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Cara a cara en L’Humanité entre Leila Shahid, delegada general de Palestina ante la Unión Europea, y Régis Debray, escritor y mediólogo

¿Llegará a haber un Estado palestino?

Fuentes: L’Humanité

Traducido del francés para Rebelión por S. Seguí

Bajo la presión militar permanente de Israel, los fundamentos físicos, económicos y humanos de un Estado palestino se hallan en vías de desaparición. ¿Hay todavía un lugar en Palestina para un Estado palestino? Es esta cuestión paradójica la que suscita el debate con nuestros dos invitados, Leila Shahid, representante de la Autoridad Nacional Palestina en Bruselas, y Régis Debray, escritor y mediólogo (1). Régis, que no ha olvidado que fue filósofo, ha titulado su último libro Un candide en Terre sainte (2), y lo ha dedicado a la vez a su viejo amigo François Maspero, que le dio la idea de este reportaje «tras los pasos de Jesús», y a Jacques Chirac, que le confió la delicada misión de estudiar «las coexistencias étnico-religiosas» en Oriente Próximo. En busca de los Evangelios y Palestina, Debray sólo ha hallado algunas evocaciones. Unos, atenuados por el tiempo; la otra, hecha pedazos por la ocupación y la colonización. Ha dado testimonio de la desaparición progresiva e inexorable del territorio de lo que debería ser un día Palestina. Precisamente este año, que debería ser, según George Bush, el de la creación del Estado palestino prometido por la ONU en 1947.

Por su parte, el movimiento sionista ha concretado su promesa y festejará los sesenta años de Israel. Es la primavera para Israel, y el invierno de la Naqba para los palestinos.

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Pregunta: Señor Debray, cuando uno termina la lectura de Un candide en Terre sainte no está lejos de la desesperación absoluta en lo relativo al futuro de Palestina. Tras su viaje de estudio sobre el terreno -en 2006, a petición de Jacques Chirac-, formula usted una afirmación implacable: «Los fundamentos físicos, económicos y humanos de un Estado palestino se hallan en vías de desaparición.» Y afirma también que ya en 1938 «la administración británica había verificado la imposibilidad de crear en Palestina dos Estados, uno judío, otro árabe.» Así pues, todas estas luchas, estos planes de paz, ¿todo esto no ha servido para nada? Y Leila Shahid, representante de Palestina en Bruselas, ¿está de acuerdo con este diagnóstico?

Régis Debray: En The Crack-Up, Scott Fitzgerald afirma: «Deberíamos ser capaces de comprender que las cosas no tienen remedio y sin embargo estar decididos a cambiarlas.» Es cierto; en este lugar que descubría de nuevo, después de varios años, mediante el análisis de mapas detallados debidos al brillante trabajo de los geógrafos de las Naciones Unidas, -la OCHAA-, comprobé la aplicación de un programa que se está llevando a cabo sin alharacas ni periodistas, y que consiste simplemente en ir hasta la frontera que es por el momento la del Estado de Israel: el río Jordán. Así se desarrolla, no de manera maquiavélica, sino de manera a la vez vital, espontánea, inexorable, una colonización camuflada de obras de infraestructuras, captación de aguas, ocupación de alturas, conexiones entre una colonia y otra, oficialización urgente de una colonias salvajes… en pocas palabras, un proceso que es un rodillo compresor y que no corresponde en absoluto a la imagen que tenemos en el exterior.

Ante esta realidad, me encuentro ante la siguiente dificultad: ¿hay que dejar a la propaganda diplomático-mediática que nos siga diciendo que «dentro de un año tendremos dos Estados», que «la Conferencia de Annapolis ha reanudado la esperanza de paz», que «nosotros, Francia, exigimos la congelación de los asentamientos»… ¿Hemos de permitir esta cortina de humo o hemos de decir la realidad tal como es?

A mi modo de ver, lo que sería desesperante, es la validación de esta cortina de humo. Significaría dar por bueno el doble juego de un gobierno que se esfuerza en ser consensual en el exterior pero que actúa implacablemente en el interior. Y el doble juego de Occidente, que consiste en dejar hacer al más fuerte, protegiéndolo mediante una serie de declaraciones apaciguadoras. ¿Debemos rasgar esta cortina, con el riesgo de desanimar y desmoralizar a nuestros amigos palestinos? Es un dilema. Personalmente, escribo para mi opinión pública, para los franceses, para los europeos y no quiero que se adormezcan con faltas certidumbres.

Leila Shahid: Regreso de pasar un mes en Palestina después de cuatro años de ausencia, y estoy completamente destrozada, hundida, de ver hasta qué punto las cosas han empeorado. Tengo la impresión de que en cuatro años la situación se ha vuelto casi irreversible. Empezando por Jerusalén. Jerusalén hoy día ya no existe como ciudad árabe al Este e israelí al Oeste. El lugar en el que el muro es más repulsivo, más difícil de vivir, es Jerusalén. Porque allí, todo él es de cemento. En otros lugares, en los 700 kilómetros de recorrido, a veces es una verja con alambradas. Pero en Jerusalén, la gran Jerusalén, que es 60 veces más grande que en 1967, es totalmente de cemento y tiene nueve metros de altura.

En segundo lugar, es en Jerusalén Este donde la ampliación de las colonias ha sido más importante. Todas las informaciones lo prueban, en particular las realizadas por Paz Ahora, que ha hecho un notable trabajo de monitoreo de las colonias. Es algo que se enmarca en la tradición sionista clásica de una política de hechos consumados. Es algo que liberará a Israel de la necesidad de negociar el estatuto de Jerusalén, porque si esto continúa ya no habrá nada que negociar.

La tercera cosa que me ha chocado mucho es la extensión de las ramificaciones viarias que unen lo que se conoce como ring road, o carretera de circunvalación de Jerusalén, que anexionará prácticamente toda la ciudad en el plano del transporte y del espacio. Estas ramificaciones sólo comunican las colonias. No hay una sola vía que vaya a Beit Hanina o cualquier otro suburbio de Jerusalén Este. El aislamiento de Jerusalén respecto a Cisjordania y los territorios ocupados es un hecho consumado: ya no podemos hablar de Jerusalén Este como capital del Estado de Palestina. Por último, y esto afecta concretamente a los franceses teniendo en cuenta las empresas participantes (Veolia y Alstom), el tranvía conectará las colonias de Jerusalén Este a Israel, en abierta violación de todas las normas del Derecho Internacional.

En el resto de Cisjordania, la extensión de las colonias en torno a Ariel, la de Ma’ale Adumin prácticamente hasta el mar Muerto, la extensión del bloque de Gush Etzion, hacen que no queden ya más que tres entidades completamente separadas: el bantustán del Norte, el del centro y el del Sur, que no son viables como territorio de un Estado.

Cuando usted les dice todo esto a los responsables israelíes, éstos, con toda la seriedad del mundo, le responden que van a hacer túneles por debajo de las colonias y puentes por encima, a fin de respetar la letra de lo escrito en los acuerdos: la continuidad territorial. ¡Es literalmente kafkiano, pero lo dicen poniendo cara seria!

Los primeros que pueden comprobar este estado de hecho, son los habitantes de Palestina, que ya no reconocen visualmente el paisaje en el que viven. Cada día hay o bien una nueva colonia, o bien una salvaje deviene oficial, o bien otra alcanza la calificación de ciudad, como Ariel o Modi’in. Esta constatación es verificable por boca de la mayoría de los ciudadanos, aunque no de los responsables de la Autoridad Nacional Palestina. Si los responsables se vieran obligados a admitir que ya no hay fundamentos territoriales para un Estado, entonces deberían dejar de negociar. O bien deberían adoptar otra estrategia.

Pregunta: En su informe usted prevé una anexión, en el plazo de treinta años, de todos los territorios ocupados. Sarih Nusseibeh, rector de la universidad de Al Qods, recuerda en su último libro (3) que un día publicó una carta abierta en la que pedía a Israel que se anexionase los territorios palestinos, lo que conduciría, a más largo plazo -afirmaba-, a que los palestinos tuvieran los mismos derechos cívicos que los israelíes. Y resolvería el problema, máxime teniendo en cuenta que el crecimiento demográfico palestino es elevado. ¿Prevé usted una solución de este tipo?

Régis Debray: Yo no preveo ningún tipo de solución porque no soy un político, ni un diplomático, ni, menos aún, un futurólogo: todos ellos se equivocan permanentemente. Lo que digo es que estamos asistiendo a lo que se denomina en otros lugares una limpieza étnica, más o menos soft pero perfecta porque se trata de la cosa sin la palabra. Es a la vez algo continuo e invisible. Mi problema no es concebir planes quiméricos, sino partir, como dice Leila, de la situación tal cual es. Las Naciones Unidas la conocen al detalle, mediante mapas perfectamente objetivos, meticulosos y elaborados casi cotidianamente. Lo que me planteo es el futuro de los palestinos y el de la Autoridad Nacional Palestina. La propuesta de Nusseibeh es en el fondo la de un Estado binacional, de la cual los israelíes no quieren ni oír hablar. Podemos comprenderlos. Han creado un Estado para tener un lugar en el que sean mayoritarios y salir de una situación de minoría que se remonta a la época del emperador Tito. Podemos comprender que no tengan ganas de ser, al cabo del tiempo, otra vez minoritarios. La lógica misma del proyecto sionista excluye la binacionalidad. De lo contrario, el sionismo no tendría sentido.

Lo llamativo para mí es esta especie de silencio que guarda la Autoridad Palestina, la cual, ante este estado de cosas, tendría dos actitudes posibles: la primera: me disuelvo, le entrego a usted las llaves y aplicamos el Cuarto Convenio de Ginebra (4), en virtud del cual el que ocupa un país debe gestionarlo, es decir, pagar a los funcionarios, financiar los hospitales, las carreteras, las escuelas, etc. Esto tendría al menos el mérito de la claridad y pondría a todas las partes ante sus responsabilidades. La otra solución es la de enviar los mapas de la región a George Bush, Nicolas Sarkozy y Anthony Blair y decirles: «Basta de juegos. No tenemos los medios para oponernos a esta situación, pero al menos seguimos de pie y lúcidos. No aceptamos la actitud de Tartufo que ustedes adoptan. Hablan de perspectivas que no tienen ningún viso de realidad. Exhortan a los israelíes a tomar medidas, y éstos asienten con la cabeza a la vez que hacen exactamente lo contrario. Y ustedes nunca se dan por aludidos. Consideramos que son ustedes corresponsables de una violación cotidiana de la legislación internacional. No los consideramos como una instancia neutra de supervisión. Ustedes han tomado partido por un Estado que, por razones que le son propias y fácilmente explicables, se considera por encima de la Ley.»

Lo que encuentro lamentable cuando se es amigo de la causa nacional palestina -como yo mismo hubiera sido amigo de la causa israelí en 1946- es avalar no sólo una denegación de justicia sino también una mentira perpetua y un adormecimiento general de la opinión pública. Si seguimos como quien no se da cuenta de nada, como si hubiera negociaciones entre dos partes iguales y de buena fe, nos convertimos en colaboradores. He aquí las cuestiones que muchos palestinos, y no sólo afines a Hamás, y muchas personas bien informadas, como nuestro embajador Stéphane Hessel, comienzan a plantearse.

Pregunta: ¿Qué opina de todo esto Leila Shahid?

Leila Shahid: Estoy de acuerdo con la no credibilidad del proceso de negociación, hoy. Fue creíble entre 1993 y 2000. Y aprovecho para aclarar que no ha habido negociaciones desde el verano de 2000 hasta Annapolis, es decir, prácticamente durante siete años. Sólo se han reanudado, oficialmente, desde Annapolis, pero sin realizar ningún avance. La realidad, por su parte, se ha agravado mucho. Es cierto que hay dos posibilidades: o bien la Autoridad a cargo de las negociaciones, es decir Mahmoud Abbas, dice: «Es una mascarada que me desacredita y vacía de credibilidad todo el proceso, por lo tanto me voy a casa», y pone el dossier en manos de una comunidad internacional que se ha mostrado inexistente; o bien afirma: «La negociación no ha funcionado, es necesaria una nueva estrategia, militar, política, de levantamiento popular; lo que sea, pero otra cosa.» Es decir, poner punto final a la estrategia de Oslo en la que fue, personalmente, el negociador principal.

¿Por qué Abbas no hace ni una cosa ni otra? No creo que sea por falta de valor ni porque no llegue a las mismas conclusiones que nosotros, que sí llega. Pero, el día que lo diga públicamente se habrán terminado las negociaciones. Y deberá pasar el testigo a un tercero. ¿Pero a quién? Las Naciones Unidas han demostrado su incapacidad para asumir su papel, y la comunidad internacional es, por primera vez desde la II Guerra Mundial, totalmente cómplice de la ocupación y no es capaz de tratar a Israel como a un Estado sujeto a derecho. Es la primera vez en el mundo que un Estado va tan lejos en la violación de las leyes sin que se le aplique ninguna forma de presión, ni directa ni indirecta, ni económica ni política.

Estimo que la razón directa de lo que aparece casi como un tipo de colaboración -es Debray quien emplea esta palabra, no yo­- es en parte responsabilidad de una comunidad internacional que no ha dejado otra posibilidad a la dirección palestina. Entre los palestinos hay un sentimiento profundo de hallarse en un cara a cara total con Israel, de hallarse entregados a Israel. Se trata de una conciencia clara de que la comunidad internacional no funciona en lo relativo al problema palestino, y ni siquiera exige la aplicación de sus propias resoluciones, empezando por la Resolución 242 de las Naciones Unidas, que rechaza la adquisición de territorios por la fuerza. Esta Resolución se aplica cuando se trata de los Balcanes, Timor Leste, Kosovo y cualquier otro lugar del mundo, pero no cuando se trata de Israel. Y ello es debido a que Israel, por su relación histórica con Europa, puede hacer caso omiso de todas sus obligaciones.

Es esto lo que crea la ilusión -y digo que es una ilusión- de que no hay salvación fuera del diálogo directo con los israelíes, en una relación de fuerzas tan desigual que se utiliza no sólo para cambiar la realidad sino, lo que es más grave, para desacreditar a aquellos que como yo hemos optado por la coexistencia. En mi opinión, Yasser Arafat es un personaje histórico para los palestinos que también lo es para los israelíes. Y no porque Oslo fuera negociado correctamente -que no lo fue- sino porque hizo que su pueblo adoptase la idea de coexistencia. Lo que quiere decir, aceptar la legitimidad de Israel y hacerla aceptar por todos los árabes. Hoy, el descrédito que envuelve al proceso de paz desacredita también el concepto mismo de coexistencia. Pues ante la ceguera total de los israelíes, las opciones de que dispone la dirección palestina no son muy numerosas.

La otra opción consiste en cerrar la negociación abierta en 1993, por falta de resultados. Mahmoud Abbas afirma que lo hará antes de fin de año si no hay cambios.

¿Hay otra estrategia, otra forma de lucha política o incluso militar? Creo que la dificultad es el desafío que representa Hamás, que, desde el principio, rechaza la vía negociadora. Decir que se renuncia a ella equivale a reconocer su éxito. No es fácil. Disolver la Autoridad Nacional Palestina sería una irresponsabilidad completa, pues ¿a quién se confiaría la población palestina?, ¿a los israelíes?

Por estas dos razones, la Autoridad Nacional Palestina sigue por un camino que puede ser malinterpretado y que suscita entre la población, y también entre los amigos de Palestina, un cuestionamiento inmenso. Hay una reflexión en la sociedad palestina sobre la redefinición de una estrategia. Como si hubiéramos acabado un ciclo. Israel deberá asumir su responsabilidad en la terminación de este ciclo iniciado en 1993, y que le ofrecía, por primera vez en 45 años, una legitimidad. Si no hay ya esperanza de un Estado palestino, perdemos todo ese bagaje y se abre un nuevo ciclo del que nadie puede establecer su perfil.

Pregunta: ¿La idea de Régis Debray de instalar la ONU en Jerusalén podría cambiar las cosas?

Régis Debray: Aparentemente es esperpéntica, pero en el plano jurídico es inatacable. La Carta de las Naciones Unidas no determina el lugar donde deba establecerse la Sede. Si una mayoría de la Asamblea General así lo decidiese, el Consejo de Seguridad no podría oponerse. La idea está ya en Massignon, que en 1937 se daba cuenta de que la Sociedad de Naciones, como la ONU hoy -un trasto, según el general de Gaulle-, no estaba a la altura de su tarea. Massignon dijo que podía revitalizarse instalándola en Jerusalén, que consideraba ya un lugar conflictivo. Pero los estadounidenses no tienen ningún interés. Controlan la ONU por diferentes medios, el primero de los cuales es la osmosis, el sistema de escuchas, las diversas presiones sobre los Estados pobres. Los israelíes tampoco lo desean. Es un país ultrasoberanista que no desea que la comunidad internacional se meta en sus asuntos.

Tener la ONU en casa puede ser embarazoso, cuando uno se niega a aplicar sus resoluciones. Pero a largo plazo habría un interés físico de todas las naciones del mundo en que reinase la paz en el lugar-sede de la ONU. Sería una garantía de seguridad a largo plazo para Israel. Además, sería un punto de equilibrio que garantizaría la neutralidad: no es sano que el organismo encargado del Derecho se halle en el lugar de la Fuerza. La coincidencia entre la capital de un imperio y la del Derecho Internacional está viciada por principio.

Leila Shahid: Por mi parte, considero esta idea genial; nunca se me había ocurrido. Pero si resulta imposible mudar la ONU, se puede al menos intentar implicarla más. No se ha hecho un balance de sus fracasos. Tenemos una tendencia excesiva a atribuir el fracaso a los palestinos, especialmente en estos momentos. Si no hemos sido capaces de desafiar a Israel, con el pretexto de que no se puede atacar a su soberanía, a la vez que este país lo hace con otros, estamos aplicando la ley del embudo. ¿Dice que la ONU es un trasto? Pero no hemos encontrado otra cosa con que sustituirla. Si Israel desea anexionarse todos los territorios, va a encontrase con cinco millones de palestinos en sus manos y deberá gestionar esta situación en todos los planos, incluido el de la seguridad. Quizás un día Israel tendrá necesidad de las Naciones Unidas para salir del fangal en el que se habrá metido.

Régis Debray: En efecto, hay algo de suicida en la actitud de los israelíes, y algunos de ellos tienen conciencia de este hecho. He visto a Abraham Burg (5) hace poco: es uno de los que ve a lo lejos. Una de las razones para mantener la esperanza es la presencia de espíritus libres en Israel, gentes que alían una gran cultura con una gran valentía, y que se dan cuenta de que la política de fuerza no es sólo ilegítima sino también contraproducente en sí misma, y causa, a fin de cuentas, de debilidad.

Hay una palabra capital que no hemos pronunciado: la Shoah. Israel es un Estado al que se le permiten muchas ilegalidades. ¿Por qué? Porque para todo Occidente es un remordimiento y una falta. Tenemos el sentimiento de tener una deuda, quizás no eterna, pero que aún no ha sido pagada, y que se llama Holocausto. Esta deuda otorga a Israel el estatuto ontológico de víctima, y ejercer una presión sobre este país es hacerse, de algún modo, cómplice a posteriori de un crimen contra la humanidad.

Europa está paralizada porque lleva sobre sí esta inmensa culpa. Es significativo que sean los países en los que no ha habido deportaciones ni estrellas amarillas los más objetivos, los más valientes. Me ha impresionado la actitud de la Iglesia anglicana en relación con otras iglesias cristianas. También los países nórdicos, España, todos los países que no tienen este estigma innoble en su pasado y que se nos recuerda cada día: no pasa un día en que la radio, la televisión, los periódicos no citen el Vél d’Hiv (6) y Vichy. Y esto da a Israel una inmunidad que nadie se atreve a cuestionar. Esto en lo relativo a Europa.

En cuanto a Estados Unidos, es una colonia espiritual del pueblo hebreo. Está escrito en los genes del país, en su génesis histórica. Así pues, tenemos en Europa una imposibilidad psicológica de intervenir y en Estados Unidos una imposibilidad teológica. Las dos, conjuntamente, forman la comunidad internacional. Dicho esto, no queda gran cosa que esperar del exterior. Salvo si un palestino se alza ante la comunidad internacional y comienza a hablar la verdad, a decir: «Sí, ha existido la Shoah; sí, es un crimen inexpiable, pero, ¿debemos expiarlo nosotros, que no lo hemos cometido?, ¿acaso un crimen contra la Humanidad excusa crímenes de guerra perpetuos?» Creo que hay que sacudir a la opinión pública internacional. El trabajo que Arafat ha hecho ante su pueblo y el mundo árabe es preciso que un palestino lo haga ante la conciencia internacional. Que la ponga ante su propia retórica, que la tome al pie de la letra: «¿Son ustedes la Ley, sí o no? Si no se respeta lo que ustedes dicen, cesen de firmar resoluciones. Disuélvanse.» Es preciso ser un poco radical para ser realista, es decir, es necesario ir a la raíz de las cosas. Estimo que los palestinos no son suficientemente radicales. Y no hablo de violencia, sino de radicalidad teórica y práctica.

Leila Shahid: Es cierto que los palestinos, como el mundo entero, han caído en la trampa de la diplomacia biempensante. Han creído en un nuevo orden mundial en el que cada uno tendría su lugar. Estoy de acuerdo con el análisis de qué es lo que ha paralizado a la comunidad internacional. Por esta razón yo les digo a las altas instancias europeas: «Israel no es sólo nuestro problema, es también el de ustedes. Israel forma parte de su historia. Forma parte de nuestro presente y de nuestro porvenir, pero no de nuestro pasado. Y ustedes no pueden ajustar cuentas con su pasado contentándose con enviarnos ayuda humanitaria.»

Considero que la propuesta de coexistencia hecha por Yasser Arafat estaba basada en esta premisa: aunque no hemos sido históricamente responsables del genocidio, asumimos que es un crimen contra la Humanidad, que ha tenido lugar. Asimilado esto, hemos aceptado reconocer a Israel y su deseo de fundar un Estado nacional en un lugar donde nunca había habido un Estado judío. Es por esta razón que nos sentimos, en el plano de la madurez política y de nuestra posición ética, por delante de muchos de los conflictos nacionales: hemos integrado al que ha sido nuestro enemigo histórico en la visión de nuestro propio futuro. No se reconoce suficientemente este mérito a los palestinos.

La tragedia es que a causa de la obstinación israelí, a causa de la culpabilidad del mundo en relación con Israel, vemos desarrollarse por primera vez en la historia un auge del antisemitismo en un mundo árabe que no comprende que la única respuesta de Israel sea más expulsiones, más colonias, más muro. Pero hay en Israel personas justas a las que quiero rendir homenaje, militantes anticolonialistas que ven más lejos que los políticos.

Cuando se tiene la impresión de que todas las salidas están bloqueadas, como ahora, algunas cosas pueden desencadenar una situación nueva. Hay en la sociedad israelí, en el plano de los escritos, algunos cuestionamientos fundamentales. Por ejemplo, el último libro de Abraham Burg, que se atreve a llamar las cosas por su nombre y describir el estado de su sociedad, aún a riesgo de linchamiento. Por ejemplo, Schlomo Zand, que acaba de publicar en hebreo un libro en el que se pregunta si se puede hablar de un pueblo judío. Hay en el pensamiento judío sionista una reflexión que puede poner en cuestión muchas cosas.

Lo que me desespera, en cambio, es Europa. Trabajo desde hace dos años en los medios de la Unión Europea, uno de los conjuntos regionales que más cuentan en el mundo. Esta Europa se muestra incapaz de existir políticamente, pero en cambio se lanza a proyectos nuevos, como la Unión por el Mediterráneo.

¿Cómo es posible hablar de una unión de este tipo con un conflicto tan importante en su corazón, cuando no se ha sido capaz de hallar una solución en 13 años de Proceso de Barcelona? Es, una vez más, la política del avestruz. Y me inquieta porque veo que hay otras fuerzas políticas en esta región que se alimentan de nuestros fracasos, los de los laicos, los de los partidarios de la coexistencia. Gentes que tienen otra visión están ganando terreno todos los días. Y no sólo en Palestina. Es un fenómeno que va de Mauritania a Irak.

Honestamente, estoy más desesperada por la actitud de Europa que cuando observo a nuestra dos sociedades, la israelí y la palestina, que creo firmemente que encontrarán recursos para salir de esta situación a pesar de los fracasos en que estamos todos sumidos.

S. Seguí pertenece a los colectivos de Rebelión y Cubadebate. Esta traducción se puede reproducir libremente a condición de respetar su integridad y mencionar el nombre del autor y el del traductor, y la fuente.

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(1) Método de análisis de los procesos de transmisión cultural, que estudia las relaciones entre los objetos simbólicos, las formas de organización colectiva y las mediaciones técnicas (NDLR, L’Humanité).

(2) Un candide en Terre sainte, Gallimard, 2008

(3) Il était un pays, la Palestine, Lattès

(4) Convenio de Ginebra relativo a la protección debida a las personas civiles en tiempo de guerra (Convenio IV)

(5) Ex presidente de la Kneset (Parlamento israelí), Abraham Burg acaba de publicar Vaincre Hitler

(6) Nombre coloquial del Vélodrome d’Hiver, recinto deportivo parisino en el que, en julio de 1942, fueron hacinados miles de detenidos judíos antes de su deportación a los campos de exterminio (N. del t.)