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Llévame a casa a través de las barricadas

Fuentes: International Heral Tribune

Conduciendo hasta la escuela de medicina, como hago dos días a la semana, pasando por  varios puntos de control militar, discutiendo con los soldados, yo me sentía obligado, por el bien del futuro, a intentar entenderlos. Podía descubrir su miedo tanto como su agresividad, su frustración tanto como la mía, y la mayoría de ellos […]

Conduciendo hasta la escuela de medicina, como hago dos días a la semana, pasando por  varios puntos de control militar, discutiendo con los soldados, yo me sentía obligado, por el bien del futuro, a intentar entenderlos. Podía descubrir su miedo tanto como su agresividad, su frustración tanto como la mía, y la mayoría de ellos jóvenes – de la edad de mis alumnos  y de  mi hija.

¿Era su conducta en los puntos de control militar, individual o colectivamente, la conducta normal y sana? Ciertamente no. Hubo tiempos en que  yo podía sentir humanidad  vislumbrar incluso  su compromiso.  Pero la mayoría de las veces eran sólo una arma en mi cara, seguida por un uniforme.

Cada día, antes de que yo salga de casa para viajar de un lugar a otro en el interior mi propio país, yo pongo en mi bolso un nuevo libro, una botella de agua helada, un termo de café, dos teléfonos móviles (uno para ser usado en Cisjordania y la Franja de  Gaza; otro para  Jerusalén e Israel) y mi equipo personal de música. Quizá este bolso de trabaja como un mecanismo de defensa, pero ayuda cada día.

Finalmente,  llego a la escuela de medicina. La clase que yo abordo, no enseño, es «Ética Médicas» (yo creo que no se enseñan las éticas médicas, sino que  exploro y discuto).

He estado dando este curso durante cuatro años, y cada año se vuelve más interesante. Las discusiones del aula son inevitablemente acaloradas cuando  exploramos la relación entre doctores y pacientes, la religión y el cuerpo, el sexo y el espíritu, la confidencialidad y más.

La pregunta más comprometida es siempre: «¿Si usted encontrara un soldado israelí herido, qué haría?» Las contestaciones varían desde las  más negativas a las más positivas. Una contestación irónica se ha vuelto más común: «¿Usted piensa que un soldado israelí, incluso herido, aceptaría mi tratamiento?» «¿No se ven ellos como demasiado superiores para aceptar nuestra ayuda?»

En cuanto le pregunto a un estudiante, a cualquier estudiante, sobre  su día, una historia de barricadas, puntos de control militar y hostigamiento y humillación sistemáticas manan inevitablemente. Todo esto tan sólo para ir a de casa a la universidad y regresar de nuevo a casa.

Hoy una estudiante, una chica joven, describió una escena fea. Estaba lloviendo intensamente, y, junto con muchos otros, ella esperaba en la fila en un punto de control militar. Sobre sus cabezas, había un toldo ligero que ofrecía alguna protección de la intemperie. De repente, uno de los soldados – una mujer joven, como mi estudiante – les ordeno a todos formar otra fila lejos del toldo. Mi estudiante dijo que la soldado vigilaba  como la gente en la fila se ponía empapada y enojada. Ella, la soldado, parecía feliz.

Los estudiantes me preguntaron: «¿Dra. Jumana, cómo puede explicar usted esta conducta? ¿Es normal?» «Por supuesto que no,»  respondí. «Pero a pesar de esto debéis  encontrar maneras de auto fortalecerse. Sé que es sumamente difícil, pero es más saludable pensar positivamente que  rendirse.»

Pero me encuentro con semejantes hechos todos los días. Me hace cuestionarse. ¿Qué puedo, qué debo estar diciendo a mis estudiantes? ¿Cómo puedo responder  eficazmente a sus sentimientos de enojo y victimización, y al odio resultante y a las llamadas para la venganza?. Me pregunto lo que un líder israelí en mi situación haría. La mejor – y única – respuesta que  sé es fe y amor. Fe en que el futuro puede, y será, diferente. Amor  para no caer en el odio y la desesperación.

Al finalizar la clase, conduciendo de nuevo hacia casa, equipada  con mi libro y termo de café,  llevo puesto mis auriculares. John Denver está cantando, » caminos del campo, llevadme a casa / Al lugar al que pertenezco.» Si usted fuera a preguntarme cuántas horas de mi vida que yo he perdido esperando en  los puntos de control, militar  le diría cuántos libros  he leído.

En el último punto de control militar,  reconozco al soldado. Él estaba en el puesto de control cuando salí de casa por la mañana. Su cara no tiene ninguna expresión. De repente, viendo los auriculares en mi cabeza, empieza a reírse. Me pregunta – en hebreo, por supuesto,: «¿No tiene usted dinero para comprarse una radio?» Yo contesto: «¿Que es esto? ¿Finalmente es usted capaz de hablar conmigo, y reír, porque está usted seguro de su superioridad sobre mí? Esta mañana, usted tenía sólo una arma. Ahora,  tiene una arma y la creencia de que yo soy pobre.» ¿Cuántos años tiene?»

«Veinte.» «La misma edad que mi hija. La misma edad que tantos de mis estudiantes.»

Continúo: » Tenemos más dinero del que usted piensa. Pero  tenemos algo que parece ser  que usted ya ha perdido. Nuestra humanidad.» El soldado está callado. Pero  nunca me rindo. «Llévame a casa,  camino del campo.» Casi estoy allí, por hoy.

(Jumana Odeh es pediatra, dirige el Centro Palestino del Niño Feliz en Ramallah.)
27 de enero de 2005
Traducción: Carlos Sanchis