Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández
El 3 de junio, el jugador del equipo nacional de fútbol de Palestina, Mahmud Sarsak, cumplió ochenta días de penosa huelga de hambre. Mantiene la huelga a pesar del hecho de que hace semanas que 2.000 presos palestinos pusieron fin a las suyas.
Aunque la historia de los presos palestinos en Israel nos revela una común realidad de detenciones ilegales y extendidos malos tratos, quizá haya también que considerar el destino de Sarsak dentro de su propio y único contexto. El jugador de fútbol, que luchó por llevar el nombre y la bandera de su nación al escenario internacional, fue arrestado por soldados israelíes en julio de 2009 cuando iba camino de Cisjordania para unirse al equipo nacional.
El sistema judicial militar israelí decidió aplicar a Sarsak la condición de «combatiente ilegal» y desde entonces le tienen preso sin que se haya presentado acusación ni celebrado juicio alguno contra él.
Sarsak no está solo en la continuada huelga de hambre. Akram al-Rejawi, un prisionero que padece diabetes y que está exigiendo recibir la adecuada atención médica, lleva sesenta días negándose a recibir alimento.
En el momento de escribir este artículo, se ha informado que ambos hombres se hallan en situación crítica. Sarsak, que tenía una condición atlética sin igual, está ahora tan delgado que casi no se le reconoce. Al-Rejawi, anteriormente enfermo, está agonizando.
Según han manifestado los grupos por los derechos humanos, el 30 de mayo, un tribunal israelí decidió que serían los médicos de la prisión los que siguieran ocupándose de ellos durante doce días más antes de permitir que doctores independientes puedan visitar a los prisioneros, prolongando aún más su sufrimiento y aislamiento. Doctores por los Derechos Humanos-Israel (PHRI, por sus siglas en inglés), que está haciendo un destacado trabajo batallando contra las draconianas normas de los tribunales militares israelíes, siguen solicitando al tribunal que les permita reunirse urgentemente tanto con Al-Sarsak como con Al-Rejawi, según informa la agencia de noticias Ma’an .
Por desgracia, la historia es demasiado típica. PHRI, junto con otros grupos que luchan por los derechos de los prisioneros, están haciendo todo cuanto pueden hacer las organizaciones de la sociedad civil ante una situación jurídica y política tan opresiva. Las familias están rezando. Los activistas de los medios de comunicación social están actualizando constantemente la información y enviando asimismo mensajes de solidaridad. Mientras tanto, el resto del mundo se limita a mirar, no porque no les interesen los derechos humanos sino a causa de la simpatía selectiva de los gobiernos y los medios occidentales.
Piensen si no en todo el alboroto generado por los medios estadounidenses ante la situación del activista político chino ciego Chen Guangcheng. Cuando se refugió en la embajada de EEUU en Pekín, casi se produjo una crisis diplomática. Guangcheng voló finalmente a EEUU el 19 de mayo, dando hace poco una charla en Nueva York ante una atónita audiencia.
«El activista ciego de 40 años dijo que su larga detención (siete años) demuestra que las leyes chinas siguen siendo caóticas», informaba el New York Post el 31 de mayo. «¿Hay algo de justicia? ¿Hay algo de racionalidad en todo esto?», se preguntaba Chen. Pocos en los medios estadounidenses refutarían esa afirmación. Pero de alguna manera la lógica se convierte en algo completamente irrelevante cuando el autor de la injusticia es Israel y la víctima un palestino. Al-Rejawi no está ciego, pero tiene muchas dolencias médicas. Desde que le detuvieron en 2004, le han mantenido en la clínica de la prisión de Ramle sin recibir ninguna de las necesarias y adecuadas prestaciones médicas.
Sarsak, que ha sido testigo de tantas tragedias, se ha convertido ahora en una más. El jugador, de 25 años, confiaba en poder promover la clasificación de su equipo nacional hasta un nivel razonable. Si los palestinos se merecieran en algún aspecto que se les llamara «fanáticos» es en relación al fútbol. Como niño que crecí en Gaza, recuerdo cómo nos poníamos a jugar al fútbol durante minutos enteros desafiando los toques de queda del ejército israelí, arriesgándonos a que nos arrestaran, hirieran o incluso mataran. De algún modo, en un atestado campamento de refugiados, el fútbol se convierte en un equivalente de la libertad.
La clasificación de Palestina en la posición 164 del mundo no da testimonio precisamente de falta de pasión por el juego sino de los constantes intentos de Israel de destruir incluso esa aspiración nacional.
Los ejemplos de la guerra israelí contra el fútbol palestino son demasiados para poder contarlos, aunque, en cualquier caso, la mayoría de ellos reciben poca o ninguna atención por parte de los medios. En 2004, Israel impidió que varios de los mejores futbolistas acompañaran fuera de Gaza al equipo nacional para jugar el partido de vuelta contra el equipo chino de Taipei (Palestina había ganado el primer partido por 8-0). Los obstáculos culminaron en marzo de 2006 cuando bombardearon el estadio de fútbol palestino en Gaza, convirtiendo el campo de hierba en un enorme cráter. Después, en la guerra contra Gaza (Operación Plomo Fundido diciembre 2008-enero 2009), todo fue aún más sangriento cuando Israel asesinó a tres de los futbolistas del equipo nacional: Ayman Alkurd, Shadi Sbaje y Wayid Moshtahe. Y volvieron a bombardearles el estadio.
Sarsak era una nueva y prometedora cara del fútbol palestino. En momentos de desunión y faccionalismo palestinos, era el equipo nacional el que mantenía una unidad simbólica entre Gaza y Cisjordania y entre los palestinos de cualquier lugar. Estos jóvenes ejemplifican la esperanza en que vendrán tiempos mejores. Pero la estrella de Sarsak se está ahora eclipsando, al igual que su vida. Su madre, que no le ha visto desde que le arrestaron, le dijo a Ma’an que piensa en él todos y cada uno de los minutos del día. ¿Por qué nadie se moviliza para salvar su vida?, preguntaba.
Al escribir en Nation el 10 de mayo, Dave Zirin manifestaba: «Imaginen que un miembro del equipo de baloncesto estadounidense, pongamos Kobe Bryant, viajara para jugar en un torneo internacional y un gobierno extranjero le capturara y le tuviera en prisión durante tres años sin juicio y sin siquiera escuchar de qué se le acusa para tenerle en la cárcel… Es probable que todas las poderosas organizaciones internacionales del deporte, el COI, la FIFA, trataran a la nación encarceladora como un paria hasta que liberaran a Kobe. Y hasta es posible que incluso quienes odian a los Laker llevarían chapas en las que podría leerse ‘Liberad a Kobe'».
Sarsak es el Bryant de su pueblo. Pero pregunten a cualquier comentarista político y les dirá por qué Mahmud Sarsak no es Kobe Bryant y por qué Al-Rejawi no es Chen. Es la misma y frecuente lógica de un poderoso lobby pro Israel con sede en Washington, etc. Incluso aunque esa lógica estuviera fundamentada, ¿por qué las instituciones deportivas internacionales no se solidarizan con el agonizante Sarsak? ¿Por qué en los partidos de fútbol no se incluye un momento de solidaridad con los jugadores palestinos asesinados y con un joven moribundo permitiéndole que se una a sus compañeros de equipo una vez más en el campo? ¿Por qué las organizaciones internacionales deportivas no boicotean plena y totalmente a Israel?
«Mientras Sarsak siga indefinidamente detenido y mientras Israel considere que el deporte y los atletas son objetivos legítimos de guerra, no tienen derecho a recibir ningún galardón de la FIFA o de la UEFA, ni siquiera tienen derecho a formar parte de la comunidad internacional del deporte», escribía Zirin.
Sería una medida tardía pero inequívocamente urgente, porque los deportistas palestinos están, literalmente, muriéndose.
Ramzy Baroud es el editor de PalestineChronicle.com . Entre sus obras más recientes tenemos The Second Palestinian Intifada: A Chronicle of a People’s Struggle y » My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story » (Pluto Press, London).
Fuente:
http://www.counterpunch.org/