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Gaza

La zona desconocida – Hogar arrasado

Fuentes: Haaretz

Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Una casa con dos techos de tejas rojas, dos entradas, un lujuriante césped al frente, una hilera de árboles en ciernes, cielos azules y humo que brota de la chimenea. Es como la joven Ashwaq Atrash pintó sus sueños hace unas pocas semanas sobre los muros de su casa familiar. Su familia también fue «evacuada» de su casa por orden administrativa, pero su hogar se encontraba sobre tierra privada que había pertenecido a su familia durante generaciones. La casa a la que se mudaron también fue construida con medios públicos, como los edificios temporales construidos para los colonos que salieron de Gaza, pero sin recibir la ayuda de la Administración de la Desconexión. En el caso de los Atrash, algunos vecinos donaron ladrillos y cemento y Yusuf Atrash – que ha estado discapacitado desde que fue herido por golpes de los soldados durante una de las «evacuaciones» de su casa, cuando sufrió una ruptura de vértebras en su nuca – la construyó él mismo.

Esta casita consiste de una habitación sin terminar, con una entrada, un techo de hojalata que gotea y un baño. Cada noche, toda la familia Atrash duerme en esta pieza. (Son 12 personas, sin incluir a los nietos – los hijos de Manal que está en la prisión, que también duermen aquí de vez en cuando.) En el verano algunos duermen a cielo abierto para reducir el insoportable hacinamiento en el interior. Durante el día, la misma habitación sirve de cocina.

El domingo pasado, una de las muchachas de la familia estaba allí lavando platos: En una fuente de lata sobre el piso de la habitación, metida entre los colchones, echó un poco de jabón y agua, después de enjuagar los restos de la comida del día anterior. La cocinilla a gas está sobre una mesa destartalada en el rincón. A los visitantes los reciben en el vestíbulo de entrada, que también sirve de toilette; sobre el lavabo fijado a la pared, cuelgan los cepillos de dientes de los Atrash. La ventana de la pieza está quebrada por piedras lanzadas por los soldados, al parecer para divertirse, hace algunas semanas. En este sitio ha estado viviendo la familia Atrash desde que Israel demolió su hogar por tercera vez.

Habíamos estado con los Atrash durante una de sus «evacuaciones». En marzo de 1998 fuimos a ver las ruinas de su segunda casa. Entre los escombros tomamos té. Los Atrash habían construido entonces una carpa temporaria, y un cálido sol primaveral caía sobre un paisaje de montañas, viñedos y asentamientos. De repente, un convoy de jeeps emergió del valle. Iban a evacuar civiles con «determinación» y «sensibilidad». Dentro de pocos minutos, el lugar pareció un campo de batalla. Zuhur, la madre, fue brutalmente arrastrada por el suelo, lo que llevó a que su vestido fuera arrancado, exponiendo su cuerpo, que fue magullado y rasguñado por las rocas. Cuatro soldados y policías armados la golpearon sin piedad. Pasó después de que se reclinó contra el capó de uno de los jeeps, tratando de detener la evacuación con su cuerpo – su propio acto de «Stalingrado». Pero nadie la abrazó.

Su hija Manal apareció en la escena, tratando de salvar a su madre maniatada de los golpes de los soldados, y los gritos de la madre y la hija desgarraron la tranquilidad del valle. Nadie se preocupó por explicarles por qué habían llegado a expulsarlos. «Tírenlos cerca de los árboles» ordenó el oficial de la Policía Fronteriza, después de que también lograron controlar por la fuerza a Manal, que había resistido vigorosamente. Gritando, las dos fueron colocadas – esposadas y boca abajo – entre los olivos. Wa’ad, la bebé de un año, fue dejada sola, llorando y aterrorizada, a la sombra de la carpa. Ra’ad, que entonces tenía tres años, también lloraba. El oficial de la Policía Fronteriza, Zehavit Ben-Abu agarró a Manal por los cabellos y la haló vigorosamente. Manal gritó de dolor. Hussam, entonces de 18 años, miró desde la carpa y también lo golpearon y esposaron. «El niño tiene asma», gritó la madre, pero no le hicieron caso.

Yusuf, el padre de la familia, que observó toda la desgarradora escena, vio impotente como sus seres queridos eran atados y cruelmente golpeados. También fue esposado y golpeado alrededor del cuello. Los padres y dos de sus hijos, Manal y Hussam, fueron detenidos mientras la fuerza completaba su misión. Habían ido a confiscar el minúsculo mezclador de cemento que Yusuf había llevado al sitio junto a su carpa, para que no tratara de reconstruir su casa demolida.

Los soldados eran los mismos soldados, la Policía Fronteriza era la misma Policía Fronteriza, y la policía era la misma policía. En lugar de abrazos fueron palizas, en lugar de lágrimas fueron ladridos, en lugar de preparación mental e interminables negociaciones, hubo patadas, en lugar de que una familia empaquetara sus pertenencias, hubo la demolición de la casa con todo lo que contenía, en lugar de una generosa compensación, hubo el estallido de violencia relacionada con la confiscación de una mezcladora de cemento. Las mismas IDF [Ejército Israelí], la misma Policía Fronteriza, la misma policía, el mismo gobierno. En aquel entonces, los soldados no necesitaron, de alguna manera, psicoterapia rehabilitativa después de una evacuación «traumática». Arrasar una casa con todo su contenido y abusar de todos sus ocupantes, incluyendo niños y bebés, no deja cicatrices en sus tiernas almas, al parecer. Pero en este caso, las víctimas eran palestinas.

Los Atrash sí sufrieron cicatrices. Yusuf quedó discapacitado en un 70 por ciento por el daño a sus vértebras. Esta semana volvió a viajar a Jordania para recibir tratamiento médico. También perdió su trabajo, después de que tuvo que vender su taxi para conseguir dinero para mantener a su familia. Este hombre descarnado y tranquilo se ha vuelto nervioso y amargado, a veces hasta violento. Su hijo Hamzi tuvo que abandonar la escuela secundaria para ayudar a mantener a su familia cuando su padre dejó de trabajar. Zuhur fue arrestada a la entrada de la Cueva de los Patriarcas en Hebrón en septiembre de 1999, aproximadamente un año después de la segunda evacuación de su casa, con un cuchillo de comandos en su posesión. Sólo gracias a los esfuerzos fervorosos de su abogada, Leah Tsemel, que explicó al tribunal las circunstancias especiales de su vida, y el excepcional grado de humanidad demostrado entonces por el juez militar Netanel Benishu y el fiscal militar Daniel Cohen, fue liberada después de una semana.

Su hija Manal también conservaba sus aterradores recuerdos cuando, el 15 de mayo de este año, fue igualmente sorprendida mientras amenazaba con un cuchillo a miembros de la Policía Fronteriza en la entrada de la Cueva de los Patriarcas. Está casada con un israelí beduino y ahora su matrimonio anda muy mal. Sus tres hijos corren ahora por la nueva casita, dividiendo su tiempo entre la casa de su padre en el Negev y la de su abuela. Es su cuarta demolición de su hogar.

Esta semana, después de la evacuación en Gush Katif, volvimos a la casa de los Atrash en la región sureña del Monte Hebrón, cerca del asentamiento de Beit Haggai. Camiones y coches suben cuidadosamente a lo largo del camino para no caer al rocalloso abismo. Es la ruta alternativa para los palestinos que quieren llegar de alguna manera a Hebron en sus vehículos.

Los escombros de tres casas anteriores siguen esparcidos por la propiedad de los Atrash – cañerías, restos de pedazos de hormigón con vetas de hierro, trozos de la caldera. La nueva casa aún no ha sido terminada y puede ser que nunca llegue a serlo. Los muros están revocados pero sin pintar, algunos han sido cubiertos por afuera con mármol donado por los vecinos y otros siguen desnudos, una vez que se acabó el mármol. La puerta del frente, que fue dañada durante las demoliciones, ha sido reinstalada. La electricidad fue conectada clandestinamente después que la municipalidad la cortó por las deudas de la familia.

Por dentro, la casa es una combinación de pobreza y limpieza. No hay muebles aparte de dos armarios que fueron salvados de las palas de las aplanadoras. Y unas pocas sillas plásticas gastadas. Su televisor fue enterrado, y lo reemplazaron con uno viejo que costó NIS [nuevos shekels israelíes] 50. El ventilador fue donado por un conocido. Un grupo de judíos y árabes les ayudó a construir esta casa, pero esa buena gente desapareció desde entonces, dejando a Zuhur que dice amargamente:»Latif Duri prometió traernos muebles».

Es una mujer fuerte y determinada, de complexión robusta. Los eventos de los últimos años, en los que su familia normal pasó a ser una nave destrozada, se notan apenas en su agradable cara. La mujer que fue arrastrada gritando de terror por esta tierra habla ahora con tranquilidad. Sus ingresos mensuales de NIS 465 de la asociación local de asistencia social fueron cortados recientemente, y por lo tanto sus fuentes de dinero han desaparecido casi por completo. Hussam, que se casó desde entonces, ayuda un poco. Vive con sus niños en la segunda ala de la casita, y Hamzi, que abandonó la escuela busca trabajos ocasionales en Hebrón.

Ayer, Zuhur se encontró por casualidad con el propietario del almacén de comestibles. Le debe 500 NIS desde hace dos años, y él le lanzó una mirada dura. No tiene donde ir para conseguir el dinero para pagarle. Vivieron en una carpa durante un año y medio hasta que reconstruyeron este rudimento de casa, que Zuhur describe como un «refugio temporal del calor y el frío». Pero el techo y las endebles paredes gotean en invierno. La administración civil ya no los molesta con sus órdenes de demolición. Tal vez se resignó, o tal vez vuelvan por cuarta vez a demoler esta «estructura ilegal» en un país lleno de asentamientos ilegales.

Ra’ad, que tenía tres años cuando ocurrió la última demolición, anda dando vueltas ahora con su gorra roja de béisbol. Después del incidente con la mezcladora de cemento, dice su madre, quedó tan asustado que no pronunció palabra durante tres semanas. Hamzi, que tenía un año cuando la primera casa fue demolida, nueve cuando ocurrió la segunda demolición, y 15 durante la tercera, ha crecido hasta casi convertirse en un hombre. Todos los niños se ven bien arreglados; no comprendo bien cómo Hamzi dice que todos sus libros de texto se perdieron en los escombros; los soldados no se los empaquetaron. ¿Qué más recuerda?

«¿Qué puedo recordar? Recuerdo que traté de llegar a la casa, para salvar los libros, y los soldados me pegaron y les pegaron a mis padres. ¿Qué más? Y le pegaron a Manal, y mi padre estuvo en la cárcel durante 15 días hasta que lo soltaron bajo fianza.»

Zuhur suspira suavemente: «Éramos una buena familia. Una familia ordinaria. Niños buenos. Ahora no tenemos ni casa, ni trabajo y Yusuf ya no es el mismo, tampoco. Hemos luchado por esta casa durante 18 años. No tenemos donde ir. En el verano, es aguantable, los niños duermen afuera. ¿Pero qué ocurrirá en el invierno?»

¿Ha visto las fotos de la evacuación en Gaza? La voz de Zuhur repentinamente se eleva y ríe amargamente. «¿Qué puedo decir? Es imposible comparar. Ví a los soldados dando palmaditas en el hombro a los colonos, abrazándolos calurosamente y dándoles una llave para su nueva casa. Los ví dándole 250.000 dólares a cada familia. ¡A mí me tiraron al suelo mientras golpeaban a mis niños! No tenía agua para beber y a ninguno de ellos les importó. Pero a pesar de todo, por mi propia experiencia, y aunque sean colonos, por un momento sentí que me identificaba con ellos, porque sabía por lo que estaban pasando, porque sé lo que significa que te demuelan tu casa.

«Es más importante saber que la tierra sobre la que construiremos nuestra casa está registrada en nuestro nombre en el catastro de propiedades. No es su tierra. Les permitieron que sacaran sus muebles y todo lo que me quedó a mí es un armario roto. El mismo armario durante 27 años. La aplanadora nos quitó todo. Recuerdo nuestra lavadora. Ahora lavo a mano y me cuesta mucho trabajo. Hay mujeres con suerte cuyos maridos les compran una lavadora. Tal vez no sea nada comparado con la ruina de la vida de mi esposo. No puede trabajar por su herida.

«He tenido una dura experiencia y siento compasión por los colonos que fueron evacuados, pero las dos cosas no son comparables. Ellos tienen agua y dinero y una casa nueva y sus niños no sufrirán. Sugiero que los colonos vuelvan al sitio más seguro para ellos y se establezcan en Israel. No los traigan aquí. Aquí habrá sólo problemas. Si el gobierno me evacuara y me mudara a un sitio seguro, lo aceptaría. ¿Por qué voy a causar problemas? Si me ofrecieran una casa en Israel, no iría, porque no es mi país. Israel es su país y ellos deberían establecerse allí. Es el sitio más seguro para ellos.

«Vi a soldados llorando. En mi caso no lloraron. Sólo me golpearon. Vieron como me arrastraban por el suelo después de una operación cesárea y me patearon. Ni uno de ellos se identificó conmigo. Ni uno de ellos sintió compasión. Sé que esos colonos no son gente buena, pero hay un momento en el que me identifiqué con ellos, el momento en el que demolieron su casa. ¿Pero qué motivo tienen ellos para llorar? Si yo sólo estuviera en su lugar. Sí, un hogar es un recuerdo, incluso una carpa es un recuerdo, pero todo lo demás es diferente a nuestro caso. Esta es la tierra de nuestros abuelos y ¿qué crimen hemos cometido? ¿Qué crimen cometieron mis niños?»

Hamzi escucha en silencio. También él quiere decir algo. «Si yo fuera el hijo de un colono, me llevarían en un coche a la escuela. Fui un estudiante destacado durante 10 años, hasta el 10º año y cuando demolieron mi casa, toda mi vida cambió por completo».

Zuhur vuelve a la imagen de los colonos que lloran, y dice: «Soy la que debería llorar de aquí a la eternidad».

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http://www.haaretz.com/hasen/spages/620106.html
1 de septiembre de 2005