Un peregrino en Tierra Santa que había pasado por Gaza en el 570 d.C. escribió en latín «Gaza es una ciudad espléndida, llena de cosas agradables, los hombres de aquí son los más honestos, se distinguen por su generosidad y son calurosos con los amigos y los visitantes» «Si hay Dios, ahora está llorando», manifestó […]
Un peregrino en Tierra Santa que había pasado por Gaza en el 570 d.C. escribió en latín «Gaza es una ciudad espléndida, llena de cosas agradables, los hombres de aquí son los más honestos, se distinguen por su generosidad y son calurosos con los amigos y los visitantes»
«Si hay Dios, ahora está llorando», manifestó Ran Iaron, un miembro de la ONG Médicos por los Derechos Humanos, cuando el pasado 16 de enero, dos de las hijas y una sobrina del médico palestino Izaldin Abu Al Yesh, fueron asesinadas deliberadamente cuando un tanque israelí disparó contra su vivienda. Sin excusas, sin motivos. Sheida estaba en su habitación, fue gravemente herida y a pesar de los auxilios médicos, finalmente falleció. Aeia de 14 años, murió en el acto, decapitada. Nur, -la hija de su hermano-, también perdió la vida por el certero impacto. Todas ellas trabajaban en proyectos especiales de acercamiento entre palestinos y judíos. Su padre las llamaba. «soldadas de la paz». Eran tres niñas que amaban ayudar a la gente.
Si Dios ha llorado por ese episodio, entonces nuevos océanos se han formado en la tierra y el cielo. Durante veintidós días la Franja de Gaza se sumió en el fuego del Plomo Fundido israelí y una cicatriz en la conciencia de la humanidad se abrió. Las tres niñas asesinadas, -cuya historia fue mundialmente conocida-, es la muestra de otras escenas que se repitieron y se repiten por miles en el territorio sitiado. Es que la guerra de genocidio largamente planificada por Israel, reanudó su curso nuevamente, -dos días después de la Navidad de 2008-, con el objetivo de generar más víctimas civiles y la expulsión de los palestinos de su territorio.
El ataque desproporcionado al denominado gueto de Gaza,- que se preparó durante seis meses y fue ejecutado con perfecta sincronización-, tuvo el fin de aterrorizar a la población civil, asegurando la máxima destrucción. Es por ello que el ejército israelí, el quinto más poderoso del mundo y violando en forma constante el Derecho Internacional Humanitario, lideró un ataque donde murieron más de mil cuatrocientos palestinos, – la mayoría civiles-, el 30 por ciento de ellos, niños. Otros seis mil llevarán consigo, -siempre-, terribles heridas físicas y emocionales.
Con la luz verde de Washington y la tergiversación de los hechos de sus aliados de la Unión Europea,- que fundamentaban el ataque a millares de civiles indefensos como un acto defensivo contra el accionar de Hamas-, conscientes e informados de que Gaza iba a ser asaltada, observaron la vileza. Mientras tanto clamaban por un cese al fuego que no convencía a nadie. Los palestinos lo demandaban con desesperación, pero con la digna postura que no pueden doblegar.
El ataque -a la que fuera otrora la mítica y última ciudad y refugio para los viajeros hacia Egipto antes de internarse en el desierto del Sinaí-, además de ser parte de una operación militar y de inteligencia iniciada al comienzo del gobierno de Ariel Sharon en 2001 bajo el nombre de Venganza Justificada, ayudó a los partidos israelíes a triunfar en las elecciones. Cada víctima palestina, aumentaba el porcentaje de intención de votos en las encuestas para aquellos dirigentes que lideraban la masacre, avalados por una sociedad cada día más violenta que niega a los palestinos su atributo como seres humanos. Son considerados menos que animales y lo expresan abiertamente y con impunidad.
Los palestinos asesinados han sido poco más que un triunfo electoral en la lucha entre la derecha y la extrema derecha en Israel que ascendió a personajes de la talla de Avigdor Lieberman, -actual Ministro de Relaciones Exteriores-, que instó a lanzar la bomba nuclear sobre Gaza, cuando afirmaba que «debemos seguir combatiendo a Hamás como Estados Unidos hizo con Japón en la Segunda Guerra Mundial». Un hombre que defendió bombardear Teherán, y la presa egipcia de Aswan, y Beirut, asesinar a Arafat y aplastar Cisjordania. Un hombre que quiere «no dejar piedra sobre piedra… destruir todo». Este hombre no es un buen augurio para la paz tan deseada.
Es por ello que ni las masivas manifestaciones en las capitales del mundo, que elevaban su voz frente al brutal asalto, ni las denuncias a las constantes violaciones a los derechos humanos encarnados en el aislamiento y la muerte, ponen fin a una barbarie que se extiende desde hace 61 años cuando comenzó la Nakba (catástrofe). » Aquí somos asesinados todos los días. Millares de personas son heridas y a nadie parece importarle. No hay palabras para expresar todo el dolor que sentimos», exclamaba una joven madre de nueve niños en el umbral de su casa en el campo de refugiados de Jabalia, desde donde se suplicaba «a los seres humanos que gobiernan Israel» que también traten a los habitantes de Gaza «como a seres humanos». Es que la Operación Plomo Fundido los castigó sin piedad y sin remordimientos.
Es que no son suficientes las Lluvias de verano, las Nubes de otoño, las Columnas de Sansón, las Flecha del sur, los Hierro naranja, los Días de Penitencia, todas operaciones militares que los gazasíes han sufrido en los últimos cinco años. Pero Plomo Fundido ha sido un castigo colectivo aplicado a toda una generación de palestinos que sufre secuelas humanas irreparables y que no han podido ser contadas por la prensa internacional mientras ocurrían. A diferencia de cualquier guerra en la historia de Israel, el gobierno controló el mensaje y la narrativa como nueva estrategia de censura en los conflictos nunca antes vistas.
Desde el inicio del asalto, los periodistas intentaron acceder a la Franja de Gaza para poder contar la historia. Pero el cerco mediático impuesto por las autoridades militares, convirtió al territorio devastado en un territorio prohibido, vulnerando el ejercicio del derecho internacional a la libertad de información. Un derecho que fue violado sistemáticamente a lo largo de toda la ofensiva cuando se produjeron ataques directos sobre los periodistas locales y el impacto directo a los edificios pertenecientes a los medios de comunicación.
Porque si no se cuenta, no existe y difícilmente se podrá conocer sobre la barbarie aplicada sobre los civiles, entre ellos miles de niños , la utilización de armas prohibidas y los cuantiosos daños materiales. Bien lo dijo el eurodiputado español de origen judío, David Hammerstein, que «una guerra sin testigos es la llave de la impunidad» .
A las puertas del infierno
Una impunidad signada por la tragedia cotidiana que se manifiesta desde el inicio de cada día, cuando el carcelero ha conseguido construir un modelo contemporáneo del antiguo gueto de Varsovia, donde el bloqueo, un asesino que los acecha silencioso y aniquila sin cesar.
Es que Gaza semeja un gigantesco campo de concentración ya que está bloqueada por mar y aire donde se concentra una población cercana al millón y medio de personas hacinadas en unos 360 kilómetros cuadrados donde Israel controla las fronteras terrestres, el espacio aéreo, los accesos por mar, el agua, y el flujo de bienes, incluidos alimentos y suministros médicos. Desde junio de 2007, Israel ha impuesto un bloqueo matándolos lentamente al negarle el acceso de alimentos y atención sanitaria en medio de intermitentes ataques aéreos.
La misma situación de los judíos en el gueto de Varsovia en que estaban aislados del mundo y debían contrabandear con peligro de sus vidas los alimentos.
Y ante el férreo bloqueo son los túneles de contrabando entre la Franja de Gaza y Egipto los que se han convertido en el único vínculo comercial de los palestinos con el mundo. Nadie sabe cuantos son, pero se cuentan por centenares, internándose a 15 metros de profundidad. Son decenas los obreros que extraen cubos con arena sin descanso para construirlos y mientras los caballos tiran las poleas elevando hasta la superficie escombros y grava, las carpas de trabajo simulan una gran excavación arqueológica.
Los túneles son el cordón umbilical que los nutre de alimentos, pañales, generadores de gasolina, animales, tabaco y repuestos. Todo lo que Israel no permite importar por cruces convencionales. Son los objetivos primordiales de la fuerza aérea israelí que intenta evitar el paso de armas, pero son vitales para los palestinos que viven hacinados y aislados por el bloqueo que Israel impone en sus fronteras. Sus propietarios los llaman Al Jatt, -la línea en árabe-, esa línea que usan los palestinos para salvar sus vidas.
La única forma de supervivencia, ya que la única puerta al mundo que no es controlada por Israel, es la frontera con Egipto. Sólo por esa frontera pueden entrar medicamentos y alimentos. Sin embargo, el Paso de Rafah ha permanecido cerrada incluso en los peores momentos del bloqueo. El ejército egipcio ha mantenido cerrada la frontera mientras centenares de ambulancias que transportan a ancianos enfermos y niños exhaustos, esperan durante días, semanas o meses, que las puertas del Paso fronterizo se abran.
Largas son las filas de camiones que esperan para proveerse de alimentos, medicinas y todo lo necesario para la supervivencia de miles de palestinos encarcelados en la prisión más grande del mundo. La impotencia de los paramédicos y los rescatistas se hace evidente ante la rigidez de los guardias que no permiten llegar al destino anhelado. Una situación tan crítica que se presentan cuadros de pacientes con graves enfermedades que no pueden recibir el tratamiento y fallecen antes de ser socorridos.
» Toda Palestina está bloqueada y eso nos obliga a construir estos túneles. Necesitamos transportar comida para alimentar a nuestros hijos. También requerimos de medicina y todos los insumos necesarios para subsistir. Nosotros no pasamos armas, nosotros traemos todo lo que no nos permiten entrar por vía legal. Ellos nos quieren matar de hambre y aislarnos del mundo. Por eso los destruyen, para cortar nuestra vía de subsistencia», manifestaba a viva voz, cubierto por la kefia un joven palestino, trabajador en los túneles, luego de un raid aéreo israelí.
Y con el objetivo de aislar y matar , Plomo Fundido dejó un 85 por ciento de víctimas civiles. Un millón y medio de residentes quedó en una situación precaria, pues unos 100 mil perdieron sus viviendas y los servicios sociales básicos están en estado crítico: el 15 por ciento de los edificios y las infraestructuras desaparecieron. Israel destruyó 16 ministerios, todas las instalaciones de los cuerpos de seguridad, unas cincuenta mezquitas, la Universidad Islámica, un hospital y cinco mil viviendas. También centros sanitarios y hasta la sede de las Naciones Unidas para los Refugiados junto a otras 20 mil casas sufrieron daños.
Los soldados israelíes que participaron en la ofensiva en Gaza mataron a civiles palestinos y destruyeron propiedades de manera intencionada siguiendo órdenes de combate permisivas, descargando una cantidad de fuerza inusitada y sin precedentes. Porque si Varsovia era la zona de preparación para los campos de exterminio; Gaza es considerado el campo de exterminio.
Una Gaza convertida en un laboratorio de guerra, donde se utilizaron nuevos tipos de armamento. Aunque siempre ha sido el terreno de experimentación de armas de Israel, -desde la utilización del gas neurotóxico utilizado en Khan Younis en 2003 hasta los ataques aéreos fantasma de la bomba sónica de 2006-, en Plomo Fundido se utilizaron bombas de racimo, uranio empobrecido, fósforo blanco y el temible DIME, una invención de la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Un explosivo de metal inerte de alta densidad desmesuradamente letal que genera amputaciones múltiples, fracturas muy graves y si se logra sobrevivir, se desarrollará un cáncer particularmente mortífero .
Si desde el inicio de la creación del estado de Israel se utilizaron armas químicas contra los palestinos, -contaminando el agua, lo que provocó la difusión de la fiebre tifoidea-, ahora las nuevas armas han diezmado a la actual generación, dejando destructivos impactos medio-ambientales y humanos sin precedentes.
Consecuencias que deben despertar una conciencia mundial que recuerde que desde 1948, setecientos cincuenta mil palestinos fueron deliberadamente sometidos a la limpieza étnica y expulsados de sus casas, cientos de sus aldeas fueron destruidas, y sobre su tierra se establecieron los colonos, -que pasaron a negar su existencia-, y a librar una guerra de más de 60 años que agrava día a día su situación humanitaria.
Como en Irak y el Líbano, las palabras de las víctimas en Gaza, siguen replicando en mi mente. «No puedo hacer nada por mis hijos, lo han perdido todo por nada. ¿Dónde vamos a vivir? ¿Qué hemos hecho para que los israelíes bombardeen mi casa?¿Qué vamos hacer ahora?», reclamaba Said Abu Iada en medio de los escombros, mientras su pequeño Afnan de dos años y medio no cesaba de llorar y aferrarse al brazo de su padre. Sus cinco hermanos viven bajo un toldo improvisado. Salvaron sus vidas al huir después de escuchar los primeros misiles disparados desde el Mar Mediterráneo por las fuerzas navales.
«Nuestro futuro ha sido dañado, hemos perdido la esperanza», afirmaba Yousef Mzanar, un rescatistas de la Media Luna Roja Palestina cuya ambulancia fue atacada mientras conducía para socorrer a los heridos.
«Estoy muy triste porque los soldados lo han destruido todo», pronunciaba con angustia Mohanannad El Sourani, profesor de la Escuela Americana Internacional. «Han querido destruir los sueños de los niños, su futuro y si les preguntan por qué, te contestan que aquí había resistencia, que este era un objetivo militar. Pero como puede ser una escuela un objetivo militar. No!! Ellos han intentado matar a todo el mundo en Palestina, han intentado matar la sonrisa de lo niños», afirmaba con el convencimiento del saber.
Porque si durante la Segunda Guerra Mundial, los alemanes alegaban que no conocían lo que ocurría, hoy y mañana el mundo no podrá decir que no lo sabía. No tendremos pretextos para que Dios siga derramando sus lágrimas.