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Las «fronteras de Auschwitz» de Israel

Fuentes: The Electronic Intifada

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

En 1969, el legendario diplomático israelí, Abba Eban, advirtió que la retirada de los territorios que su país ocupó en junio de 1967 sería un retorno a «fronteras de Auschwitz.» Desde entonces algunos políticos israelíes han utilizado esas palabras provocadoras para atacar a casi cualquiera que se les oponga.

En 1992, por ejemplo, el gobierno de George H. W. Bush suspendió brevemente las garantías de préstamos de EE.UU. para protestar contra la construcción de asentamientos en Cisjordania y la Franja de Gaza. Una sanción simbólica que costó poco a Israel, sin embargo no había precedentes de que EE.UU. condicionara su ayuda a la conducta israelí. El vice primer ministro de Israel de aquel entonces, Benjamín Netanyahu, denunció la acción como un esfuerzo estadounidense por obligar a Israel a volver a las «fronteras de Auschwitz.» Después atacó al primer ministro israelí Yitzhak Rabin por firmar los Acuerdos de Oslo de 1993 que, afirmó, también «devolverían a Auschwitz» a Israel. Rabin fue asesinado en 1995 por un judío israelí educado en una retórica semejante. Netanyahu sirvió como primer ministro de 1996 a 1999 y podría volver a serlo después de elecciones en febrero próximo.

Lo que quería decir Eban era obvio – al comparar a Israel con el más tristemente célebre y emblemático campo de la muerte nazi, estaba diciendo en efecto que los árabes en general y los palestinos en particular son nazis, no menos capaces y deseosos de exterminar judíos que Hitler. En Hebrón, sin embargo, son los colonos israelíes, protegidos por el ejército israelí, los que frecuentemente pintan amenazas como «¡Árabes a las cámaras de gas!» sobre casas palestinas.

Comparaciones del Israel actual con Europa ocupada por los nazis son comunes en el propio Israel aunque siguen siendo tabú en otros sitios. El difunto Tommy Lapid, ministro de justicia en el gobierno de Ariel Sharon, causó un alboroto en 2004 cuando dijo que imágenes de una anciana palestina en Gaza «a gatas, buscando sus medicinas en las ruinas de su casa» demolida por el ejército israelí, le recordaba a su abuela que pereció en Auschwitz. Lapid comparó que el ejército israelí escribiera números sobre los brazos y las frentes de prisioneros palestinos con la práctica nazi de tatuar a los reclusos en los campos de concentración. «Como refugiado del Holocausto, considero que un acto semejante es intolerable,» dijo en 2002.

Lapid, que era presidente de Yad Vashem, el monumento oficial de Israel al Holocausto, también comparó el acoso rutinario de palestinos por colonos israelíes en la ciudad cisjordana de Hebrón, con el antisemitismo de Europa anterior a la Segunda Guerra Mundial. «No fueron los crematorios o los pogromos los que amargaron nuestra vida en la diáspora antes de que comenzaran a matarnos,» dijo en 2007, «sino la persecución, el acoso, el lanzamiento de piedras, el daño a nuestra subsistencia, la intimidación, los escupitajos y el desprecio.» Lapid no vivió lo suficiente como para ver a colonos de Hebrón que trataban de quemar una casa con una gran familia palestina atrapada en su interior, un acto presenciado el 4 de diciembre por Avi Issacharoff, periodista del periódico israelí Haaretz, quien lo calificó de «un pogromo en el peor sentido de la palabra.»

Aunque los comentarios de Lapid escandalizaron a algunos israelíes, fueron «realmente bastante leves en comparación con algunos de los insultos relacionados con el Holocausto que han sido lanzados en el espectro político israelí en la última década,» informó la BBC en 2004. Un ejemplo incluía la frecuente representación de Rabin en los meses antes de su asesinato en un uniforme nazi. Uri Dromi, ex jefe de la oficina de prensa del gobierno de Israel, señaló que israelíes, desde políticos a fanáticos de equipos rivales de fútbol, frecuentemente se llamaban nazis los unos a los otros: «La facilidad con la que se ha estado utilizando el Holocausto es alarmante.»

En Israel, «cada amenaza o queja de mayor o menor importancia es encarada automáticamente alzando el mayor argumento de todos – la Shoah,» ha escrito el ex presidente del Knesset [parlamento] Avraham Burg, utilizando la palabra hebrea reservada normalmente para el Holocausto nazi, «y desde ese momento, toda discusión es desbaratada.»

Un uso semejante del Holocausto por los israelíes atrae raramente atención u oprobio fuera del país. Al contrario, los palestinos siempre tienen que cuidado con romper el tabú de comparar alguna de las acciones de Israel con las de los nazis. Incluso sus aliados usualmente les dicen: «no te metas en eso.»

Los palestinos, sin embargo, no tienen el lujo de ignorar simplemente la presencia del Holocausto en sus vidas, su desposeimiento y sus muertes. Es debido a que la continua insistencia por Israel, y especialmente por sus partidarios en EE.UU., de que nada de lo que Israel hace a los palestinos podrá jamás ser comparado con alguno de los crímenes nazis, también sirve para legitimar implícitamente la persecución y las masacres de palestinos por Israel.

Por lo tanto, en marzo pasado, cuando bombardeos y ataques indiscriminados israelíes mataron a 110 palestinos, incluidos docenas de niños en sólo unos pocos días, y el vice Ministro de Defensa israelí, Matan Vilnai, amenazó abiertamente a Gaza con una «shoah mayor,» la embarazada defensa de Israel fue que Vilnai no pretendía amenazar con un verdadero genocidio, sino simplemente con un «desastre» o «catástrofe» como si eso lo arreglara todo.

Y, durante la reciente campaña presidencial en EE.UU., los candidatos que querían demostrar su lealtad hacia Israel y su actitud agresiva hacia Irán prometieron que EE.UU. nunca permitiría un «segundo holocausto,» arraigando así en la política estadounidense el fenómeno observado por Burg en Israel.

Entre todas estas invocaciones del Holocausto, el calculado estrangulamiento israelí de Gaza, apenas se nota. Pero las constantes referencias al Holocausto me recordaron la poderosa analogía de Eban. Confieso, sin embargo, que evocó los muros, las torres de control y las alambradas de púas que encierran a 1,5 millones de palestinos en la Franja de Gaza. Que se me entienda bien: esas «fronteras de Auschwitz» no cercan un campo de la muerte al estilo nazi y los israelíes no son nazis.

Esas fronteras marcan más bien el comienzo de una zona en la que los seres humanos que están a su interior han sido totalmente deshumanizados, donde pueden ser hambreados y asesinados impunemente e incluso con un sentido de justificación por su superioridad moral, y la mayor parte de la gente «decente» en el exterior, que tiene el poder de hacer algo, prefiere no hacer nada, cuando no condona las acciones de Israel como «autodefensa» de un pueblo que sigue perseguido por los temores del Holocausto.

En enero pasado, Karen Koenig AbuZayd, jefa de la agencia de la ONU para refugiados palestinos, UNRWA, escribió: «Gaza está en el umbral de convertirse en el primer territorio que es reducido intencionalmente a un estado de abyecta indigencia, con el conocimiento, la aquiescencia y – algunos dirían – el aliento de la comunidad internacional.»

Desde que Israel reforzó su bloqueo el 4 de noviembre, después de que un ataque israelí que mató a seis palestinos rompió un cese al fuego de cinco meses, Gaza cruzó ese umbral. Por primera vez, a la UNRWA se le acabaron los alimentos a comienzos de noviembre. Dentro de semanas, la mitad de las panaderías en la Franja de Gaza había cerrado, y las que seguían en funciones lo hacían pan utilizando alimentos para animales.

Los dirigentes israelíes afirman que clausuraron las fronteras como represalias por cohetes palestinos. El castigo colectivo – en este caso utilizado alimentos, medicinas y combustible como armas – es un crimen de guerra. Pero, como señaló el jefe de operaciones en Gaza de UNRWA, John Ging, los suministros de la ONU «también fueron restringidos durante el período del cese al fuego hasta el punto en que nos dejaron en una posición muy vulnerable y precaria y dentro de unos pocos días de cierre se nos acabaron los alimentos.»

Eban dijo otras palabras con las que los palestinos actuales se podrían identificar. El 6 de junio de 1967, para justificar el ataque por sorpresa de Israel contra Egipto que inició la tercera gran guerra árabe-israelí, preguntó al Consejo de Seguridad de la ONU: «¿Hubo algún precedente en la historia del mundo… para que una nación sufra pasivamente el bloqueo de su único puerto en el sur, involucrando casi todo su combustible vital, cuando tales actos de guerra, legal e internacionalmente, siempre han incitado a la resistencia?»

Eban se refería al cierre por Egipto de los Estrechos de Tirán en el Mar Rojo, que en los hechos no restringió a Israel, con su larga costa mediterránea, de importar nada. Los gazanos están verdaderamente atrapados. Incluso los pescadores no pueden hacerse a la mar sin enfrentar la constante violencia de la armada israelí. Docenas de pacientes han muerto sin poder viajar al extranjero para obtener tratamiento vital. La desnutrición amenaza a una población que vive en la oscuridad, ya que la única planta eléctrica de Gaza carece crónicamente de combustible.

Los gazanos resisten y no primordialmente mediante la lucha armada. En enero pasado, cientos de miles irrumpieron a través del muro fronterizo hacia Egipto, liberándose brevemente antes de que Egipto, en colusión con Israel y la Autoridad Palestina títere en Ramala, respaldada por EE.UU., restaurara el bloqueo. La negativa categórica de los palestinos de someterse es su mayor acto de resistencia, pero no pueden prevalecer solos.

Invocando otro horror del Siglo XX, el presidente de la Asamblea General de la ONU, el embajador de Nicaragua, Miguel d’Escoto Brockmann, comparó recientemente el cerco de Gaza por Israel, con «el apartheid de los primeros tiempos en otro continente.» Probablemente no será del gusto de responsables israelíes; como escribiera Nelson Mandela, con la excepción del genocidio nazi, «no hay un mal que haya sido tan condenado por todo el mundo como el apartheid.»

Pero por lo menos ofrece un modelo esperanzador para la acción colectiva y la solidaridad. D’Escoto Brockmann recordó las sanciones que ayudaron a terminar con el apartheid sudafricano, agregando: «Hoy, quizá nosotros, Naciones Unidas, deberíamos considerar ponernos a la cabeza de una nueva generación de sociedad civil que está haciendo un llamamiento a una similar campaña no violenta de boicot, desinversión y sanciones para presionar a Israel…» Esa campaña de boicot, desinversión y sanciones ya está en camino y logra nuevas victorias cada semana. Se fortalecerá en proporción inversa a la complicidad de gobiernos del mundo, no importa qué justificaciones presente Israel para sus cada vez mayores crímenes.

La lección del Holocausto que aprendí en la escuela es que estamos obligados a no esperar hasta que las cosas empeoren como en Auschwitz antes de expresar nuestra opinión y actuar.

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Co-fundador de The Electronic Intifada, Ali Abunimah es autor de «One Country: A Bold Proposal to End the Israeli-Palestinian Impasse» (Metropolitan Books, 2006).



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Graffiti de colonos israelíes sobre un muro en la Ciudad Vieja de Hebrón (CPT)

http://electronicintifada.net/v2/article10013.shtml