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Las protestas y la incertidumbre se asientan en Siria

Fuentes: Rebelión

Los acontecimientos en el escenario internacional rara vez están ligados a la casualidad. Como tampoco lo está l atención informativa que se le presta a los mismos. Desde que comenzaron las protestas bautizadas como la «primavera árabe», el panorama internacional ha ido variando y la centralidad mediática también. Tras las sorpresas en Túnez y Egipto, […]

Los acontecimientos en el escenario internacional rara vez están ligados a la casualidad. Como tampoco lo está l atención informativa que se le presta a los mismos. Desde que comenzaron las protestas bautizadas como la «primavera árabe», el panorama internacional ha ido variando y la centralidad mediática también. Tras las sorpresas en Túnez y Egipto, y tras un breve paso por Yemen o Bahrein, desde hace meses los focos se centran en primer lugar en la intervención militar de la OTAN y sus aliados en Libia, y más recientemente en las maniobras y los sucesos en torno a Siria.

Más allá de las posiciones que los dirigentes de esos dos estados han mantenido en los últimos tiempos, no se puede ocultar que en algún momento también han estado situados en las «listas negras» de Occidente, y desde Washington siempre se les ha «tenido ganas». Y tampoco es causalidad que el manto de silencio sobre Yemen o Bahrein coincida con ese bombardeo de noticias sin confirmar o «anónimas» que inundan buena parte de los medios de comunicación occidentales, sin olvidar tampoco el peculiar papel que tanto al-Jazeera como al-Arabia estarían jugando en los escenarios sirio y libio.

En Siria, cada vez son más los que apuntan al temor a que acabe repitiéndose un escenario similar a la guerra civil libanesa o al que más recientemente ha vivido Iraq, donde las divisiones religiosas y sectarias se han apoderado del país. Algunos analistas señalan que de momento, la situación no es crítica, «el régimen no ha caído, y la población de Damasco y otras ciudades importantes tampoco se ha sublevado en masa; las fuerzas armadas tampoco se han fracturado; y a pesar de las dificultades, la economía no ha colapsado». Es evidente que estos cuatro meses han debilitado al régimen, pero al mismo tiempo todo indica que la propia oposición lo está todavía más. La represión, la sangre de la población en las calles no favorecen a una salida negociada, de ahí que ese fantasma de una guerra civil siga pendiendo de un fino hilo.

Las presiones y movimientos de Occidente no son nuevos. Las condenas de la Unión Europea o de EEUU se combinan con ingerencias directas, como la «visita de los embajadores de París y Washington a Hama. O las declaraciones del gobierno sionista de Israel a favor de «un cambio de régimen en Siria». También Turquía se mueve en un difícil equilibrio, preocupado por la avalancha de refugiados sirios, y al mismo tiempo por la actitud que puedan adoptar las minorías kurdas o alawitas tanto en Siria como dentro de sus propias fronteras.

Y en esta coyuntura también convive la participación de las redes salafistas alimentadas y alentadas desde Arabia Saudí y otros estados del Golfo, que maniobran para debilitar el eje sirio-iraní y aumentar al mismo tiempo su posición en la región.

En le pasado EEUU ha intervenido directamente en Siria, como en 1947 y 1949, pero es sobre todo en los últimos tiempos cuando se ha desplegado toda una serie de operaciones y maniobras más o menos encubiertas para derrocar al régimen de los al-Assad. Desde la ocupación de Iraq en 2003 las presiones sobre Damasco se han sucedido, combinadas además con la financiación de los grupos opositores en el exilio, el entrenamiento militar de algunos miembros de los mismos, e incluso con el apoyo a determinados organismos como el Centro de Derechos Humanos de Damasco, tutelado por el Fondo Nacional para la Democracia de Estados Unidos (NFD) entre otros.

La falta de unión de la oposición también se hace evidente. Así, podemos encontrar divisiones «entre secularistas, islamistas, defensores de Derechos Humanos; o entre jóvenes desempleados que ha salido a las calles y opositores que han estado previamente en prisión; entre la llamada oposición interna y los grupos de exiliados; entre los que buscan la intervención de Occidente y los que se oponen a la misma».

Como señala un importante académico, buen conocedor de la realidad siria, «si bien es cierto que el estado sirio fue sorprendido por las protestas, y su situación actual no es muy cómoda, también lo es que la oposición presenta una fotografía más débil aún».

La presencia de grupos armados opositores es otro tema que no se aborda desde muchos medios de comunicación, bien por desconocimiento, bien por interesa calculados. Lo cierto es que en torno a los movimientos opositores existen grupos que en el pasado crearon redes de contrabando y que ahora intentan apoderarse de ese lucrativo negocio. Los enfrentamientos en áreas fronterizas donde esas redes de la criminalidad operan confirmarían esa percepción.

Otro aspecto sería el de la participación de movimientos salafistas o jihadistas. La mano saudita en torno a los mismos es evidente, y como en pasado se podría repetir en Siria la experiencia de Afganistán o Iraq. Algunas fuentes apuntan también a una posible alianza de intereses entre los salafistas y algunos grupos del exilio. Ambos buscan aprovecharse del «otro» en su propio beneficio, conscientes del abismo que separa a ambos proyectos.

El ataque del pasado mes de junio en Jisr al-Shughur, donde un grupo fuertemente armado atacó a las fuerzas armadas sirias causando más de un centenar de bajas, es un ejemplo de la presencia de ese movimiento, que contaría con apoyo en algunas regiones y que provendría de la vecina Turquía. Junto a ello no hay que ocultar los llamamientos de algunos clérigos sunitas que han llegado a afirmar que tal vez sea necesario que «mueran un tercio de los sirios para que los otros dos tercios puedan vivir».

Todavía hay muchos pulsos sobre el escenario sirio. La mal llamada comunidad internacional muestra las «ganas de EEUU y sus aliados, al tiempo que las llamadas potencias emergentes defienden otras posturas. El gobierno de Damasco teme que el escenario libio se repita en su territorio, por eso su decisión de evitar a toda costa que la ciudad de Hama se convierta en una especie de Bengazi, desde donde la oposición `pueda poner en marcha una fachada oficial en torno a un «gobierno y ejército» opositor.

La diversidad religiosa, la importancia geoestratégica, los intereses extranjeros en la región, los movimientos de actores externos son también factores a tener en cuenta a la hora de acercarnos a la complejidad que vive estas semanas Siria. Los movimientos de al-Assad, buscando un acuerdo por medio de una reforma del sistema pueden llegar demasiado tarde si la represión sigue acompañando a los mismos.

No obstante, la debilidad y desunión de la oposición de momento puede jugar a su favor, aunque no se puede descartar que algunos grupos jihadistas pongan en marcha su propia agenda, donde el «cuanto peor, mejor» suele ser su bandera estratégica, como ya hemos visto en otros escenarios de la región.

De momento, las protestas y la incertidumbre siguen adueñándose del ya de por sí complicado teatro de operaciones sirio.

TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.