Líbano aborda una coyuntura regional decisiva. La confrontación en Siria está entrando en una nueva fase que requerirá el uso de nuevos instrumentos. Se está abriendo un nuevo capítulo en la guerra de desgaste contra el sólido muro que ha impedido por el momento que Occidente y los árabes logren su objetivo de derrocar al […]
Líbano aborda una coyuntura regional decisiva. La confrontación en Siria está entrando en una nueva fase que requerirá el uso de nuevos instrumentos. Se está abriendo un nuevo capítulo en la guerra de desgaste contra el sólido muro que ha impedido por el momento que Occidente y los árabes logren su objetivo de derrocar al régimen sirio.
No hay señales de que reconozcan su derrota. Ni se han producido acontecimientos dentro de Siria que creen un clima de confianza en medio del cual se pueda abordar la reconciliación nacional y se pueda llevar a cabo un proceso de reforma pacíficamente. La alternativa es la que nosotros, en Líbano, conocemos por la experiencia desde hace dos décadas. Se trata de intentar polarizar más a la sociedad, de socavar el Estado y sus instituciones y de asediar al país por diversos medios para conseguir el mencionado objetivo.
En el pasado nadie en Líbano solía defender la neutralidad salvo los cristianos. Hoy en día, la situación es diferente. Los maronitas y las otras confesiones cristianas forman parte de esta decisiva batalla árabe, aunque en bandos diferentes. La Iglesia, junto al Movimiento Patriótico Libre, el [Movimiento] Marada, y una serie de influyentes figuras y fuerzas políticas cristianas, temen la caída del régimen de Damasco. Esos temores tienen que ver con lo que vendría después y el impacto que tendría en la posición de los cristianos en Siria y Líbano. Por otro lado, las Fuerzas Libanesas y otros cristianos del [Movimiento] 14 de Marzo quieren unirse a la campaña que dirigen Estados Unidos y los Estados del Golfo y en la que los islamistas suníes juegan un papel determinante. Argumentan que ello proporcionaría a Líbano armonía con su entorno árabe y regional, lo que permitiría a los cristianos preservar sus intereses e influencia.
Los drusos, que a menudo se unían a las guerras de acuerdo con decisiones adoptadas en las principales capitales árabes, están haciendo lo mismo en la actualidad -ya sean los drusos de Siria o Walid Yumblat.
Los chiíes siempre tomaban partido en las luchas libanesas por las actitudes hacia la cuestión de Palestina o por el cambio interno. Después de la revolución de Jomeini en Irán y el aumento de su papel en Líbano y más tarde en Iraq, se han vuelto actores efectivos en el juego regional. Son ellos los que están más fuertemente comprometidos en él, hoy en día y en el futuro previsible.
Los suníes no ven otra alternativa que acompañar su propia corriente política. Se han visto obligados a tomar partido y a no sentarse en el muro. Eso es lo que los islamistas suníes han hecho en todas partes. Y eso es lo que han decidido los autoproclamados moderados, ya sean los de las capitales financieras del wahabismo en el Golfo o los del Movimiento Futuro en Líbano.
La evolución de la crisis siria ha servido para que todo el mundo se entere de que ya no hay espacio para opciones intermedias. Ello afecta tanto al primer ministro Nayib Mikati como a una serie de figuras que han intentado mantener sus opiniones sobre los acontecimientos regionales al margen de lo que opinan sobre la coalición de gobierno en Líbano. Entre estos se incluyen el presidente de la República, el presidente del Parlamento, y el «equilibrista» Walid Yumblat. En breve a todos ellos se les va a exigir que tomen decisiones claras. Ello justifica una revisión del principio de «auto-distanciamiento».
Al comienzo de la crisis esa política parecía un remedio para los libaneses, divididos como están sobre un tema cuyos parámetros y perspectivas no estaban claros. Pero a la hora de la verdad, se convierte en una vuelta a la lógica adoptada por el Líbano del Frente Libanés, o por el Líbano de Pierre Gemayel padre -el Líbano que promueve el lema de «la fortaleza de Líbano reside en su debilidad». Una fórmula que formalmente sitúa a Líbano al margen de una lucha regional de la que su pueblo, sus recursos y sus espacios forman parte.
Si el nuevo juego consiste en adoptar posiciones claras ello no debe aplicarse únicamente a lo que está sucediendo a nuestro alrededor. Ni sólo a nuestro debate interminable sobre la identidad nacional, sobre cuál deba ser la relación entre Líbano y las alianzas árabes y regionales existentes, o sobre la resistencia y sus armas.
En las circunstancias actuales debe consistir en imponer nuevas reglas en la relación entre los ciudadanos y sus conciudadanos, entre ellos y las instituciones del Estado, y entre el Estado y las fuerzas que ejercen un poder de decisión dentro de aquel.
Los lemas llamativos que levantan pasiones sectarias y comunitarias no pueden ocultar el hecho de que la mayoría de la gente comparte un proyecto común. Tal proyecto tiene que ver con sus vidas cotidianas: con la corrupción, que no se ha escatimado en ninguna de sus facetas, con el robo legalizado de los fondos públicos en nombre de las sectas y del desarrollo regional, con la ignorancia que aqueja a los responsables de la gestión pública, con la parcialidad de los militares, con las instituciones judiciales y de seguridad, que actúan contraviniendo sus funciones establecidas, y con la comida, la bebida, la educación y la atención médica disponibles para sus familias.
Ya no es posible aplazar o acallar nada en el país. Y ya no hay nadie capaz de crear batallas cuyo estruendo busque alzarse por encima de la voz de los ciudadanos.
No se debe perder tiempo para hablar sobre lo que es necesario para el periodo que viene. Para empezar, es necesaria una ley para las próximas elecciones parlamentarias en las que el pueblo pueda implantar la representación proporcional por encima de quienes controlan la muerte y el robo. En segundo lugar, que se imponga el respeto a la Constitución y a las leyes. Los políticos próximos a la gente tienen que evitar las violaciones que se disfrazan de compromisos. Puede que ello allane el camino para que exista una autoridad que ejerza el control popular y pueda evitar que la gente sea asesinada por su comida y muera a las puertas de los hospitales.
Ibrahim al-Amin es editor de Al-Ajbar
Fuente: http://english.al-akhbar.com/content/lebanon-getting-fence