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Las conexiones racistas de la extrema derecha europea

Fuentes: CTXT [Imagen: Pasatiempos. Créditos: J.R. Mora, tomado de CTXT]

Como en Italia y en Francia, la extrema derecha del Estado español busca intensificar los estallidos sociales contra las comunidades romaníes, mientras fortalece sus relaciones con ciertos sectores de la población gitana.

No basta con alarmarse y elevar el grito al cielo. Siempre que la extrema derecha adelanta posiciones políticas en Europa resulta necesario volver a detenerse en algunas de las claves que lo explican. En lo que respecta al problema del racismo, tanto Italia como Francia, España, y otros países de la órbita repiten un patrón similar, a pesar de los innumerables matices y diversidades de contexto. Si esta realidad pasa inadvertida –excepto para quienes la sufren en primera persona– es porque, en gran medida, todavía existe, tanto en nuestras perspectivas críticas como en la mirada mediática general, una comprensión a menudo limitada y estrábica del racismo. Con demasiada frecuencia, se sigue utilizando un enfoque ligado al ámbito del prejuicio, del estereotipo o del rumor, pero al mismo tiempo se obvia el papel fundamental del racismo en el surgimiento, sostenimiento y afianzamiento del sistema capitalista internacional. Se subestima su rol fundamental en la solidificación de las burguesías; su papel central en la cultura occidental y, por lo tanto, en los conflictos, tensiones y rupturas, también en el interior de las clases trabajadoras europeas y en los proyectos emancipatorios que surgen desde las mismas.

La extrema derecha europea es, en mayor o menor medida, consciente de que la lucha contra el racismo es un hueso duro de roer, incluso para parte del sector liberal y de la propia izquierda. Parte de su guerra cultural para conquistar la hegemonía depende de cómo aprovecha este inconsciente colectivo colonial-racial y cómo lo moviliza a su favor. Veamos tan sólo un par de esquemas al respecto. Por ejemplo, existe en la estrategia, utilizada por los reaccionarios, de demonización –y, por lo tanto, de deshumanización– de la población no blanca y migrante de las excolonias algunos puntos de conexión nítidos que es conveniente resaltar. Por una parte, la población romaní –especialmente de Europa del Este y con especial virulencia desde 2008– es una de las dianas principales de su agenda, tanto en Francia como en Italia. Es importante recordarles a nuestros analistas que, cuando hablen sobre racismo, no deben olvidar ni invisibilizar que los gitanos llevan seis siglos en este territorio y siguen sufriendo sus consecuencias más brutales. Si la categoría usual para analizar la cuestión del racismo sigue siendo única y exclusivamente “migrante”, se deja fuera del ángulo a los gitanos. No sólo eso, sino que se deja fuera a los hijos y nietos de esos migrantes, así como se obvia la historia colonial que explica la migración de estos pueblos.

Se obvia el papel fundamental del racismo en el surgimiento, sostenimiento y afianzamiento del sistema capitalista internacional

Aunque obviamente el Pueblo Rom no pertenece a la misma historia que las excolonias de los países del llamado Sur Global, sí comparte destino con las mismas en el seno de la vieja Europa imperial. Como en Italia y en Francia, la extrema derecha del Estado español también busca intensificar e instrumentalizar los estallidos de racismo social hacia las comunidades romaníes, trabajando al mismo tiempo en fortalecer sus relaciones con ciertos sectores de la población gitana nacional. La ultraderecha española, que denomina estercoleros multiculturales a las barriadas periféricas que reúnen a parte importante de la población trabajadora, no blanca y migrante, como lanza el órdago condescendiente de la aceptación nacional a los gitanos y gitanas: “Vosotros sois de los nuestros”. Sin embargo, la realidad material de la población gitana nacional es de discriminación racial en las escuelas, institutos y universidades, así como en los ámbitos de la vivienda, de la salud, de la empresa o en su relación, mediada por la violencia y la dominación, con las llamadas fuerzas de seguridad del Estado, por nombrar tan sólo algunos aspectos de la misma. Es decir, su realidad material corre la misma suerte que la de la población migrante, pero para interrumpir el cauce natural de poderosas y amplias alianzas, la ultraderecha utiliza el reconocimiento nacional como narcótico por excelencia.

La neurosis compartida de la extrema derecha

Por otra parte, no es deseable obviar cuáles, dentro de esas poblaciones migrantes poscoloniales mencionadas, son las dianas favoritas de la extrema derecha europea y por qué razón: la población magrebí y la población negra africana. Por supuesto que no niego la existencia de racismo institucional, estructural y social movilizado por la extrema derecha hacia otras comunidades. Pero analizar las características de la histeria reaccionaria exige desmenuzar sus obsesiones, por otra parte, históricamente cambiantes. El porqué de esta fijación es, en gran medida, el siguiente. La teoría conspiranoica del reemplazo es acompañada y legitimada por la neurosis esencialista ante la temible “islamización” de Europa. Esta idea enfermiza encuentra por supuesto su caldo de cultivo en la ancestral islamofobia occidental que preña el imaginario europeo desde las cruzadas.

Obviamente, la ultraderecha no es tan creativa, su labor es únicamente amplificar esta fantasmagoría ancestral de forma tan ridícula como efectiva –valga la paradoja–, estrategia que es replicada hasta la saciedad, miméticamente, por todos los líderes de la extrema derecha y por sus think tanks. En estos momentos, la ambigua nebulosa instrumental en torno a términos como “salafismo”, “islamismo”, “islam radical” sirve para despertar la sospecha ante poblaciones enteras sin que “nadie” se atreva a exigir rigor y concreción en los términos. La maniobra tiene sentido y encaja con la agenda neoimperialista. El problema no son los musulmanes, sino los musulmanes “salafistas”. Suena bien, piensa el buen ciudadano conservador (y progresista). El problema no es la inmigración, sino la inmigración “irregular y masiva”. Aceptable, dice el abnegado patriota. Muchos medios de comunicación afines apuntalan la narrativa, el sector liberal la ensancha sin medida y, lamentablemente, parte de la izquierda se la traga. Ahora bien, interroguemos el uso nefasto, falto de rigor y demagógico de estos adjetivos instrumentalizados por la extrema derecha y descubriremos que, tras ellos, cualquier musulmán o musulmana puede ser un “salafista” y que toda la migración magrebí, árabe y negra africana puede ser (en su relato) “irregular y masiva”.

La guerra cultural actual de la extrema derecha también se juega en los adjetivos

La guerra cultural actual de la extrema derecha también se juega en los adjetivos. De ahí que utilicen el marco constitucional para proyectar una imagen de moderación que les sirve para afianzar su proyecto antidemocrático en las instituciones y ante los medios de comunicación, que muerden una y otra vez el anzuelo. Por eso hay que cuestionar los eufemismos usados por la reacción y desenmascararlos. En este sentido, la deriva europea deja poco espacio a la duda: no hay batalla de la izquierda que se precie si no presta atención a su asimilación sin freno del marco ideológico de la ultraderecha en su visión de las personas musulmanas. Su agenda, no olvidemos, en ningún caso es la defensa de la “libertad de las mujeres”, ni la democracia, ni los derechos de las clases trabajadoras, sino la defensa de un orden racial y patriarcal, eso sí, muy patrio. Sobra material de análisis elaborado por las feministas antirracistas para demostrarlo. Pero sólo hay que escuchar atentamente a Meloni y a sus discípulos españoles para percibir con claridad la triquiñuela.

¿Es la extrema derecha, es un avión? No, son las instituciones europeas

Por tanto, parte de la estrategia sigue siendo “divide y vencerás”. Los ejemplos son demasiado numerosos. Tal y como hemos afirmado, la ultraderecha boicotea las posibles alianzas entre la población gitana autóctona y la población romaní migrante, así como con la población migrante de las excolonias del Sur Global y, más allá, con las clases trabajadoras autóctonas. Es cierto que estas alianzas les asustan. Pero lo sentimos. Como siempre, nos vemos en la obligación de advertir lo que, a pesar de ser obvio, no resulta tan alentador para desgracia de nuestros horizontes políticos. Si el problema sólo se encontrara en la amenaza evidente de la extrema derecha, estaríamos en condiciones de enfrentarlo de manera mucho más contundente. Sin embargo, la Europa Fortaleza, con sus manos manchadas de sangre en la Frontera Sur, apuntala y sacraliza el sentido común de la reacción, abriéndole una vez más las puertas. Y las instituciones europeas legitiman, con cobardía y complicidad, la infamia.
No olvidemos que, hace tan sólo poco más de una semana, el PSOE, en alianza con el PP, Ciudadanos y la ultraderecha, despreció las exigencias de investigación sobre la masacre de Melilla que se saldó con la vida de 37 hombres negros africanos cuyas familias no han obtenido justicia. No olvidemos que, hace aproximadamente el mismo tiempo, la gendarmería marroquí, a sueldo de la Europa de los Derechos Humanos, disparó en el pecho asesinando a una joven marroquí e hirió a otros para evitar que una patera con 35 personas magrebíes y negras africanas zarpase, a falta de vías seguras, hacia las costas canarias. Y que tampoco ha habido justicia. La misma Europa que parece escandalizarse ante el éxito creciente de los partidos políticos de extrema derecha lleva dentro de sí misma los elementos que abonan el terreno racista con todo cinismo. Si no hay honestidad en el análisis y la izquierda no localiza y combate a quienes oprimen, desposeen, explotan y participan en la estrategia del “divide y vencerás” comprando, desde dentro, el marco ideológico a la extrema derecha, la batalla cultural por la conquista del imaginario popular seguirá siendo una mera declaración de intenciones. Ojalá no.

Fuente: https://ctxt.es/es/20220901/Firmas/40883/Helios-F-Garces-antigitanismo-extrema-derecha-Meloni-fascismo-racismo-Italia-Francia-Espana.htm