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Aunque ello no detendrá la resistencia

La verdadera razón por la que Israel asesina a dirigentes de Hamás y Hezbolá

Fuentes: Viento Sur

El asesinato por Israel de los dirigentes de Hamás y Hezbolá no tiene como objetivo debilitar a la resistencia. Su verdadero objetivo es restaurar la imagen de su superioridad militar y de inteligencia ante la opinión pública israelí.

En la noche del 30 de julio Israel intensificó sus operaciones militares y atacó a sus adversarios en múltiples frentes en Líbano, Irán y Palestina. El gobierno israelí se jactó de haber logrado un importante éxito al asesinar a un comandante de Hezbolá en un barrio densamente poblado del sur de Beirut. Israel lanzó simultáneamente un audaz ataque en el corazón de Teherán que mató a Ismail Haniyeh, actual jefe del politburó de Hamás.

Después de diez meses de una pérdida lenta pero ininterrumpida de la escalada dominante que ha mantenido durante décadas, Israel intenta ahora recuperar la iniciativa y restablecer la ventaja atacando tanto Beirut como Teherán en menos de 24 horas.

Las acciones de Israel no son una mera proyección de fuerza; están diseñadas también para incrementar la presión sobre el eje de la resistencia. El objetivo estratégico es fracturar la unidad de esta coalición utilizando sus capacidades militares para provocar la perspectiva de una guerra total, un resultado que ni Israel ni Hezbolá, y por extensión Irán, desean realmente. El objetivo de esta política de riesgo calculado es inquietar a los adversarios, forzarlos a reconsiderar su posición unificada y, posiblemente, a que hagan concesiones a favor de Israel.

Israel cuenta con la idea de que el temor a una nueva escalada empujará a Hezbolá e Irán a presionar a Hamás para que acceda a algunas de las exigencias de Israel durante las negociaciones de alto el fuego. Así mismo Israel espera que cualquier escalada real –particularmente una provocada por sus acciones selectivas– empujaría a EEUU y a sus aliados a ofrecerle apoyo militar y diplomático. Aunque Washington no persiga activamente un conflicto mayor, Israel confía en que EEUU no dudará en acudir en su ayuda si la situación se encona. En otras palabras, Israel está practicando una política de enredo y con ello asume riesgos calculados sabiendo que si las cosas se ponen feas, el ejército estadounidense correrá raudo para defenderle en otra guerra en Oriente Próximo.

Desde hace tiempo Israel viene calibrando las reacciones de sus adversarios y ha observado en particular la leve respuesta palestina a su anuncio del asesinato del comandante militar de Hamás en Gaza, Muhammad al Deif. Esta observación ha llevado a los planificadores estratégicos israelíes a concluir que como un acuerdo diplomático sigue siendo prioritario, es poco probable que estos asesinatos selectivos desbaraten esta iniciativa.

Asimismo los cálculos de Israel sugieren que aunque Hezbolá e Irán podrían ver en  las incursiones en Beirut o Teherán escaladas significativas que obligan a una respuesta, es probable que ambos actores eviten desencadenar un conflicto total que pudiera desembocar en una guerra abierta. Esta creencia pone de manifiesto la confianza de Israel en su capacidad para llevar a cabo acciones selectivas sin provocar un conflicto regional más amplio.

Estas maniobras probablemente se habrían llevado a cabo independientemente del incidente de Majdal Shams. La serie actual de operaciones de escalada se está produciendo en un momento en el que Israel puede beneficiarse estratégicamente, incluso aunque firme finalmente un acuerdo. Al acumular éxitos tácticos, Israel quiere reafirmar que domina la escalada en sus continuos conflictos con los adversarios. Este enfoque refleja un esfuerzo calculado para fortalecer su posición negociadora a la vez que se asegura de mantener una ventaja decisiva en cualquier posible confrontación. También pretende exhibir su resiliencia y su voluntad de luchar a pesar de que la guerra se haya prolongado durante meses y meses con signos de fracturas en el seno de la sociedad israelí y la pérdida de confianza en el ejército. Esto ha culminado recientemente en disturbios amotinados e insurreccionales ante la tristemente célebre prisión de Sde Teiman, en protesta por la detención de nueve soldados israelíes acusados de violar en grupo a un preso palestino.

La historia y la política de Israel de asesinar a dirigentes palestinos

La noción de asesinato está profundamente arraigada en la historia de la región árabe, de donde proviene el origen del propio término. Durante los siglos XI al XIII, en medio de la agitación de las Cruzadas, los ismailíes nazaríes –conocidos comúnmente como los “Hashashin”– emplearon el asesinato como herramienta estratégica para eliminar a los líderes opuestos a su causa. Sin embargo, la importancia del asesinato en la región se extiende más allá de la mera etimología. Esta región sometida durante tanto tiempo a la invasión colonial y a la desunión inducida artificialmente, se ha convertido en un teatro en el que las normas convencionales de la guerra se pueden suprimir. En este contexto, los actores políticos que no se alinean con los intereses hegemónicos occidentales se convierten frecuentemente en excepciones, lo que convierte a sus dirigentes en objetivos legítimos en formas que violan las reglas y normas defendidas en otros lugares.

En el último siglo Israel ha perfeccionado la práctica de los asesinatos selectivos  que ha acompañado normalmente con la detención de dirigentes clave para eliminar a figuras políticas y militares influyentes. Esta estrategia no consiste únicamente en neutralizar amenazas inmediatas sino en moldear también la composición y el carácter de la resistencia a la que se enfrenta en la región. Mediante estas intervenciones perniciosas, Israel trata de cultivar una clase dirigente dentro de Palestina –y del mundo árabe por extensión– que se alinee más estrechamente con los intereses estadounidenses e israelíes, manipulando así la dinámica de la resistencia contra sus políticas de apropiación de tierras, limpieza étnica y colonización.

Son tácticas que han demostrado ser eficaces a la hora de destituir a dirigentes palestinos relevantes en momentos críticos de la lucha. Por ejemplo, durante los años previos a Oslo, los asesinatos de figuras medulares, como el segundo y el tercero en el mando de Yasser Arafat –Abu Iyad (Salah Jalaf) y Abu Yihad (Jalil al Wazir)– despejaron el camino para la emergencia de una dirección más dócil ahora personificada en última instancia en Mahmoud Abbas.

Durante la Segunda Intifada Israel detuvo al popular dirigente de Fatah, Marwan Barghouti, y al secretario general del FPLP, Ahmad Saadat. Posiblemente también envenenó a Yasser Arafat y asesinó al comandante militar del FPLP, Abu Ali Mustafa, además de a figuras clave de Hamás como Abdul Aziz Rantisi y el fundador de Hamás, Ahmad Yassin, para asegurarse de que no pudiera dominar la política palestina ninguna oposición real al afianzamiento de la propia clase compradora palestina. Con estas operaciones Israel pretendía remodelar la conciencia de la propia clase dirigente que se le oponía. Después de todo, si los palestinos, los árabes o sus dirigentes abandonaran la causa, no habría causa de la que hablar. Los nuevos dirigentes no sólo temerían por sus vidas sino que también serían más favorables a las aspiraciones y objetivos israelíes.

Esta política le ha ido bien a Israel en el pasado pero también ha causado consecuencias imprevistas. Hoy en día, la desunión palestina no opera en el seno de una coalición o una organización política específica; se trata de una desunión marcada por una clase compradora pragmática que gobierna Cisjordania frente a grupos de resistencia más homogéneos que operan desde lugares como Gaza. Mientras que la OLP incorporó en su día a su tejido organizativo corrientes diversas (como la posición de Mahmoud Abbas), la disposición actual de los grupos de resistencia presenta menos desacuerdos sobre sus estrategias frente a Israel. Las diferencias que existen entre la resistencia son en gran medida tácticas o están ligadas a la elección de sistemas de alianzas. En otras palabras, el asesinato de Ismail Haniyeh no conduce automáticamente a que surja un liderazgo más complaciente en su lugar, porque el movimiento del que desciende Haniyeh sigue unido en torno al marco de la resistencia.

Además, el rechazo de Israel y su negativa a dar cabida a figuras como Mahmud Abbas, o a conceder a los palestinos siquiera un Estado bantustán, han moldeado la conciencia palestina de un modo que refuerza la creencia de que sólo la resistencia puede provocar cambios estratégicos. Esta actitud se ha visto reforzada por el hecho de que resulta inútil negociar con una sociedad israelí arrogante y supremacista, personificada recientemente por los disturbios en las protestas de Sde Teiman por el derecho a violar a los presos palestinos.

La eficacia decreciente de los asesinatos israelíes

El miedo de Israel a la paz, unido a su insistencia en mantener su dominación mediante la fuerza, y la irónica presencia de figuras como Mahmud Abbas, que ha permitido sin resistencia alguna la colonización israelí en Cisjordania, han llevado a los palestinos y a sus grupos de resistencia a descartar cualquier planteamiento serio hacia soluciones negociadas. Estas dinámicas han ahondado la convicción de que no es posible lograr un cambio significativo mediante el diálogo con un Estado que sigue dando prioridad a la fuerza y a la hegemonía por encima de verdaderas iniciativas de paz.

Además, los y las palestinas han reformulado su resistencia y han institucionalizado sus estructuras organizativas. El carácter de estas organizaciones ha evolucionado dependiendo menos del culto a la personalidad o de los profundos lazos emocionales con los líderes individuales, para centrarse más en las funciones organizativas y en la eficacia operativa. Atrás quedaron los días en que los grupos de resistencia se hundían en la confusión tras la pérdida de una figura clave.

Hoy en día los movimientos de resistencia palestinos y libaneses se han adaptado a la realidad de que el asesinato de un dirigente destacado puede causar un revés táctico pero no conduce a la desintegración de sus operaciones. De hecho, en muchos casos, estos grupos han demostrado resiliencia, utilizando esos incidentes como catalizador para una mayor consolidación y fortalecimiento de sus marcos organizativos. Este cambio refleja una maduración de los movimientos de resistencia, en los que la atención se centra en la sostenibilidad y la continuidad más que en la influencia de líderes individuales o de redes clientelares específicas empeñadas en crear influencia dentro de una formación política concreta.

Entonces, más allá del impacto táctico inmediato, ¿qué consiguen estos asesinatos? En algunos casos pueden resultar contraproducentes, como ocurrió con el asesinato del dirigente de Hezbolá, Abbas Musawi, que allanó el camino para el ascenso de Hasan Nasralá. En otros casos, estas acciones pueden incluso facilitar la aparición de comandantes más innovadores y adaptables que puedan ocupar puestos clave. Al eliminar a un dirigente, Israel puede crear inadvertidamente espacio para que surja otro a menudo más imponente. Basta con observar el desarrollo tanto de Hamás como de Hezbolá tras diversos asesinatos en distintas etapas históricas para darse cuenta de que tales operaciones perdieron gran parte de su poder.

Estos asesinatos refuerzan el vínculo entre las organizaciones político-militares y la sociedad en general en la que están inmersas, haciendo mucho más difícil que se produzca un verdadero cisma. En lugar de debilitar a sus oponentes, estas tácticas pueden consolidar involuntariamente la unidad y la determinación, tendiendo un puente entre las facciones militantes y la población en general. El asesinato de dirigentes de Hamás como Ismail Haniyeh, que abandonó Gaza, afloja la disensión interna.

La verdadera razón de la actual política israelí de asesinatos sirve más como mecanismo para reactivar a su propia sociedad que para alterar realmente la posición política o militar de sus adversarios. La eficacia de estas tácticas para desestabilizar a los enemigos de Israel ha disminuido severamente, lo que revela un cambio en la finalidad de tales operaciones. En lugar de paralizar a las fuerzas de la oposición, estos asesinatos selectivos funcionan ahora principalmente como herramienta para la cohesión interna, aglutinar el sentimiento nacional israelí y mostrar las capacidades operativas y de inteligencia de Israel. También permite a Israel afirmar que ha ganado ventaja en los movimientos para dominar la escala del avance con sus adversarios.

En última instancia, estos actos son exhibiciones de destreza táctica diseñados para consagrar la supremacía del poder israelí, destinados en gran medida a impresionar a los propios israelíes en un momento en el que éstos sienten que su ejército y su aparato de inteligencia les han fallado. Cuando Israel habla de una “pérdida de disuasión” no le preocupa tanto cómo le perciben sus enemigos sino más bien cómo se percibe a sí mismo. La retórica de la disuasión tiene menos que ver con las amenazas externas y más con el mantenimiento de una narrativa doméstica de fuerza e invencibilidad que garantice que la imagen del poder israelí permanezca intacta en la psique colectiva de su propia sociedad.

Abdaljawad Omar, palestino, es escritor y profesor residente en Ramala, Palestina. Actualmente enseña en el Departamento de Filosofía y Estudios Culturales de la Universidad de Birzeit.

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Taducción: viento sur

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