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Las acusaciones de antisemitismo a Jeremy Corbyn tienen un objetivo: Impedir que llegue al poder

Fuentes: Middle East Eye

Traducido para Rebelión por Paco Muñoz de Bustillo

La hostilidad de la comunidad judía británica hacia el Partido Laborista lleva años cociéndose, aunque sean los conservadores de Boris Johnson quienes se han mostrado descaradamente contrarios a las minorías.

 

Jeremy Corbyn, líder laborista de la oposición sostiene un ejemplar del manifiesto del partido el 21 de noviembre (AFP)

La supuesta crisis antisemita que ha afectado al laborismo británico desde que Jeremy Corbyn se convirtió en su líder ha vuelto a ocupar los titulares de prensa.

En esta ocasión ni siquiera se ha intentado ocultar el hecho de que las acusaciones se centran en el «peligro» de que Corbyn pueda hacerse con el poder en las elecciones generales que tendrán lugar en menos de un mes.

Esta semana, el Gran Rabino británico Ephraim Mirvis se ha sumado en el Times a las voces que afirman que el líder de la oposición es «inadecuado para el cargo». Es la primera vez que un gran rabino intenta interferir en el resultado de unas elecciones generales. Tildándolo de «mentiroso» y advirtiendo de que su elección serviría para comprobar la «brújula moral» del país, instaba a los electores a «votar en conciencia».

Sus declaraciones fueron posteriores a una carta enviada al Guardian firmada por un puñado de figuras públicas -incluyendo a John Le Carre, Fay Weldon, Simon Callow y Joanna Lumley- en la que se pedía a los votantes su rechazo al laborismo el 12 de diciembre: «La próxima elección es trascendental para cualquier votante, pero para los judíos británicos es especialmente angustiosa, pues supone la posibilidad de elegir un primer ministro impregnado de antisemitismo».

Pedían a los votantes que escucharan a la comunidad judía y otorgaban a esa petición más importancia que al hecho de que los conservadores tuvieran la oportunidad de continuar con sus políticas de austeridad y seguir adelante con el Brexit duro, para añadir: «Si hacemos oídos sordos a las preocupaciones de esta comunidad, ¿cuál será la siguiente a la que ignoremos?».

Estas observaciones van en la línea de las emitidas por Jonathan Romain, otro importante rabino de la comunidad de Maidenhead, el distrito de la recién dimitida líder conservadora Theresa May. En las páginas del Daily Mail este mismo mes, Romain suplicaba a los votantes judíos que escogieran a cualquier candidato menos al laborista porque Corbyn «es toda una amenaza para los judíos británicos».

Como muchos otros que repiten esta misma acusación, Romain dejaba a sus lectores la tarea de deducir en qué consistía tal «amenaza». Pero, para ayudarles, hacía continuas referencias a la lucha contra Hitler y el nazismo y al Kindertransport que salvó miles de vidas de niños judíos de los campos de exterminio trayéndolos a Gran Bretaña.

Mientras tanto, el editor del Jewish Chronicle, Stephen Pollard, que ha dedicado la mayor parte de su trayectoria profesional a trabajar en la prensa amarilla de derechas, utilizaba la portada de su tabloide para advertir a sus lectores, una vez más, de la amenaza que suponía Corbyn. Citaba para ello una encuesta del mes pasado según la cual el 87 por ciento de los judíos británicos creían que Corbyn era antisemita. El 47 por ciento de los encuestados afirmaban que «considerarían seriamente» emigrar si fuera elegido primer ministro.

 

 

Evidencias ignoradas

La encuesta ha sido profusamente citada como prueba irrefutable de que el laborismo se ha convertido en «una institución antisemita» bajo la batuta de Corbyn. Todas las evidencias demuestran lo contrario, pero los hechos no han tenido mucho peso en un debate protagonizado por las emociones y las insinuaciones.

El pasado mes, la revista Economist, poco amiga de Corbyn o del Partido Laborista, publicaba una encuesta de actitudes británicas hacia Israel y los judíos, pormenorizada según facciones ideológicas.

Según esta encuesta, los votantes de «extrema izquierda» -las personas que comparten la visión política de Corbyn- estaban entre quienes tenían menos opiniones antisemitas, aunque también tenían las opiniones más críticas, con diferencia, hacia Israel. Por el contrario, los votantes de derecha tenían tres veces y media más probabilidades de expresar opiniones antisemitas. El centro, representado por los liberal-demócratas y el ala «blairista» del laborismo, eran poco antisemitas pero tampoco criticaban a Israel.

Los resultados estaban claros: la izquierda es muy reacia al antisemitismo pero reconoce los crímenes cometidos por Israel, aunque no responsabilice de ellos a los judíos. La encuesta del Economist confirmaba las estadísticas del Partido Laborista que indican que son raros los casos de antisemitismo entre sus miembros (apenas un 0,08 por ciento de los afiliados).

La influencia de los medios de comunicación

Pero dicha evidencia se ha visto ensombrecida por el nuevo sondeo que sugiere que gran parte de la comunidad judía considera que el laborismo de Corbyn está plagado de antisemitismo. Al fin y al cabo, ¿quién se atreve a decir a los judíos británicos que no reconocen a un antisemita cuando lo ven?

Como en una pintura de un maestro antiguo, es necesario remover las capas de mugre y polvo acumuladas para poder apreciar el verdadero cuadro.

La realidad es que la impresión que la mayor parte de los judíos británicos se han formado de Corbyn es la que les han presentado los medios de comunicación, unos medios poco imparciales sobre los puntos de vista laboristas. Unos medios que poseen y controlan grandes corporaciones que se han beneficiado de décadas de fundamentalismo de libre mercado que el laborismo amenaza ahora con revertir.

Cualquiera que tenga dudas sobre la capacidad de los medios para configurar la opinión pública debería recordar su papel en un extraño fenómeno electoral señalado desde hace tiempo por los sociólogos: muchos votantes de clase trabajadora prefieren votar a los conservadores, aunque deberían tener claro que sus intereses saldrán perjudicados si lo hacen.

Al fin y al cabo, hay una razón para explicar que las grandes empresas estén dispuestas a invertir su dinero en periódicos que solo acumulan pérdidas, y no es su preocupación por el bien común. Se trata de mantener un clima de opinión que les permita seguir ganando dinero.

Otras voces judías

Contrariamente al consenso fabricado por los medios sobre Corbyn, una entrevista realizada este mes al antiguo portavoz de la Cámara de los Comunes, John Bercow, servía para recordar que dentro de la comunidad judía hay voces contrarias. Tras servir en el Parlamento 22 años junto a Jeremy Corbyn, Bercow señalaba que «nunca detecté en él ni el más mínimo atisbo de antisemitismo». Ni tampoco, añadía, por parte del Partido Laborista.

No obstante, hay buenas razones para que otros judíos sean reacios a hablar a favor de Corbyn.

El pasado abril, la actriz judía Miriam Margolyes fue acusada de antisemitismo cuando afirmó que las denuncias de antisemitismo a los laboristas se habían exagerado para impedir que Jeremy Corbyn llegara a primer ministro. Para apreciar hasta qué punto el clima contra Corbyn ha sido construido por los medios, es de señalar que una carta firmada por prominentes judíos y figuras públicas en defensa de Corbyn (entre ellos Mark Ruffalo, Steve Cogan y Mike Leigh) solo fue consiguió ser publicada en la revista New Musical Express.

Corbyn ha sido durante décadas una de las figuras antirracistas más prominentes del parlamento británico. De hecho, su apoyo continuado a las minorías étnicas y nacionales oprimidas es la base de la actual «crisis» de antisemitismo de su propio partido.

El dirigente laborista ha sido el principal defensor de la causa palestina, exigiendo a Israel que terminara con más de medio siglo de la ocupación beligerante que ha oprimido a los palestinos y ha quebrantado de manera evidente el derecho internacional.

Su activismo hace mucho que le hizo impopular entre muchos de sus colegas laboristas, tanto judíos como gentiles, miembros del lobby Labour Friends of Israel (LFI). El LFI es una de las muchas organizaciones que conectan el Partido Laborista con Israel. Todas ellas son remanentes anacrónicos de una época en la que la izquierda británica consideraba a Israel nada menos que un santuario para los judíos que huían de una larga historia de persecución en Europa.

Pero estos grupos de presión laboristas también son exponente de un racismo europeo que se resiste a desaparecer, absolutamente predispuesto a pasar por alto el legado de la creación de Israel: el enorme sufrimiento de los palestinos sometidos al yugo de un ejército israelí brutal que no rinde cuentas ante nadie.

Fueron los palestinos, y no los europeos, los que se vieron obligados a expiar el racismo de Europa contra los judíos. Corbyn reconoce ese hecho histórico. La mayor parte de sus colegas parlamentarios, no. Puede que algunos incluso estén inconscientemente resentidos con él por poner de manifiesto su propia hipocresía y su racismo irreflexivo hacia los palestinos.

El impopular Milliband

Es importante recordar que la antipatía hacia el partido laborista que profesan muchos miembros de la comunidad judía no es algo nuevo, y precede largamente el liderazgo de Corbyn. Quizás lo más relevante de este dato sea el pésimo resultado electoral que cosechó entre los judíos el predecesor de Corbyn, Ed Mulligan, a pesar de ser judío.

 

El parlamentario Ed Miliband charla con residentes en una calle inundad de Doncaster, Inglaterra, el 8 de noviembre (AFP)

Un sondeo realizado por Jewish Chronicle a inicios de 2015 averiguó que solo el 22 por ciento de los judíos tenía intención de votar laborista bajo la dirección de Miliband, frente a un 69 por ciento que apoyaba al Partido Conservador.

Además, el número de judíos que pensaba que el líder tory, David Cameron, era mejor para su comunidad quintuplicaba al número de quienes pensaban que Miliband era mejor. Las razones de muchos de ellos venían explicitadas por su respuesta a una pregunta posterior: el 73 por ciento decía que la actitud de los partidos frente a Israel y Oriente Próximo era «muy» o «bastante» importante a la hora de decidir a quién votar.

Un sondeo realizado semanas más tarde señalaba que la abrumadora mayoría de los británicos consideraba irrelevante a la hora de votar el hecho de que Miliband fuera judío. Paradójicamente, eran los judíos británicos quienes veían de forma negativa a Miliband en relación con el judaísmo.

«Falta de pasión» por Israel

A Miliband no se le acusaba de antisemitismo -eso habría resultado demasiado extraño­- pero muchos miembros de la comunidad judía le culpaban de no ser un ardiente defensor de Israel. Sirva de ejemplo que se ganó la enemistad de muchos al criticar a Israel cuando este lanzó un ataque sobre la Gaza bloqueada en 2014, en el que murieron más de 2.200 palestinos, entre ellos 550 niños.

El mismo Jewish Chronicle señalaba también que su reputación se había visto dañada entre los judíos británicos por su respaldo ese mismo año a la proposición no de ley que proponía el reconocimiento por parte de Reino Unido del Estado de Palestina.

Tal y como observaba el periódico israelí Haaretz: «Los judíos británicos se enfrentan a una pregunta problemática: ¿Es Miliband lo suficientemente judío? ¿Profesa lealtad a la tribu?… El hecho de que los judíos británicos tengan tan poca confianza en él se debe sobre todo a su falta de pasión por Israel». Esto quedó de manifiesto en la cena de captación de fondos organizada por el Community Security Fund, una importante organización judía, en marzo de 2015. Los allí presentes abuchearon ruidosamente cuando se proyectó un video en que salía Miliband.

El estado de ánimo de muchos judíos británicos se puso de manifiesto en la decisión de una popular actriz judía, Maureen Lipman, que, horrorizada por Miliband, puso fin a cinco décadas de apoyo al Partido Laborista afirmando que había demostrado la «existencia de una ley para los israelíes y otra para el resto del mundo».

En la campaña para las elecciones de 2015, Lipman apremió a otros judíos a votar a cualquier partido con tal de evitar que Miliband fuera el primer primer-ministro judío británico en 130 años. Tal vez con la esperanza de que los votantes británicos sufrieran amnesia colectiva, Lipman recurrió a la misma treta el año pasado, cuando afirmó que había sido Corbyn el causante de que se pasara a los conservadores.

Este mes, esa misma actriz lanzó un anuncio burlón para pedir a los votantes que no apoyaran a Corbyn o al laborismo. El video tuvo una gran promoción en los periódicos The Sun y The Mail, al tiempo que este último lo consideraba un «ataque despiadado».

Una cámara de resonancia de ámbito nacional

El socialismo democrático de Corbyn es el primer intento laborista -desde los tiempos de la Thatcher- de revertir los enormes y continuos beneficios de la clase empresarial dominante británica. Y la postura mucho más franca de apoyo a los derechos palestinos -equivalente a su apoyo a los sudafricanos negros durante el apartheid- no tiene precedentes por parte de ningún dirigente de uno de los grandes partidos británicos.

Eso le ha hecho especialmente vulnerable a los ataques de los medios de comunicación propiedad de multimillonarios, preocupados por su política económica, y de los grupos de presión israelíes, preocupados por el modo en que podría dirigir la política exterior hacia Israel.

Ambos han hallado en el antisemitismo un arma eficaz para perjudicarle, tanto por la gravedad de la acusación como por las dificultades que tiene negar dichas afirmaciones tras lo difuminado que ha quedado dicho concepto desde que Corbyn fuera elegido líder laborista.

Los principales grupos de presión israelí en el Partido Laborista, desde LFI hasta el Jewish Labour Movement, han hecho todo lo posible para que el partido cambiase su reglamento sobre antisemitismo. El año pasado, el partido se vio obligado a adoptar una definición altamente controvertida propuesta por la International Holocaust Remembrance Alliance (IHRA), centrándose en la crítica a Israel en lugar de en el odio hacia los judíos.

Con unos medios de comunicación que inciden en el problema de antisemitismo de Corbyn, era inevitable que una gran proporción de judíos británicos se convenciera de que el laborismo es antisemita. Han estado viviendo en una cámara de resonancia de ámbito nacional la mayor parte de los últimos cuatro años.

Una definición ampliada

Es evidente que, a diferencia de Miliband, Corbyn no cuenta con ninguna carta étnica para jugar en su propia defensa, lo que le deja particularmente expuesto. Una vez que el antisemitismo fue redefinido según la propuesta del IHRA, las décadas de lucha para lograr justicia para los palestinos de Corbyn se tildaron sin problemas de antisemitismo. Ello ha permitido que sus críticos reinterpreten su activismo antirracista como una prueba de su racismo.

Además, aquellos judíos británicos que consideran a Israel como un referente de su identidad, ven en el historial de críticas a Israel de Corbyn como un ataque a ellos mismos. Muchos han aceptado de buena gana que su apoyo a la causa palestina no se basa en sus principios sino en el antisemitismo.

Hasta dónde han sido capaces de llegar sus oponentes -ya sean el lobby pro-israelí o la prensa- para ampliar maliciosamente el significado del término antisemitismo con el fin de perjudicarlo queda de manifiesto por la reacción ante sus propuestas económicas.

La historia del laborismo ingles tiene sus raíces en el socialismo, las políticas redistributivas, los derechos laborales y los frenos a la clase capitalista que se beneficia a costa de la población. Pero ahora, las críticas de Corbyn a aquellos que explotan a los trabajadores, o que acumulan inmensas riquezas, o que las ocultan en paraísos fiscales, también sufren acusaciones de antisemitismo.

Sacando a la luz los prejuicios

Lo que se interpreta de dichas críticas -que revelan sus propios prejuicios más que los de Corbyn- es que cuando Corbyn habla de los banqueros, los capitalistas, de la élite corporativa o del establishment, se está refiriendo a los judíos. Este proceso fue tímidamente iniciado por Pollard, editor de Jewish Chronicle, pero posteriormente se ha convertido en un lugar común.

Coincidiendo con el décimo aniversario de la crisis financiera, el año pasado, Corbyn advirtió de que tomaría medidas contra los responsables de arruinar las economías occidentales al crear un gigantesco esquema de Ponzi para reformular la deuda. Tuiteó: «Las personas que causaron la crisis ahora dicen que soy una amenaza. Tienen razón».

Pollard respondió: «Esto es `codazo, codazo, ya sabes de quién estoy hablando, ¿no?´. Y sí, lo sé. Es espantoso». Como observó el escritor David Rosenberg: «Stephen Pollard y Jeremy Corbyn. Uno de los dos parece creer que todos los banqueros son judíos. Una pista: no es Jeremy Corbyn».

El hecho de que ahora haya tantos judíos que creen que Corbyn y su partido son antisemitas no demuestra que sus creencias sean verdad -lo mismo que el hecho de que parte de la clase obrera vote tory no quiere decir que el partido se preocupe por sus intereses.

Cifras extremadamente infladas

Los judíos, como cualquier persona, son sensibles a la propaganda mediática y al «pánico moral» prefabricado. Y dado su justificable miedo a un renacimiento del antisemitismo, están probablemente más expuestos a la manipulación por parte de unos medios decididos a bloquear el camino de Corbyn al poder.

La eficacia de esta campaña difamatoria fuera de la comunidad judía queda resaltada en un libro nuevo, Bad News for Labour (Malas noticias para el laborismo).

Los académicos Greg Philo y Mike Berry han señalado el increíble poder de las afirmaciones sobre el laborismo profusamente aireadas por los medios para engañar al público británico. Esto también es cierto para los miembros del Partido Laborista, aunque las afirmaciones de los medios entren en conflicto con su propia experiencia directa.

Según un sondeo realizado por ellos mismos para el libro, los encuestados estimaban que el 34 por ciento de los laboristas habían sido acusados de antisemitismo. Esa cifra es 300 veces superior a la cifra real.

Cuando se les preguntaba cómo habían llegado a esa cantidad tan grande, muchos citaban el alcance de la cobertura mediática. Como Philo observa en una entrevista: «Un tema recurrente de sus respuestas era la sensación de que dada la cantidad de publicidad que han tenido, las cifras deben ser muy altas: el gran escándalo suscitado y cubierto por los medios y la cantidad de dinero destinado a investigarlo».

Un programa parcial

 

Según Philo, los encuestados habían sido influidos por titulares como: «El ejército antisemita de Corbyn», o por expresiones como que «el laborismo está repleto de antisemitas». Señalaba también el papel de la BBC, por lo general una fuente que genera confianza, en potenciar la cobertura engañosa.

El reciente programa que «Panorama» dedicó al tema «¿Es antisemita el laborismo?», hablaba de 17 antiguos trabajadores laboristas que atacaban al partido liderado por Corbyn. Pero los guionistas no identificaron quiénes eran dichos críticos. De hecho, muchos eran lobistas israelíes (incluso uno era un antiguo empleado de la embajada israelí en Londres).

Aunque el programa incluía a una persona que respondió ante las quejas, excluyó por completo las muchas voces judías en el laborismo que defienden a Corbyn. Philo observaba que tanto la BBC como el Guardian, dos medios de comunicación que suelen considerarse un contrapeso a la prensa de derechas, no han conseguido demostrar que el laborismo tenga realmente un problema de antisemitismo.

«Esa es una de las principales fuentes de su poder: pueden imponer silencio o simplemente negarse a discutir su propio papel», concluía Philo. Dada la coyuntura, no sorprende que el propio libro Bad News se convirtiera en blanco de las críticas por ser antisemita al cuestionar el papel de los medios en la creación del relato antisemita. Una presentación del libro en Brighton tuvo que ser cancelada ante un aluvión de insultos por parte de oponentes a Corbyn.

Aumento del odio judío en la derecha

Puede que la mayor ironía del llamamiento de los líderes judíos y figuras públicas a votar contra los laboristas sea que el único beneficiario posible vaya a ser el Partido Conservador, liderado por Boris Johnson, conocido por su racismo subliminal.

En los últimos años, los conservadores han ido desplazándose sin descanso hacia la derecha y ahora hacen hincapié en una política de «ambiente hostil» hacia los inmigrantes y las minorías étnicas.

Tras muchos años de indiferencia mediática, aparecen finalmente los primeros signos de que los conservadores pueden estar bajo el escrutinio por una islamofobia galopante entre sus filas. A pesar de ello, el racismo anti musulmán entre los tory sigue sin recibir la cobertura que merecería, en comparación con las informaciones sobre el supuesto antisemitismo laborista. Esto es doblemente engañoso.

En primer lugar, la islamofobia parece estar mucho más arraigada y extendida entre los conservadores que el antisemitismo entre los laboristas. Pero además, y esto es algo totalmente ignorado, el antisemitismo también es un problema mucho mayor en la derecha que en la izquierda, tal y como subrayó claramente el sondeo del Economist. Recordemos que los encuestados de derechas eran tres veces y media más propensos a expresar odio hacia los judíos que los de izquierda.

Esto queda reflejado en el auge actual en las sociedades occidentales de los movimientos nacionalistas blancos que han estado calumniando a los judíos o haciéndoles blanco de la violencia física.

Los judíos británicos han sido convencidos de que deben temer a un gobierno laborista porque Corbyn ha sido siempre muy crítico con el Estado de Israel. Pero todas las pruebas demuestran que deberían temer mucho más un despertar del tradicional fanatismo de la derecha contra los judíos.

Los medios de comunicación y el lobby israelí han conseguido reclutar a muchos judíos británicos y a otras personas para su campaña de descrédito a Corbyn, destinada a evitar su nombramiento como primer ministro. Pero, en último término, la comunidad judía corre el riesgo de ser fagocitada por el creciente «ambiente hostil» británico, si los conservadores consiguen mantenerse en el poder y continúan su deriva derechista sin trabas.

Jonathan Cook es un periodista británico con residencia en Nazaret desde 2001. Es autor de tres libros sobre el conflicto israelí-palestino. Fue ganador de un premio especial de periodismo Martha Gellhorne. Mantiene una web y un blog en www.jonathan-cook.net

Fuente: https://www.middleeasteye.net/opinion/antisemitism-claims-have-one-goal-stop-corbyn-winning-power

El presente artículo puede reproducirse libremente siempre que se respete su integridad y se nombre a su autor, a su traductor y a Rebelión como fuente del mismo.