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Limpieza étnica y judaización de Ayn Karim (Ein Karem) Palestina

Fuentes: Rebelión

Un amigo palestino de nombre abu Sultán, refugiado en el campo de Wahadad en Amman, Jordania, me pidió el favor que fuera hasta Ayn Karim, su pueblo natal -que tuvo que abandonar en la guerra árabe-israelí de 1948 cuando tenía apenas dos años de edad- a ver lo qué había sucedido con la casa que […]

Un amigo palestino de nombre abu Sultán, refugiado en el campo de Wahadad en Amman, Jordania, me pidió el favor que fuera hasta Ayn Karim, su pueblo natal -que tuvo que abandonar en la guerra árabe-israelí de 1948 cuando tenía apenas dos años de edad- a ver lo qué había sucedido con la casa que durante generaciones perteneció a su familia. Primorosamente envuelta en un paño antiguo guardaba la llave de la misma que su padre le entregó antes de fallecer confiado en que al menos su hijo pudiera recobrarla.

La conmovedora historia de Abu Sultán representa la tragedia de los millones de refugiados (¿desahuciados?) palestinos en Jordania, Siria, el Líbano o repartidos por el mundo entero que no cejan en el empeño de regresar a su amada patria.

Antes de la Nakba Ayn Karim era un pueblo de humildes campesinos ubicado a unos 8 kilómetros de Jerusalén. Hoy se llama Ein Karem y es uno de los barrios más exclusivos del gran Yerusalaym.

Según las estadísticas del gobierno Israelí 3 millones de turistas visitan anualmente Ayn Karim. Este paisaje de ensueño -como lo promocionan las agencias de viajes- pertenece a lo que los hebreos llaman las montañas de Judea, Harei Jehuda, en árabe Jibal al Khalil donde se destaca el gran bosque de Jerusalén y el Kirbart al Hamamah- Mt. Herzl  (Museo del Holocausto.) Los excursionistas suelen pasear por las distintas sendas que surcan el parque natural de Ein Hemed, que tiempo atrás fueron usadas por los pastores o los campesinos para transportar sus productos a lomos de bestias de carga con destino a Jerusalén y otros pueblos de la región (Ein .Sataf, al Qastal, Suba, Qalunya, Deir Yassin, Lifta, al- Jora, Kirbath al Lawz),

El camino que parte del hospital Hadassah (en el que permaneció internado Ariel Sharon) nos conduce hasta el precioso Wadi Ahmad (rio Soreq) donde se distinguen perfectamente las antiguas terrazas de cultivo plagadas de vides, olivos, higueras, cipreses y almendros. En menos de media hora llegamos hasta la mezquita de Makam (Umar Ibn Al Khattab) -en la actualidad cerrada a cal y canto- en cuyos soportales se encuentra la milagrosa fuente de Ayn Maryam o de la virgen María. Por la plaza central del Al Haraja o la calle principal del Tareeq Al- Ein es muy normal cruzarse con los grupos de peregrinos cristianos que realizan el clásico tour por Tierra Santa. Aunque los judíos consideran a Jesús (¡rey de los judíos!) un falso mesías no tienen ningún reparo en explotar su imagen con tal de sacar las mayores ganancias a su costa. El Nuevo Testamento relata que la virgen María vino aquí desde Nazareth a visitar su prima Elisabeth (madre de San Juan Bautista) para confesarle que llevaba en su vientre al «hijo de Dios». -este es el guion que repiten de memoria todos los guías de las excursiones- El circuito místico continúa por la iglesia de la Visitación, el monasterio de San Juan de la Montaña, el monasterio nuestra señora de Sión y la iglesia rusa ortodoxa de cúpula dorada bulbiforme mejor conocida como Moscobiyya.

El estilo arquitectónico de Ein Karem es el típico otomano – recordemos que los turcos dominaron la región durante cuatro siglos- las casas de diseño cúbico o rectangular están construidas con piedras de cantería y rematadas con azoteas o techos ojivales. Es un verdadero milagro que permanezca en pie pues en la Nakba las excavadoras sionistas demolieron la inmensa mayoría de las aldeas y pueblos palestinos.

Pero los especuladores inmobiliarios, que cuentan con el capital necesario y una gran influencia política, han planificado construir en este espacio protegido una urbanización de lujo y varios hoteles de primera categoría. Lo más seguro es que Ayn Karim corra la misma suerte que los barrios vecinos de Kiryat Hayovel y Kiryat Menahe donde se levantan grandes bloques de apartamentos imprescindibles para alojar al creciente número de familias ortodoxas y ultraortodoxas (jaredi).

En la guerra árabe-israelí de 1948 las fuerzas paramilitares sionistas Hagana e Irgun, en desarrollo del plan D diseñado por Ben Gurión, se posicionaron en las colinas Khirbet Beit Mazmil y Khirbet al Hamama atacando con artillería y morteros el poblado. Aprovechando esa ventaja estratégica lograron expulsar a los defensores del Ejército de Liberación Árabe (formado por combatientes sirios, iraquíes y egipcios) y a las milicias palestinas. Los 3.500 habitantes (musulmanes y cristianos) al verse desprotegidos y conocedores ya de la matanza de Deir Yassin, acaecida tan sólo unas semanas atrás, el 18 de julio de 1948 huyeron aterrorizados en dirección a Jerusalén Este en busca de protección y asilo.

Fueron los propios dirigentes árabes quienes les prometieron que pronto regresarían a sus hogares, que se estaba preparando un contraataque para recuperar el territorio perdido y «echar a los judíos al mar». Pero, como se demostró posteriormente, tan sólo se trataba de una burda mentira pues la humillante derrota ya se había consumado. Egipto, Líbano, Jordania y Siria, firmaron, cada uno por su cuenta, los correspondientes armisticios de alto el fuego (Rodas 1949) con el naciente estado de Israel.

Los refugiados palestinos y sus descendientes exigen desde hace décadas que se cumpla lo estipulado en la resolución 194 del ONU de 1948, la declaración de los Derechos Humanos y la Cuarta Convención de Ginebra que defiende el derecho al retorno de los refugiados. Lo cierto es que eso no es nada más que letra muerta, papel mojado que sólo sirve para elevarles la moral. Israel, como potencia vencedora, hace caso omiso a sus reclamaciones y sostiene que «quienes reclaman el estatus de refugiados, cuyo número está en constante crecimiento (principalmente los descendientes de los refugiados originales) y adquieran la residencia en Israel crearía una mayoría árabe palestina en un país democrático, lo que acabaría con la existencia de un estado judío»

El gobierno de Israel desde un principio aplicó en esta zona una política de limpieza étnica y judaización. La «ley del Retorno» – firmada por Ben Gurion- fomentaba la emigración masiva de judíos de la diáspora y prohibía el regreso de los palestinos. Ayn Karim se repobló con judíos originarios de Rumania y Marruecos y el Yemen. A los árabes palestinos les confiscaron las propiedades y tuvieron que exiliarse en los campos de refugiados en Amman, Jordania. -más tarde con la promulgación de la Ley de Ausentes se legalizó el robo de sus tierras- Mientras que las familias cristianas palestinas fueron deportadas al pueblo de Iqrit cerca de Acre, en la frontera con el Líbano.

En 1949 Rachel Yanait, esposa del segundo presidente de Israel Yitzhak Ben Zvi, visita el pueblo abandonado y al contemplar tan sublime paisaje -que ella describe en sus memorias como un valle florido con sus preciosas andenerías, manantiales, acequias, monasterios e iglesias- decide establecer un orfanato y una escuela de agricultura. Desde ese instante los rabinos especialistas en el Talmud y la Torá comenzaron a reescribir la historia con la intención de borrar el pasado musulmán. Ellos rebautizaron el pueblo como Ein Karem, una ancestral villa judía conocida en las sagradas escrituras con el nombre de Beit Hakarem o Haccerem que significa «La fuente del viñedo». Esta naturaleza mítica sirvió de inspiración al célebre Cantar de los Cantares, el poema del triunfo del amor escrito por el rey Salomón.

De aquí es Zacarías sacerdote del templo y descendiente de la casa de Aarón y la tribu de Levi y su esposa Elisabeth, la madre de Juan, (mejor conocido por los cristianos como el Bautista, y los judíos por Yochanan) prima de Maryam, la madre de Ieshu (Jesús). La comunidad judía ha erigido siete sinagogas (la Tikvanteinu es la principal) con la clara intención de advertirnos que pisamos territorio sagrado del gran Eretz Israel.

Ayn Karim es la joya más preciada por las agencias inmobiliarias, hasta el punto que no se cansan de promocionar sus maravillas a través de la prensa israelí o en Internet. «¿No sería increíble poseer una villa o finca de recreo en la tierra prometida?» «Tu familia se merece respirar el aire puro lejos del tráfico y el ruido de la gran ciudad»

Vivir en paz y tranquilidad es un privilegio reservado a unos pocos elegidos. Y además esos elegidos deben demostrar una extraordinaria solvencia económica. Por ejemplo, la inmobiliaria Lily Lewit Jerusalén Real State ofrece casas palestinas a 10.000.000 de shekels, es decir, 2.700.000 dólares; la inmobiliaria Yeshmakom: bella casa árabe con jardines: -1.600.000 dólares o, si lo quiere alquilar: 2.200 dólares mensuales; la inmobiliaria Century 21 vende una paradisíaca villa por 2.500.000 dólares; la inmobiliaria Corrinne Davar: Charming domed arab house -1.600.000 dólares.

Los nuevos inquilinos de Aym Karim son burgueses de profesiones liberales para los que la naturaleza no es más que un mero decorado. Ya nadie se dedica a las faenas del campo y las raíces de la cultura popular se han extinguido por completo. Tal y como lo denuncian los versos del poeta palestino Darwich: «el olivar era en otro tiempo verde/y el cielo/ un bosque azul, amor mío/ ¿quién lo ha cambiado esta noche?»

La principal preocupación de los colonos es la seguridad y no escatiman esfuerzos en levantar muros y vallas para proteger sus propiedades. Por todas partes cuelgan carteles de propiedad privada y perros bravos- la bandera sionista ondea altiva en el quicio de las ventanas, en las azoteas, en los portales. Sin que tampoco falten los clásicos símbolos de la estrella de David, candelabros (menorah) o cuernos (shofar).

En este sinigual oasis han buscado refugio reputados artistas, pintores, poetas, escritores, y, como no, los millonarios judíos europeos o americanos. Los que deseen disfrutar de las mejores ofertas de ocio y tiempo libre tienen una cita en: la brasserie Ein Karem, el restaurante Karma, especializado en la comida internacional o las recetas de la dieta kosher, el bohemio café Inbal con sus conciertos de jazz o piano clásico, el café romántico Pundak Ein Karem, el Sweet Ein Karem famoso por sus helados y chocolates. También cuentan a su disposición tiendas de artesanía y galerías de arte donde adquirir regalos o algún que otro souvenir. Aquellos que prefieran pasar unos días de descanso gozarán de una inolvidable estadía en el Alegra hotel SPA (antiguo palacio otomano) -cuya suite presidencial cuesta 400 dólares la noche-, el Rosary Sister Guest House, el Kesem Hadafna o una mansión rural en el Shirat Habria.

Para que todo funcione con orden y eficacia existe un gran número de trabajadores inmigrantes, es decir, mano de obra barata lista a ocupar los oficios más sacrificados. Dado el alto índice de desempleo sobran albañiles palestinos, sirvientas de filipinas, niñeras tailandesas, jardineros de Moldavia o Bulgaria o basureros de Sudán del sur.

Que gran contraste con lo que sucede al otra orilla del río Jordán, allá en el campo de refugiados de Wahadad, en Amman, donde miles de familias palestinas malviven hacinadas en un gueto infame. Expulsados violentamente de sus tierras, tirados en medio de una llanura desértica y pedregosa; sin un árbol, sin jardines floridos, sin un río, con excepción de las letrinas. Dependientes por completo de los organismos de ayuda humanitaria como la Media Luna Roja o la UNRWA.

65 años condenados al abandono y el olvido. Encima, la monarquía Hachemita les acusa de desestabilizar el país y subvertir el orden establecido. El ejército jordano traicionó a sus propios hermanos masacrándolos en el «Septiembre Negro» cumpliendo las órdenes de Israel. Víctimas de una persecución implacable se resisten a claudicar en una de las más admirables epopeyas de la dignidad humana.

Según la descripción que me hizo Abu Sultán de su casa no me fue difícil localizarla. Precisamente está ubicada frente a la iglesia ortodoxa rusa y a la vera del camino que conduce al hospital Hadassah. La finca tiene unos 500 metros cuadrados con terrazas de cultivo y un precioso jardín. Los colonos judíos que la ocupan la han cercado por completo con una verja de hierro. En el portal, a modo de bienvenida, cuelga un cartel de «perros bravos» en hebreo. Tres autos de marca permanecen aparcados en el garaje.

Rápidamente tomé un par de fotos para entregárselas a Abu Sultán tal y como lo había prometido. Pero cuando volví al Wahadad a visitarlo no fui capaz de mostrarle la cruda realidad. Se me cayó el alma al suelo y preferí decirle que todo estaba muy cambiado y no pude encontrarla. Es mejor que guarde para siempre en su memoria la imagen idílica de su amada patria antes de someterlo a tan aberrante humillación.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.