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Lo bueno, lo malo y lo incierto de reconocer a Palestina

Fuentes: Middle East Eye

Traducido del inglés para Rebelión por Sinfo Fernández.

No importa lo que pueda hacer el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, lo cierto es que su popularidad es cada vez menor. Para empezar, el umbral de popularidad de Abbas no fue nunca, por así decirlo, impresionante, una tendencia que no es probable que cambie en un futuro inmediato.

Pero ahora que se avecina una lucha por el poder en su partido Fatah y cuando ha quedado demostrado lo inútiles que han sido sus dos décadas invirtiendo esfuerzos en el llamado «proceso de paz», Abbas está haciendo lo que debería haber hecho hace mucho tiempo: internacionalizar la lucha palestina y salir de los confines de la influencia estadounidense y de la «diplomacia» de doble rasero.

Al considerar el sombrío legado de Abbas entre los palestinos, su papel de liderazgo en la ingeniería del proceso de paz, la represión de la discrepancia, su fracaso a la hora de conseguir la unidad entre su pueblo, su poco democrática forma de actuar y muchas cosas más, es dudoso que esté llevando a cabo esos esfuerzos de internacionalización teniendo en mente el bien supremo. No obstante, ¿qué efectos tendría el hecho de conseguir un mayor reconocimiento de un Estado palestino?

El paso del Vaticano

El 13 de mayo, el Vaticano reconoció oficialmente al Estado de Palestina. En realidad, el Vaticano había acogido ya con satisfacción las votaciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas en 2012 a favor de reconocer a un Estado palestino. Además, había tratado desde siempre a Palestina como Estado.

Pero lo que hace del 13 de mayo una fecha verdaderamente importante es que el sutil reconocimiento se puso en práctica en forma de tratado, que en sí mismo no es algo demasiado importante. Es cierto que el actualizado reconocimiento es aún simbólico en cierto sentido, pero es también significativo porque valida aún más el nuevo enfoque del liderazgo palestino que trata de distanciarse del proceso de paz patrocinado por EEUU para internacionalizar más el conflicto.

Puede considerarse que el Vaticano tiene autoridad moral para muchos de los 1.200 millones de personas que se consideran católicos romanos. Su reconocimiento de Palestina es coherente con la actitud política de países considerados como los más firmes partidarios de Palestina por todo el mundo, la mayoría de ellos en Latinoamérica y en África.

Este último desarrollo puede interpretarse de más de una forma dentro del contexto del cambio global estratégico palestino de alejarse de la desproporcionada dependencia de la hegemonía política estadounidense sobre el discurso palestino. Pero no todo es positivo y el camino hacia el «Estado de Palestina», que tiene aún que empezar a existir fuera del reino de lo simbólico, está pavimentado de peligros.

Razones para el optimismo

1. Los reconocimientos permiten que los palestinos se separen de la hegemonía estadounidense sobre el discurso del «conflicto palestino-israelí».

Durante casi 25 años, el liderazgo palestino -primero la OLP y después la AP- cayeron bajo el hechizo de la influencia estadounidense, empezando por las negociaciones multilaterales lideradas por EEUU entre Israel y los países árabes en la Conferencia de Madrid de 1991. La firma del Acuerdo de Oslo en 1993 y el establecimiento de la AP al año siguiente le dieron a EEUU una influencia política primordial sobre el discurso político palestino. Mientras la AP acumulaba considerables riquezas y un grado de validación política como resultado de ese intercambio, los palestinos, en su conjunto, perdieron muchísimo.

2. Los reconocimientos palestinos degradan el «proceso de paz», que ha sido en el mejor de los casos totalmente inútil, pero también destructivo en lo que se refiere a las aspiraciones nacionales palestinas.

Desde que en 1993 se lanzó el «proceso de paz» patrocinado por EEUU, los palestinos han ganado bien poco y perdido muchísimo más. Esa pérdida queda sobre todo reflejada en lo siguiente: expansión masiva de los ilegales asentamientos israelíes en los territorios ocupados, duplicando asimismo el número de colonos ilegales; fracaso del denominado proceso de paz a la hora de conseguir ninguno de los objetivos declarados, sobre todo la soberanía política palestina y un Estado independiente; y fragmentación de la causa nacional palestina entre facciones rivales.

El último clavo en el ataúd del «proceso de paz» se colocó cuando el secretario de estado estadounidense, John Kerry, no pudo cumplir su fecha límite de abril de 2014 para conseguir un «acuerdo-marco» entre la AP y el gobierno derechista de Benyamin Netanayahu.

El colapso del proceso fue en gran medida consecuencia de una enfermedad muy arraigada: las conversaciones, no importa cuán «positivas» y «alentadoras» fueran, no estaban nunca diseñadas para dar a los palestinos aquello que aspiraban a conseguir, un Estado propio. Netanyahu y su gobierno (podría decirse que el último es el «más agresivo» en la historia de Israel) dejaron muy claras sus intenciones repetidas veces.

Encontrar alternativas al inútil «proceso de paz», devolviendo el conflicto a las instituciones internacionales y los gobiernos individuales es sin duda una estrategia mucho más inteligente que repetir el mismo error una y otra vez.

3. En vez de estar obligados a involucrarse en frívolas conversaciones a cambio de fondos, los reconocimientos de Palestina permiten que los palestinos recuperen la iniciativa.

En 2012, Abbas se dirigió a la Asamblea General de la ONU buscando el reconocimiento de Palestina. Una vez conseguido el nuevo estatuto, continuó presionando por la internacionalización del proyecto de la causa palestina, en ocasiones de forma vacilante.

Lo más importante de las maniobras de Abbas es que, con excepción de EEUU, Canadá y unas pocas islas diminutas, muchos países, incluidos los aliados occidentales de EEUU, parecieron receptivos a la iniciativa palestina. Algunos llegaron hasta a confirmar ese compromiso mediante votaciones parlamentarias a favor de un Estado palestino. La decisión del Vaticano de firmar un tratado con el «Estado de Palestina» no es sino un paso más en la misma dirección. Pero, en general, el movimiento para el reconocimiento del Estado palestino ha crecido en impulso hasta el punto de haber soslayado totalmente a EEUU y descartado su papel de autoimpuesto «mediador honesto» en un proceso de paz que nació ya muerto.

Por tanto, es algo bueno que la dispar influencia militar y política estadounidense dé paso a un mundo más pluralista y democrático. Pero no todo son buenas nuevas para los palestinos, porque esos reconocimientos tienen un coste.

Razones para la duda

1. Esos reconocimientos están condicionados a la llamada idea de la solución de los dos Estados, en sí misma un punto de partida inviable para la resolución del conflicto.

La solución de los dos Estados que puede introducir el umbral más básico de justicia no es posible considerando la imposibilidad de la geografía de la ocupación israelí, la enorme acumulación de ilegales asentamientos salpicando Cisjordania y Jerusalén, el derecho al retorno a sus hogares de los refugiados palestinos y las cuestiones relativas al derecho sobre el agua, etc. Esa «solución» es una reliquia de un período histórico del pasado, cuando Henry Kissinger lanzó su sutil diplomacia en la década de 1970. No tiene cabida en el mundo actual cuando las vidas de palestinos e israelíes se superponen de tantas formas que hacen imposible cortar por lo sano.

2. Los reconocimientos están validando al propio presidente palestino, que se mantiene al frente de un mandato caducado presidiendo un gobierno no electo.  

De hecho, fue Abbas, también conocido por Abu Mazen, quien cocinó fundamentalmente toda la historia de Oslo, iniciando las negociaciones secretas en Noruega mientras ignoraba cualquier intento de consenso palestino respecto a un proceso inherentemente torcido. Lleva al mando desde entonces, beneficiándose del desastre político que ha pergeñado. ¿Deberá dársele otra oportunidad a Abbas, ya con 80 años, para que cambie la estrategia palestina en una dirección totalmente diferente? ¿Deberían validarse esos esfuerzos? ¿O es hora de volver a pensar en una generación más joven de dirigentes palestinos capaces de impulsar el proyecto nacional palestino hacia un nuevo ámbito político?

3. Los reconocimientos son meramente simbólicos.  

Reconocer un país que no está completamente formado y que se halla bajo ocupación militar cambiará apenas de alguna forma la realidad sobre el terreno. La ocupación militar israelí, los asentamientos en expansión y los agotadores puestos de control siguen siendo la realidad diaria con la que deben lidiar los palestinos. Incluso si la estrategia de Abbas tuviera éxito, no hay pruebas de que al final vaya a tener algún peso real en términos de disuadir a Israel o reducir el sufrimiento de los palestinos.

Conclusión

Se podría argumentar que el reconocimiento de Palestina es algo mucho más importante que Abbas como individuo o el legado que pueda dejar. Esos reconocimientos demuestran que ha habido un cambio radical en el consenso internacional respecto a Palestina y que muchos países de los hemisferios norte y sur parecen finalmente estar de acuerdo en que ya es hora de liberar el destino de Palestina de la hegemonía estadounidense. A largo plazo, y teniendo en cuenta el creciente reequilibrio mundial de poderes, es un buen comienzo para los palestinos.

Sin embargo, la pregunta sigue siendo: ¿Habrá un liderazgo palestino capaz y experimentado que sepa aprovechar este cambio global y utilizarlo en la mayor medida posible en beneficio del pueblo palestino?

Ramzy Baroud – ramzybaroud.net   – es doctor en Historia de los Pueblos por la Universidad de Exeter. Es editor-jefe de Middle East Eye, columnista de análisis internacional, consultor de los medios, autor y fundador de PalestineChronicle.com. Su último libro es «My Father Was a Freedom Fighter: Gaza’s Untold Story» (Pluto Press, Londres).  

Fuente: http://www.middleeasteye.net/columns/good-bad-and-uncertain-about-recognising-palestine-1667685913