Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
Parece que los medios de comunicación han alcanzado el consenso de forma concluyente alrededor de la idea de que Turquía se ha visto forzada a entrar en un desastre que no ha creado: la noción de «cero problemas con los vecinos», en otro tiempo pieza central de la política exterior del Partido por la Justicia y el Desarrollo (AKP, por sus siglas en turco), no es sino una idea romántica incompatible con la realpolitik.
«El objetivo de la política turca -construir fuertes lazos económicos, políticos y sociales con los países de su entorno inmediato mientras va disminuyendo su dependencia de los EEUU- parecía estar al alcance de la vista», escribió Sinan Ulgen hace casi un año. «Pero la Primavera Árabe puso en evidencia las vulnerabilidades de esa política y Turquía debe ahora buscar un nuevo principio rector en sus compromisos regionales».
Esta lectura no fue en absoluto única y vamos a ver cómo a partir de ahora se repite en numerosas ocasiones. Sugiere un aire de inocencia en la política exterior turca y pasa por alto las escasamente desinteresadas ambiciones regionales del país. También supone que Turquía se ha visto atrapada en una serie de acontecimientos desafortunados que están forzándole la mano obligándola a actuar de forma incoherente con sus sinceras políticas de antaño. Sin embargo, eso no es enteramente verdad.
Según se ha informado, las recientes escaramuzas del 4 de octubre en la frontera turco-siria fueron provocadas por disparos de mortero efectuados desde el lado sirio. Murieron cinco personas, entre ellas tres niños, y el incidente fue la «gota que colmó el vaso» de Turquía. La agencia de noticias turca Anatolia informó de que Siria había presentado excusas oficiales a través de las Naciones Unidas poco después de los lanzamientos y el gobierno sirio prometió llevar a cabo una investigación. Sin embargo, no pareció ser una promesa muy seria. Pero el ejército turco lanzó rápidamente represalias, a la vez que el Parlamento votaba para que se le otorgara al ejército un mandato de un año para poder lanzar acciones militares transfronterizas. Independientemente de la violencia en la frontera siria, el mandato iba en principio dirigido contra los combatientes kurdos del norte de Iraq y se había establecido ya en una votación anterior.
El episodio, sometido a una intensa dinámica, parece irreal. No hace mucho, el Primer Ministro turco Recep Tayyip Erdogan había establecido contactos, para disgusto de Israel y EEUU, tanto con Siria como con Irán. Se refería al Presidente sirio Bashar al-Asad como «hermano», consciente de todas las implicaciones políticas de ese término. Cuando Turquía votó contra las sanciones a Irán en las Naciones Unidas en junio de 2010, «provocó una crisis», según un artículo que apareció en The Wall Street Journal . Más tarde, Turquía se peleó con la OTAN por la iniciativa de los misiles de defensa, un sistema que va claramente dirigido contra Irán y Siria. «Turquía se está convirtiendo en el miembro «del no» en las operaciones en países musulmanes», decía el Wall . Estos desarrollos se fueron produciendo tras el letal ataque del ejército israelí contra el buque turco Mavi Marmara, que llevaba a bordo una mayoría de activistas turcos por la paz, integrados en un esfuerzo más amplio -la Flotilla por la Libertad de Gaza- que busca romper el asedio contra Gaza. En el Mavi Marmara, Israel mató a nueve civiles turcos e hirió a muchos más.
Erdogan y otros altos cargos turcos alcanzaron el estatus de superstar entre los árabes en la época en que el depuesto Presidente egipcio Hosni Mubarak era cómplice del asedio contra Gaza. Se comprende, pues, que el AKP se convirtiera en el modelo político y en objeto de inacabables debates académicos y de televisión. Turquía era la marca a superar incluso a nivel cultural y económico.
A nivel interno, Erdogan y su partido se vieron favorecidos al atribuirse un crecimiento económico masivo y al tomar las riendas e integrar a la cúpula de un ejército, en otro tiempo insubordinado y con predisposición al golpe militar, en un sistema democrático controlado por civiles electos. A nivel exterior, Erdogan y su Ministro de Asuntos Exteriores Ahmet Davutoglu ayudaron a renovar la imagen y a romper parcialmente el aislamiento de varios dirigentes árabes, incluido el de Libia, Muammar Gadafi (los dirigentes turcos debieron ser plenamente conscientes de las quejas y malestar de los pueblos árabes mientras ellos firmaban acuerdos económicos por valor de miles de millones de dólares con los mismos dictadores que ayudaron a derrocar). Aunque el enfrentamiento de Ankara con Tel Aviv no se tradujo en cambios tangibles en las políticas israelíes o estadounidenses hacia los palestinos, se apreció un cierto nivel de satisfacción: Al menos había un país lo suficientemente fuerte como Turquía que tenía el valor de enfrentarse a las afrentas calculadas e intransigentes de Israel.
Después Túnez derrocó a su Presidente y las cartas de la política exterior turca se barajaron como nunca antes se había hecho. Si EEUU, Francia y otras potencias occidentales eran inconsistentes y contradictorias en sus posiciones sobre los levantamientos, las revoluciones y las guerras civiles que desbordaban el Oriente Medio y el Norte de África en los últimos 18 meses, la política exterior de Turquía fue también especialmente confusa.
Al principio, Turquía respondía a lo que parecían ser asuntos distantes con buenas declaraciones sobre los derechos de los pueblos, la justicia y la democracia. En Libia, las apuestas subieron mientras la OTAN se inclinaba peligrosamente por determinar los resultados de las revueltas árabes cada vez que el espacio se lo permitía. Turquía fue el último miembro de la OTAN en rubricar la guerra contra Libia. La tardanza demostró de forma costosa cómo los medios de comunicación árabes que jaleaban la guerra parecían ir en contra de la credibilidad y apreciada reputación de Turquía.
Cuando los sirios se rebelaron, Turquía estaba preparada. Su política trataba de tomar iniciativas con rapidez imponiendo sus propias sanciones contra Damasco. Fue incluso más allá al cerrar los ojos mientras su zona fronteriza, anteriormente bien guardada, pululaba de contrabandistas, combatientes extranjeros, armas y todo lo imaginable. Además de albergar al Consejo Nacional Sirio (CNS), también proporcionaba un puerto seguro al Ejército Sirio Libre que actuaba a voluntad a partir de las fronteras turcas. Aunque gran parte de todo lo anterior se justificaba como acciones dotadas de una elevada moral a fin de poner freno a la injusticia, fue una de las principales razones de que no se pudiera alcanzar una solución política. Convirtió en una lucha regional lo que finalmente se transformó en un conflicto brutal y sangriento. Permitió que los territorios sirios se utilizaran para un conflicto por poderes que implicaba a varios países, ideologías y campos políticos. Como Turquía es miembro de la OTAN, eso significaba que la OTAN estaba involucrada en el conflicto sirio, aunque de una forma más sutil que en su guerra contra Libia.
La dimensión kurda en el papel de Turquía en Siria es desde luego enorme. Menos sabido es que Turquía está industriosamente trabajando para controlar cualquier reacción violenta en la región nororiental de Siria, duplicando de esa forma el conflicto fronterizo de Turquía, que se ha quedado confinado en gran medida en el norte de Iraq. Abdullah Bozkurt, en el Today’s Zaman turco, escribía que «había en marcha un plan que apostaba fuerte por que Turquía controlara los rápidos desarrollos del norte de Siria utilizando al Gobierno Regional del Kurdistán (GRK) en el vecino Iraq como una fuerza interpuesta, sin llegar a implicarse directamente en Siria». Además, Ankara ha trabajado de forma más discreta para forzar políticas más favorables por parte del CNS respecto a la cuestión kurda. Además, Bozkurt informa que «Ankara presionó en silencio al CNS en junio para que eligieran a un kurdo independiente, Abdulbaset Sieda, como líder de compromiso… como medida para salvaguardar que Turquía pueda ejercer su influencia sobre alrededor de millón y medio de kurdos en Siria».
En efecto, la denominada Primavera Árabe ha confundido a nivel parcial y finalmente ayudado a realinear la política exterior turca hacia los países árabes e incluso hacia Irán. Sin embargo, Turquía no fue precisamente un actor pasivo antes o después del levantamiento. La impresión de que Turquía se ha mantenido al margen mientras agendas competitivas al sur de su frontera empujaban finalmente a Ankara hasta el límite es a la vez errónea y engañosa. Con independencia de cómo los políticos turcos quieran formular su implicación, no hay escapatoria posible del hecho de que tomaron parte en la guerra contra Libia, y de que ahora están involucrados por voluntad propia, hasta un determinado nivel, en el brutal desastre en Siria.
La triste ironía es que horas después de que Turquía devolviera el fuego sirio, el Viceprimer Ministro de Israel Dan Meridor dijo en París a los periodistas que un ataque contra Turquía es un ataque contra la OTAN, un gesto engañoso de supuesta solidaridad. Añadió: «Si el régimen de Asad cae, eso sería un golpe vital contra Irán». El Ministro de Asuntos Exteriores israelí Avigdor Lieberman apenas podía ocultar su excitación porque lo que no habían conseguido los neoconservadores estadounidenses estaban a punto de conseguirlo ellos por poderes. Liberman, que no es precisamente un visionario, predijo una «Primavera Persa» en marcha que, urgió, habría que apoyar. Para Israel y EEUU, ahora que Turquía está a bordo, las posibilidades son infinitas.
Ankara debe reconsiderar su papel en un desastre que cada día empeora más y empezar a pergeñar políticas más sensatas. La guerra no debe ocupar lugar alguno en la agenda. Demasiadas personas han muerto ya.
Ramzy Baroud es editor de PalestineChronicle.com. Es autor de las obras «The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle y «My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story (Pluto Press, London).
Fuente: http://www.counterpunch.org/2012/10/15/turkeys-policies-at-a-crossroads/