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Las nuevas amenazas de Bush a Cuba

Fuentes: Rebelión

Revisado por Caty R.

El 24 de octubre de 2007 en la sede del Departamento de Estado en Washington, el presidente George W. Bush pronunció un largo discurso de una virulencia extrema contra el gobierno de La Habana. Mientras una gran parte de California es pasto de las llamas e Iraq se hunde en una sangrienta e interminable guerra, la Casa Blanca volvió a sacar un asunto que le obsesiona desde 1959 -y que justifica casi cinco decenios de agresiones terroristas, castigo económico cruel e inhumano y guerra política y diplomática-: Cuba (1).

» Pocos problemas han desafiado a este Departamento -y a nuestra nación- como la situación de Cuba», declaró Bush, subrayando el carácter inaceptable de semejante realidad. Desde la llegada de Fidel Castro al poder, Washington no ha cesado en su pretensión de derrocar a cualquier precio al gobierno revolucionario. Pero éste, gracias al apoyo mayoritario de la población, ha podido resistir el estado de sitio que diez presidentes de Estados Unidos le han impuesto sucesivamente (2).

Bush empezó su discurso dando muestras de su profundo conocimiento de la realidad cubana: «En Cuba es ilegal cambiar de oficio, mudarse de casa, viajar al extranjero y leer libros y revistas sin el permiso expreso del estado». Además, según el presidente estadounidense, «es ilegal que se reúnan más de tres cubanos sin permiso» y «los programas de los Comités de Defensa de la Revolución no luchan contra la criminalidad. En vez de eso controlan a los ciudadanos, vigilan las idas y venidas de los visitantes y averiguan las emisoras de radio que escuchan». En una palabra, «el sentido de comunidad y de confianza de base entre los seres humanos ha desaparecido» (3).

El inquilino de la Casa Blanca no se paró en barras. Como no teme al ridículo, no vaciló en evocar la situación de la prensa: «Un periodista cubano pidió una cosa a los extranjeros que lo visitaban: un bolígrafo. Otro utiliza el betún para zapatos como tinta», declaró el líder estadounidense con toda la seriedad del mundo. Aprovechó la ocasión para afirmar que los «disidentes de hoy serán los líderes de la nación mañana», recordando que éstos -aislados y sobre todo motivados por el afán de lucro- son generosa -e ilegalmente- financiados por Estados Unidos: «El Congreso de Estados Unidos votó recientemente fondos adicionales [45,7 millones de dólares] para apoyar los esfuerzos democráticos cubanos» (4).

» El régimen cubano utiliza el embargo americano como chivo expiatorio de las miserias de Cuba», aseguró Bush. Así, las inhumanas sanciones económicas que afectan gravemente a la vida cotidiana de todas las categorías de la población, sólo sería una excusa. Pero, en este caso, el presidente no explica por qué «aconsej[a] [al] Congreso que muestre [su] apoyo y [su] solidaridad para un cambio fundamental en Cuba manteniendo [el] embargo» (5).

Bush exhortó la comunidad internacional a que se uniera a su política irracional e ineficaz y a que aplicara sanciones a Cuba. Citó como ejemplo las naciones europeas que siguen dócilmente las directrices de Washington, a saber República Checa, Hungría y Polonia, que no vacilan en entrometerse en los asuntos internos cubanos y fomentar la subversión (6).

El presidente, siempre muy al tanto de la realidad cubana, propuso becas para los estudiantes cubanos «para que tengan mejores oportunidades de educación», cuando todas las instituciones internacionales -desde las Naciones Unidas hasta el Banco Mundial- son unánimes a la hora de ensalzar la excelencia cubana en el ámbito de la educación. A este respecto, 157 países sobre 175 acaban de elegir a Cuba para el Consejo Ejecutivo de la UNESCO. Por otra parte, ironías de la historia, actualmente 500 estudiantes estadounidenses pobres, excluidos del sistema universitario de la primera democracia del mundo, siguen una carrera de medicina completamente gratuita en Cuba. Pero este punto escapó aparentemente a la sagacidad del presidente (7).

El inquilino de la Casa Blanca también anunció la creación de un «Fondo de la Libertad para Cuba», de varios miles de millones de dólares, bajo la dirección de la Secretaria de Estado Condoleezza Rice y el Secretario de Comercio Carlos Gutiérrez, destinado a derrocar al gobierno de La Habana y llevar de nuevo a Cuba a la esfera de influencia de Estados Unidos. Bush lo dijo claro: «la palabra básica en nuestras futuras relaciones con Cuba no es ‘estabilidad’ [sino] ‘libertad'». Quizás aludía a la que reina actualmente en Iraq y Afganistán (8).

A guisa de conclusión, Bush lanzó una llamada a la insurrección destinada a los militares: «Cuando se levanten los cubanos para pedir su libertad […] ustedes tendrán que escoger. ¿Defenderán un orden moribundo y vergonzoso usando la fuerza contra su propio pueblo? ¿O abrazarán el deseo de su pueblo por el cambio?». Finalmente aprovechó la ocasión para dirigirse a los «cubanos que [lo] est[aban] escuchando -quizás corriendo grandes riesgos»- a través de Radio y TV Martí, dos medios estadounidenses que difunden ilegalmente programas subversivos hacia Cuba: «No queremos nada de ustedes sino darles la bienvenida a la esperanza y la felicidad de la libertad» (9).

Pero, contrariamente a las afirmaciones de Bush, los cubanos no corrían «grandes riesgos» escuchando su discurso. Éste se difundió en Cuba por radio, televisión y en la prensa escrita, por ejemplo en Granma, órgano oficial del Partido Comunista Cubano. El Nuevo Herald, periódico de extrema derecha de Miami controlado por la antigua oligarquía cubana, no dejó de expresar su sorpresa al señalar que las palabras de Bush se difundieron «sin interrupciones» (10).

Los habitantes de la isla, que odian cualquier atentado a su soberanía e independencia nacionales, pudieron así darse cuenta de hasta qué punto Washington proponía un intervencionismo a ultranza en sus asuntos internos, a la vez inaceptable y contrario a la legalidad internacional. También pudieron observar hasta qué punto el presidente estadounidense está completamente desconectado de la realidad cubana. En su discurso, de fuerte tufo colonialista, Bush hizo añicos el principio de autodeterminación de los pueblos. Lejos de ofrecerles «la esperanza y la felicidad de la libertad», el presidente estadounidense les prometía incrementar aún más las sanciones económicas contra ellos y aumentar así sus sufrimientos y dificultades cotidianas.

Felipe Pérez Roque, canciller cubano, condenó con vigor «la escalada sin precedentes en la política del gobierno de Estados Unidos contra Cuba». Según él, se trata de una «confirmación de que la política en vigor […] es el cambio de régimen en Cuba, incluso por la fuerza». El discurso de Washington es «un acto irresponsable que da una idea del nivel de frustración, desesperación y odio personal del presidente Bush por Cuba; una invocación a la violencia, una llamada, incluso, al uso de la fuerza para derrocar la revolución cubana e imponer sus designios en Cuba» (11).

Pero Cuba, desde 1959, es poco sensible al lenguaje de la amenaza y del chantaje que lo único que ha conseguido es radicalizar el proceso revolucionario cubano a lo largo de decenios. En 1962 los cubanos estaban dispuestos a sufrir un holocausto nuclear antes que renunciar a su soberanía. Fundamentalmente no ha cambiado nada. Pérez Roque insistió bastante sobre ese punto: «si el objetivo de las palabras del Presidente de Estados Unidos es intimidar al pueblo, asustar a sus dirigentes, debo decirle desde ahora que es un completo fracaso» (12). Para Ricardo Alarcón, presidente de la Asamblea Nacional cubana, «no se trata sino de la prueba del delirio [de Bush]. Jamás tendrá a Cuba» (13).

El actual gobierno de Estados Unidos que acaba de destruir dos países, que es responsable de los crímenes de Guantánamo y de Abu-Ghraib así como de la masacre de cerca de un millón de personas en Iraq y Afganistán, de las prisiones secretas, de los vuelos clandestinos, que legalizó la tortura, no tiene ninguna autoridad moral para disertar sobre la libertad y los derechos humanos.

La declaración de Bush suscitó diversas reacciones, entre ellas la del candidato demócrata a la presidencia Barack Obama que criticó las palabras del inquilino de la Casa Blanca: «La causa de la libertad no va a avanzar con amenazas contraproducentes o discursos convencionales. Hay que permitir que los estadounidenses de origen cubano visiten a sus familias en la isla y les envíen dinero. Es hora de romper con el statu quo de George W. Bush» (14).

Wayne S. Smith, ex embajador estadounidense en Cuba, calificó las medidas de «absurdas». «Este supuesto fondo por la libertad de varios millones es simplemente fruto de la imaginación del presidente», subrayó. Cuba «dispone ya de varios miles de millones de dólares de Venezuela y China. La economía cubana anda bien», concluyó (15).

Por su parte, la Associated Press reconoció que la política de fabricar y financiar una oposición interna no era nueva: «Desde hace varios años el gobierno de Estados Unidos ha gastado millones de dólares para apoyar a la oposición cubana» (16). Ninguna nación del mundo aceptaría que agentes al servicio de una potencia extranjera actúen impunemente en su territorio.

La Unión Europea, una vez más, dio muestras de su cobardía política encerrándose en un silencio cómplice. No se dignó condenar las palabras, inadmisibles para el derecho internacional, del presidente Bush. ¿Acaso hubiera sido tan discreta si China, Rusia o Irán hubieran llamado a derrocar al gobierno de otra nación soberana?

Cualquier analista que se respete sabe a ciencia cierta que los objetivos de Bush no son realizables en Cuba. Washington persiste en la misma política que ha fracasado lamentablemente desde hace casi medio siglo. El gobierno revolucionario dispone del apoyo masivo de la población y está lejos de hallarse aislado en la escena internacional. Además, incluso los sectores insatisfechos de la sociedad cubana forman un frente unido junto a los dirigentes del país cuando se trata de preservar la soberanía y la identidad nacionales. Las desestabilizaciones externas sólo refuerzan la cohesión del pueblo en torno al gobierno. En cuanto a una eventual intervención armada, la reacción popular sería tal que la guerra de Vietnam y el actual conflicto iraquí parecerían paseos por el campo en comparación con lo que espera a las tropas estadounidenses si cometieran la locura de desembarcar en Cuba. No se trata de ninguna manera de una exageración. El pueblo cubano está política e ideológicamente listo para cualquier sacrificio para defender la integridad de su patria. No negociará su independencia y Estados Unidos tiene que aceptar esta realidad.

Notas

 

(1) George W. Bush, «Remarks by the President on Cuba Policy», Office of the Press Secretary, The Miami Herald, 24 de octubre de 2007.

 

(2) Ibid.

(3) Ibid.

(4) Ibid.; Wilfredo Cancio Isla, «La Cámara da sólido apoyo a la democracia en Cuba», El Nuevo Herald, 22 de junio de 2007.

(5) George W. Bush, «Remarks by the President on Cuba Policy», op. cit.

 

(6) Ibid.

(7) Ibid.

(8) Ibid.

(9) Ibid.

(10) Wilfredo Cancio Isla, «Transmiten en la isla el discurso presidencial», El Nuevo Herald, 25 de octubre de 2007.

(11) Felipe Pérez Roque, «Nosotros estamos claros de qué significa la ‘libertad'», Cuba Debate, 25 de octubre de 2007.

(12) Ibid.

(13) Alexandra Valencia, «Cuba’s Alarcon Uncertain on Castro’s re-election», The Miami Herald, 25 de octubre de 2007.

(14) El Nuevo Herald, «Opiniones sobre el discurso», 25 de octubre de 2007.

(15) Antonio Rodriguez, «Bush Call for Cuba Democracy Fund Likely to Fall on Deaf Ears», Agence France-Presse, 26 de octubre de 2007.

 

(16) Ben Feller, «Bush Touts Cuban Life After Castro», Associated Press, 24 de octubre de 2007.

 

Salim Lamrani es profesor, escritor y periodista francés especialista de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos. Ha publicado los libros: Washington contre Cuba (Pantin: Le Temps des Cerises, 2005), Cuba face à l’Empire (Genève: Timeli, 2006) y Fidel Castro, Cuba et les Etats-Unis (Pantin: Le Temps des Cerises, 2006).

 

Caty R. pertenece a los colectivos de Rebelión, Cubadebate y Tlaxcala. Este artículo se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar al autor, a la revisora y la fuente.