No, no es revolucionario. No es tampoco un radical indignado. No es luchador antiimperaialista de largo recorrido. Ni siquiera es un marxista que teoriza sobre multitudes o sobre el papel geoestratégico del Imperio demediado. No, nada de eso. Es un político institucional, un político, digamos, del sistema que no intenta romper cadenas opresivas ni de […]
No, no es revolucionario. No es tampoco un radical indignado. No es luchador antiimperaialista de largo recorrido. Ni siquiera es un marxista que teoriza sobre multitudes o sobre el papel geoestratégico del Imperio demediado.
No, nada de eso. Es un político institucional, un político, digamos, del sistema que no intenta romper cadenas opresivas ni de explotación. Fue, como es sabido, inspector jefe de armamento de Naciones Unidas para Irak de 2000 a 2003, después de haber sido director general de la OIEA (Organismo Internacional de la Energía Atómica), nada menos, de 1981 a 1997, y ministro de Asuntos Exteriores de Suecia poco antes, entre 1978 y 1979.
Entrevistado por Nathan Gardels [1], Hans Blix defiende tesis tan razonables como las siguientes:
Sin duda alguna, señala de entrada, «los indicios apuntan a que se han empleado armas químicas» en la guerra de Siria. Añade: «además, las pruebas circunstanciales indican que el régimen de El Asad ha empleado dichas armas». No dice HB que haya sido sólo el gobierno sirio. Empero, prosigue, «como las potencias occidentales han solicitado que Naciones Unidas realice inspecciones -y Siria las ha aceptado y se ha enviado sobre el terreno a un equipo de inspectores- deberíamos esperar al informe de los inspectores antes de tomar medidas».
¿Es una situación parecida a la de Irak, se le pregunta? En cierta manera sí, responde. ¿Por qué? Porque «por aquel entonces, los estadounidenses y sus aliados también pidieron inspecciones para buscar armas de destrucción masiva. Por aquel entonces también dijeron: «Olvídenlo, tenemos suficientes pruebas en nuestro poder para intervenir. Somos la policía del mundo. ¡Nuestros ciudadanos exigen que intervengamos inmediatamente!»».
HB no comparte la declaración de EE UU de que «es demasiado tarde» para que Siria coopere ahora. «Es una excusa pobre para intervenir militarmente». Hace solo unos meses recuerda Blix, en marzo de 2013, Occidente estaba satisfecho con las inspecciones relacionadas con el uso de armas químicas. «¿Por qué no puede esperar otra vez ahora? Dentro de un mes, cuando tengamos muestras de tejidos precisas, sabremos con exactitud qué clase de armas químicas se han empleado y quién posee dichas armas».
Ahora es el presidente Obama, y no Bush, se le apunta, «quien está asumiendo el papel de policía del mundo». Pues sí responde HB. «Hace poco tiempo, era el único que hablaba de la legalidad internacional». Eso le dio ánimos al ex de Exteriores sueco. «Pero ahora, me temo que la política del momento le está empujando en una dirección que ya hemos visto antes en EE UU.» Al primer ministro británico, añade Blix, «tampoco parece preocuparle mucho la legalidad internacional». Y esta vez, señala, «tampoco a los franceses». En lo que a ellos respecta, resume, «se ha cometido un acto criminal, por lo que ahora tienen que tomar lo que ellos llaman «represalias»».
¿Contra quién esas represalias? No ve HB «contra qué van a tomar represalias. Las armas no se usaron contra ellos. Tendrían que ser los rebeldes los que quieren tomar represalias». En su opinión, si el objetivo «es poner fin al incumplimiento de la legislación internacional e impedir que otros usen armas químicas, la acción militar sin esperar a ver el informe del inspector de la ONU no es la forma de proceder». Se trata, sinteriza, «de la policía del mundo, no de la legislación mundial.»
¿Saben los servicios secretos occidentales dónde están las armas químicas? ¿Puede ser eficaz un ataque aéreo?, se le pregunta de nuevo. HB conoce bien la situación: «los israelíes saben dónde están». Pero, en su opinión, «un ataque a los arsenales con misiles de crucero tiene la desventaja de que las armas químicas podrían propagarse por los alrededores».
¿Y cuáles serán las consecuencias de que EE UU y sus aliados actúen una vez más sin Naciones Unidas (como en Kosovo o en Irak)? En Kosovo, señala HB; «la intervención se basó en el visto bueno de la OTAN. No fue suficiente». Él no cree que la aprobación de la OTAN sea satisfactoria en lo referente al derecho internacional. «Es necesario tener la aprobación del Consejo de Seguridad».
En el caso de Irak, HB es aún más claro: «al Gobierno de Bush no le preocupaba lo más mínimo la ONU. Simplemente siguió adelante con los británicos y unos cuantos países más. Fue una muestra de desprecio absoluto hacia la ONU». Recuerda el ex inspector que precisamente John Kerry, el actual secretario de Estado USA, por aquel entonces senador, «fue ridiculizado por decir que EE UU debería esperar a las inspecciones de la ONU y su aprobación para tomar medidas».
El mismo Obama, en su discurso del premio Nobel, abonó la misma senda y «también sostuvo que no se deberían tomar medidas militares contra otros Estados sin la aprobación del Consejo de Seguridad de la ONU. Eso era antes, supongo, y ahora es ahora».
En Libia, añade finalmente HB, «hubo una resolución del Consejo de Seguridad, pero se interpretó libremente después de los hechos, llevando su intención inicial de proteger a los civiles de un ataque inminente hasta el derrocamiento de [Muamar el] Gadafi».
¿Darán los rusos y los chinos su visto bueno a que se adopten medidas militares contra Siria? Los rusos y los chinos, sostiene HB, «han dicho que quieren unas inspecciones justas y profesionales» en Siria. Los iraníes también están de acuerdo». En este tema, recuerda razonablemente, tienen intereses importantes: «los iraníes son los que más han sufrido en el mundo por el uso de armas químicas en su guerra contra Irak durante la época de Sadam. No toleran el uso de armas químicas por parte de sus amigos de Damasco». HB cree, abriendo una contrafáctico, que sería muy posible que se pudiera lograr una condena mundial de Siria en el Consejo de Seguridad (incluidas Rusia, China e Irán) «si las inspecciones demuestran las sospechas».
Pero nunca, insiste la entrevistadora, estarán de acuerdo con la intervención militar. China y Rusia, responde HB, «no aceptarán la intervención militar», es cierto. Pero, nos señala Blix, «preguntémonos: ¿qué tipo de intervención militar es verdaderamente posible, y qué efecto tendrá realmente? Un ataque con misiles de crucero a los depósitos de armas sospechosas en Siria tendrá pocas consecuencias, y quizás ninguna». Acordémonos de los ataques con misiles de crucero del presidente Clinton en 1998 «a los supuestos campos de entrenamiento de terroristas en Afganistán y a una supuesta fábrica de gas nervioso en Jartum, Sudán. Los ataques en Afganistán no hicieron nada para detener a Al Qaeda. Jartum resultó ser un completo error» (como se recuerda, era una planta farmacéutica).
La conclusión final está a la altura de lo manifestado anteriormente: «Si el único objetivo de la intervención militar es «castigar» a El Asad para complacer a la opinión pública y a los medios de comunicación sin siquiera oír los informes de los inspectores de la ONU», ese día, sostiene HB, «será un día triste para la legalidad internacional».
Nota:
[1] http://internacional.elpais.com/internacional/2013/08/28/actualidad/1377710485_790133.html
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