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Los padres fundadores de la especulación con la guerra

Llamando a Thomas Paine

Fuentes: CounterPunch

Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens

La fiebre revolucionaria de 1776 era muy fuerte en USA, alimentada por el famoso apóstol de la independencia, la libertad y la democracia, Tom Paine. Inglaterra hacía la vida cada vez más difícil para los comerciantes y artesanos de sus colonias americanas y el Rey Jorge imponía impuestos y tributos a sus clases comerciales para reabastecer el tesoro real que había vaciado en sus terribles guerras con varios monarcas europeos.

Al mismo tiempo, muchos en las colonias pensaban que separarse de Inglaterra sería una mala idea que llevaría a que sus barcos comerciales fueran vulnerables a piratas sin la protección de la flota inglesa. Los que se oponían a la independencia eran conocidos como lealistas. Afortunadamente, Tom Paine convenció a muchos de que la independencia no sólo era esencial, sino que valía la pena luchar por ella.

Pero la guerra cuesta mucho dinero – dinero del que las colonias exiguamente organizadas no tenían mucho, especialmente porque el rey Jorge podía contratar a decenas de miles de implacables mercenarios de Hesse (Alemania), y lo hizo, para complementar sus propios barcos y sus soldados disciplinados (y vengativos). La guerra revolucionaria comenzó cuando los USamericanos declararon atrevidamente su independencia, presentando un montón desordenado de hacendados, comerciantes, y otros patriotas mal equipados, mal dirigidos, mal vestidos, mal alimentados y mal financiados. Aunque George Washington era el hombre más rico de las colonias, no podía (o quiso) financiar la revolución con su propio dinero, aunque se propuso para ser comandante en jefe del Ejército Continental si el Congreso le prometía cubrir sus gastos – si ganaba.

En la primavera de 1776, el dramaturgo francés Pierre de Beaumarchais era un entusiasta del espíritu de la revolución americana – y también un astuto agente secreto de la Corona Francesa. Mientras espiaba en Inglaterra, Beaumarchais encontró a un americano llamado Arthur Lee, quien era en esos días el representante comercial de Benjamin Franklin en Inglaterra. Después de discutir la situación en América con Lee, Beaumarchais informó al ministro de exteriores del rey francés Luis XVI que sería de interés para Francia dar a la colonia rebelde de Inglaterra más de cinco millones de libras (tal vez unos 500.000 dólares actuales) porque Francia acababa de perder su Guerra de Siete Años con Inglaterra y quería hacer que Gran Bretaña pagara en demasía por conservar sus colonias en América. Además, Beaumarchais estaba más o menos de acuerdo con la ilustrada causa republicana representada por los Estados Unidos – y vio que podía sacarle provecho al acuerdo. Los franceses también esperaban que si las colonias tenían éxito en su lucha por la independencia, Francia podría terminar por recuperar algunas de sus antiguas posesiones norteamericanas, especialmente Canadá.

De manera que Francia ofreció en secreto que suministraría dinero y material bélico a las colonias. En realidad, la idea de ayudar a los USamericanos contra los británicos excitó tanto a los franceses que la Corona Francesa dio a Beaumarchais un millón de libras destinadas al apoyo para las colonias antes de que ningún representante de los Estados Unidos llegara a Francia. Desde luego, los Estados Unidos estaban interesados en cualquier apoyo que pudieran obtener. De manera que el Congreso encomendó a Arthur Lee, a un hombre llamado Silas Deane, y a Benjamin Franklin que hicieran los arreglos. Lee nunca ofreció repagar a la Corona Francesa por su apoyo. En su lugar, prometió condiciones comerciales más favorables a Francia después de la guerra y que se cuestionarían las nuevas posesiones mundiales de Francia, en caso de una victoria de las colonias. «Ofrecemos a Francia, a cambio de su ayuda secreta, un tratado secreto de comercio por el cual se asegurará por un cierto número de años, después de declarada la paz, todas las ventajas con las que hemos enriquecido a Inglaterra durante el pasado siglo con, adicionalmente, una garantía de sus posesiones según nuestras fuerzas.» No había nada en la carta de Lee sobre el repago de alguna parte del apoyo francés. La mayor parte de los USamericanos informados sobre el acuerdo secreto suponían más o menos que Francia estaba ofreciendo un regalo. Lee ciertamente lo hizo.

Silas Deane era un abogado educado en Yale y comerciante que trabajaba como agente comercial para el segundo hombre más rico de América, Robert Morris – «el financista de la revolución» – quien, mientras era uno de los mejores amigos de George Washington, se hizo famoso por el uso de su posición en el Congreso Continental para orientar contratos de guerra hacia compañías que poseía en secreto. Francia insistió en que el acuerdo de apoyo tenía que ser mantenido secreto – Francia no quería provocar una nueva guerra con Inglaterra.

La guerra iba mal en 1776 y 1777. Washington perdió la mayoría de sus batallas contra los ingleses y algunos miembros del Congreso Continental pensaban en su reemplazo por alguien con una verdadera experiencia militar, tal vez Benedict Arnold. Pero el presentante militar francés en las colonias, el Marqués de Lafayette, dijo a los congresistas descontentos que Francia estaba enamorada de Washington y que no se sentiría inclinada a seguir dando apoyo si Washington no continuaba como comandante en jefe. Así que Washington conservó su puesto. USA necesitaba cada vez más desesperadamente el material bélico y el dinero ofrecidos por Francia. A los patriotas se les acababa casi todo; escaseaba sobre todo la pólvora esencial para realizar su insurgencia.

Debido a las grandes cantidades de material y de dinero involucradas, Beaumarchais procedió a establecer una compañía secreta de fachada, Rodriguez Hortalez, para transferir sigilosamente los bienes franceses a USA. Rodriguez Hortalez era financiada por Francia y España (El tío de Luis XVI era entonces Rey de España) así como por unos pocos acaudalados financistas privados franceses. Los suministros eran absolutamente vitales para el esfuerzo de guerra revolucionario.

Numerosos importantes USamericanos se enriquecieron durante la Guerra Revolucionaria vendiendo suministros y equipamiento al Ejército Continental a precios exagerados, muchos de ellos miembros del Congreso, pero Silas Deane tuvo visiones de grandeza que pocos pudieron imaginar. Cuando los franceses escogieron a Beaumarchais para que organizara su apoyo, recibiría un 10% del valor de todos los bienes, oro y plata que enviaría a USA, como incentivo.

Al otro extremo del acuerdo, el Congreso informó a Silas Deane que recibiría un 5% de toda ayuda que obtuviera – más sus gastos. En un primer embarque, tres barcos franceses repletos de oro y plata por un valor de un millón de libras cada uno partieron hacia USA. Por desgracia, espías británicos habían penetrado las actividades de Rodriguez Hortalez e interceptaron y secuestraron dos de los tres barcos. Sólo un millón de libras llegó a las colonias. Pero el apoyo continuó a pesar de todo. Luis XVI, Arthur Lee y muchos dirigentes USamericanos consideraron que el apoyo era un regalo. Lee dijo específicamente a Silas Deane que era un regalo. Pero Beaumarchais, al darse cuenta de que un 10% de un regalo era 0, dijo a Deane que habría un precio sustancial. Deane, desde luego, se puso de acuerdo con Beaumarchais por su 5%.

Los historiadores estiman que durante el curso de la Guerra Revolucionaria, Beaumarchais entregó algo entre 12 y 40 grandes cargamentos de material al incipiente USA. (La contabilidad no era muy buena.) A fines de 1777, Beaumarchais envió la primera factura a USA por 4,5 millones de libras que fue firmada previamente por Silas Deane para certificar la exactitud de la factura.

Pronto quedó claro para Arthur Lee y otros en el Congreso que se hacían trampas financieras. Las facturas por pólvora eran cinco veces el precio pagado en Francia. Los mosquetes de los arsenales franceses que eran obtenidos sin costo eran vendidos a la mitad de su valor comercial con una nota misteriosa que decía que no eran «regalos.» Deane fue llamado de Francia para explicar la factura, pero sus explicaciones fueron lentas y en gran parte poco convincentes. Deane ni siquiera se preocupó de llevar consigo sus archivos. Cuando la factura fue presentada al Congreso, Tom Paine era Secretario del Comité de Asuntos Exteriores y tenía conocimiento íntimo de los detalles corruptos. Después de una investigación adicional, Lee y Paine se convencieron de que Deane era un embustero y un especulador de guerra y comenzaron a presentar acusaciones a los miembros del Congreso, algunos de los hombres más ricos de USA.

El propio Robert Morris, a propósito, era famoso por servir simultáneamente al gobierno y a su propia ventaja personal (como lo hicieron en diferentes grados muchos otros en el Congreso), comprando a menudo en secreto suministros gubernamentales de sus propias compañías (disimuladas) o de socios comerciales a precios inflados y utilizando su conocimiento interno de las necesidades y planes gubernamentales como guías para una especulación comercial ventajosa. El incidente Deane llegó a conocimiento público cuando Silas Deane se quejó indignado en la prensa de Filadelfia por la negativa a pagar del Congreso. Paine estaba furioso porque sabía que Deane sólo quería enriquecerse. Por principio, Paine respondió públicamente a las quejas de Deane, incluyendo información que reveló (indirectamente) el papel que jugaba Francia, que el Congreso y Francia esperaban mantener en secreto.

Paine escribió: «¿Está bien que Mr. Deane, sirviente del Congreso, participe como miembro de la Cámara cuando su propia conducta está ante la Cámara de juicio? Ciertamente no. Pero el interés de Mr. Deane ha estado allí en la persona de su socio, Mr. Robert Morris, quien, al mismo tiempo que representaba a este Estado (Pensilvania), representó igualmente a su socio comercial. Esto es corrupción, pura y simple. ¿Por qué no partir a medias con todo oficial de intendencia u oficial de cargo en el Ejército? No sorprendería si nuestro Congreso perdiera su vigor, o si lo que queda del espíritu público [por la independencia] se esforzara sin efecto.»

Los intentos de Paine por justificar sus revelaciones – que consideraba como parte de su deber patriótico contra aquellos en el Congreso, incluyendo a Deane, que sólo trataban de agrandarse – fueron todos en vano. El Congreso Continental no los mencionó en sus archivos. Paine se sintió cada vez más frustrado y molesto.

A una mayoría del Congreso no le molestó la corrupción de Deane y Morris (muchos de ellos involucrados ellos mismos en prácticas similares), pero les molestó particularmente que Paine hubiera revelado los acuerdos secretos con los franceses. Paine fue despedido de su puesto como Secretario del Comité de Asuntos Exteriores por su supuesta indiscreción. (A pesar de que Inglaterra probablemente ya lo sabía en todo caso.) Al final, por cierto, se llegó a un compromiso interino y USA pagó parte de la factura. El Congreso no actuó por las afirmaciones contra Deane. El negociado fue abandonado por la prensa pública y Deane partió a Europa, para no volver, y murió en la pobreza.

Paine, de vuelta en la vida privada siguió atacando a Robert y a su amigo Geuvenor (su nombre) Morris que seguían beneficiándose con la Guerra Revolucionaria. La inflación estaba fuera de control, pero los especuladores con la guerra parecían ser inmunes, indignando aún más a Paine. La deuda francesa impaga exigida por Beaumarchais y Deane siguió flotando en los trasteros del Congreso durante varias décadas, y en 1839 el Congreso votó misteriosamente por pagar a los herederos de Silas Deane 39.000 dólares. No fue hasta los años noventa del siglo pasado, sin embargo, que los historiadores descubrieron documentos en archivos británicos que mostraban que Deane había sido todo el tiempo un lealista inglés – un especulador con la guerra Y un traidor. Paine fue finalmente vindicado, pero los especuladores con la guerra habían tomado hace tiempo su dinero y huido.

Por desgracia, en estos días carecemos de alguien de la estatura de Tom Paine para que cierre el camino a los especuladores modernos de la guerra quienes, como si siguieran las huellas de Robert Morris, Silas Deane, et al, hacen que Silas Deane parezca un principiante.

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Mark Scaramella es editor gerente del Anderson Valley Advertiser y es un colaborador frecuente de CounterPunch. Para contactos escriba a: [email protected]

http://www.counterpunch.org/scaramella02012007.html