda la pluralidad cultural que conlleva su tejido, y con los olores de su gastronomía que le vienen de su carácter sirio.
Además, es la puerta al bosque de de Arz al-rabb (Cedros del Señor), como llaman los libaneses al pequeño bosque de cedros en Bsharre. Allí, en medio de los árboles milenarios cuyo interior data de la epopeya del Gilgamés, el cedro insufla el olor del tiempo y el perfume de la tierra.
La ciudad llena de vestigios arquitectónicos mágicos, que hicieron de Trípoli el único modelo de edificación mameluca, está siendo convertida hoy en una línea divisoria entre Siria y Siria. La Siria del régimen dictatorial y la Siria de la revolución popular. Pero, por desgracia, esta línea ha perdido su virginidad, lo mismo que la revolución siria perdió la suya o le hicieron perderla. Y hoy se convierte en una línea incandescente entre saudíes e iraníes, y los instrumentos del crimen fabricados por el régimen dictatorial en Siria se asoman de nuevo a través de las dos terribles explosiones que han sacudido la ciudad.
La pobreza que recorre los barrios interiores de Trípoli y se extiende a la costa de Akkar, haciendo del norte libanés la zona más hastiada de Líbano, es resultado de la política de negligencia que los políticos tripolitanos han seguido, políticos que no quieren de su ciudad más que los votos de sus electores, y no han trabajado en las décadas pasadas para crear proyectos productivos, que salven al puerto de la ciudad de la recesión, y a sus habitantes del paro.
Cuando paseas por la ciudad antigua, te sorprende tanta negligencia, como si los millonarios de la ciudad odiaran su ciudad histórica, y aspiraran al modelo del Golfo, donde hicieron acopio de sus fortunas. En ello, se parecen en el fondo, al proyecto inmobiliario de Beirut, que borró la memoria de la ciudad. En Trípoli hoy todo se mezcla: pobres que matan a pobres, mientras los ricos -los verdaderos asesinos- miran a la ciudad como una ventana a la muerte.
Esto no significa que los crímenes que se cometen en Al-Fiha’ no deban ser castigados, pero esa es otra cuestión, ligada a la muerte clínica de las autoridades libanesas. Tampoco significa que debamos cerrar nuestros ojos a la dimensión trágica que ha hecho de la geografía el destino de esta ciudad.
Trípoli se desangra como todas las ciudades en Siria, y su sangrado lleva el olor de la guerra sectaria a la que está siendo dirigida Siria, debido a la intervención exterior que quiere matar a la revolución y sustituirla por la guerra civil. El lenguaje sectario se muestra desnudo aquí, y ello no es responsabilidad exclusiva de los tripolitanos, sino que es de todos los libaneses, en primer lugar, por la política de aislamiento y el envío de milicianos de Hezbollah a Siria junto a los batallones chiíes iraquíes de Abu Fadl al-Abbas, para salvar a un régimen dictatorial. Todo ello justificado con un sectarismo ejemplificado en el lema «Zainab no será capturada de nuevo», que se extiende por Beirut, junto a las fotografías de los soldados de Hezbollah caídos en Siria.
Lo que Hezbollah ha hecho no es solo un error provocado por su relación con el aparato iraní, sino que ha informado claramente de que las fronteras libanesas ya no están presentes, pues cuando se eliminan las fronteras de Siria desde Líbano, ello significa también que Líbano se queda sin fronteras. Las sectas armadas han introducido un nuevo concepto de fronteras geográficas, las fronteras sectarias, fronteras fluidas y porosas, cuyo significado es que las guerras sectarias no tienen reglas ni límites.
¿Es que los que llaman al «rechazo» al imperialismo no han pensado que el silencio estadounidense e israelí ante la entrada de milicianos de Hezbollah en Siria es curioso e indica se ha decidido convertir Siria en un campo de muerte y asesinatos?
La Trípoli libanesa se desangra por ser la Trípoli siria, y la Trípoli siria se siente ajena a una lengua sectaria que la domina. Dos nostalgias que vive la ciudad, en medio de la guerra abierta cuyas armas son las bombas y las balas de los francotiradores. La tragedia de Trípoli no está en esta guerra que se está librando, sino también en la decisión de convertirla en una ciudad suspendida sobre las puertas de la destrucción. Y en este sentido recupera la historia de todas las guerras libanesas sectarias, guerras en que quien lucha se convierte en mandatario, porque la lógica de la guerra sectaria es convertir el lugar en una plaza y a las partes locales beligerantes en partes que trabajan según una lógica exterior en la que dominan fuerzas regionales.
La tragedia de Siria es convertirla en un campo de este tipo, pues en ellos está todo permitido.
La tragedia de Trípoli es un indicio de que todo Líbano está amenazado de convertirse en Trípoli.
Notas
[1] Nombre que también se da a Damasco y Bagdad
[2] El Robin Hood de Bab al-Tabbane, barrio tripolitano, en los setenta.
Publicado por Traducción por Siria