Traducido para Rebelión por J. M. y revisado por Caty R.
Mientras todavía tratamos desesperadamente de ocultar, negar y reprimir nuestra enorme limpieza étnica de 1948 -más de 600.000 refugiados, algunos de ellos que huyeron por temor al ejército israelí y sus antecesores, y los que fueron expulsados por la fuerza- la realidad nos demuestra que 1948 nunca terminó, que su espíritu sigue con nosotros.
Ocurrió el día después del Día de la Independencia, cuando Israel estaba inmerso en alabanzas a sí mismo y a su democracia, casi hasta la náusea, y en vísperas del (virtualmente fuera de la ley) Día de la Nakba, cuando el pueblo palestino conmemora la «catástrofe» -el aniversario de la creación de Israel-. Mi colega Akiva Eldar publicó lo que siempre hemos sabido, pero ignorábamos las espeluznantes cifras que reveló: en el momento de los Acuerdos de Oslo, Israel había revocado la residencia de 140.000 palestinos de Cisjordania. En otras palabras, el 14% de los residentes de la Ribera Occidental que se atrevieron a salir al extranjero y que tenían derecho a regresar a Israel a vivir, fueron despojados de ese derecho para siempre. En otras palabras, fueron expulsados de sus tierras y sus hogares. En otras palabras: la limpieza étnica.
Mientras todavía tratamos desesperadamente de ocultar, negar y reprimir nuestra principal limpieza étnica de 1948 -más de 600.000 refugiados, algunos de ellos que huyeron por temor al ejército israelí y sus antecesores, y los que fueron expulsados por la fuerza- resulta que 1948 nunca terminó, que su espíritu sigue con nosotros. Aún seguimos con el objetivo de limpiar esta tierra de sus habitantes árabes tanto como sea posible, y más si fuera posible. Después de todo es la solución más secreta y deseada: la Tierra de Israel para los judíos y sólo para ellos. Algunos personas que se atrevieron a decirlo abiertamente, el rabino Meir Kahane, el ministro Rehavam Ze’evi y sus discípulos, merecen algunos elogios por su integridad. Muchos aspiran a hacer lo mismo sin admitirlo.
La revelación de la política de negar la residencia demostró que este sueño secreto en efecto existe y se pretende hacerlo realidad. Están los que no hablan de transferencia, protegiendo el sueño; a nadie se le ocurriría llamarlo limpieza. No carga a los árabes en camiones como lo hacían antes, incluso después de la Guerra de los Seis Días; no les disparan para ahuyentarlos, todos estos métodos son políticamente incorrectos en estos tiempos. Pero, efectivamente, este es el objetivo.
Algunas personas piensan que es suficiente hacer que la vida de los palestinos en los territorios sea miserable para hacerlos marchar, y muchos de hecho abandonaron el lugar. Un éxito de Israel porque de acuerdo con la Administración Civil, alrededor de un cuarto de millón de palestinos abandonaron voluntariamente la Ribera Occidental en los sangrientos años 2000-2007. Pero eso no es suficiente, así que se añadieron varios y diversos medios administrativos para hacer el sueño realidad.
Cualquiera que diga que «no es apartheid» está invitado a responder: ¿por qué a un israelí le está permitido salir de su país para el resto de su vida y nadie sugiere revocarle su ciudadanía, mientras que a un palestino, un hijo nativo, no se le permite hacerlo? ¿Por qué un israelí puede casarse con un extranjero y éste recibe un permiso de residencia, mientras que a una palestina no se le permite casarse con su antiguo vecino que vive en Jordania? ¿No es esto apartheid? Con los años he documentado interminables y lamentables tragedias de familias que fueron destrozadas, a cuyos hijos e hijas no se les permitía vivir en la Ribera Occidental o en Gaza debido a las reglas draconianas, sólo para los palestinos.
Veamos lo que le ocurre a Dalal Rasras, por ejemplo, una niña con parálisis cerebral de Beit Omar, a quien se separó recientemente de su madre durante meses sólo porque ella nació en Rafah. Sólo después de que se publicara su caso Israel le permitió el regreso «como excepción a la letra de la ley», la cruel letra de la ley que no permite que los residentes de Gaza vivan en la Ribera Occidental, incluso si han hecho allí su casas.
El clamor de los desposeídos ahora se ha traducido en números: 140.000, sólo hasta los Acuerdos de Oslo. Estudiantes que salieron para estudiar en universidades extranjeras, hombres de negocios que probaron suerte en el extranjero, científicos que viajaron al extranjero para su formación profesional, jerosolimitanos originarios que se atrevieron a mudarse temporalmente a la Ribera Occidental, todos corrieron la misma suerte. A todos ellos se los llevó el viento y fueron expulsados por Israel. No pudieron regresar.
Lo más sorprendente de todo es la reacción de los responsables de la política de limpieza étnica. Ellos no lo sabían. El general de división (en la reserva) Danny Rothschild, ex gobernador militar con el eufemístico título de «coordinador de las actividades gubernamentales en los territorios», dijo que leyó por primera vez sobre el procedimiento en el periódico Haaretz. Resulta que no sólo la limpieza continúa, sino que también se niega. Cada niño palestino lo sabe, sólo el general lo desconoce. Incluso hoy todavía hay 130.000 palestinos registrados como «NLR», un conmovedor acrónimo de las FDI para definir a los «ya no residentes», como si fuera voluntario, otro eufemismo para denominar a los «expulsados». Y el general, que se considera relativamente bien informado, no lo sabía.
Es un rechazo absoluto a permitir el regreso de los refugiados, algo que podría «destruir el Estado de Israel». También es un rechazo absoluto a permitir el regreso de las personas recientemente expulsadas. Para el próximo Día de la Independencia probablemente inventaremos más reglamentaciones para la expulsión, y en las próximas vacaciones hablaremos de «la única democracia».